La espera
“El río es memoria” dice Haroldo Conti desde la cita que abre la última novela de Débora Mundani. Esa frase marca el camino y pone en palabras el hueso de la historia. El río es un relato bello, crudo y melancólico que habla de la soledad, la espera, el deseo, los malentendidos y ese extraño archipiélago que llamamos “familia”.
Mundani monta un escenario perfecto y envolvente: un Paraná que provoca agobio y desolación a la vez. Las tres primeras páginas son tan escuetas, precisas y potentes que, al terminarlas, uno no puede imaginarse en otro lugar que en esa casilla donde un hombre acaba de descubrir que su madre ha muerto.
Un piso húmedo que cede con la lluvia; una casuarina que desprende su raíz y cae sobre el río; el agua que va mordiendo la tierra y tragándose los árboles; el mate en la mano, la mirada en movimiento. ¿Qué es adelante y qué es atrás en un paisaje arrasado por la inundación? ¿Qué elemento tomar como referencia si todo se mueve al compás de esa masa de agua que ocupa todo?
Una lancha, el motor tronando para poder navegar río arriba. Un arroyo llamado “Espera”. Una lluvia infinita. Una comadreja haciendo equilibrio en una isla de camalotes. La crecida y sus objetos; esa destrucción increíblemente vital que a veces impone el río. El hombre, Horacio, cumpliendo una promesa hecha a su madre.
Juan tiene 16 años. Busca trabajo. Termina embarcado con destino al yerbal. Al llegar, caminará siete horas bajo el sol, metiéndose en la selva y en la oscuridad de una esclavitud disfrazada de contrato. El ritmo inhumano, los latigazos, los engaños, las estafas. Tareferos atrapados en una maquinaria que los destroza.
Un hombre y un viejo, solos, sentados en el techo de un frigorífico, rodeados por el agua que tapa el pueblo. Dos en un casi silencio porque no es sencillo hablar cuando uno se ha convertido en río.
Historias que se cruzan en encuentros y desencuentros.
Alguien espera escapar y sobrevivir. Alguien espera que la lluvia amaine o que llegue el alba o que algo se amanse en la tormenta. Alguien espera que vengan a salvarlo. Alguien espera ver un rostro amado. Alguien espera no ser olvidado. Alguien espera honrar su promesa.
Todos en este Paraná esperan.
Todos saben que hay algo inmutable, urgente e imperioso en la paciencia.
Débora Mundani muestra con naturalidad las imágenes de la vejez, de la muerte, de la pérdida, del afecto, del sostén. Una serie de capítulos cortos van enlazando escenas con un ritmo marcado por el agua. No es sencillo explicarlo. En esta novela, el río aparece como un elemento del argumento pero también como algo nodal del estilo. En lo que se cuenta hay una cadencia que suena igual al agua que corre y golpea contra la orilla.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Número Cero
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