martes, 31 de diciembre de 2019

Comentario sobre "Inundación" - Marcelo Sabatino (La Nación)






Un alfabeto personal

Marcelo Sabatino


Conocida por novelas como El colectivo y La tensión del umbral, Eugenia Almeida (Córdoba, 1972) explora en Inundación su relación íntima con la escritura. "El lenguaje secreto del que estamos hechos" es el subtítulo del volumen, que forma parte de una colección en la que ya aparecieron entregas de Juan Forn y Camila Sosa Villalda.

Inundación, compuesto de capítulos cortos y autónomos, tiene la particularidad de barajar distintos estilos que le dan al ensayo una inesperada fluidez. El tono es meditativo, pero también narrativo y poético. Alguna de las entradas, de hecho, como la inaugural, tiene el corte de versos. Allí se pregunta "¿Qué es este libro?". Entre otras respuestas se lee: "La primera letra de mi alfabeto del silencio". El lirismo también le deja sitio a los relatos personales, a las historias de escritores y artistas (Ray Bradbury o John Cage, por ejemplo) o una larga lista de autoras mujeres. Un libro simple y profundo.



26 de octubre de 2019  



domingo, 29 de diciembre de 2019

Diario de amor y militancia - Susana Gómez





Aquellos días 


Lo primero que impacta en este libro es el diseño gráfico. La delicada intención de conservar el espíritu de un diario, una bitácora que recupera la propia historia y, de algún modo, la Historia que tenemos en común. De hojas gruesas, con el color que suelen tener los cuadernos después de un tiempo, con el trazo de la letra manuscrita, con fotos, ilustraciones y dibujos, Diario de amor y militancia salta a la vista como un libro objeto, uno de esos pequeños artefactos de memoria que muchos de nosotros queremos conservar. Hay aquí un encuentro que potencia: el de Susana Gómez, autora del relato, y el de Manuela Eguía, a cargo del diseño de arte y las ilustraciones. Es imposible pensar en el trabajo de una sin el trabajo de la otra. Y hay, en ese cruce, una riqueza singular. 

El libro cuenta, en primera persona, parte de la historia de Susana Gómez. Un relato que comienza en mayo de 1973, en Buenos Aires. Un año antes, con sólo quince años, Susana había dejado la escuela y su familia para involucrarse completamente con la militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), brazo político del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). En una reunión conocerá a Miguel Ángel Castiglioni. Poco tiempo después se irán a vivir juntos y tendrán un hijo. 

Con citas, documentos, dibujos y un relato en los que se mezclan Santucho, Los Beatles, García Lorca, las cartas de amor, Picasso, los dadaístas, Gramsci, Fellini, fotos de familia, la masacre de Trelew y Rimbaud, el libro es también un homenaje a los ausentes. A la presencia infinita de los desaparecidos.

Diario de amor y militancia aporta algunos detalles de la vida cotidiana de quienes militaron en estas organizaciones. El deseo de cambiar el mundo, los sacrificios individuales, un ideal revolucionario, la clandestinidad, la persecución, el miedo, el exilio. El relato de las múltiples estrategias de resistencia durante el tiempo de prisión. Los “caramelitos” que los familiares de los presos políticos hacían entrar en la cárcel con información que no podía ser transmitida de otra manera. El camino de la invención para encontrar una grieta y burlar la censura. La imaginación abriendo posibilidades para que la palabra circule. 

De eso se trata, quizás, este libro. De mostrar –incluso con su propia existencia– el rol primordial de la palabra como trinchera, como refugio, como soporte de la resistencia.

Sobre el final se suman otras voces: compañeros de militancia, familiares y seres queridos hablan de Miguel Ángel. Quizás lo que más conmueve es la carta de su hijo Nicolás. Un texto que, al hablar de su padre, dice en una sola frase todo lo que podemos decir de los desaparecidos: “él no está y estuvo siempre”. En esa aparente contradicción vive algo de lo indecible. Y, por tanto, algo de lo que más necesitamos decir.



Eugenia Almeida

Publicado orginalmente en La Voz del Interior



martes, 24 de diciembre de 2019

Comentario sobre "Inundación" - Ivana Romero (Página/12)



La escritora cordobesa aborda obsesiones, gustos y narraciones cortas 
en un texto que explora la escritura y la vida


"Inundación", un ensayo híbrido de Eugenia Almeida

Narradora conocida por sus novelas policiales, también poeta, Almeida incursiona en el ensayo con un formato particular: el orden alfabético de un léxico persona. Inundación (el lenguaje secreto del que estamos hechos) aborda desde pasajes autobiográficos hasta pequeñas semblanzas de autores favoritos, en un contrapunto elegante entre la levedad y el peso.

Ivana Romero

Un gesto de amor. No una confesión, no una prisión. Un decir y un desdecir buscando la forma. La improbable tarea de construir un alfabeto del silencio, donde cada letra lleva por debajo un pequeño fragmento de autobiografía. ¿Sonido y silencio? Sí, es inevitable mencionar esta dupla cuando se piensa en la semiosis de las palabras, en los elementos inefables que las componen. En ese encuentro, desconcertante y fugaz, el agua empieza a subir. Estamos hablando de escritura pero también, de la vida. De la vida de quien escribe y de la de cualquier persona que intenta averiguar de qué está hecha su palabra. Este es el territorio que explora Eugenia Almeida en su ensayo Inundación (el lenguaje secreto del que estamos hechos).

Para eso, ella traza un orden personal de la “a” a la zeta”. Muchos escritores apelaron a este recurso pero, al momento de elegir una referencia específica, opta por el Léxico de afinidades, de Ida Vitale. Al igual que la poeta uruguaya, la escritora cordobesa sabe que la organización alfabética tiene apariencia de sistema gentil por su tentación de orden. Pero es, en verdad, una excusa para que las palabras cuestionen y desafíen su significado. Ahí donde Vitale anota “Abracadabra” (“para empezar, la magia/ abraxas, abrasax, abracadabra”, escribe), Almeida implanta la palabra “Ahora”. Y dice: “Escribir fue la voluntad, quizás, de un gesto de amor. El último gesto de amor de quien reconoce el deseo de retirarse del lenguaje y se resiste a entregarse a ese deseo”. El gesto es, entonces, su abracadabra: una plegaria protectora que le permita quedarse cuando todo indica que no, que para qué.

Luego siguen palabras como “búsqueda”, “compás”, “desfiladero”, “entusiasmo” y “filamento”, bastante antes que “silencio”, “tiempo” o “umbral”. Aunque se trata de sustantivos densos, la autora navega libremente entre la levedad y el peso. Para eso, recurre a la poesía, la miscelánea, el sesgo autobiográfico (y elige hablar de la madre muerta, del cartero que busca una casa pero no la encuentra porque alguien le informa que “se la llevó la inundación” pero también, de un ciervo grácil que se le cruzó en un bosque en la frontera entre Francia y Bélgica mientras hacía una residencia artística). Además construye pequeñas semblanzas sobre la vida de Franz Kafka, Herman Hesse, Ray Bradbury, Irène Némirovsky o Simone Weil.

Almeida les da espesura a sus escritores amados con intervenciones que son como notas al pie, preguntas sobre esa vida y esa escritura que transforman la aparente distancia con la que los retrata. Las hijas de Némirovksy cruzando Europa durante el nazismo con un manuscrito que la madre asesinada en campos de concentración escribió en tiempo de descuento. Bradbury tipeando Fahrenheit 451 en máquinas de escribir alquiladas por monedas. Weil a los ocho años respondiendo a quien le pregunta por qué llora: “Yo no lloro. Rabio”.

También se detiene en Sébastien Japrisot, autor del Trampa para Cenicienta, uno de libros preferidos de Eugenia. Tras contar la historia de este autor de un policial perfecto publicado a comienzos de los 60 en París, Almeida se pregunta cuántas versiones de una historia es necesario escuchar para entender lo que ha pasado. Se refiere a algo menos tangencial que la pregunta sobre el punto de vista de una narración y más cercano a sus obsesiones personales. Así el abracadadabra aparece nuevamente: “Cada vez que no puedo escribir repito como un mantra el nombre de Japrisot”, confiesa. De hecho, ella es autora de tres novelas negras. En 2005 ganó el Premio Internacional Las Dos Orillas, en España, por su El colectivo. Además, La pieza del fondo, fue finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2011. Y La tensión del umbral, publicada en 2015, recibió en Francia el Premio Transfuge a la mejor novela hispánica.

En cada línea, el texto se inunda y se vacía sin previo aviso. No es que Almeida no quiera el lector que la acompañe: es que ella no teme que el lector haga su propio camino. Sabe que, para ser eficaz, el libro necesita de otro que también ponga el cuerpo. Pero ella puede demorarse, esperar a quien va llegando. Una vez establecido el acuerdo, es posible sumergirse, por ejemplo, en una inundación ocurrida en 2015 en la zona de Sierras Chicas, en las afueras de Córdoba, donde ella vive hace unos años. Esa entrada (la de la “I” de “Inundación”) es un relato de la cotidianidad quebrada, de la zozobra, de la gente en los techos sobre sus casas anegadas, de la radio que desde Buenos Aires ignora lo que pasa y se obstina con un partido de Boca. Así, la escritora demuestra que se dice lo que se piensa –el pensamiento también es político– aún en sobrias descripciones sobre el avance y retroceso del agua.

El efecto es parecido en “Lista”, una enumeración de 107 escritoras de diversos tiempos y geografías. De Marguerite Duras a Iris Murdoch. De Silvina Ocampo a María Moreno pasando por Vera Giaconi, Betina González y Sylvia Molloy. De Emily Dickinson a Diana Bellessi junto a poetas como Glauce Baldovin, Circe Maia y Marina Tsvetáyeva. Un párrafo escueto advierte: “Una pequeña lista, útil para las miles de ocasiones en que van a escuchar decir que las mujeres no se destacan en la literatura”.

Si se piensa en ensayos híbridos como éste, es imposible sustraerse de referencias como Escribir de Marguerite Duras o el largo y bellísimo poema con ese mismo nombre que escribió Chantal Maillard o las aguafuertes de Clarice Lispector reunidas en Revelación de un mundo. Inundación también mantiene una sintonía fina con El viaje inútil (Trans/escritura) de Camila Sosa Villada. Nada casualmente, el libro de Almeida y el de Sosa Villada forman parte de la colección “Escribir”, al cuidado de la editorial DocumentA/Escénicas. Libros hermosos por lo que dicen y también por su formato pequeño, delicado, orgánico.

Cuando los hombres escriben, la genealogía de la que vienen pareciera no importar. Por el contrario, las mujeres muchas veces eligen poner sobre el tapete a las que las enamoran y las anteceden como manera de situarse en un linaje que no fue silencioso sino que fue silenciado. Ellas escriben desde esa doble voz, que es la propia pero también, la de las escritoras que abrieron camino entre la espesura.

“Escribir lo que se hace. Escribir lo que se busca. Escribir lo que nunca va a encontrarse. Hasta el último gesto”, se empecina la autora. Porque Inundación no avanza como la trama de una narración. Más bien se queda en una zona, la excava, la circunda porque lo necesario aquí es estar, permanecer, aguardar. No es casual que ese gesto esté tan ligado a la poesía. Almeida es autora de un único libro de poemas, La boca de la tormenta, publicado en 2015. Si allí decía “Yo vengo a decir que permanezco en el silencio”, acá refrenda esa toma de posición. Y es que Inundación no es un texto que explore la escritura como resultado sino como búsqueda; es decir, “el pequeño ritual que me recuerda quién soy y al desplegarse dice que quizás aún no es tiempo de subirse al tren de la noche”. 



RADAR LIBROS
13 de octubre de 2019



lunes, 23 de diciembre de 2019

Campo del Cielo - Mariano Quirós




A la deriva

Gente que parece haber perdido el rumbo o no haber tenido nunca uno. Vagabundos en un paisaje poblado de tierra, con el calor castigando los cuerpos, con una enorme colección de piedras caídas del cielo. Meteoritos llegados hace miles de años dándole el perfil a este pueblo conocido como Campo del Cielo. 

Un taller mecánico. La ruta. Una estación de servicio. Un anfiteatro. Un hotel. Un centro de salud. Un ring de box. Puntos de una constelación. Un territorio “áspero, como violento y venido a menos”. Un enclave natural pero extrañado. Los de afuera viven esa geografía como tierra hostil. Deciden regresar antes de llegar o huyen desesperadamente en cuanto pueden. Un escenario para diez cuentos en los que algunos personajes reaparecen de historia en historia para construir el relato de un espacio, de un clima. 

“Mientras haya fuego habrá una historia que aguarda ser contada” dice la cita de Luis Sagasti que abre el nuevo libro de Mariano Quirós. Ese fuego brilla en la estrategia del escritor chaqueño: hablar de un lugar a través de la vida de las personas que lo habitan.

Padres, hijos, hermanos, matrimonios. Lazos de familia que se tensan hasta lo insoportable. Dos mellizos que parten a buscar a su madre. Un niño que se apasiona por los meteoritos y se convierte en lo que parece “un sabio idiota”. Un padre desolado ante un hijo al que considera raro. Policías que manejan el negocio de los autos robados. Un artista que desaparece. Una cantora que huye. Un boxeador que busca recibir el golpe que le permita ver otra vez la figura de un extraterrestre que parece “un patinador, un bailarín monstruoso y colorinche”.

La noticia del suicidio de un músico de rock y el recuerdo de un concierto frustrado. Un actor personificando un meteorito. Un hombre que disfruta con cada accidente que ofrece la ruta. Los turistas como una fauna que nadie soporta. Los indios y su mirada divergente, su otra historia, su otro modo. Un parque de veinte hectáreas y un cráter gigante donde se ha construido un anfiteatro. La Fiesta Provincial del Meteorito que se celebra cada septiembre. Los animales siempre presentes: los perros, los tatús, los burros que se juntan al costado de la ruta a comer el trigo que cae de los camiones.

Equívocos, confusiones, malentendidos. Lo extraño y lo enrarecido. Extraterrestres y chupacabras. El miedo a lo que no puede nombrarse o delimitar, como las “criaturas del monte” que espantan por su indefinición. Y el relato de cómo empezó todo. Cómo ciertos eventos generan mitos. Cómo las personas se ponen a buscar y “a medida que avanzan, hilvanan nuevas historias; estallidos de la imaginación que ofrecen, mucho más que respuestas, nuevos misterios.” 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en La Voz del Interior