Un niño perdido en las calles de El Cairo. Una viuda y sus cinco hijos. Un
encuentro con una ex compañera de escuela y una oscuridad agazapada que vuelve
con toda violencia. Un actor enfermo que resiste a duras penas para estrenar
una obra de Shakespeare. Un remisero jubilado que se pone en contacto con su
prima de Polonia. Una niña que muere en su cuna, una pareja que se separa. Un
suicidio, una mentira, los modos de combatir la soledad. Los escenarios de la
infancia –una infancia lúcida y tremenda, desencantada–, las distancias, los
viajes. El pasado que vuelve, irrefrenable. Un pasado que puede ser secreto,
promesa, resentimiento, vergüenza o nostalgia.
Todos los cuentos están atravesados por lazos familiares. Quizás porque,
como queda evidenciado en estas historias, la familia es terreno fértil para los
espectros y los fantasmas.
En dos de las historias se produce la escena de una persona que necesita
hablar, sin importarle que quien la escucha no entienda su idioma. Y quien
escucha sin entender permanece ahí, completa e intensamente, sabiendo que lo
que se dice no necesariamente es lo central, sabiendo que lo que sostiene el
mundo son los gestos de querer hablar y querer escuchar, que hay miles de
formas de entenderse y decir lo único importante: “estoy aquí”.
Una prosa precisa y poética para hablar del mundo de lo cotidiano y de cómo
las certezas están llenas de fisuras que pueden abrirse en cualquier momento.
Vlady Kociancich es una de las escritoras más potentes de la literatura
argentina. Su habilidad para recrear climas y escenarios es envidiable. Un bazar
en Egipto, un caserón en Banfield, un hotel en Bali, una cancha de fútbol
iluminada por las luces de un patrullero. Todo se despliega ante los ojos y
envuelve.
Eugenia
Almeida
Publicado
en Ciudad X
Septiembre 2013
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