Rita Lavenza es pianista. A los seis años ingresó al Conservatorio, acorralada por el mandato de de su madre: especializarse en tocar una sola pieza, el Nocturno en Mi bemol de Chopin. Esa melodía se convierte para Rita en su único reto, su comida cotidiana y, con el tiempo, su tormento. El día de su boda sufre un rapto de pánico escénico, un instante que se vuelve “la madre de la equivocación”, el fantasma que va a destruirlo todo. Será una pianista que ya no toca, una mujer absorta ante una nota en el pentagrama, una mancha transformada en el abismo a partir del cual es imposible seguir. Vendrá la desesperación y los infiernos en los que puede desembocar.
Su esposo, el profesor en Ciencias Eléctricas Elmer Dus, acompaña como puede esa zozobra. La mayor parte del día está encerrado en su escritorio frente a su propio desafío: construir un robot, una mujer mecánica a la que llamará Radiana.
La historia se puebla con otros personajes, hombres y mujeres que sueñan con alcanzar algo que, en la mayoría de los casos, se les escapa. Un cocinero despedido que busca un nuevo trabajo; una mucama enamorada; una aristócrata conocida como mecenas; un médico forense especializado en huesos; un inventor que comercia con objetos de resultados mágicos; un hombre que juega de un modo perverso con la concepción del tiempo.
Hay algo inquietante y encantador en este libro: un ambiente cargado y turbio que recuerda los mejores relatos de Silvina Ocampo. Un clima de fragilidad, de tormenta a punto de desencadenarse, de sorpresas escalofriantes, de un sufrimiento nervioso y callado que transitan sus personajes. La novela cierra en el punto exacto en el que comenzó, dejando en evidencia que la vida y su relato suelen ser más complejos de lo que pensamos.
“La ciencia siempre va un paso delante de la sociedad y la sociedad se demora en entenderla”, dice uno de los personajes. En esa frase habitan los monstruos de la razón. Pero no se trata sólo de ciencia. El libro también aborda el tema del doble, los duplicados, las transformaciones, los espejos. Parte de la historia fue escrita durante una residencia artística que Cross realizó en un castillo italiano. La idea central había surgido en la librería de un museo, cuando la escritora quedó impactada por una fotografía que mostraba una especie de robot y su creador.
Radiana tiene un trabajo con el lenguaje que a primera vista parece sencillo –no hay nada que detenga en ese discurso que fluye– pero que, al mismo tiempo, revela a una artista que ha cuidado hasta el último detalle.
Esther Cross nació en Buenos Aires en 1961. Es licenciada en Psicología, una profesión que ejerció por un tiempo antes de dedicarse completamente a la escritura. Gracias a la beca Fullbright-Fondo Nacional de las Artes estudió cine en Nueva York durante un año. Esa formación se transparenta en sus escritos cuando uno siente, súbitamente, que está frente a una escena que se despliega y nos envuelve.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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