Publicar un libro es azaroso, siempre. Puede depender del lugar, de la situación económica, de las políticas editoriales, de la capacidad de insistencia, de tener el dinero para pagar la edición, de ser “descubierto”. Quizás podemos poner en tensión la costumbre de asociar, directamente, la obra de un autor con los textos que ha publicado. ¿Dónde está el verdadero trabajo de creación literaria? ¿En el manuscrito o en el libro? ¿El libro como objeto no es acaso otra creación, mucho más colectiva, que involucra a editores, diseñadores, diagramadores, correctores, ilustradores y traductores?
Esta confusión genera una frontera extraña: de un lado, los escritores que han publicado; del otro, los que no. Y en algunos ambientes se niega el reconocimiento de escritores a éstos últimos. ¿Por qué? Escribir es una actividad. Tiene un resultado. No siempre ese resultado es un libro.
Ante alguien que dice ser escritor, suele aparecer una pregunta: ¿Qué publicaste? Lo lógico sería preguntar: ¿qué escribiste? No conozco el mundo de los pintores pero me parece poco probable que para conocer la obra de un artista se le pregunte ¿Qué vendiste?
¿Qué nos convierte en escritores? ¿Haber publicado? ¿Ganar premios? ¿Que nuestros libros se estudien en la universidad? ¿Que nos inviten a congresos? ¿Salir en las revistas culturales?
Alguien que escribe, que dedica un tiempo sostenido a lo largo de su vida a trabajar –o a jugar– con las palabras, con la intención de crear mundos ¿no es un escritor?
La frontera mencionada tiene también otras versiones: diferenciar a quien pagó su edición de quien publicó a través de una editorial que compró los derechos de ese trabajo. Los fanáticos de la frontera suelen decir que quien pagó para ser editado no es un verdadero escritor. Se dice así, por lo bajo, como una pequeña clave entre conocedores: “pero... es una edición de autor”. Se olvida, quizás, que Marguerite Yourcenar publicó su primer libro de ese modo.
Por supuesto, no estoy negando que escribir es un trabajo y que debe ser remunerado justamente. El libro como objeto es una mercancía que debería generar ganancias a todos los involucrados en su producción. Entre ellos, el escritor. Lo que estoy diciendo pertenece a otra esfera: la de reconocernos, unos a otros, nuestro hacer en el mundo más allá de los espejismos del mercado. La de recordarnos que, en algún momento, todos los escritores que admiramos fueron inéditos.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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