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jueves, 5 de febrero de 2015

El hombre que miraba pasar los trenes








¿Quién es capaz de escribir cuatrocientos libros? ¿Quién aceptaría la propuesta de escribir una novela en 72 horas, a la vista del público, colgado de una caja de cristal frente al Moulin Rouge? ¿Quién entrevistó a Trotski en una isla de Turquía? ¿Quién tiene la espalda para escuchar que su madre, agonizando, responde a su visita preguntándole “¿para qué viniste”? ¿Quién recibe una llamada telefónica en la que le avisan que su hija acaba de pegarse un tiro en el pecho? ¿Quién escribió, una y otra vez, sobre el vértigo de “irse hacia la nada”?

Georges Simenon fue un hombre extraño. Un chico, belga, que a los 16 años entró a trabajar en un diario, recorriendo las calles para cubrir noticias policiales. Y que, desde entonces, vivió  obsesionado por la idea de relatar qué sucede cuando una persona es llevada a su límite.

Nació y murió en ese momento turbio en que un día se transforma en otro. La medianoche, las horas imprecisas. ¿Qué significa el cambio? ¿Cuánto lo hemos deseado? ¿Cuánto podremos tolerarlo? ¿Cómo detenernos? Ese abismo, esas preguntas, aparecen entretejidas en historias que uno no puede dejar de leer. Pequeñas vidas estallando en su cotidianeidad. Una olla de comida, el alcohol, la lluvia sobre el asfalto, el humo de una pipa trepando hasta la luz de un despacho. Un gesto imprevisto, casi invisible, va a trastocar el mundo. Una grieta se abre. Y es irreparable.

Durante años, los libros de Georges Simenon fueron considerados “romans de gare”, lo que hoy suele llamarse “libros de aeropuerto”. Sin embargo, André Gide dijo que era el máximo novelista francés de su época.

Muchas de sus novelas son protagonizadas por Maigret. Un comisario de la Policía Judicial francesa cuyo objetivo (tan a contrapelo de las fuerzas del orden) es comprender. Alcanzar una comprensión que no cierra, no tranquiliza, no serena. La densa comprensión de la complejidad humana. Sin embargo, es en las novelas en las que el inspector no aparece donde Simenon despliega una profundidad tan certera que lastima.

Alguna vez dijo “Nunca escribiré una gran novela. Mi gran novela es un mosaico armado con todas mis pequeñas novelas”. Ese mosaico perfecto puede ser recorrido al azar. En todas las librerías de usados de Córdoba hay algún título de Simenon. Si pueden elegir, busquen El hombre que miraba pasar los trenes.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X


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