martes, 31 de diciembre de 2019

Comentario sobre "Inundación" - Marcelo Sabatino (La Nación)






Un alfabeto personal

Marcelo Sabatino


Conocida por novelas como El colectivo y La tensión del umbral, Eugenia Almeida (Córdoba, 1972) explora en Inundación su relación íntima con la escritura. "El lenguaje secreto del que estamos hechos" es el subtítulo del volumen, que forma parte de una colección en la que ya aparecieron entregas de Juan Forn y Camila Sosa Villalda.

Inundación, compuesto de capítulos cortos y autónomos, tiene la particularidad de barajar distintos estilos que le dan al ensayo una inesperada fluidez. El tono es meditativo, pero también narrativo y poético. Alguna de las entradas, de hecho, como la inaugural, tiene el corte de versos. Allí se pregunta "¿Qué es este libro?". Entre otras respuestas se lee: "La primera letra de mi alfabeto del silencio". El lirismo también le deja sitio a los relatos personales, a las historias de escritores y artistas (Ray Bradbury o John Cage, por ejemplo) o una larga lista de autoras mujeres. Un libro simple y profundo.



26 de octubre de 2019  



domingo, 29 de diciembre de 2019

Diario de amor y militancia - Susana Gómez





Aquellos días 


Lo primero que impacta en este libro es el diseño gráfico. La delicada intención de conservar el espíritu de un diario, una bitácora que recupera la propia historia y, de algún modo, la Historia que tenemos en común. De hojas gruesas, con el color que suelen tener los cuadernos después de un tiempo, con el trazo de la letra manuscrita, con fotos, ilustraciones y dibujos, Diario de amor y militancia salta a la vista como un libro objeto, uno de esos pequeños artefactos de memoria que muchos de nosotros queremos conservar. Hay aquí un encuentro que potencia: el de Susana Gómez, autora del relato, y el de Manuela Eguía, a cargo del diseño de arte y las ilustraciones. Es imposible pensar en el trabajo de una sin el trabajo de la otra. Y hay, en ese cruce, una riqueza singular. 

El libro cuenta, en primera persona, parte de la historia de Susana Gómez. Un relato que comienza en mayo de 1973, en Buenos Aires. Un año antes, con sólo quince años, Susana había dejado la escuela y su familia para involucrarse completamente con la militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), brazo político del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). En una reunión conocerá a Miguel Ángel Castiglioni. Poco tiempo después se irán a vivir juntos y tendrán un hijo. 

Con citas, documentos, dibujos y un relato en los que se mezclan Santucho, Los Beatles, García Lorca, las cartas de amor, Picasso, los dadaístas, Gramsci, Fellini, fotos de familia, la masacre de Trelew y Rimbaud, el libro es también un homenaje a los ausentes. A la presencia infinita de los desaparecidos.

Diario de amor y militancia aporta algunos detalles de la vida cotidiana de quienes militaron en estas organizaciones. El deseo de cambiar el mundo, los sacrificios individuales, un ideal revolucionario, la clandestinidad, la persecución, el miedo, el exilio. El relato de las múltiples estrategias de resistencia durante el tiempo de prisión. Los “caramelitos” que los familiares de los presos políticos hacían entrar en la cárcel con información que no podía ser transmitida de otra manera. El camino de la invención para encontrar una grieta y burlar la censura. La imaginación abriendo posibilidades para que la palabra circule. 

De eso se trata, quizás, este libro. De mostrar –incluso con su propia existencia– el rol primordial de la palabra como trinchera, como refugio, como soporte de la resistencia.

Sobre el final se suman otras voces: compañeros de militancia, familiares y seres queridos hablan de Miguel Ángel. Quizás lo que más conmueve es la carta de su hijo Nicolás. Un texto que, al hablar de su padre, dice en una sola frase todo lo que podemos decir de los desaparecidos: “él no está y estuvo siempre”. En esa aparente contradicción vive algo de lo indecible. Y, por tanto, algo de lo que más necesitamos decir.



Eugenia Almeida

Publicado orginalmente en La Voz del Interior



martes, 24 de diciembre de 2019

Comentario sobre "Inundación" - Ivana Romero (Página/12)



La escritora cordobesa aborda obsesiones, gustos y narraciones cortas 
en un texto que explora la escritura y la vida


"Inundación", un ensayo híbrido de Eugenia Almeida

Narradora conocida por sus novelas policiales, también poeta, Almeida incursiona en el ensayo con un formato particular: el orden alfabético de un léxico persona. Inundación (el lenguaje secreto del que estamos hechos) aborda desde pasajes autobiográficos hasta pequeñas semblanzas de autores favoritos, en un contrapunto elegante entre la levedad y el peso.

Ivana Romero

Un gesto de amor. No una confesión, no una prisión. Un decir y un desdecir buscando la forma. La improbable tarea de construir un alfabeto del silencio, donde cada letra lleva por debajo un pequeño fragmento de autobiografía. ¿Sonido y silencio? Sí, es inevitable mencionar esta dupla cuando se piensa en la semiosis de las palabras, en los elementos inefables que las componen. En ese encuentro, desconcertante y fugaz, el agua empieza a subir. Estamos hablando de escritura pero también, de la vida. De la vida de quien escribe y de la de cualquier persona que intenta averiguar de qué está hecha su palabra. Este es el territorio que explora Eugenia Almeida en su ensayo Inundación (el lenguaje secreto del que estamos hechos).

Para eso, ella traza un orden personal de la “a” a la zeta”. Muchos escritores apelaron a este recurso pero, al momento de elegir una referencia específica, opta por el Léxico de afinidades, de Ida Vitale. Al igual que la poeta uruguaya, la escritora cordobesa sabe que la organización alfabética tiene apariencia de sistema gentil por su tentación de orden. Pero es, en verdad, una excusa para que las palabras cuestionen y desafíen su significado. Ahí donde Vitale anota “Abracadabra” (“para empezar, la magia/ abraxas, abrasax, abracadabra”, escribe), Almeida implanta la palabra “Ahora”. Y dice: “Escribir fue la voluntad, quizás, de un gesto de amor. El último gesto de amor de quien reconoce el deseo de retirarse del lenguaje y se resiste a entregarse a ese deseo”. El gesto es, entonces, su abracadabra: una plegaria protectora que le permita quedarse cuando todo indica que no, que para qué.

Luego siguen palabras como “búsqueda”, “compás”, “desfiladero”, “entusiasmo” y “filamento”, bastante antes que “silencio”, “tiempo” o “umbral”. Aunque se trata de sustantivos densos, la autora navega libremente entre la levedad y el peso. Para eso, recurre a la poesía, la miscelánea, el sesgo autobiográfico (y elige hablar de la madre muerta, del cartero que busca una casa pero no la encuentra porque alguien le informa que “se la llevó la inundación” pero también, de un ciervo grácil que se le cruzó en un bosque en la frontera entre Francia y Bélgica mientras hacía una residencia artística). Además construye pequeñas semblanzas sobre la vida de Franz Kafka, Herman Hesse, Ray Bradbury, Irène Némirovsky o Simone Weil.

Almeida les da espesura a sus escritores amados con intervenciones que son como notas al pie, preguntas sobre esa vida y esa escritura que transforman la aparente distancia con la que los retrata. Las hijas de Némirovksy cruzando Europa durante el nazismo con un manuscrito que la madre asesinada en campos de concentración escribió en tiempo de descuento. Bradbury tipeando Fahrenheit 451 en máquinas de escribir alquiladas por monedas. Weil a los ocho años respondiendo a quien le pregunta por qué llora: “Yo no lloro. Rabio”.

También se detiene en Sébastien Japrisot, autor del Trampa para Cenicienta, uno de libros preferidos de Eugenia. Tras contar la historia de este autor de un policial perfecto publicado a comienzos de los 60 en París, Almeida se pregunta cuántas versiones de una historia es necesario escuchar para entender lo que ha pasado. Se refiere a algo menos tangencial que la pregunta sobre el punto de vista de una narración y más cercano a sus obsesiones personales. Así el abracadadabra aparece nuevamente: “Cada vez que no puedo escribir repito como un mantra el nombre de Japrisot”, confiesa. De hecho, ella es autora de tres novelas negras. En 2005 ganó el Premio Internacional Las Dos Orillas, en España, por su El colectivo. Además, La pieza del fondo, fue finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2011. Y La tensión del umbral, publicada en 2015, recibió en Francia el Premio Transfuge a la mejor novela hispánica.

En cada línea, el texto se inunda y se vacía sin previo aviso. No es que Almeida no quiera el lector que la acompañe: es que ella no teme que el lector haga su propio camino. Sabe que, para ser eficaz, el libro necesita de otro que también ponga el cuerpo. Pero ella puede demorarse, esperar a quien va llegando. Una vez establecido el acuerdo, es posible sumergirse, por ejemplo, en una inundación ocurrida en 2015 en la zona de Sierras Chicas, en las afueras de Córdoba, donde ella vive hace unos años. Esa entrada (la de la “I” de “Inundación”) es un relato de la cotidianidad quebrada, de la zozobra, de la gente en los techos sobre sus casas anegadas, de la radio que desde Buenos Aires ignora lo que pasa y se obstina con un partido de Boca. Así, la escritora demuestra que se dice lo que se piensa –el pensamiento también es político– aún en sobrias descripciones sobre el avance y retroceso del agua.

El efecto es parecido en “Lista”, una enumeración de 107 escritoras de diversos tiempos y geografías. De Marguerite Duras a Iris Murdoch. De Silvina Ocampo a María Moreno pasando por Vera Giaconi, Betina González y Sylvia Molloy. De Emily Dickinson a Diana Bellessi junto a poetas como Glauce Baldovin, Circe Maia y Marina Tsvetáyeva. Un párrafo escueto advierte: “Una pequeña lista, útil para las miles de ocasiones en que van a escuchar decir que las mujeres no se destacan en la literatura”.

Si se piensa en ensayos híbridos como éste, es imposible sustraerse de referencias como Escribir de Marguerite Duras o el largo y bellísimo poema con ese mismo nombre que escribió Chantal Maillard o las aguafuertes de Clarice Lispector reunidas en Revelación de un mundo. Inundación también mantiene una sintonía fina con El viaje inútil (Trans/escritura) de Camila Sosa Villada. Nada casualmente, el libro de Almeida y el de Sosa Villada forman parte de la colección “Escribir”, al cuidado de la editorial DocumentA/Escénicas. Libros hermosos por lo que dicen y también por su formato pequeño, delicado, orgánico.

Cuando los hombres escriben, la genealogía de la que vienen pareciera no importar. Por el contrario, las mujeres muchas veces eligen poner sobre el tapete a las que las enamoran y las anteceden como manera de situarse en un linaje que no fue silencioso sino que fue silenciado. Ellas escriben desde esa doble voz, que es la propia pero también, la de las escritoras que abrieron camino entre la espesura.

“Escribir lo que se hace. Escribir lo que se busca. Escribir lo que nunca va a encontrarse. Hasta el último gesto”, se empecina la autora. Porque Inundación no avanza como la trama de una narración. Más bien se queda en una zona, la excava, la circunda porque lo necesario aquí es estar, permanecer, aguardar. No es casual que ese gesto esté tan ligado a la poesía. Almeida es autora de un único libro de poemas, La boca de la tormenta, publicado en 2015. Si allí decía “Yo vengo a decir que permanezco en el silencio”, acá refrenda esa toma de posición. Y es que Inundación no es un texto que explore la escritura como resultado sino como búsqueda; es decir, “el pequeño ritual que me recuerda quién soy y al desplegarse dice que quizás aún no es tiempo de subirse al tren de la noche”. 



RADAR LIBROS
13 de octubre de 2019



lunes, 23 de diciembre de 2019

Campo del Cielo - Mariano Quirós




A la deriva

Gente que parece haber perdido el rumbo o no haber tenido nunca uno. Vagabundos en un paisaje poblado de tierra, con el calor castigando los cuerpos, con una enorme colección de piedras caídas del cielo. Meteoritos llegados hace miles de años dándole el perfil a este pueblo conocido como Campo del Cielo. 

Un taller mecánico. La ruta. Una estación de servicio. Un anfiteatro. Un hotel. Un centro de salud. Un ring de box. Puntos de una constelación. Un territorio “áspero, como violento y venido a menos”. Un enclave natural pero extrañado. Los de afuera viven esa geografía como tierra hostil. Deciden regresar antes de llegar o huyen desesperadamente en cuanto pueden. Un escenario para diez cuentos en los que algunos personajes reaparecen de historia en historia para construir el relato de un espacio, de un clima. 

“Mientras haya fuego habrá una historia que aguarda ser contada” dice la cita de Luis Sagasti que abre el nuevo libro de Mariano Quirós. Ese fuego brilla en la estrategia del escritor chaqueño: hablar de un lugar a través de la vida de las personas que lo habitan.

Padres, hijos, hermanos, matrimonios. Lazos de familia que se tensan hasta lo insoportable. Dos mellizos que parten a buscar a su madre. Un niño que se apasiona por los meteoritos y se convierte en lo que parece “un sabio idiota”. Un padre desolado ante un hijo al que considera raro. Policías que manejan el negocio de los autos robados. Un artista que desaparece. Una cantora que huye. Un boxeador que busca recibir el golpe que le permita ver otra vez la figura de un extraterrestre que parece “un patinador, un bailarín monstruoso y colorinche”.

La noticia del suicidio de un músico de rock y el recuerdo de un concierto frustrado. Un actor personificando un meteorito. Un hombre que disfruta con cada accidente que ofrece la ruta. Los turistas como una fauna que nadie soporta. Los indios y su mirada divergente, su otra historia, su otro modo. Un parque de veinte hectáreas y un cráter gigante donde se ha construido un anfiteatro. La Fiesta Provincial del Meteorito que se celebra cada septiembre. Los animales siempre presentes: los perros, los tatús, los burros que se juntan al costado de la ruta a comer el trigo que cae de los camiones.

Equívocos, confusiones, malentendidos. Lo extraño y lo enrarecido. Extraterrestres y chupacabras. El miedo a lo que no puede nombrarse o delimitar, como las “criaturas del monte” que espantan por su indefinición. Y el relato de cómo empezó todo. Cómo ciertos eventos generan mitos. Cómo las personas se ponen a buscar y “a medida que avanzan, hilvanan nuevas historias; estallidos de la imaginación que ofrecen, mucho más que respuestas, nuevos misterios.” 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en La Voz del Interior






jueves, 15 de agosto de 2019

Mentiras y moretones - Pablo Bernasconi




Un cocodrilo con dolor de muelas, un cocinero de paladar exquisito, cuatro hermanos equilibristas, un elefante que viaja en subte, un señor que se pasa la vida pensando en lo que todavía no ha sucedido, una niña que sabe dónde empieza el universo, una nieta y su abuela unidas por las estrellas, un monstruo que les tiene miedo a “las nenas valientes”, una bailarina, un ladrón insólito y mucho más. 

Este libro es el ejemplo perfecto de por qué la fórmula “literatura para niños” es demasiado restrictiva. Bernasconi nos habla a todos, no sólo a los niños. Veinticuatro relatos escritos e ilustrados por un artista inclasificable.


Eugenia Almeida









miércoles, 14 de agosto de 2019

El arte de la ficción - Willa Cather.




La belleza de una voz

Lecturas y escritura. Sobre esos dos ejes pivotean los dieciséis textos de El arte de la ficción. “El novelista debe aprender a escribir, y después debe desaprender”, dice WillaCather. Y luego: “Todo lo que se siente sin estar nombrado en las páginas es, creo yo, la creación más genuina.”

Publicados originalmente entre 1920 y 1949, lo primero que sorprende en estos textos es que no han perdido actualidad ni frescura. Además de recorrer la obra de Balzac, Tolstoi, Shakespeare, Turgueniev y otros, la autora permite recuperar escritores algo olvidados hoy, como Sarah Orne Jewett. 

Cather dice que es fácil describir las “cualidades de un escritor de segunda línea”; por el contrario,  “un escritor de primera solo puede experimentarse”, no hay modo de definir en qué consiste “la belleza de una voz”. 

No hay academicismo ni aires didácticos en este libro. Lo que uno encuentra el entusiasmo de alguien que lee y escribe. Alguien que nos cuenta cómo conoció a la sobrina de Flaubert en un viaje; alguien que se anima a llamar “calcetero avaro” a Daniel Defoe, cruzando en esa definición un trabajo (Defoe tenía un negocio de medias en Londres) y un estilo literario. Para referirse a la obra de Katherine Mansfield, Catherrelata un viaje en barco en el que conoció un pasajero (El Señor J.) que le contó cómo había conocido a Mansfield cuando era una niña. 

La autora insiste en el “efecto emocional” del arte. Y es allí donde encuentra el valor de una obra. Si logra tocar al lector, hay talento. Quizás sea un modo aproximado de definir la belleza de ciertas voces. 



Eugenia Almeida


Publicado originalmente en La Voz del Interior






martes, 13 de agosto de 2019

Si tuviera que escribirte – Alejandra Correa y Cecilia Alfonso Esteves





Cartas, pequeños gestos que buscan al otro sobre el papel. Rituales de encuentro en un tiempo desplazado.

Veintiocho poemas de la uruguaya Alejandra Correa acompañados por las fotografías de Cecilia Alfonso Esteves: miniaturas que construyen, con objetos cotidianos, un mapa de intercambios afectivos.

Como un detalle que relumbra la delicadeza de este libro, en la solapa hay un sobre listo para ser usado, con un poema impreso en una hoja que deja espacio a nuestras propias palabras.

Si tuviera que escribirte recibió el Premio Destacado de Alija en las categorías Ilustración y Labor editorial en libros para niños y jóvenes.




Eugenia Almeida






lunes, 12 de agosto de 2019

Lost in translation again – Ella Frances Sanders





Bajo el subtítulo “Un compendio ilustrado de expresiones curiosas de todas partes del mundo”, Ella Frances Sanders vuelve a desplegar las maravillas que habitan en cada lengua.

Cada idioma es una forma única de abordar el universo. Por eso hay franjas intraducibles;aquello que -como dice la expresión inglesa que da título al libro-, se pierde en la traducción. Por suerte, siempre tenemos aliados que, con espíritu de juego, viajan por caminos nuevos para “pescar” lo que otros pueblos dicen y cómo lo dicen. Expresiones de los cinco continentes, ilustradas por esta artista que se define como “escritora por necesidad e ilustradora por casualidad”.




Eugenia Almeida



domingo, 11 de agosto de 2019

Entrevista a Alejandro Grimson




“Para comprender un fenómeno político 
hay que comprender al otro”


“El peronismo jamás será atrapado en una frase”, advierte Alejandro Grimson en las primeras páginas de su libro. Un libro que elige como título una pregunta porque de eso se trata, de evitar los lugares comunes, las imágenes cristalizadas, los mitos y leyendas de propios y ajenos. Desmontar tramos de nuestra historia revisándolos bajo una mirada antropológica que incorpora un abordaje de múltiples dimensiones. 

El 17 de octubre, el golpe de 1955, Perón y su relación con Montoneros, López Rega y la Triple A, el menemismo, el kirchnerismo: momentos claves para comprender lo que el autor llama “los peronismos”, haciendo ingresar al lenguaje una multiplicidad y una heterogeneidad que a veces parece posible de abarcar.

Grimson insiste en que no puede entenderse el peronismo sin el antiperonismo y viceversa. Que, justamente, se trata de observar dinámicas que ponen en relación proyectos diferentes. 

¿Qué es el peronismo? es apasionante por muchas razones. Por su rigurosidad, por su compromiso, por sus posibles efectos. El lector se encontrará con la historia del peronismo pero también con mucho más: el modo en que se construyen categorías de análisis de fenómenos complejos y heterogéneos. El libro funciona como un ejercicio de pensamiento que puede ayudarnos a comprender mejor la realidad porque “el hecho de que no comprendamos el peronismo revela un problema más profundo: necesitamos aprender a mirar de otro modo.”


-¿Cuáles son las posibilidades que ofrece una perspectiva antropológica de procesos políticos como el peronismo?

-Para comprender un fenómeno político hay que comprender al otro. Hay que comprender otras formas de pensar. En el caso del peronismo, no puede comprenderse el peronismo sin comprenderlo en su relación constitutiva con el antiperonismo. De la misma manera en que no se podría comprender al segundo sin entender al primero. Ambos son fenómenos políticos atravesados por racionalidades muy distintas, por intereses muy distintos y por sentimientos también distintos. Pero son parte de una relación. No existen solo como opciones en el vacío sino que son un vínculo de espejos invertidos que pueden ser mirados a lo largo del proceso histórico desde 1945 hasta la actualidad.

-Usted menciona el papel constitutivo que ha tenido el racismo en la conformación de la  política argentina. ¿Cómo puede observarse ese rol central hoy en la disputa política?

-Al igual que sucede en otros países, en el caso argentino se trata de lo que se llama –antropológicamente– un “racismo sin racistas”. Porque en vez de tener organizaciones como el Ku Klux Klan lo que tenemos acá es una sociedad que dice “¿Racista, yo? Yo no soy racista, de ninguna manera”.  Ahora, es una sociedad que dice que no es racista y que sin embargo piensa que todos los hinchas de Boca, todos los que cortan calles, todos los que están afiliados al sindicato, todos los peronistas, son todos negros. Es muy fácil, si alguien quiere hacer el test antropológico, se pone a hablar con una persona que odie a Cristina Kirchner y va a escuchar que en un momento esa persona va a decir “yo no quiero que los negros vuelvan a gobernar”. O cosas por el estilo. Yo les he planteado muchas veces a esas personas: “Pero no entiendo si vos lo que decís es que Cristina es negra”. Y la respuesta que he encontrado siempre fue la misma. Fue: “Cristina es negra de alma”. O sea que, si en 1945 se hablaba de los cabecitas negras, hoy se sigue hablando de “la negrada”, “los choriplaneros” o cualquier cosa por estilo. Y eso quiere decir que la sociedad argentina es una sociedad racista en buena parte y que su política está estructurada a partir de ese eje.

-Usted señala que, en el 45, la postura antiperonista surgió de la combinación de tres perspectivas: la tradición antifascista, el enfoque patronal y la vieja concepción de “civilización y barbarie”. ¿Qué perspectivas  están jugando hoy en el antiperonismo?

-El antiperonismo actual es heredero del proyecto civilizatorio europeísta sólo que ese proyecto que en su época fue agroexportador, que en algunos momentos tuvo algunas intenciones muy tenues de ambivalencia con la industrialización, hace muchos años es claramente el proyecto neoliberal de desindustrialización y de destrucción de toda la trama productiva argentina. El famoso país para diez, doce millones de personas. Por supuesto que eso está vinculado a una perspectiva que no sería sólo patronal sino una perspectivajerárquica mayor en el sentido de que hay una vocación o un goce jerárquico del antiperonismo respecto de mirar hacia abajo ¿no? Y eso estuvo  presente en el 45 y sigue presente hoy. Y por otro lado hay algunas continuidades de otro tipo, que pueden situarse más en un plano específico como por ejemplo el odio brutal que hubo hacia la figura de Eva. Es un odio misógino que tiene una continuidad obviamente en la expresión que se usa sobre Cristina cuando se dice “yegua, puta y montonera”. ¿Qué implica esto? Implica que una mujer feminista que disienta políticamente con Cristina a mi juicio sería importante que pudiera salir a repudiar la misoginia contra Cristina. Así como si hubiera misoginia contra cualquier otra dirigente política. Cualquierreferente feminista es importante que, más allá  de sus adhesiones o no a esa figura en particular, luche contra todas las formas de la misoginia estén destinadas a quien estén destinadas.”



PERFIL: Alejandro Grimson es doctor en Antropología por  la Universidad de Brasilia. Es autor de "Mitomanías argentinas", "Mitomanías de la educación argentina" y "Mitomanías de los sexos". Es investigador principal del Conicet y profesor del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en La Voz del Interior






sábado, 10 de agosto de 2019

La babirusa atómica – Joaquín Areta y Magui Ledesma





Los medios, la mentira y la construcción del enemigo en una historia que, sin “bajar línea”, descubre cómo podemos ser manipulados por mensajes que buscan potenciar el odio. Una muestra de cómo todo discurso es político en tanto transmite una cierta ideología, un cierto modo de estar en el mundo.Uno de los libros más bellos que se han publicado en el último tiempo en nuestro país.

Joaquín Areta –psicólogo neuquino que trabaja en contextos de encierro- pone palabras para desenmascarar las estrategias del miedo como herramienta del poder. Magui Ledesma, con lápiz negro sobre acrílico, collages y color digital, dibuja un paisaje para esas palabras.


Eugenia Almeida




viernes, 9 de agosto de 2019

El árbol rojo - Shaun Tan (Bárbara Fiore Editora)





Un clásico en la historia de los libros álbum. Una obra de arte imprescindible. Un autor incomparable. Todo parece exagerado para quien no conoce este libro. Todo parece poco para quien lo ha leído.

Shaun Tan propone escenas infinitas que siempre revelan algo más.

El árbol rojo pone imágenes a la soledad, la angustia, la tristeza y la desesperación de una niña que atraviesa los paisajes de la desolación. Paisajes que parecen eternos y que, sin embargo, sólo son parte de un ciclo.Como dice la canción, “si todo empieza y todo tiene un final / hay que pensar / que la tristeza también se va”.




Eugenia Almeida



jueves, 8 de agosto de 2019

Este libro está lleno de monstruos - Guido Van Genechten




Ya desde la tapa, este libro les habla directamente a los lectores, avisándoles que están a punto de adentrarse en una galería de monstruos que puede aterrorizarlos.

A través de carteles de advertencia y permanentes invitaciones a dejar de leer, el autor juega con esa tensión que nos obliga a seguir mirando aquello que nos asusta. 

Con muchos colores y mucho humor, Van Genechten hace desfilar sus monstruos (muchos de ellos estigmatizados por la ternura), haciendo entrar la vertiente de lo escatológico, invitando al territorio de lo “asqueroso”. 

Con una sorpresa en las últimas páginas, el libro incluye un “diploma de valentía” a quien haya sobrevivido.



Eugenia Almeida



miércoles, 7 de agosto de 2019

Sorpresa. Divertimento en el más allá - Achille Mauri




Almas entusiastas

Sorpresa. Divertimento en el más allá es un libro extraño. La contratapa habla de una novela pero lo que encontramos en la lectura es una larga sucesión de diálogos. Casi una obra de teatro que carece de toda indicación más allá del parlamento. Achille Mauri –editor y maestro de libreros–transgrede los mandatos de los géneros literarios y propone un libro de memorias con un formato nada tradicional.

Achille, personaje y autor a la vez, despierta y comprende que ha muerto. El mundo que se le presenta es desconocido. Todo lo que descubra vendrá de los diálogos que establezca con otras almas que pueblan ese espacio.

Esos encuentros están atravesados por el humor y el espíritu de juego. A cada paso aparece alguien nuevo: una adolescente, un pastorcito, un marinero, un indeciso, un sudamericano, un funcionario, el consumidor de otros, agentes turísticos, un vendedor de aventuras eróticas, Umberto Eco, Roland Barthes y muchos más. 

La posibilidad que ofrece el “más allá” es la comunión de almas. El “fundirse” con otro para experimentar las vivencias que ha tenido. Una suerte de biblioteca infinita de experiencias humanas.Estas almas tienen en muy alta estima la vida y siguen “disfrutado”, como pueden, de lo que ellos y otros han vivido. Viajan, cantan, juegan y conversan sobre los temas más disímiles. La escritura de Mauri convoca todo el tiempo al disparate, a la proliferación, a la deriva de entusiasmarse  con una cosa y luego otra y luego otra.

Sorpresa es, también,un raro tratado filosófico de espíritu zumbón. Diálogos que van exponiendo, en fragmentos, un cierto modo de ver el mundo.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en La Voz del Interior






martes, 6 de agosto de 2019

Por qué los elefantes prefieren jugar a la mancha – Silvina Rocha y mEy!




Un libro álbum en el que cuatro animales juegan a las escondidas. 
Una abeja, un ratón, un gato y un elefante van rotando para contar en voz alta y para esconderse. Pero cada uno tiene su singularidad. Tres de ellos encuentran  -con más o menos obstáculos- un buen escondite. El elefante, consternado, se la pasa mirado con dudas todos los rincones, tratando de descubrir un lugar que pueda cobijarlo. 

Una historia sencilla, lúdica, ideal para los más chicos. La tucumana Silvina Rocha pone las palabras. Los dibujos, de la mano de mEy!, rompen las perspectivas  tradicionales para mostrarnos las cosas desde ángulos inesperados.



Eugenia Almeida



lunes, 5 de agosto de 2019

Hay días - María Wernicke



Wernicke siempre deslumbra en sus libros. 
Hay que decirlo. 
La delicadeza y la potencia de su trabajo es única. 

En Hay días, una hija quiere contarle algo a su madre. La sobremesa, una mirada, un tiempo detenido y una confidencia: en el jardín a veces aparece un pasadizo que lleva a otro lugar. El lugar del reencuentro, donde no hace frío y no hay peligro.

Una pequeña obra maestra que habla de las ausencias, aludiendo con sutileza a todo lo que trae eso que nos falta. 

Un libro que nombra (y muestra) cosas difíciles de mensurar: aquello que hemos perdido y, sin embargo, sigue estando presente.





Eugenia Almeida



domingo, 4 de agosto de 2019

Correo basura, estafas, Facebook y la máquina del tiempo





Hace más de un mes, en este mismo espacio, escribí sobre los mails que encontré en la carpeta de correo no deseado. Automotrices que ofrecen créditos para un cero kilómetro, casas de electrodomésticos y sus grandes televisores, promociones de posgrados y clases de inglés, chips gratuitos de una nueva compañía telefónica, ofertas varias.

Luego, una serie de correos que repiten casi a la perfección la misma historia. Una mujer, en un lejano país, ha recibido una herencia, no puede cobrarla y me ofrece compartirla. Los mails hacen referencia a países como Dubái, Kuwait o Costa de Marfil. Están escritos en francés, inglés o en un español muy precario. Todas quieren enviarme su dinero.

Al ver ese patrón, investigo un poco en la web y descubro que, en el rubro de las estafas, hay algo conocido como “El timo nigeriano” o el “timo 419”, haciendo alusión al artículo 419 del Código Penal de Nigeria. Lo que más me llama la atención es que haya personas que caen en trampas como esta.

Sigo leyendo.

En general, las estafas se basan en dos grandes pilares: la credulidad y la malevolencia. Vamos a dejar de lado aquí las que buscan que el estafado se involucre en base a su mala fe. Prefiero centrarme en aquellas que se hacen fuertes en la ingenuidad y la falta de análisis en las que todos caemos.

No es algo que sólo pase aquí. Las estafas a través de internet son una constante en todos los países. En julio de este año, la policía española debió hacer un comunicado especial para alertar a los cibernautas. La estafa en cuestión consistía en hacerles creer a las personas que mediante un hackeo a su computadora se habían obtenido imágenes comprometedoras (relacionadas con el acceso a páginas pornográficas). Quien llevaba a cabo la estafa exigía un pago para no reenviar esas imágenes a todos los contactos de la víctima.

El envío de correos electrónicos para robar datos personales se llama “phishing”, haciendo referencia al verbo inglés “to fish” (“pescar”). Y se llama así porque es necesario enviar miles de esos mensajes para que alguien “pique”. Ofertas especiales, mails que parecen venir del banco con el que operamos, mensajes que hacen alusión a un posible riesgo si no actualizamos inmediatamente un programa informático, hacemos clic sobre algún link o rellenamos un formulario. Los estafadores tienen una enorme variedad de anzuelos.
En algunos casos las estafas están claramente dirigidas. Por ejemplo, aquellos correos que reciben personas que trabajan dirigiendo empresas y en los que se exige una transferencia urgente, simulando ser un jefe o un asociado. Increíblemente, son tan efectivas que ya tienen un nombre: “el fraude del CEO”. Mies de empresas en el mundo son blanco de estas estafas. Según el informe de una empresa dedicada a la seguridad en la red, los ataques aumentaron más de un 100% el año pasado. Según el FBI, en 2017, el fraude del CEO provocó pérdidas de 676 millones de dólares.

En otros casos, como el de la estafa nigeriana, se envían al azar y se espera que la víctima haga una señal desde el otro lado.



El último billete y el juicio de los otros

Hace unos meses me subí a un taxi. Apenas me senté el taxista empezó a hablar sin parar. Política, tráfico, espectáculos; hablaba de todos los temas posibles aún si yo sólo respondía con monosílabos o silencio. Cuando llegamos a destino, le di un billete de 100 pesos. No pongo en duda eso porque era todo el dinero que tenía.

Él busca en su billetera, hace una pausa y me dice: “son cincuenta y cinco”. Mientras levanta un billete de cinco pesos, agrega “le faltan cincuenta”. Le digo que le di un billete de cien. Me dice que no, me pregunta si estoy segura. Le digo que sí, que estoy completamente segura porque era el único billete que tenía. Murmura algo, resopla, se queja y dice “bueno, está bien, le cobro eso nomás”.  Y es en ese momento cuando  me doy cuenta de que no es un error, es una estafa. Le digo que no, que me va a cobrar cincuenta y cinco pesos y que como yo le entregué cien, me va a dar los cuarenta y cinco pesos de vuelto. La corroboración de que estaba tratando de estafarme es que, sin protestar, me da el vuelto sin decir una palabra. ¿A cuántas  personas por día les hará lo mismo? ¿Cuántas tendrán la certeza de que no han cometido un error al entregar el billete?
¿Por qué creemos en cosas como los mails de la estafa nigeriana? ¿Qué hace que suspendamos nuestra capacidad de juicio para analizar una situación y descubrir las fallas que demuestran que lo que nos dicen no es cierto?

Es fácil hacerlo cuando la evidencia es tan innegable que no hay forma de desconocerla. Por ejemplo, esos papeles pegados en los postes de luz del centro de la ciudad que ofrecen la oportunidad de ganar 20 mil pesos trabajando dos horas por día. Si dijeran la verdad, la persona que imprime esos papeles y la persona que los pega en los postes estarían haciendo ese trabajo tan bien pago.

La cosa se complica si la evidencia no es tan palpable. Un ejemplo de esas cegueras de la credulidad circula por estos días en Facebook. Desde los muros de personas que respetamos, queremos y cuyo juicio valoramos, se repite una y otra vez un mensaje con mínimas variantes. Aquel que dice que sólo vemos a veinticinco de nuestros contactos y que podemos cambiar eso posteando un mensaje que lo explica y pidiéndoles a nuestros contactos que comenten algo en ese post, para así poder ver lo que publican cada día. He visto replicar ese mensaje tantas veces que entiendo que, en algún momento, uno empiece a dudar y a dar por cierto algo que hace agua por varios lados. Para empezar: el texto dice algo así como “Yo no creía que era cierto pero cuando lo hice, descubrí que había mucha gente cuyas publicaciones no veía”. El problema es que el texto dice que la persona ya hizo (y ya vio los resultados) de algo que está haciendo en ese momento. ¿Ha conseguido burlar el tiempo, ha visto el futuro y ha vuelto para hacer las cosas bien? ¿Cómo puede garantizar que ha sido testigo de un resultado de algo que todavía no ha hecho? Por otra parte, si solo un grupo reducido de personas puede ver sus posteos, ese texto que acaba de subir a su muro solo puede ser visto por ese grupo reducido de personas que, permítanme la insistencia, ya lo está viendo.

Mi desconfianza hacia este mensaje apareció la primera vez que lo vi. Porque decía algo así como que todos sabemos que sólo podemos ver las publicaciones de veinticinco de nuestros contactos. Me pareció que no era cierto. Uso esa plataforma por razones laborales. Es casi una odisea hacer periodismo cultural sin estar en Facebook, dado que el flujo de información que circula allí es indispensable para estar al día. Como para mí es una vía de trabajo, tengo muchos contactos. Y puedo asegurarles que veo cotidianamente posteos de muchísimas más que veinticinco personas. Pero al ver que el mensaje se replicaba, me tomé el trabajo de contar. Paré cuando llegué a sesenta personas diferentes en un solo día. ¿Por qué dudé y tuve que contar? Porque no sé nada de informática, porque apenas recuerdo qué es un algoritmo y, fundamentalmente, porque vi a muchas personas a las que considero mis referentes insistir en este mensaje. Fue entonces cuando empecé a leer más detenidamente. Y me encontré con esa paradoja del tiempo: sorprenderse por comprobar el resultado de algo que todavía no se ha hecho.

¿Qué es lo que nos hace suspender nuestro juicio crítico y nuestra capacidad de análisis? Hay múltiples variables. Hoy sólo me detengo en esta: cuando oímos que todos repiten lo mismo, cuando oímos que personas en las que confiamos aseguran la veracidad de algo. Es un punto interesante sobre el cual reflexionar.




Eugenia Almeida

Publicado originalmente en La Voz del Interior
Ilustración: Juan Delfini