En el Instituto Deutsch acaban de descubrir el cadáver de Eva Neidorf, una figura mítica en el ambiente psicoanalítico de Jerusalem. La doctora debía pronunciar una conferencia sobre los límites éticos en su disciplina. Ahora está en un sillón, con un balazo en la sien. La pistola y todos sus papeles han desaparecido.
Quien conduce la investigación es el inspector Michael Ohayon, un hombre de 38 años que ingresó a la policía por razones económicas, abandonando una carrera académica como historiador. Algo en su formación renace al contacto con ese extraño escenario que es el Instituto Psicoanalítico: un ambiente con claros ecos de la Edad Media; un espacio cerrado e híper ritualizado donde la endogamia es la ley, donde se le da un sentido casi religioso a la pertenencia, donde se exige un lento, farragoso y exclusivo proceso de formación.
La historia –un policial clásico– plantea muchas preguntas. ¿Qué clase de intimidad se construye en una sesión psicoanalítica? ¿Cuánto se parece un detective a un psicoanalista? ¿Acaso un policía puede guiarse con la herramienta de la asociación libre? ¿Un analista tiene derecho a convertirse en detective de un relato que se le ofrece en confidencia? ¿Qué es un secreto? ¿Cuándo estamos obligados a develarlo?
Parte del trabajo de un buen analista es no interpretar, no forzar lo que se ve sino, por el contrario, permanecer inmóvil, en blanco, hasta que las cosas develen su forma; una forma que siempre será dinámica, confusa, apenas vislumbrada. Con ese estilo trabaja el inspector Ohayon.
La novela transcurre en Jerusalem y no es un dato menor. Las tensiones, el clima, el paisaje de esa ciudad atraviesan la historia a cada paso. El asesinato del sábado por la mañana tiene la virtud de resaltar situaciones que, lamentablemente, siguen vigentes en Israel. Las persecuciones, los guetos, la discriminación, la opresión. Cuando la policía interroga a un jardinero árabe, el hombre se comporta con la resignación de quien sabe que pueden “arrestarlo por cualquier cosa”.
Batya Gur nació en Tel Aviv en 1947. Descendiente de una familia polaca que sobrevivió al Holocausto, siempre estuvo atenta a que su propio país no repitiera los horrores que había sufrido su pueblo. Hasta su muerte, en 2005, la novelista defendió la idea de un Israel laico, progresista y pacífico y fue reconocida por muchos intelectuales palestinos como una aliada en el trabajo por la paz. En diversas oportunidades criticó explícitamente ciertas políticas del gobierno. En 2003 fue detenida por intervenir frente a tres jóvenes militares israelíes que acosaban a un anciano palestino. Sus declaraciones para explicar porqué había decidido actuar así fueron contundentes: “No quiero sentirme como un alemán que miraba para otro lado cuando los nazis maltrataban a los judíos en la calle.” En cierto modo, sus novelas de misterio también siguen esa línea. Gur solía resaltar el carácter subversivo de la novela policial señalando que este género “saca a flote lo oculto y demuestra que la sociedad y las personas no son lo que parecen”.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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