Toulouse copada por la literatura de Buenos Aires y sus escritores
Autores porteños y franceses comparten entrevistas, debates y lecturas de obras escritas en las dos orillas.
Piñeiro, Salem y Berti en una clásica foto de Daniel Mordzinski |
Pongamos que uno dice “Samanta Schweblin”, que dice “Martín
Kohan”, “Andres Neuman” “Elsa Osorio”, “Damián Tabarovsky”, que dice “Alan
Pauls”, “Pablo De Santis”, “Pola Oloixarac”, “Laura Alcoba”, “Fernanda García
Lao”, “Eduardo Berti”, “Carlos Salem”, “Eugenia Almeida” “Ernesto Mallo”.
Pongamos que uno dice –y es decir– “Alberto Manguel”. Que dice “Claudia
Piñeiro” incluso. ¿Imagina un montón de gente esperando para escucharlos?
Pongamos, encima, que uno dice todos esos nombres, o cada uno de ellos en una
ciudad de provincia de otro país. Toulouse, pongamos. Que no es cualquier
ciudad, pero ya veremos. ¿Un festival de literatura con escritores argentinos
en Toulouse? Sí, este año la ciudad de Buenos Aires es la invitada de La
maratón de las palabras. Y las salas se les llenan a todos los arriba mencionados.
Como a los jujeños, a los tolosanos les da “el viento de la
locura” una vez por año. En Jujuy el viento del norte, en Toulouse el del sur,
en ambos el que trae el calor. Pero suele pasar, en mayo, así que debe ser amor
a la literatura lo que los hace sentarse a escuchar los debates, las
entrevistas y, sobre todo, a escuchar como algún actor o actriz lee la obra de
autores cercanos y lejanos. Franceses y argentinos en este caso. Pierre Arditi
quizás sea el más famoso de los lectores. Y entre las obras que se leyeron,
Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, Felices los felices, de Yasmina Reza, El
viajero del siglo, de Andrés Neuman.
Pero la estrella absoluta es Amelie Nothomb y nadie dejó de
verla ayer, cuando llegó a un almuerzo en que estaba todo-el-mundo vestida de
negro y con una especie de sombrero de novicia rebelde. Llegó, se sentó y a
otra cosa. ¿Una pose? “Es que ella sí está completamente loca” fue la frase con
que describió a la autora de Biografía del hambre un periodista y admirador.
Unas horas más tarde, la autora belga nacida en Japón habló en el auditorio de
Saint Pierre des Cuisines, un lugar que fue una Iglesia desde el siglo V. Dos
entrevistadores le preguntan por el sombrero. ¿Es la construcción de un
personaje? “Estoy muerta de miedo”, dice, tan ella misma como siempre. “En la
construcción de un personaje el sombrero es importante. Y soy supersticiosa.
Pero el sombrero es más que una superstición, es un casco. Es cierto que
protege”.
El festival está por toda la ciudad, en librerías, centros
culturales, auditorios. No lejos de donde habla Nothomb charlan los argentinos
Alan Pauls y Pola Oloixarac con el francés Patrick Deville, autor de Peste y
cólera (de pasó, acá está también el Hospital de la Grave , creado hacia el siglo
XII, y donde se dice nació Gardel). El presentador define la novela Las teorías
salvajes, de Oloixarac, como “comedia filosófica” y le comenta a Pauls, autor
de Historia del dinero lo parecidas que son en francés las palabras “argent”
(dinero) y “Argentine” (Argentina). Pauls es amable y no contesta que claro,
vienen del mismo lugar.
Los dos, Pauls y Oloixarac, pasaron meses en la residencia
para escritores de Saint Nazaire, al oeste de Francia. De eso hablarán, de su
relación con Francia. En idioma loca Pauls contará que, aunque Buenos Aires es
portuaria, “su” ciudad (vive en Palermo) siempre estuvo lejos del puerto. Y que
le resultaba una alucinación ver, en Saint Nazaire, cómo pasaban
transatlánticos por debajo de su balcón. Pero además, dijo, esos meses
cambiaron mi visión de la literatura”.
Oloixarac estaba acostumbrada a los puertos; su padre es
marino. Y escribir cruzando el Atlántico. Pero lo que le interesa, dijo, es
“cómo hacer la revolución hoy” cuando vivimos “en sociedad de la vigilancia”.
Unos minutos de subte–tren más lejos, en una librería,
Carlos Salem y Claudia Piñeiro respondieron preguntas del público. En el caso
de Piñeiro, sobre todo acerca de Las viudas de los jueves y de Betibú, pero
también de Elena sabe.
Un rato después, en el mismo lugar, Elsa Osorio, Eugenia
Almeida y Ernesto Mallo hablan sobre la dictadura. Es imposible un encuentro
con argentinos en el que no se hable de la dictadura, está metida en los
huesos, en los textos, en las pequeñísimas biografías de los participantes
donde hay varios exiliados entre los mayores, varios hijos del exilio entre los
jóvenes. Acá tampoco queda un lugar, Piñeiro se sienta en el piso. Abre Osorio,
autora de A veinte años, Luz, la historia de una chica que busca su identidad,
publicada en 1998. “Entonces había chicos que las abuelas habían encontrado,
pero todavía no se conocían chicos que buscaran su origen”, contó. Y que quiso
que la novela saliera en España, donde vivió entre 1993 y 2005. “En España”,
recordó el coordinador, “los franquistas también se apropiaron de chicos”. “En
España hubo un pacto de silencio”, cerró Osorio. “Pasaron años, años, años sin
hablar”.
Eugenia Almeida (1972), autora de El colectivo, dijo que escribió sobre la dictadura casi sin darse cuenta, (tenía 4 años cuando empezó). Y que hizo falta la democracia para ver qué más había afuera.
Eugenia Almeida (1972), autora de El colectivo, dijo que escribió sobre la dictadura casi sin darse cuenta, (tenía 4 años cuando empezó). Y que hizo falta la democracia para ver qué más había afuera.
“Pienso en la dictadura en términos personales”, contrastó
Mallo, que tenía casi 30 años cuando el comunicado número 1. “La historia de la
aguja en el pajar estuvo dando vueltas 25 años en mi cabeza, hasta que un día
el absceso se abrió y salió todo junto”.
En la estación de subte, para volver, suena “Taquito
militar”. En la plaza, a la noche, se baila tango. Buenos Aires está en
Toulouse y se nota. Y saca pecho por ahí Hernán Lombardi, ministro de Cultura porteño
y realizador de esta movida. Cuenta un pajarito que ahora planea llevar a
Arditi a Buenos Aires. Pero falta.
Patricia Kolesnicov
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