¿Qué es
lo que guardan las palabras? ¿Cómo el mismo dibujo sobre el papel, el mismo
sonido flotando en el aire puede producir estados tan diferentes? ¿Qué
significan esas sustitutas creadas para nombrar? ¿De dónde viene esa cadena de
asociaciones que arrastra cada palabra, locomotora extraña que trae ecos,
imágenes, perfumes, tensiones, recuerdos, sueños? ¿Cuál es el secreto de estos
signos que comprimen un universo y que, al ser pronunciados, se expanden
salvajes e incontrolables?
Dice Ida
Vitale que siempre estamos buscando el modo de organizar el caos del mundo. Y
que entre los sistemas clasificatorios, el alfabético es el más inocente. Y
luego comienza a jugar, eligiendo aquellas palabras que construyen su propia
constelación de afinidades, escribiendo sobre el espacio que las rodea. Como
resultado de ese juego llega este libro, un diccionario hermosamente inútil que
no explica nada pero abre puertas, iluminando.
La
primera palabra que propone la escritora uruguaya no es casual: “Abracadabra”,
la clave que permite que la magia sea. Luego vendrá un recorrido que para el
lector es azaroso: ¿por qué el paso de “Fantasma” a “Fuego”?, ¿cuántas cosas
por decir quedan en ese salto? La invitación es a sumergirse en el mundo
personal de Ida Vitale, en la vida de esas palabras y en las relaciones que
proponen cuando sus sentidos se desplazan y, de una asociación imprevista,
surge la risa, el alivio o el asombro.
Allí
aparecerán los gestos de la infancia, los cambios que el paso del tiempo
produce en una fotografía, los recuerdos de familia, las lecturas, los
escritores, las casualidades, la belleza de los diccionarios, la pintura, la
biblioteca, las clases de música, los animales –avestruces, gatos, gorriones,
grillos, grajos, ardillas, jirafas, zarigüeyas, mamboretás–, las plantas, los
árboles y las flores. Pero
también los nombres propios y las historias en Montevideo, París, Buenos Aires,
Austin, México y Sicilia. Un pintor que cambia sus cuadros por café con leche y
medialunas; la barca imaginada para combatir el insomnio; un zeppelin visto
desde la azotea de niña, sacada de la cama por un tío silencioso y deslumbrado.
Dice Vitale: “Que algún dios, no importa si errado, abra, día tras día, la
puerta del entusiasmo.”
Las
entradas sirven de excusa, cómo si la autora fuera un topógrafo que mide y va
posando su instrumento a diferentes distancias, en diferentes direcciones,
sobre diferentes superficies para luego poder describir ese mundo tan diverso.
Y esa descripción viene en narraciones, poemas, crónicas, memorias y mínimos
ensayos. ¿A qué género pertenece este libro? Hay que ir más allá de eso para
apreciar una voz con sus diferentes matices, una voz que elige dejarse resbalar
de una cosa a la otra en un vagabundeo liberador.
Uno
siente la tentación de sentarse y escribir su propio léxico de afinidades, su
pequeña colección de palabras claves, las que dicen quiénes somos. Y ese deseo
de escribir (o al menos de dejarse estar, así, con esos sonidos en la boca)
seguramente es el mejor regalo de Vitale, a quien imaginamos sintiendo ese
mismo sobresalto ante cada una de las palabras incluidas en este hermoso libro.
Ida
Vitale nació en Montevideo en 1924. Poeta, traductora y crítica, formó parte
del equipo de redacción de prestigiosas revistas literarias. En 1973, a causa
de la dictadura uruguaya, tuvo que exiliarse –primero en México y luego en los
Estados Unidos–. Aunque la autora desconfía del concepto de “generación
literaria” suele incluírsela en la generación del ´45, junto a Onetti,
Benedetti y Vilarino. “Léxico de afinidades” fue publicado por primera vez en
1994.
Eugenia
Almeida
Publicado
originalmente en Ciudad X
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