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lunes, 6 de octubre de 2014

Laura - Vera Caspary






Un cadáver con la cara destrozada. Una bala de escopeta ha destruido la imagen de una mujer singular para su época: independiente, autónoma, exitosa. 

Waldo Lydecker está tratando de escribir un epitafio para Laura Hunt, su protegida, cuando recibe la visita de la policía. El teniente McPherson sabe descubrir aquellos detalles que pueden decir algo sobre lo que los rodea. Una botella de whisky, una mucama que trata de proteger la reputación de su jefa, dos vasos usados, un retrato. Cada personaje tiene su secreto. El clima de sospecha es absoluto. Como dice Lydecker: “Todos somos gangsters de cierta manera. Todos tenemos nuestros compinches y nuestros enemigos jurados, nuestros amigos y nuestros adversarios. Todos tenemos nuestro pasado que ocultar y nuestro futuro que proteger.”

Desde las primeras páginas, la novela se centra en los diálogos. En lo que dicen los personajes y en lo que esas palabras revelan de las costumbres sociales de la época. Todos parecen estar aceptando y desafiando lo que se espera de ellos. Hay un crimen y una investigación. Pero de lo que realmente habla esta historia es de los prejuicios, de los asfixiantes roles de género, de los lugares comunes asignados a cada clase social. Publicada originalmente en 1943, Laura es mucho más que una novela policial. 

Vera Caspary nació en Estados Unidos en 1899. Cuando su padre murió, decidió trabajar para mantener a su madre. Cada uno de los pequeños trabajos que consiguió tenía relación con la escritura. Entre otras cosas, redactó los apuntes para diversos cursos por correspondencia en los que se enseñaba a bailar o a aplicar tratamientos de belleza. A veces conseguía breves respiros económicos que le permitían encerrase a hacer lo que realmente quería: escribir ficción. 

Hubo un momento en que Caspary se sintió cercana al Socialismo. La invitaron a afiliarse al Partido Comunista y aceptó. Quería visitar Rusia para ver cómo vivía la gente en un mundo que algunos diarios describían como el paraíso y otros denunciaban como el infierno. Cuando en 1939 pudo hacer ese viaje quedó desilusionada. Encontró una gran diferencia entre las ideas que apoyaba y su aplicación práctica. 
El pacto entre Hitler y Stalin fue el golpe definitivo a su lazo con el comunismo. 
Quizás no estaba hecha para pertenecer a un partido (una estructura demasiado rígida para su modo de ser) pero encontró otros caminos: participó en la Liga Anti Nazi de Hollywood y reunió fondos para ayudar a escritores refugiados.  

La Comisión de Actividades Antinorteamericanas (El Gran Hermano encargado de perseguir a todo aquel sospechado de simpatizar con la izquierda) tenía especial interés en Hollywood. La estrategia utilizada fue espantosa y efectiva: si uno acusaba a alguien, inmediatamente era considerado un aliado del gobierno. Caspary ya trabajaba regularmente en el mundo del cine. Alguien sacó a relucir los lazos que había tenido con el Partido Comunista y su nombre fue incluido en la lista de aquellos que debían delatar para salvarse. Caspary prefirió abandonar los Estados Unidos. 

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X




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