Los ojos del ciego
¿Cómo nombrar lo que se resiste a ser puesto en palabras? Esta extraña novela entabla un desafío con el lenguaje; una técnica detallista, obsesiva, minuciosa que trata de decir lo indecible. Estructurada en capítulos breves, la historia expone la imperceptible simultaneidad con la que suceden las cosas.
Una tragedia familiar. Un hermano ahogado. Un cadáver en una bolsa, cargado en la parte de atrás de un carro. El juego de cruzar el río tirándose agarrados a una liana. Un nombre que retumba en el silencio. Una carta escondida. La soledad. Una gallina que sigue sacudiéndose después de haber perdido la cabeza. Alguien que grita “el inteligible nombre del otro hermano desaparecido”. La nieve, el barro, los animales, el fuego, el cañaveral. Lo que se dice y lo que se calla. Un escenario brumoso donde se mezclan –se obturan, se potencian– pensamientos, gestos y palabras.
Un hombre ciego que trata de darle nombre a cada uno de los ruidos que escucha. Alguien que va reconstruyendo el mundo usando el lenguaje como un bastón blanco: golpea, toca, roza las cosas para descubrirlas a través del sonido y la vibración. Las palabras se vuelven, entonces, los ojos del que no ve.
Hay en todo el relato el deseo insistente de encontrar las palabras precisas. Como si el narrador buscara ser testigo del mundo y, ante la imposibilidad de nombrar lo que provoca la muerte, se empeñara en desmenuzar lo descriptible: el rompecabezas cotidiano.
Peter Handke nació en Viena en 1942. Es narrador, novelista, poeta, dramaturgo, ensayista y cineasta. Algunos de sus trabajos en cine fueron colaboraciones con el director Wim Wenders. Juntos filmaron, entre otras películas, la bellísima “Las alas del deseo”.
En la década de 1990 Handke tomó una posición poco ortodoxa en relación a la guerra de Yugoslavia. Se opuso a los bombardeos de la OTAN sobre Belgrado, denunciando que se trataba de “un nuevo Auschwitz”. Esto se leyó como un apoyo absoluto a la matanza que se estaba llevando a cabo. Sus opiniones (en algunos casos tergiversadas) fueron utilizadas para cuestionar su obra. En 2006, cuando se le concedió el premio Heine, hubo un escándalo promovido por personas que se sintieron ofendidas por ese reconocimiento. Aunque el alcalde de la ciudad que entregaba el premio insistió en que se trataba de una “caza de brujas” y muchos artistas defendieron a Handke, el premio fue declarado desierto. Parte del jurado renunció cuando el fallo no fue respetado.
En 2007 la Comédie Française suspendió la representación de una obra del escritor austríaco. Esa decisión fue considerada un acto de censura por artistas como Patrick Modiano, Michael Haneke y Emir Kusturica. El autor reaccionó diciendo que jamás había negado, minimizado o aprobado la matanza en Yugoslavia.
La figura de Handke nos permite reflexionar sobre las relaciones entre literatura y política y preguntarnos hasta qué punto cuestionar la obra de un autor por sus posiciones políticas (por más espantosas que fueran) no nos convierte en una sociedad intolerante.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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