lunes, 15 de octubre de 2018

La respiración violenta del mundo - Ángela Pradelli





Reconstrucción de la memoria

La respiración violenta del mundo comienza con una delimitación de tiempo y espacio precisa. Burzaco, última semana de julio de 1976. Una calle. Una luz. Un Renault 12 negro estacionado en la esquina. Dos hombres, quietos, dentro del auto.

Emilia tiene 5 años. Es hija de una pareja de militantes. Su padre ha pasado a la clandestinidad y su madre ha buscado para ellas una nueva casa. La zarpa del horror está a unos pasos.

Cuando esos hombres entren y se lleven a su madre, Emilia quedará ahogada en un silencio que la salva y, a la vez, la condena.De ahora en más el silencio va a ser una muralla, una mole de piedra difícil de desmontar. Emilia recuerda y se ancla. La maquinaria cotidiana hace sobre ella la fuerza contraria; exige el olvido.En esa maquinaria trabajan ciertos sectores de la Iglesia Católica y de la Justicia, aliados de la última dictadura militar. En contrapeso: mujeres que se encuentran con otras en la desolación de ese peregrinaje incansable para recuperar a sus hijos y a sus nietos. 

La respiración violenta del mundo es la última novela de Ángela Pradelli. Una historia que sucedió cientos de veces en Argentina. Niños secuestrados que fueron criados por sus apropiadores, privándolos de su identidad. Niños que ahora son hombres y mujeres. Y que, en muchos casos, siguen secuestrados, sin conocer su verdad. 

La historia de Emilia y de su abuela Lina da cuerpo a muchas otras historias. Pradelli ofrece un tono de crónica a un relato de ficción que, sin embargo, está saturado de realidad.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Número Cero





Margaret Atwood



Distopías, revelaciones y compromiso

La escritora canadiense Margaret Atwood ha publicado más de cuarenta libros. Aunque hoy es reconocida principalmente como novelista, también ha escrito cuentos, guiones televisivos, obras de teatro, poesía, libros para niños, historietas y novelas gráficas.


Había comenzado la Segunda Guerra. El mundo cambiaba para siempre, evidenciando hasta qué punto el futuro dejaba de ser horizonte de utopías para convertirse en el escenario de la crueldad. 1939. 

En Canadá, en la casa de un entomólogo y una nutricionista, nacía Margaret Atwood, la chica que iba a crecer entre los bosques y los libros. La que iba a encontrar en la escritura un modo de decir lo necesario, lo imprescindible. La que iba a convertirse en una de las voces más potentes de la literatura contemporánea. La que hoy sigue destilando historias imposibles de ignorar. 


Botánica, periodismo, filología, literatura

Pasó su infancia en el norte de Quebec, rodeada de naturaleza. No había televisión, ni teatros, ni escuela. A veces lograban sintonizar una emisora rusa en la radio. Si el tiempo era bueno, la aventura estaba en el bosque. Si llovía, estaba en los libros. No sólo se trataba de leer. También entraba ahí la escritura. Junto a su hermano, Atwood hacía historietas y armaba sus propios libros plegando el papel y diseñando las tapas. El primero que hizo, a los siete años, contaba la historia de una hormiga. 

Su deseo inicial era dedicarse a la botánica. A los diecisiete años quería ser “una mezcla entre Katherine Mansfield y Ernest Hemingway”. Quería estudiar periodismo, pero un pariente le hizo cambiar de idea cuando le vaticinó que, por ser mujer, iba a pasarse la vida escribiendo necrológicas y artículos para las “páginas femeninas”. 

Su primer poema llegó por esos años. "Un día que iba de vuelta a casa desde la escuela por el furtivo camino de costumbre, un enorme pulgar invisible descendió del cielo y se apoyó en lo alto de mi cabeza, presionándome. Entonces surgió un poema.”  

Y esa es la sensación que uno tiene al leer a Atwood. Que algo ha venido desde arriba a presionar, a abrir, a buscar la palabra que lo nombre. Palabras que nos permiten abrir los ojos, ver de qué estamos hechos, cómo construimos nuestra realidad,  cómo manipulamos el lenguaje para defender y volver incuestionable lo que, sabemos bien, podría ser de otro modo.

En 1961 Atwood terminó sus estudios en filología inglesa e imprimió su primer libro ella misma. Se ocupó incluso de hacer la serigrafía que aparecía en la portada. 

Su primera novela, La mujer comestible, fue publicada en 1969. Luego vendrían El cuento de la criada, Ojo de gato, Alias Grace, El asesino ciego, Oryx y Crake, Penélope y las doce criadas, Por último, el corazón y La semilla de la bruja, entre otras.

Su estilo es único, personal. Un humor filoso que puede tallar por detrás del horror. Un interés constante en la pérdida de derechos, en el constreñimiento de las libertades individuales, en la progresiva corrosión de los lazos sociales, en los riesgos de todo proyecto que borre las diferencias, en lo político que yace en los gestos íntimos, en el poder del lenguaje, en el deterioro del medio ambiente.  

En el último tiempo, Atwood ha retomado la historieta (un género que trabajó en la década del 70, con el seudónimo de Bart Gerrard). La editorial Sexto piso acaba de publicar el primer tomo de AngelCatbird, la historia de un ingeniero genético que a raíz de un accidente mezcla su ADN con el de un búho y un gato.

Dos de sus libros más famosos (El cuento de la criada y Alias Grace) han sido reeditados por Salamandra a raíz del éxito de dos series basadas en estas historias. Atwood aparece brevemente en ambas series, haciendo un cameo, en un juego de estar dentro de sus propias obras.

Hacer el listado de premios que ha recibido la escritora canadiense sería tedioso. Baste decir que entre ellos está el ManBooker (que donó a asociaciones en defensa del mediambiente), el Princesa de Asturias, el Arthur C. Clarke, el Franz Kafka y el Premio de la Paz de los libreros alemanes.  

Cuando en 2013 Alice Munro ganó el Nobel, muchos dieron por sentado que Atwood ya no recibiría ese galardón. El casillero “mujer canadiense” era demasiado específico como para volver a repetirse. Y sin embargo, en el plano de las especulaciones, se  pronosticaba que 2018 era el año de Atwood para el Nobel. La enorme visibilidad que ha cobrado su obra hizo que su nombre sonara una y otra vez. Lamentablemente, la Academia Sueca decidió suspender la entrega del Premio, en repuesta a las acusaciones de encubrimiento de situaciones de acoso sexual. Una respuesta que, por supuesto, no repara ni resuelve nada. 


Hablemos de género

Muchas veces se ha situado a Atwood en la categoría de la ciencia ficción, un etiquetamiento que ella discute. La autora insiste en señalar que ese género inventa mundos fantásticos y que, por el contrario, sus novelas sólo exacerban lo que ya existe. Cuando escribía El cuento de la criada (en una máquina de escribir alquilada, en la ciudad de Berlín, en 1984), su decisión era “no incluir en el libro ningún suceso que no hubiera ocurrido ya en lo que James Joyce llamaba la “pesadilla” de la historia”.

Esta novela es quizás su obra más reconocida. Una distopía futurista donde la mayoría de las mujeres han perdido sus derechos y son utilizadas como “incubadoras” vivientes cuyo único rol es ser “reproductoras” de la especie. Una dictadura teocrática que, bajo la iconografía católica, ejerce un poder absoluto sobre los cuerpos de las mujeres. La autora dice que se trata de una “antiprofecía” porque aún estamos a tiempo de que no suceda. 

Desde el inicio de su carrera, se la ha señalado como una escritora feminista. Atwood, con su habitual ironía, alguna vez dijo que en realidad está a favor de defender la dignidad de las personas y que sostiene la revolucionaria idea de que las mujeres son, también, personas. 

Activista comprometida –y señalada por la revista Time como una de las cien personalidades más influyentes del planeta–, la escritora canadiense estuvo en las calles durante las protestas que hicieron miles de mujeres cuando Donald Trump asumió la presidencia  de los Estados Unidos. En muchas de esas manifestaciones hubo mujeres vestidas con uniformes similares a los de El cuento de la criada, protestando contra las políticas de recorte de derechos. También había carteles que decían “Hagamos que Atwood sea ficción otra vez”.

Cuando la escritora visitó Buenos Aires el año pasado, se contactó con el  colectivo Ni una menos y se informó sobre la situación de las mujeres en el país. 

Atwood está muy presente en las redes sociales y las utiliza para comprometerse públicamente. El 25 de junio, la mirada recayó sobre Argentina y sobre el debate en torno a la Ley de interrupción voluntaria del embarazo. La escritora recurrió a twitter para enviarle un mensaje directo a la vicepresidenta Gabriela Michetti: "No aparte la mirada de las miles de muertes que hay cada año por abortos ilegales. Dele a las mujeres argentinas el derecho a elegir". 

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Número Cero






“Magnetizado” - Carlos Busqued




Durante mucho tiempo, los lectores de su primera novela repetíamos con impaciencia una pregunta: ¿publicó algo más Busqued?

Hace un par de años, el escritor visitó la Feria del libro de Córdoba y leyó algunos párrafos de lo que estaba escribiendo. Eran parte de lo que hoy es Magnetizado.

En pocos días de septiembre de 1982, Ricardo Melogno asesina a cuatro taxistas. Su hermano lo entrega a la policía. Lo detienen. Va a vivir bajo esa condición más de treinta y cuatro años. Cárceles y pabellones psiquiátricos de establecimientos penales. Lo que más desconcierta de esos crímenes es la falta de un móvil. El no poder desentrañar un porqué.

Carlos Busqued conversó con Melogno durante más de noventa horas, de noviembre de 2014 a diciembre de 2015. La palabra clave aquí es “conversar”. No hay juicio, no hay interrogatorio. Dos hombres conversan. Se asoman a la complejidad.

En Magnetizado no hay morbo, no hay lecciones de moral, no hay categorías, no hay deseos de cristalizar al monstruo en el otro. Lo que sucede es exactamente lo contrario: uno llega a sentir cuán cerca está Melogno. Qué frágil es la frontera. 

Un libro de asesinos tradicional respondería a la pregunta de quién es ese asesino. Magnetizado no responde. Sólo pregunta. Pero pregunta otra cosa: ¿Quiénes somos? 

El libro de Busqued despliega ante los ojos el derrotero de alguien cuya única expectativa hoy es “ser una persona”. Justamente la palabra que usa para referirse a sus víctimas. No dice “hombre” ni “taxista”. Dice “la persona”. Entonces: ¿Qué es una persona?

Lo que queda en el aire es la ferocidad del sistema penal y psiquiátrico. Una maquinaria que castiga. Un dispositivo que  se permite lo indecible en la legalidad del horror. Alivia escuchar la conversación con M.R., la médica psiquiatra que atendió a Melogno durante siete años en la Unidad 20 del Borda. Mientras haya gente así, dispuesta a asomarse a su propia oscuridad sin deseo de catalogar la oscuridad ajena, habrá algo salvable en el verdadero monstruo que presenta este libro: nosotros.  

Leer Magnetizado hace pensar en la frase de la filósofa Simone Weil sobre los muertos: su ausencia es su nuevo modo de aparecer. Lo que ha hecho Busqued es borrarse de su propio texto, dar un paso atrás, dejarse en la niebla para que todo el libro sea ocupado por la conversación. Y, haciendo eso, ha hecho aparecer un nuevo modo de su escritura.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Número Cero


viernes, 12 de octubre de 2018

La Frantumaglia - Elena Ferrante




El deseo de narrar

En 1991, Elena Ferrante publicó su primer libro y, antes de hacerlo, les advirtió a sus editores que no estaba dispuesta a hacer nada que supusiera el “compromiso público” de su persona. Ni fotos, ni relato autobiográfico, ni giras de promoción. La obra debía sostenerse por sí misma. Ella estaba presente, por completo, en su narración; no había nada más para agregar. 

Han pasado veintisiete años de aquella decisión. A la par del reconocimiento mundial por su tetralogía Dos amigas, hubo innumerables pesquisas para “revelar” su identidad. La tozudez de buscar en un nombre “real” algo que es absolutamente innecesario para disfrutar los libros de Ferrante y ese ritmo seco y sincopado que habla del abandono, la violencia, el patriarcado, los derrumbes, la amistad y la locura.

La madre de Ferrante usaba una palabra precisa para nombrar “cómo se sentía cuando era arrastrada en direcciones opuestas por impresiones contradictorias que la herían”. Una palabra napolitana: “frantumaglia”. Una sensación que sacudía el cuerpo hasta lo insoportable. La cabeza llena de fragmentos dispersos, divergentes, en tensión. 

Esa palabra arraigó en Ferrante, condensando en su memoria muchas escenas de infancia y convirtiéndose luego en un modo de llamar a un estado intrínsecamente relacionado con la escritura. 

La Frantumaglia es ahora el título del último libro de la escritora italiana publicado en español. Una extensa recopilación de entrevistas y cartas que ha intercambiado con sus editores, sus lectores y diversas personas que han trabajado sobre su obra. 

De algún modo, son varios libros en uno. Quienes hayan leído a Ferrante podrán saber mucho más del detrás de escena de sus relatos. Quienes aún no la han leído, probablemente sientan el impulso de hacerlo. Para quienes están interesados en los procesos de escritura en general, el libro es un bellísimo dispositivo que vuelve una y otra vez a los secretos del oficio para desentrañarlos, para enrarecerlos, para iluminarlos en su complejidad.

La voz de Ferrante es, sin dudas, la de una gran escritora pero, también, la de una lectora sensible que sabe leerlibros, personas, paisajes, épocas y modos de ver el mundo. En La Frantumaglia se habla de política, de feminismo, de psicoanálisis, de cine, de literatura y de los singulares modos en los que nos relacionamos como especie.

Como casi todos los entrevistadores insisten en torno al tema de su “reserva”, el libro es también un ejemplo de paciencia casi oriental que se despliega en las mil formas de decir lo mismo: “deseo que el rincón de la escritura siga siendo un lugar oculto, sin vigilancias ni urgencias de ningún tipo.”

En una de las entrevistas, a Ferrante le preguntan qué le gustaría que no cambie. La respuesta es certera: “El deseo de narrar”.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Número Cero




lunes, 8 de octubre de 2018

Pequeño país - Gaël Faye




La música trunca de la infancia


Uno de esos libros que se deben dejar por un momento para soportar la conmoción, el temblor, la  sensación de estar ahí, en medio de una historia que nos sacude. Eso es Pequeño país. No se trata de un libro perfecto. Pero a quién le importa la perfección cuando experimenta una lectura que conmueve. Y en ese sentido, la novela de Gaël Faye tiene algo difícil de conseguir: que el lector sienta lo que viven los personajes. Su estilo trae a la memoria la frase que alguna vez dijo la escritora Liliana Bodoc: “que lo poético transforme la acción, no que la adjetive”.  

¿Cómo relata un niño el fin de la alegría y el inicio de una guerra étnica que va a destrozar todo paisaje conocido? Pequeño país narra ese proceso sin apelar a golpes bajos pero sin ahorrar nada en la descripción del horror. Un horror que está ahí, en las calles de siempre, en los amigos de siempre, en los vecinos de siempre. Esos que, ahora, ya nunca serán los mismos.

Gaby vive en Burundi. Es hijo de un francés y una tutsi. De apoco, el mundo cotidiano se va deshaciendo por la violencia. La guerra en Ruanda –de donde emigró su madrehace años–comienza a desplegar un genocidio que va a crecer hasta llegar a Burundi. Hutus y tutsis matándose mutuamente. Una furia imposible de contener. Una región que se cubre de sangre y pierde todo sesgo habitable. 

De mangos, ríos, lagos, bicicletas y juegos a pandillas que toman la calle y conducen  linchamientos públicos. Todo se cruza en esta historia. Los problemas comunes de una vida serena –un divorcio, un desengaño–y los extremos que trae la violencia –caminatas de la locura  buscando familiares en los campos de refugiados–.El racismo, las huellas del colonialismo, la construcción del enemigo. El odio, que va creciendo imparable hasta tomar incluso los cuerpos de los niños. 

La escritura de Faye es impecable, leve y grave a la vez, soltando de a poco el sonido de un mundo que se derrumba. No es sólo un país, una región, un grupo lo que desaparece. Es la posibilidad de una cierta vida. Aún si algunos sobreviven, el espanto los persigue para siempre, de un modo u otro. 

Gaël Faye nació en Burundi en 1982. Como su personaje, es hijo de una ruandesa y de un francés, y debió salir del país cuando tenía trece años. Después de estudiar economía, decidió dedicarse a la literatura y a la música. Un buen modo de continuar este libro extraordinario es escuchar las canciones de Faye disponibles en YouTube.


Eugenia Almeida

Publicado en Número Cero





viernes, 5 de octubre de 2018

La aventura - Giorgio Agamben




Aventurarse a lo propio

Desde hace tiempo, la editorial Adriana Hidalgo se ha ocupado de publicar en español los trabajos del filósofo italiano Giorgio Agamben, posiblemente uno de los pensadores más importantes de nuestra época. Enmarcado en la colección “Fuera de serie” llega ahora La aventura, un libro brevísimo y sorprendente en su potencialidad. 

Recurriendo a diversas fuentes, Agamben va definiendo el término “aventura” mientras despliega, línea a línea, los múltiples significados que habitan esa palabra. Aparecen aquí los antiguos egipcios, un caballero medieval, Goethe, la poetisa María de Francia, Hegel, Simmel, Oskar Becker, los estoicos, Deleuze, Heidegger y otros. De cada uno de ellos, el autor toma algo para acercarse al nudo del concepto. 

Poniendo en suspenso las concepciones modernas de “aventura”y presentando un rastreo etimológico, Agamben delinea su significado diciendo que se trata de “algo misterioso o maravilloso, tanto positivo como negativo”, que le sucede a una persona determinada. 

La aventura implica siempre un compromiso, una entrega, el gesto de dejarse tomar. Es un encuentro con el mundo pero tambiénconsigo mismo. Para que suceda, es indispensable el reconocimiento de algo propio para aquel que ha sido convocado. De eso se trata, justamente, aventurarse.

Así como este breve tratado se ocupa de la aventura, también abre otros caminos cuando el filósofo establece relaciones con la narración, el destino, el amor y el azar.

Agamben se asemeja a un orfebre que pule y trabaja hasta evidenciar lo que late, oculto, en las palabras. Como ejemplo, baste mencionar la hermosa recuperación del origen del término “trovador”: aquel que, componiendo poesía, puede encontrar en ese mismo acto algo de la maravilla. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Número Cero




martes, 2 de octubre de 2018

"Soledad & Compañía" - Silvana Paternostro




En 2001, la revista estadounidense Talk contrató a Silvana Paternostro para que escribiera una historia oral sobre Gabriel García Márquez. El artículo debía tener un máximo de 200 palabras. No era la primera vez que la periodista se ocupaba de la figura de su compatriota. Les propuso a sus editores buscar un nuevo enfoque: no entrevistar a las personalidades que se solían relacionar con el premio Nobel, sino charlar con personas que lo hubieran conocido antes de que se convirtiera en un mito literario. Aquellos que pudieran hablar de él desde un punto de vista que no fuera necesariamente el de la veneración absoluta.

Con ese artículo como norte, Paternostro viajó a Colombia y a México. La nota no llegó a publicarse porque la revista cerró antes de que esas voces pudieran llegar al papel. Parte de ese material fue usado para otros encargos –uno para la revista El Malpensante y otro para The Paris Review– pero aquellas cintas seguían funcionando como un centro de gravedad. En 2010 Paternostro volvió a escuchar las grabaciones con la idea de escribir un libro y, al descubrir que el material no era suficiente, decidió hacer una segunda ronda de entrevistas en la que también se hablara del García Márquez “premiado, celebrado e importante”.

Con el subtítulo "Un retrato a voces de Gabriel García Márquez", el libro se abre con una cita del escritor homenajeado en la que revaloriza la historia oral y la define como “la ficción de la ficción”. 

Ese fue el método de trabajo de Paternostro. En el prólogo, la autora advierte: “Para disfrutar este libro hay que dejar a un lado la noción de que todo en la vida tiene una sola verdad. La historia oral contrapone la verdad de cada uno. Es parte de su encanto.”

Los testimonios van recuperando diferentes aspectos de la biografía del escritor colombiano: la historia de amor de sus padres, la infancia con sus abuelos, las aventuras con su hermana Margot, los años de colegio, su viaje a Bogotá para estudiar Derecho, sus comienzos como periodista, los primeros rechazos editoriales y aquel editor argentino que le dijo que era mejor dedicarse a otra cosa porque no tenía talento para la literatura. 

También se relatan el primer viaje a Europa, el hambre y la pobreza, los tiempos duros del comienzo, los años de trabajo en Cuba y Venezuela, la intensa relación con su compañera Mercedes, la conmoción que produjo Cien años de soledad, el Premio Nobel en 1982 y el surgimiento de la “Gabolatría”. Como imagen final, se muestra la conmovedora intimidad de su esposa y sus hijos en el momento de su muerte.

Paternostro define su libro diciendo que es “un boleto de entrada para una fiesta en la que todos hablan, todos gritan, todos opinan y hasta dicen mentiras (…) Esta lectura es tan divertida como asistir a una fiesta y pararse a oír a los invitados hablar de García Márquez, y, como pasa en las mejores fiestas, algunos hablan más que otros.” 

Las imágenes y anécdotas que dejan estos relatos sobreviven mucho después de haber terminado el libro. Como aquella que cuenta el día en que los amigos colombianos, sabedores de los apuros económicos que estaba pasado en Francia, le enviaron un billete de 100 dólares escondido en una postal y poco después supieron que García Márquez, muerto de hambre, se había dado un festín de comida que lo dejó descompuesto por ocho días. 

El mérito de Paternostro –además de saber escuchar– es haber organizado estas entrevistas presentándolas de un modo coral, logrando el efecto de una charla en una reunión cotidiana. La música de las voces es tan potente que uno llega a sentir que está ahí, en una casa, en un café, en un patio, escuchando los relatos de lo que cada uno recuerda. Discusiones, debates, aclaraciones, desmentidas. Diferentes versiones de un mismo episodio. Periodísticamente el libro de Paternostro es una obra de orfebrería. Salvo en el prólogo, quienes hablan son los entrevistados. Pero el trabajo de edición logra el hermoso efecto de estar en presencia de un coro de voces. 

Es especialmente interesante el modo en que los relatos y testimonios se van cruzando con las ficciones de García Márquez. De dónde surgió el cuento “El ahogado más hermoso del mundo”, quiénes son realmente los protagonistas de El amor en los tiempos del cólera, por qué algunos personajes tienen ciertos nombres y cuánto hay de verdad en la historia de la Cándida Eréndira son algunos de los detalles que se revelan en estas charlas.

Entre los entrevistados hay amigos, examigos, parientes, un biógrafo, escritores, cineastas, vecinos, traductores, colegas, compañeros de redacción. Muchas de esas voces pertenecen a personas que ya han muerto. Ese es otro aspecto valioso de este libro: haber logrado resguardar memorias que, de otro modo, no hubiéramos conocido. 

Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X




lunes, 1 de octubre de 2018

La locura del lector




Hay ciertos momentos en la vida en los que la frecuencia de lectura –por alguna razón– crece de un modo inusitado. Puede ser por trabajo pero también por un desengaño, una pasión, un frenesí, la desesperación, la búsqueda de consuelo. Con ese cambio comienzan a pasar cosas. Si de uno o dos libros semanales se salta a un libro por día, el efecto es inmediato. ¿Es cansancio? Quizás. Un cansancio feliz, el que puede sentirse después de nadar durante horas. ¿Es un trastorno? Posiblemente. Una especie de pesadez entre la nuca y la garganta, un pozo en el pecho, cierta alegría aturdida, una somnolencia lúcida, un efecto narcótico que abre las puertas de la percepción.

Hace unos años, en una misma semana, leí un libro de Fred Vargas y otro de Pablo De Santis. En ambos, un poema de Gerard de Nerval –“El desdichado”– se convertía en algo central. Me pregunté cómo leyendo un libro francés y otro argentino podía encontrar la misma cita, el mismo poema. Qué probabilidades había de encontrarlo dos veces en una semana.  Me pregunté si no había ahí un mensaje. Algo que yo debía leer. Hay muchas respuestas posibles. Desde las sarcásticas hasta las espirituales. Dicen que tomar cada cosa como un signo de algo es una de las puertas de la locura.

Cada uno de los libros que he leído para reseñar en los últimos meses ha ido dejando un germen, un huésped, un virus. Algo que, días después, va a brotar y a expandirse en la lectura de otro libro. Comienza una red extraña, invisible hasta entonces, que explica o hace intuir algo que no puede ponerse en palabras. Se empiezan a ver lazos que unen una cosa con otra, lazos que permiten algo, no se sabe qué, juegos extraños que consisten en construir, involuntariamente, constelaciones. Sabemos que las estrellas pertenecen a un caos perfecto. Pero necesitamos ordenar eso, darle una forma que podamos nombrar, aun si ese nombre –“la Osa Mayor”, por ejemplo–, no existe en la realidad sino en nuestra fantasía.

Leo en El genio y la locura, de Philippe Brenot, reflexiones sobre los diversos trastornos mentales que han sufrido algunos artistas. Se ha hablado mucho de la locura de los escritores. ¿Y la locura de los lectores? Y entonces pienso, inevitablemente, en Don Quijote de La Mancha. Y me sonrío. Claramente, este estado es irreversible.


Publicado originalmente en Ciudad X