Todo parece, en primera instancia, el suicidio de una chica de 31 años en la puerta de un bar. Hasta que Martín Guyot, hombre que alguna vez tocó fondo, hoy periodista gráfico de redacción con acceso a información policial, empieza a husmear donde no debe. A partir de allí, las amenazas se convierten en accidentes, escenas armadas o, directamente, asesinatos. Las muertes se amontonan junto a los aprietes, silencios y turbios entramados. Medios de comunicación, policías, militares, servicios secretos y poder judicial pueden volverse un solo bloque porque el crimen no solo no paga, sino que es impune y prepotente. Más aún si esos poderes remiten a las tinieblas de los 70 y los 90.
Escrita en presente continuo, con un vértigo narrativo admirable y no sin altas dosis de poesía, La tensión del umbral es una novela que se ancla en el presente. Regulada por ese perfecto mecanismo de relojería que es todo buen policial, Eugenia Almeida construye una trama desde lo oculto, en el límite entre lo percibido y lo ignorado, ese umbral en el que viven los que no se resignan a no entender.
Hernán Carbonel
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