viernes, 29 de junio de 2018

Comentario de Manuel Allasino (La tinta) sobre "El colectivo"



“El colectivo”, la alteración de la rutina rompe la armonía


Por Manuel Allasino para La tinta


“El colectivo” es la primera novela de la escritora cordobesa Eugenia Almeida publicada en 2009. Ambientada en un tranquilo pueblo a mediados de la década del setenta, el relato describe cómo un buen día el colectivo deja de parar y con ello viene la furia, la sospecha, la envidia y la pérdida de la armonía.

El colectivo, está amasada a partir de pequeños gestos, casi intranscendentes, pero con una prosa de frases cortas y rítmicas que calan bien hondo. Día tras día, el colectivo pasa de largo, eso inquieta a los pueblerinos. El chivo expiatorio es una pareja de jóvenes que están de paso y se hospedan en el hotel del pueblo. Con climas muy bien creados y logrados, Eugenia Almeida aborda los años de última dictadura argentina en un pequeño pueblo que no es ajeno a la violencia que se respira en el país.

“El primer día llegaron al hotel a tiempo para que Victoria tomara el colectivo de las ocho. Diez minutos antes de cumplirse la hora, Ponce vio los faros doblando por el camino que sale de la ruta. La luz anticipó la curva y el abogado bajó a la calle de tierra. El colectivo aceleró levantando polvo y quebrando la música eterna, incansable, agresiva, de las chicharras. Ponce se dio vuelta para ver las luces traseras del colectivo yendo hacia la ciudad. Las mujeres quisieron hablar pero el hombre marcó el silencio con un gesto. Esperen acá. Empujó la puerta del hotel y buscó a Rubén, que estaba por las mesas del fondo. -¿Quién maneja hoy? –Castro, el de Aguas Ciegas. –Ciego es él, que no me vio. Desde que Pérez se fue, andan todos mal. -¿No lo vio? –No, pasó de largo. Ponce gritó y salió del hotel. Las mujeres se callaron cuando la sombra de él se alargó hasta tocarles los pies. –Nenita, vas a esperar hasta mañana, ¿sabes? Victoria asintió con la cabeza y miró de reojo a Marta, que seguía sonriendo.  El abogado cruzó las vías y mientras oía el cuchicheo de su mujer y su hermana pensaba en las luces traseras del colectivo. “Este Castro es un idiota. Si no me hubiera visto no habría acelerado. No quiso parar”. Por la calle de la izquierda aparece Gómez en su bicicleta y al verlos volver les grita: -¿Qué, se arrepintieron? –y pedalea con fuerza mientras levanta la mano para saludar. Ponce quiere gritarle pero la voz le sale baja, leve, inaudible. –No, no quiso parar. Se da cuenta de que Gómez no lo oyó y ya ve su espalda y su nuca una cuadra más allá. Desde ahí no se ve la bicicleta negra y parece que el hombre pedalea en el aire. Ponce saca un cigarrillo del bolsillo y lo enciende. Al llegar a su casa espera a las mujeres para que entren primeras”. 

El colectivo, es una novela muy dialogada, pero al mismo tiempo tiene grandes espacios de silencio y reflexión. Posee la marca de la dictadura, dónde está ambientada, pero también del presente; una huella de la dictadura que está muy fresca y latente.

Todos los personajes tienen algo en común, prefieren ignorar el dolor, hacer de cuenta que no existe, pero eso como se sabe, es imposible. En un pueblo chico se nota más, las lenguas se sueltan con el mismo ímpetu con que el viento levanta el polvo.

“La cena era igual a otras tantas en las que Ponce se había mostrado cortés como una forma de agradecer a sus tíos el apoyo que le habían dado. Cortés pero molesto por dentro. Sabía que estaban orgullosos de él pero se sentía un animal de circo. Expuesto ante los ojos de los vecinos notables, mostrando lo que habían logrado hacer del huerfanito. Ponce oía tramos de la conversación, se concentraba sólo si alguien, con un gesto, decía una palabra que lo incluía. Sonreía y hacía un comentario. Cuando sirvieron el postre, el doctor Gallo le preguntó cuáles eran sus planes. Se sintió feliz. Detalló, palabra por palabra, la carta que le habían enviado desde un famoso estudio de abogados en Buenos Aires. Lo invitaban a formar parte del equipo y lo esperaban en quince días. Ponce se relajó y habló con los invitados como si fueran amigos desde siempre. Explicó que su sueño, desde el primer día en la facultad, había sido ése: trabajar en un estudio de Buenos Aires. Pero nunca pensó que podría hacerlo con abogados tan prestigiosos. El hecho de que fueran ellos quienes lo buscaran lo hacía sentir orgulloso. La carta decía que habían seguido su desempeño en la facultad y que estaban impresionados. Dos profesores habían enviado notas de recomendación a ese estudio sin que él les hubiera pedido nada. Ponce estaba transformado, sonreía y movía las manos al hablar. Parecía un chico. Nadie hubiera dicho que su sobrenombre era <<el fúnebre>>. Recibió felicitaciones de todos y sintió, con placer, los hilos de envidia que se cruzaban debajo de la mesa. Él iría a Buenos Aires, a la capital. Tendría su estudio, su nombre se iría convirtiendo en una palabra importante. Quizá llegara a senador. Ya estaban terminando el café cuando la señora de Camena dijo: -Doctor Gallo, su enfermera le comentó a mi cocinera algo que me sorprendió. -¿Sí? –Le dijo que usted había ido a la casa del juez Flores. –Ah, sí, a mí también me sorprendió cuando me llamaron. Ponce trató de recordar de dónde le sonaba ese apellido, por qué le resultaba familiar. –Martita estaba mal. Ponce empezó a sentirse sofocado. –Qué injusta es la vida, a esa criatura que es un ángel. ¿Y qué le pasaba? –La verdad es que no sé. Si no fuera Marta Flores yo diría que está embarazada. -¡Doctor! –gritó la señora Camena. ¿Cómo se le ocurre una cosa así? ¡Martita Flores! –Ya sé, ya sé, por eso estoy confundido. Me doy cuenta de que es imposible. Siempre ha sido el ejemplo de todos. Tan callada, tan correcta, tan bien educada. Ya lo sé, pero bueno, tuvo varios episodios de nauseas, ha estado muy pálida, con sudores y enfriamientos repentinos. No sé, quizás esté preocupada por algo y eso la ha afectado. -¿Preocupada? ¿De qué podría preocuparse Martita? Tiene todo. Acaba de volver del internado, ya terminó la escuela. Es hija del juez. Es bonita, muy culta. ¿Sabe que habla tres idiomas? Y toca el piano. Dicen que el padre quiere casarla con un médico de Buenos Aires. Un hombre elegantísimo, muy reconocido en la capital. Ponce ya no escuchaba. Miraba fijo un punto en su mano derecha. -¿Estás bien, Antonio? Reaccionó como si hubiera resbalado de un lugar demasiado alto y no tuviera tiempo de acomodarse antes del golpe contra el suelo. –Sí, tía. Pero estoy muy cansado. Si ustedes me disculpan, quisiera retirarme. -¿Cómo, no tomás una copita en el escritorio? –No, tío, gracias, el viaje fue muy largo”.

La alteración de la rutina, el colectivo que siempre pasa, pero ahora no se detiene en la parada prevista, desata la circulación de viejos rencores entre los vecinos del pueblo. Las diferencias de clase están muy bien subrayadas, las vías del tren son las que se encargan de dividir tajantemente: del “lado de acá”, las fuerzas vivas del pueblo, la gente bien, decente y trabajadora, y del “otro lado”, las putas, los delincuentes, los borrachos y los vagos.

“Cuando arranca la tardecita, en muchas casas familiares se bañan y se disponen a salir. Sin que nadie se haya puesto de acuerdo, muchos han pensado lo mismo: ir a ver el colectivo. Preparan las mejores ropas, lustran los zapatos, se hacen rodetes con spray o se peinan a la gomina. Se frotan con fuerza el cuello con agua de Colonia. A eso de las siete Rubén se asoma a la calle a ver qué pasa. Se ha ido juntando gente alrededor del hotel. El hotelero saluda y se pasea entre las familias. -¿Cómo les va? ¿Andan tomando fresco? –No –dice la señora González. Venimos a tomar el colectivo. Rubén mira a la gente que lo rodea. Treinta, cuarenta personas vestidas para salir. -¿Todos? –Se sonríe. No van a entrar. Cada uno de los que están ahí sabe que no vienen a tomar el colectivo. Van a verlo pasar a toda velocidad. Pero nadie quiere reconocer que está ahí para eso. –Qué bárbaro -dice el hotelero. Es la primera vez en mi vida que veo tanta gente esperando. Los de la empresa van a estar chochos. A las siete y media bajan de su cuarto el viajante y su pareja. Rubén los invita con una copa y les pide que esperen adentro. –Miren, hay tanta gente afuera esperando el colectivo que va a parar sea como sea. Ustedes quedensé acá y yo los vengo a buscar. –Pero esa gente vino hoy. Y nosotros esperamos desde anteayer. No vamos a ir parados. –No se preocupe, señor. Yo conozco al chofer. Voy hablar con él y le voy a explicar la situación. Les va a dar buenos asientos. Castro es un hombre muy correcto. Cuando Rubén se oye a sí mismo nombrar al chofer, siente la certeza de que el colectivo no va a parar. ¿Por qué dijo Castro? Hoy debería pasar Fernández. A Castro recién le toca mañana otra vez. Sale del hotel y se abre paso entre la gente. Desde la parada ve cruzar a los Ponce. El doctor está enojado, eso se nota de lejos. Apenas se acerca, finge tranquilidad. –Bueno, Rubén. Esta noche me va a ver. Para mí que antes no me reconoció. –Después hablamos, doctor. –No creo que hoy pase por el bar. No se ofenda, pero apenas mi hermana se vaya me vuelvo a descansar. –Después hablamos. –Me voy a poner bien en la ruta. Hoy traje mi sombrero. Esta mañana me di cuenta de que a lo mejor no me reconocieron porque estaba sin sombrero. Bueno, pero ahora lo solucionamos, cuando vean que soy yo… Se oye un grito. Hay chicos jugando en la ruta. La que grita es una madre.  En medio de la oscuridad, el colectivo acelera. Las ventanas cerradas y las luces apagadas. Ponce empieza a mover las manos con insistencia, se saca el sombrero y lo agita por arriba de la cabeza. –Soy el doctor, soy el doctor –grita en voz baja. Es un segundo en que el colectivo pasa como un disparo y todos quedan tapados de tierra. Victoria agarra su bolso preparándose para volver. De dentro del bar sale corriendo el viajante. –Pero es estúpido usted –le grita a Rubén. Acabo de ver cómo pasaba el colectivo y usted no hizo nada. -¿Y qué quería que hiciera? –Que lo parara. Éste es un pueblo de locos. Acá pasa cualquier cosa y nadie hace nada. Desde atrás se oye la voz de Ponce que dice por lo bajo: -no puede ser que me hayan confundido, no puede ser que no hayan visto que era yo”. 

El colectivo, la primera novela de Eugenia Almeida, cuenta con un lenguaje que puede parecerse a una maquinaria de opresión. La herida de la última dictadura está a flor de piel. Se muestra con una prosa exquisita, los hilos de la violencia que pueden surgir en los lugares menos sospechados.



*Por Manuel Allasino para La tinta




martes, 26 de junio de 2018

Le monde de Tran: comentario sobre la versión francesa de "La pieza del fondo"




La pièce du fond de Eugenia Almeida



Chronique d’Abigail
Publié le 24 avril 2018 par lemondedetran

Voilà un roman qui débute à la façon d’une pièce de théâtre. Le décor est posé, la grande place immobile sous le soleil, les pigeons et, accolé à cet espace commun, un bar. Celui-ci représente la scène où déambule une jeune serveuse, énergique, force de vie dans ce texte, animée du désir de percer les apparences, mue par l’envie de comprendre. Enfin, pour achever de fixer les éléments du décor, le commissariat, voisin de ce même bar, dispose de sa vue imprenable sur l’ensemble de la place. D’emblée, il pose un indice de surveillance et de contrôle.

Cette place, le lecteur se l’imagine aisément, coeur battant d’une petite ville de province en Argentine.

L’autre aspect théâtral réside dans la mécanique en apparence impeccablement rôdée des habitudes, des gestes, des heures qui passent remplies par l’arbitraire des décisions du gérant de l’établissement où travaille le personnage de Sofia. Ce dernier décide de rallonger à l’envie les journées de sa serveuse. Cela ne peut se discuter. Car chaque personnage, selon une volonté verticale et invisible, se voit attribuer sa place, son rôle.

Par ailleurs, chacun se conforme à ces rituels tacites, à ces coutumes régies par la brutalité, la dureté des rapports qui paraît couler de source. Ainsi, Freias, policier doté d’humanité, enclin à manifester celle-ci incarne-t-il « une fiotte », une anomalie dans le système de l’autorité policière incarnée par son collègue, Palacio, paré de manières brutales, avide de cogner, gonflé de colère pour qui toute tendresse équivaut à une faille dans un rouage parfait.

Ainsi en va-t-il de l’accueil au sein de l’hôpital psychiatrique de Santa Lucia, établissement sous la bonne garde de deux femmes cerbères, incarnation de l’obéissance à la règle administrative, inflexibles jusqu’à l’absurde, tatillonnes jusqu’à la bêtise. L’hôpital ne saurait s’ouvrir à aucune curiosité… Ainsi, depuis des décennies, le vieux psychiatre Resquon y débite ses théories, immuables, les anecdotes anciennes, règne sans discussion sur le fonctionnement de l’hôpital.

Hors champ se devine l’allusion au souvenir par si vieux de la force de l’arbitraire, celle du régime dictatorial qui corseta l’Argentine. De cela découle cet esprit des personnages gardiens d’institutions publiques, formatés, encore aliénés par l’obéissance. Il est d’ailleurs souvent fait mention de la violence ordinaire appliquée par certains policiers aux méthodes sorties de l’ère de la dictature, dépeints comme obtus, corrompus.

Or, un beau jour, voilà qu’entre en scène l’élément perturbateur. Un homme âgé, qui ne prononce aucun mot, assis sur son banc au beau milieu de la place. Est-il un clochard? Nul ne sait. Mais cet être à la marge, muet, qui peut-être juge et se tait, va enclencher la mécanique de l’intrigue. Bien malgré lui.

Chaque jour, il s’assied, figé. Attentif, il écoute ceux qui se posent prés de lui, le prennent en commisération. Sofia le nourrit. Frias le croit un ami bienveillant au regard doux et chargé d’une compréhension muette. Tous les deux se l’approprient, décrètent de facto que ce personnage doit être protégé, pris en charge. Qui est-il? S’il ne dit rien, c’est peut-être qu’il refuse? Qu’il résiste. C’est un symbole de l’oppression qui demeure. Or, cet homme ne peut décliner son identité à ceux qui la lui demandent. Alors le voilà marionnette, pâte molle qui reçoit les désirs de chacun; un ami, un malheureux. Un Fou qui ne se trouve pas à sa place, par conséquent un aliéné ou un perturbateur…

Un autre personnage vient bouleverser l’ordre en place. Une psychiatre, Elena, nouvellement nommée. Mais que peut bien désigner ce titre énigmatique La pièce du fond? Est-ce le bureau retiré de la psychiatre, la pièce dévolue aux archives oubliées dans la maison abandonnée qu’elle loue, résidu des souvenirs de ses précédents propriétaires, mémoire qu’il s’empressent de laisser en arrière. Ou est-ce la chambre où le vieil homme se voit interné? Cette pièce tenue au secret, ce lieu à l’écart c’est peut-être la conscience collective, son refoulé d’après la dictature.

L’homme mutique enclenche une quête, une mise en mouvement, un remue méninge qui, en vérité, contraint le regard à aller vers cette pièce du fond. Celle de l’inavoué. Mais il tisse aussi un lien entre des anonymes, des inconnus, réveille leur humanité. Et si cette porte était le secret accès vers la liberté?






domingo, 24 de junio de 2018

El secreto y no - Claudio Magris




Guardianes de un secreto

¿Qué es un secreto? ¿Un arma? ¿Un refugio? ¿Un consuelo? ¿Una traición?

Estas son algunas de las preguntas que puede detonar la lectura de El secreto y no, de Claudio Magris, primer título de la colección Nuevos cuadernos de Anagrama. Un libro de formato pequeño, de pocas páginas, un artefacto que recuerda una libreta de notas. 

En esta obra, Magris se pregunta en qué consiste un secreto. Para qué sirve. Qué implica. A quiénes involucra y cómo lo hace.

En ese recorrido, el autor italiano aborda diferentes aspectos del secreto (como herramienta de poder, como elemento religioso, como mecanismo de la literatura y como un espacio personal de libertad). Para ello, va desgranado reflexiones sobre lo que oculta y calla el poder político, el modo en que la religión construye un misterio, el momento en el que custodiar un secreto personal puede ser una “humanísima defensa de la propia libertad”. ¿Qué es lo que late en esa libertad? ¿Por qué solemos pensar que el secreto tiene la carga negativa de ocultar? ¿Es necesario poner todo a la luz? Magris nos recuerda que, a veces, guardar algo para sí es proteger un espacio propio, íntimo, en el que estamos libres de todo y de todos.

Partiendo de raíces tan diferentes como los juegos de niños, conferencias, cultos mistéricos, episodios históricos y obras literarias, Magris abre algunas puertas. Quizás la más bella sea la de pensar que es posible que “todos seamos espías, guardianes de un secreto, aunque no sea otro que el de nuestra identidad más profunda. Tan secreta que nosotros mismos la desconocemos.” 

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Número Cero





viernes, 22 de junio de 2018

Lecture / Ecriture: Comentario de la versión francesa de "La tensión del umbral"





L’échange - Eugenia Almeida
Prix Transfuge du meilleur roman hispanique – 2016 


 Corruption en Argentine


   "Une gamine s’est suicidée. Voilà ce qui s’est passé. C’est triste. Plus triste que la pluie. Tu as eu la malchance de la voir. C’est tout." 

   La version officielle d’un fait divers que l’on situera dans une ville argentine ne laisse guère planer le doute sur cette mort devant témoins. Après avoir parlé avec un homme, puis l’avoir mis en joue, une jeune femme a subitement retourné l’arme contre elle. 
    
    Appelé sur les lieux, le journaliste Guyot va toutefois trouver cette affaire un peu bizarre, notamment parce que les autorités ainsi que son rédacteur en chef décident très vite qu’il ne s’est rien passé. La consigne est claire : "Ne fais pas de vagues, Guyot. Si tu deviens gênant et qu’on te chope en train de poser des questions, ça va mal tourner pour toi." 
    
   Il n’en fallait bien entendu pas davantage pour exciter la curiosité de notre homme. Au début de son enquête, il ne cherche qu’à comprendre l’enchaînement des faits. Qui était cette Julia Montenegro ? Pourquoi n’a-t-elle pas tué l’homme qu’elle avait au bout de la gâchette ? Quelle raison supérieure a conduit les autorités à étouffer l’affaire ? Au fil des chapitres, on va voir le puzzle se mettre en place. Témoignages, bribes d’informations, coupures de presse, visite au domicile de la défunte vont permettre à Guyot de retracer la vie de Julia. Dans sa quête, il va être secondé par Vera, une psychanalyste à la retraire. Ensemble, ils vont dresser le profil d’un personnage peu recommandable qui voudrait retrouver sa virginité en confiant sa biographie à la jeune femme. Sauf que cette dernière n’entend pas non plus servir de porte-plume sans essayer de creuser un peu dans la vie de son commanditaire, "ajouter des détails à se rappeler, des idées à explorer." 
    
   Erreur funeste ! Alors qu’"il serait très simple de résoudre le problème en pensant que Julia n’était qu’une femme chargée d’écrire des autobiographies". le journaliste s’entête et provoque de nouveaux drames. Après un chien, ce sont des interlocuteurs de Guyot qui sont retrouvés morts. C’est alors que la peur s’installe. C’est alors que l’on comprend que la dictature a laissé derrière elle quelques habitudes nauséabondes, que le "système" fonctionne toujours et que certaines vérités ne sont pas bonnes à dire, quand bien même elles émanent des bourreaux eux-mêmes. 
    
    Au fil des chapitres qui se succèdent avec leur lot de révélations, le dossier devient de plus en plus lourd, l’image de plus en plus nette et le combat de plus en plus inégal. De la police à la justice, la corruption continue à gangréner le pays et à étouffer ceux qui voudraient y mettre un terme. 
    
    Bien plus qu’un récit historique ou un essai politique, c’est une entreprise de salubrité publique racontée comme un polar que nous livre Eugenia Almeida. Pour que les loups ne finissent pas par envahir le pays, pour que les personnes de bonne volonté puissent échapper à la peste qui n’a pas été éradiquée.


critique par Le collectionneur de livres 







martes, 19 de junio de 2018

LE BLOG DU POLLEN IODÉ: Comentario de la versión francesa de "El colectivo"



"L’AUTOBUS" - EUGENIA ALMEIDA



13 JANVIER 2018

Rédigé par Pollen Iodé et publié depuis Overblog



            En Argentine, un coup d’Etat a lieu, mais les habitants du petit village où se déroule le récit (à l’exception des retours dans le passé des personnages) ne sont pas au courant de ce qui se passe, du fait de leur état d’isolement et de la censure de la presse écrite et radiophonique – la télévision n’ayant pas cours. Ils sont avertis indirectement du changement par des évènements inhabituels : on reçoit l’ordre de bloquer la voie ferrée, l’autobus qui dessert habituellement l’endroit ne s’y arrête plus et des livres sont mystérieusement abîmés dans la bibliothèque. La tension à laquelle sont soumis les personnages révèle des facettes jusque là dissimulées de leurs personnalités.

            Le livre veut montrer en quoi une personne peut assez facilement avoir l’air du contraire de ce dont elle est réellement : Marta est sans cesse joviale, en public, en dépit de sa vie conjugale désolante, Antonio Ponce se veut correct (il a épousé Marta pour lui éviter le déshonneur, après qu’elle soit devenue enceinte de lui) mais il n’est que despotique et effrayé par le qu’en dira-t-on (il se marie par peur d’un éventuel scandale autour de Marta, mais il n’aime pas celle-ci, qui ne veut pas l’épouser, il ne tient pas compte de sa volonté et il la traite cruellement), sa sœur Victoria a un caractère perspicace et affirmé mais elle est très réservée, le coursier Gomez a l’air porté sur le commérage et un peu frivole mais est en fait sensible et avide de savoir en général (pas seulement de ragots), le commissaire semble être un homme fort à première vue mais est en pratique servile et décontenancé, et ainsi de suite. Le secret est par ailleurs un thème important du roman ; le gouvernement tient secrètes ses activités, le voyageur de commerce et sa petite amie ont des identités mystérieuses, le régime militaire du pays veut les faire passer pour de dangereux révolutionnaires mais ils ne sont vraisemblablement rien de tel, et assassinés sous un faux prétexte, les gens sont invités à tenir leur langue s’ils veulent éviter les ennuis et la question de savoir à qui on fait confiance devient évidemment d’autant plus importante sous un régime d’oppression.

            Le texte est court mais efficace, il suscite en peu de mots des sentiments assez nets chez la personne qui lit, vis-à-vis des personnages. L’auteur a pris le parti de la brièveté contre celui du long documentaire pour dénoncer la prise de pouvoir dictatoriale, choix qui lui réussit assez bien. Le personnage de Marta, devenue en apparence une grande partisane du conformisme pour mieux cacher la blessure que lui a causée l’emprise indésirable de celui-ci sur sa vie, est particulièrement intéressant pour son ambiguïté. L’ouvrage suggère plutôt qu’il ne décrit et c’est ce qui fait sa force. Il contient plus d’indignation implicite que de réflexion philosophique ou autres prétentions du même ordre, mais justement compte tenu de son peu de prétentions il est pour finir assez percutant. Son début est un peu lent mais la suite l’est bien moins. C’est un bon exemple du genre laconique mais efficace.*







martes, 5 de junio de 2018

Aún - Gabriela Halac



Lo que resta

El duelo tiene su propia cadencia. Puede ser un animal que los demás quieren ahuyentar. O la herencia de un linaje desfasado.

Aceptarlo como propio. Aprender a hablar con el pulso errático de los fantasmas.

Gabriela Halac despliega ese territorio en Aún. Un libro extraño en relación a lo que convoca, en la singularidad de ir tanteando lo ausente.

El cruce de géneros aparece cuando la voz necesita otro tono, otro ritmo, otra dicción. Halac hace jugar los signos quizás como un modo de decir que no todo puede ser representado. Que un rectángulo, un círculo, una fotografía o una partitura quizás sirvan más a la ausencia que una palabra. Hacer una marca en el papel para señalar que allí hay algo y que ese algo es impensable en términos del lenguaje.

El goteo de una canilla, un hormiguero, un gato, pájaros, una mancha, un portarretrato, una almohada, un crucifijo, el agua. En los detalles se cifra un mundo que se derrumba. 

Y Roma como la palabra que ofrece un clivaje. La ciudad real pero también lo que guarda en ecos, en reminiscencia, en promesa. Roma la que existe, la que ya no será, la que se vuelve terreno mítico, estampita, fosforescencia.

Lo roto, lo deshecho, las cenizas, lo descarnado, el hueso, la médula pura. No es fácil adentrarse en eso. ¿Cuánto dura la nitidez de un fantasma? ¿Cuánto tarda un diálogo en disolverse?

La obra de Gabriela Halac merece ser reconocida por muchas razones. Quizás la más evidente sea el gesto de decir otra cosa y buscar otros modos para decirlo. Un movimiento de ruptura en un discurso habituado a los ecos. Sus libros son organismos que estallan de modo retardado. El efecto más salvaje llega al lector tiempo después de haber terminado el libro. Como un satori, como un relámpago, como un latigazo de sentido.


Eugenia Almeida





Onlalu: comentario de Aline Sirba sobre la versión francesa de "La tensión del umbral"





La vérité à tout prix. Vraiment ?


L’œuvre d’Eugenia Almeida est enracinée dans l’histoire de l’Argentine, son pays natal. « L’autobus », qui l’avait fait connaître en France en 2007, racontait à travers une anecdote presque surréaliste la prise du pouvoir par les autorités militaires à la fin des années 70. Tout aussi incisif mais plus noir, « L’Echange » montre que ce pays n’en a pas fini avec son passé.

Sur le seuil d’un bar, une jeune femme menace de tuer un homme avant de le laisser partir et de retourner son arme contre elle. A priori, un suicide ne nécessite pas une enquête bien approfondie, car on pourra toujours trouver de multiples causes à un geste désespéré comme celui-ci. Telle est la conclusion de la police locale qui a tôt fait de classer l’affaire.


Mener l’enquête envers et contre tous

Mais pour le journaliste Guyot, ce suicide en public a forcément une signification, d’autant plus que Julia Montenegro avait vraisemblablement l’intention de tirer sur quelqu’un d’autre avant de changer d’avis. En dépit des mises en garde de son rédacteur en chef et du commissaire, il est déterminé à mener l’enquête. Or, dans le coin, on n’aime pas trop les fouineurs, et Guyot se heurte à des témoins aveugles et muets. Il se tourne donc vers les carnets de la victime noircis de notes sibyllines, examine des photos floues, consulte des archives de journaux, mais plus il creuse, plus les cartes se brouillent, des éléments disparaissent, les menaces contre ses indics se multiplient et les morts s’accumulent autour de lui comme autant d’avertissements.


Une narration vertigineuse

Eugenia Almeida pousse l’art de l’efficacité à son plus haut niveau dans ce roman dépouillé à l’os, constitué en grande partie de dialogues secs, sans fioriture, voix sans visages et silences qui en disent long sur le poids d’une Histoire imprescriptible. Le lecteur est happé par une narration vertigineuse, constamment sous tension, qui progresse en mouvements concentriques, et dont la force tient au démontage minutieux des mécanismes d’une corruption pyramidale. Ce qui est brillant ici, c’est que les révélations réduisent les chances de la résolution de l’affaire, parce que savoir, comme dit un personnage, c’est « assumer d’entrer en enfer ». Et c’est bien l’enjeu philosophique de cette histoire intense : faut-il chercher la vérité à tout prix ? Une chose est sûre, « L’Echange » n’a pas usurpé son prix Transfuge 2016 du meilleur roman hispanique !



Aline Sirba



sábado, 2 de junio de 2018

Sobre "Hecho en Argentina" - AAVV


Comparto el texto que escribió Osvaldo Aguirre 
en el blog "Las vueltas del camino"





Interferencias en la historia


Desde la Gente publica Hecho en Argentina, una antología que preparé con relatos de ficción sobre episodios históricos. El prólogo que escribí para el libro.

Desde sus orígenes a la actualidad, la Historia nacional atraviesa a la literatura argentina como uno de sus principales objetos de escritura. Los relatos sobre el pasado no están dados de una vez para siempre sino, por el contrario, en permanente debate, y la ficción ocupa un lugar central en ese marco, desde las posibilidades que plantea para reabrir cuestiones que parecían cerradas hasta los recursos y puntos de vista que ofrece a los propios historiadores, necesitados no solo de buenas fuentes para construir sus textos sino también de los procedimientos narrativos que tienen su banco de pruebas en la literatura.

La literatura aborda a la Historia sin las obligaciones del estudio especializado, y también sin ocultar que el relato no es una construcción objetiva, y tampoco inocente respecto a su oportunidad y al modo en que puede intervenir en las discusiones sobre los procesos históricos. El escritor se acerca a los hechos desde una posición singular: protagonista, testigo, cronista imaginario, las estrategias son inagotables; puede reavivar los acontecimientos con operaciones que un investigador formal no se permitiría, como ceder su voz a los personajes o hablar desde su propia intimidad, un dominio vedado para la historiografía.

No todo el pasado, además, interesa de igual manera en cualquier coyuntura, y los acontecimientos y los personajes que ocupan las preocupaciones actuales nos dicen algo, ante todo, del propio presente. Tampoco son las efemérides las que rigen el calendario, sino los procesos y las circunstancias de cada momento. La ficción es una línea conductora de las indagaciones, anticipándose con frecuencia a las búsquedas académicas, o contestándolas cuando parecen instalar una versión.

Hasta no hace mucho la relación entre literatura e historia era entendida como la oposición inconciliable entre la ficción y la verdad, dos registros que no podían tener ninguna contaminación. Desde que los relatos –los de la literatura, los de la historia- están conducidos por determinados procedimientos y recortes, y proyectados en función de generar ciertos sentidos, las distinciones y las jerarquías entre los registros se relativizan. Hay textos historiográficos que resultan bastante engañosos sobre los períodos que pretenden documentar, y ficciones que movilizan nuevas preguntas y reflexiones.

Hecho en Argentina propone un recorrido por el universo de las versiones literarias de la Historia nacional, en una línea que va desde “El veintiséis”, de Juan Sasturain, recreación de un episodio trasegado de la historia escolar, hasta “El grito”, de Florencia Abbate, una de las primeras versiones sobre la crisis de 2001. Los textos han sido ordenados de acuerdo a la cronología de los hechos históricos.

El cuento de Sasturain revisa la gesta de la Revolución de Mayo desde un punto de vista que combina el humor con la observación de un gusto por la intriga de larga proyección en la historia siguiente. Como si tuviera un poderoso lente de aumento, la ficción amplia un detalle mínimo, tal como está enunciado en el acápite, y de esa manera imagina circunstancias que rodean a un hecho histórico, no en un afán de mostrar un supuesto “detrás de escena” sino de tramar cierta reflexión en un juego entre el pasado y el presente. Los cruces de verdad y ficción son también uno de los temas de “El náufrago de las sombras”, donde Carlos Dámaso Martínez presenta a un historiador que transcribe un manuscrito sobre las causas de la muerte de Mariano Moreno. El misterio que nunca se pudo resolver parece a punto de alcanzar su resolución, pero una nota al pie indica que la autenticidad del documento no ha sido comprobada con lo que se redobla el interrogante original, y quizá la sospecha de que los enigmas, aunque parezcan impenetrables, son reveladores respecto al juego de fuerzas implicadas en su creación y en su persistencia.

Si las últimas palabras de Mariano Moreno son una de las citas predilectas de la historiografía tradicional, las de Cabral adquieren el sentido de apuntalar un proyecto de nación: el soldado que se sacrifica para salvar al general San Martín, el que da su vida por la patria, es uno de los emblemas de la causa libertadora. El relato de Martín Kohan retoma esa versión mítica desde las propias palabras adjudicadas al protagonista, para desmentirlas al cabo de una minuciosa reconstrucción en la que Cabral no alcanza a comprender la dimensión de los hechos y muere triste y confundido, pese a la declaración que la historiografía liberal puso en su boca.

“Las doradas colinas de octubre”, de Juan José Manauta, focaliza en un grupo de soldados entrerrianos que se repliegan después del desbande de las tropas de Ricardo López Jordan, derrotadas por Buenos Aires. La historia permite asomarse a las circunstancias de las guerras que surcaron la política argentina en la segunda mitad del siglo XIX, evocadas con pulsión lírica: “Buscábamos la tierra natal, la primavera y la niñez, las doradas colinas de octubre, por estupidez más que por añoranza. Nada que valiera algo teníamos allí que cobijar, nada que nos perteneciera. Éramos nosotros pertenencia de un pago arisco en esos días”, anota el narrador. Pedro Orgambide retrata personajes anónimos como Manauta, aunque en otro momento de la Historia: la semana trágica de enero de 1919, como se conoció a la feroz represión de un movimiento popular originado con la huelga en los talleres Vasena.

En ese sentido, “Caen los pájaros con el calor de enero” propone una especie de diálogo coral, en la que distintas voces traman la secuencia de los hechos y sus principales aspectos: los efectos de la represión, la acción de los huelguistas, la intervención de los carneros, la reacción popular ante el “maximalismo”. Las circunstancias no están dadas por la acción de un narrador, sino que se desprenden directamente de las palabras de los personajes. En “Buenos augurios”, con otros procedimientos, María Angélica Scotti también apunta a rescatar las voces de los protagonistas anónimos, en un texto que vuelve sobre otro de los grandes episodios que anuda la historia y el mito en los relatos sobre el pasado –las actividades de la Fundación Eva Perón, y a través de ella la obra social del primer peronismo- y pivotea en torno a las reacciones del pueblo, sus contradicciones entre la esperanza y el escepticismo y el descubrimiento de que la pobreza no es parte de ninguna fatalidad o naturaleza sino efecto de un orden social. “Inauguración”, de Jorge Yaco, remite a su vez al personaje de Evita, desde la figura del médico Ramón Carrillo, ministro de salud pública en la presidencia inicial de Perón, evocado en su momento de agonía. “Frente a la enfermedades que engendra la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como agentes de enfermedad, son unas pobres causas”, decía Carrillo en una reflexión característica de su perfil de hombre de ciencia comprometido con su tiempo y su país. “Cabecita negra”, de Germán Rozenmacher, condensa de manera ejemplar las tensiones sociales de la época, en la confrontación entre el señor Lanari, típico representante de la clase media antiperonista, y una prostituta que lo saca de la seguridad de su casa en mitad de la noche y lo vuelve oscuramente consciente de que algo ha cambiado para siempre en su vida.

En “El tero y la serpiente”, Rogelio Demarchi actualiza otra cita histórica, la de Camilo Uriburu, designado interventor en la provincia de Córdoba en marzo de 1971 por el presidente de facto Roberto Levingston: “Confundida entre la múltiple masa de valores morales que es Córdoba, por definición, se anida una venenosa serpiente, cuya cabeza quizás Dios me depare el honor histórico de cortar de un solo tajo”. La bravata quedó sepultada poco después por la insurrección popular que unió a obreros y estudiantes y se conoció, precisamente, como el Viborazo, secuela del Cordobazo de mayo de 1969. Demarchi sitúa su cuento en un pueblo del interior provincial, La Noria, cuya vida gira en torno al molino del ingeniero Pablo Echenique, quien “se siente depositario y custodio de los valores ancestrales de la localidad”. Una protesta gremial dispara una serie de hechos que progresan vertiginosamente y son narrados por distintos personajes, en un texto que se propone, en su desenlace, con el carácter de un documento.

La última dictadura cívico-militar dejó una fuerte impronta en la literatura argentina. En este libro, la selección del período comienza con “Descansar en paz”, un cuento publicado por Bernardo Kordon en 1984, cuando la recuperación democrática daba un nuevo impulso al reclamo por las violaciones a los derechos humanos. Fue uno de los primeros textos dedicados a la temática de los desaparecidos, en una ficción basada en un episodio real, el que sufrió Elena Belmont, una de las integrantes de las Madres de la Plaza 25 de Mayo de Rosario.

Eduardo Sguiglia, en “Operación Gaviota” (de su novela Los cuerpos y las sombras), vuelve sobre un episodio poco conocido en la historia de las organizaciones armadas: los planes del Ejército Revolucionario del Pueblo para atentar contra el dictador Jorge Videla. La ficción pone en escena a dos antiguos militantes, y a través de su conversación las cuestiones y los debates pendientes en el pasado, la valoración de las víctimas y de los sobrevivientes, la comprensión histórica de la lucha armada. “Yo me pregunto si ahora, después de tanto tiempo, vale la pena saber o discutir lo que ocurrió en aquellas circunstancias”, dice uno de los personajes, pero los interrogantes y los aspectos aun no resueltos son más fuertes que las dudas.

En “Siluetas”, Eugenia Almeida toma como personaje a un policía de la sección criminalística, encargado de trabajar en lo que habitualmente se conoce como escena del crimen. Aislado de las circunstancias concretas de las muertes de que le toca ocuparse, el protagonista se vuelve tan fantasmal como las propias siluetas que traza y cuya deliberada indeterminación refiere a la violencia policial en sentido amplio. “María de la güerra”, de Paz Georgiadis, presenta otro efecto de la represión de los años 70, el del exilio de los militantes políticos. El relato cuenta al modo de un diario personal el viaje de una madre con su pequeña hija a Europa poco después de la desaparición del padre; los hechos son narrados a través de la perspectiva de la niña, por lo que los sucesos históricos ingresan de modo lateral, a través de pocas y significativas menciones, que cargan de extrañeza el detalle de la vida cotidiana en el nuevo lugar. Las experiencias políticas de los años 70 tienen una visión crítica en el personaje de “El grito”, de Florencia Abbate, en contraposición al militante que trata de promover acciones en medio de la represión de diciembre de 2001 y la caída del presidente Fernando De la Rúa. El relato registra la convulsión de aquellos días y a la vez apunta a iluminar el período menemista y a reflexionar sobre el funcionamiento de la clase dirigente: “estaba muy equivocado en subestimar a los poderosos que en la última década habían logrado cosas bastante notables: corromper a la gente sin que nadie notase cuán mezquino y miserable se volvía, ahogar la ya escasa bondad del ciudadano en la avidez de placeres egoístas, y construirle la ilusión de que Argentina gozaba mundialmente de un lustre que, en realidad, no tiene en absoluto”, dice el narrador.

La guerra de Malvinas es el tema de “Niebla”, de Marcelo Britos, centrada en principio en un grupo de soldados argentinos en la inminencia de la batalla y que sobre el final se ubica sorpresivamente del otro lado de la línea de fuego, y también de “Clase 63”, de Pablo De Santis, en torno a dos amigos que hacen el servicio militar cuando se declara el conflicto. Los peluqueros que aparecen en el principio proporcionan una clave del cuento: “Luigi no hablaba nunca, excepto cuando decía su frase de cabecera. Gramaticalmente eran tres frases, pero podemos considerarla solo una. Todos los pequeños problemas y preocupaciones de los clientes quedaban aplastados por esa sentencia. ¿Quién se hubiera atrevido a discutirle? La charla interminable de Alberto nos hablaba de los pequeños placeres y percances que hacen nuestra vida. La frase única de Luigi nos recordaba el feroz peso de la Historia. Había que escuchar a uno y a otro para tener una mirada equilibrada sobre el significado de las cosas”. Ese tipo de atención, el contrapeso de lo grande y lo pequeño, definen quizá lo particular del saber literario, aquello que la ficción puede aportar para acercar y comprender mejor los hechos del pasado.



Osvaldo Aguirre