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viernes, 20 de noviembre de 2015

Comentario de Osvaldo Quiroga sobre "La tensión del umbral"




Fantasmas del poder 
en la nueva novela de Eugenia Almeida


No es un policial más “La tensión del umbral”, última novela de Eugenia Almeida. La maquinaria del poder aliada al crimen ocupa aquí el centro de la escena. Todo comienza con un suicidio en plena calle. ¿Pero es realmente un suicidio? La muchacha que se dispara a sí misma es Julia Montenegro. El hombre que se acercó a ella instantes antes de su muerte es Benteveo. El periodista que va a investigar esa muerte es Guyot, alguien que soportó el asesinato impune de su esposa y que pasó un tiempo internado en una clínica psiquiátrica. Él no acepta que se hable de “confuso episodio”. Los argentinos sabemos que esos eufemismos se utilizaron durante la última dictadura para asesinar a mansalva. 

También en “El colectivo”, la primera novela de Almeida, la autora mostraba las huellas que dejó la dictadura. Los hilos de la violencia sobreviven mucho tiempo después de transcurrida la época más traumática. Nada termina ni empieza de un día para el otro. 

En “La tensión del umbral” se acumulan los muertos: Romero, Bruzzetti, Frenkel, Jáuregui y Arresi. Pero lo más impresionante es el avance de lo siniestro. La forma que narra Blasco, el organizador de una banda de delincuentes integrada por policías, militares y civiles, sus “modus operandi” a una psicoanalista ya retirada, resulta espeluznante. 

Pero Eugenia Almeida, lejos de querer impactar al lector, lo que hace es sumergirlo en una atmósfera cada vez más enrarecida. Como en sus textos anteriores, una imagen se abre y pone en funcionamiento un mundo. Pero lejos de toda estridencia la escritura de esta admirable autora cordobesa se desliza como si le hablara al oído a cada lector. En sus procedimientos literarios el rumor marca también algunas de sus mejores páginas, como cuando hablan las vecinas del Barrio General Paz, donde vivía Julia, y le cuentan a Guyot aspectos insospechados de la joven muerta.

“La tensión del umbral” viene a recordarnos que el pasado nunca se convierte totalmente en pasado. Vive en el presente a través de la subjetividad de cada uno. La historia no se repite, pero perdura en la madeja de recuerdos de una sociedad. La apropiación de menores durante la dictadura, tema central en el presente narrativo de la novela, que transcurre en 2008, no sólo es una marca imposible de borrar, sino que regresa una y otra vez para cuestionar, incluso, a aquellos que miraron para otro lado en el medio de la tragedia. El problema de saber es que puede ser peligroso. Guyot es un poco ingenuo. Busca comprender aquello que suele tener un costado inasible, como el suicidio. Sin embargo intuye que las cosas no son lo que parecen. Y allí está su apuesta. Quizá minimiza los riesgos, o tal vez busca explicaciones para lo que a él le tocó vivir en carne propia.

Los diálogos son fundamentales en La tensión del umbral. El mayor acierto estilístico de su utilización es la verosimilitud que le da cada personaje a sus palabras. Como si la narradora no existiera o estuviera mirando la novela desde afuera. Las criaturas de Almeida crecen hablando, y allí se juega lo que dicen, lo que no dicen y cómo lo dicen. Hasta los peores seres humanos tienen palabras para justificar sus crímenes. Más aún quienes necesitan de falacias argumentativas para sentir que han obrado correctamente, o que el mundo es así y no se puede ir contra la corriente.

Otra distinción que puede hacerse frente a esta novela policial es la del tratamiento de la violencia. Nada ocurre de manera explícita y brutal. No hay páginas morbosas. Lo que se insinúa es más potente si se cuenta a través del rodeo, del medio tono o de la forma elíptica. Quienes vivimos la época de la dictadura sabemos lo que significaba el mero paso de un Falcón verde, o de un grupo de hombres armados de mirada aviesa. Escenas como esas nos dejaban paralizados. La violencia suele ser un hecho cotidiano. Más perceptible aun cuando apenas se nota.

Julia no hablaba mucho: “Y uno se da cuenta –escribe Almeida en su novela-, de que mientras va hablando el otro medio que ya se acomoda, ya se prepara para lo que va a decir. Y está bien. Pero Julia no. Era como si estuviera hecha para escuchar. Raro. Lindo, también. Porque uno estaba seguro de que ella estaba pensando en lo que oía y no en lo que iba a decir. Lindo, sí, no es que me queje. Digo eso, nomás, que no estábamos acostumbradas. Y eso nos sorprendía un poco. Mi hermana fue la primera que lo notó”. Prosa coloquial, íntima; prosa del susurro, del malentendido, de lo que se va construyendo frente al peso de la ausencia definitiva. Así escribe esta gran escritora cordobesa. 

Desde su primera novela, “El colectivo”, publicada también por Edhasa en 2009, pasando por “La pieza del fondo”, su segunda novela, finalista del Premio Rómulo Gallegos 2011, Eugenia Almeida ha sabido construir una voz propia. No hace falta decir que de eso se trata la literatura. Pero la suya es una voz que va de lo individual a lo social con asombrosa ductilidad. Sus personajes están atrapados por lo que saben y por lo que ni siquiera intuyen. En el sentido más profundo de la palabra, la literatura de Almeida es política. Sus textos muestran cómo los hechos del pasado moldean nuestras existencias. También indagan en cómo vivimos con una mochila en la que el horror fue moneda cotidiana, y de cómo ese horror regresa una y otra vez, como un fantasma que se resiste a desaparecer.

Osvaldo Quiroga

SLT (Suplemento Literario Telam)





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