Surgido a partir de su película “Los niños” llega uno de los últimos libros escritos por Marguerite Duras.
¿De qué hablan los libros de Duras? Del lenguaje.
Siempre del lenguaje. Se dice, se calla, se ronda lo innombrable, se reconoce
que la palabra no alcanza, se sigue buscando, torpemente, un modo de acercarse
a los otros.
Tenía 76 años cuando escribió La
lluvia de verano, una novela poblada de niños que deambulan en un abandono
terrible, feroz y lleno de amor. Un amor turbio, sí. De esos amores sabe hablar
Duras.
Una casa, en un suburbio de París, habitada por
siete niños y sus padres. Adultos que recogen libros de la basura y se hunden,
apasionadamente, en la lectura de una biografía. Padres que roban en las
librerías de saldos, que beben hasta emborracharse, hasta perder el camino a
casa, una casa en la que esperan, en el cobertizo, siete hijos que son, cómo
decirlo, una presencia inquietante, unos extraños, un misterio, la fuente de
toda zozobra. “Con los hijos nunca se sabe”, dice la madre. Ella se llama Natacha
y Ginetta y Hanka y Eugenia y Emilia. ¿Hay algo más desestabilizador que no
tener un nombre propio? ¿Tener
demasiados equivale a no tener ninguno?
Todo es así en este libro de Duras. Todo es una
cosa pero también otra y posiblemente ninguna de las dos. Una novela que
funciona como un acertijo sin solución pero que, al mismo tiempo, transmite la
sensación de que uno ha entendido. ¿Qué? No es posible decirlo.
Una historia familiar. Inmigrantes que han
llegado a Francia y allí han ido quedando fuera del mercado de trabajo. Un niño
que descubre que sabe leer sin haber aprendido a hacerlo. Y que se niega a ir a
la escuela porque allí le enseñan “cosas que no sabe”. La historia de cómo ese
argumento va atravesando a sus padres, a su maestro, a sus hermanos, a toda
Francia. Una familia perforada de abandonos, miedos, silencios y
conversaciones. Un grupo de raros que relatan historias y se preguntan cosas
unos a otros y, finalmente, cuando llegan al límite, a la inutilidad evidente
de las palabras, se ríen. A carcajadas. Un mundo lleno de terrores y
desesperación pero también de aceptación y festejo. De risas. Un mundo hermoso
y terrible. Vivo.
Una historia de libros (robados, quemados,
perdidos y recuperados) y una historia de la lectura. Una historia –y no es de
extrañar- de dos hermanos que batallan, sucumben y atraviesan un amor pesado,
demasiado denso, demasiado profundo.
Marguerite Duras siempre renueva el placer de
leer. Con su prosa telegráfica, con la puesta en escena de diálogos perfectos,
con su especial modo de no decir, de rodear las cosas, de bordearlas con
palabras. Siempre luchando y dejándose vencer por el único amante, por el mejor
enemigo: el lenguaje.
Eugenia
Almeida
Publicado
en Ciudad X
Diciembre 2012
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