Obreros de la destrucción
“Las
buenas personas”, de Nir Baram, es la primera novela israelí que aborda la
Segunda Guerra Mundial sin centrarse en el Holocausto.
Berlín, 1938. Thomas Heiselberg
trabaja para una empresa norteamericana. La ambición, la construcción de una
carrera, es quizás el único motor de su vida. Cuando pierda ese puesto, aceptará
colaborar con el régimen nazi desde un lugar que lo convierte en cómplice de la
matanza. Un intelectual, un oficinista, un burócrata. Un “estudioso” que escribe
un largo informe sobre la identidad polaca.
Leningrado, 1938. Aleksandra
Weissberg escucha las charlas que tienen sus padres con un grupo de amigos. La
subleva la quietud de esa gente, la ingenuidad con respecto a lo que implican
esas conversaciones. La joven judía piensa que no van a tardar en detenerlos a
todos. Sabe que la familia está en riesgo y decide actuar para salvar a sus
hermanos. Se convierte ella en delatora, convencida de que así disminuirá los
daños. Entrega unos poemas heréticos a un antiguo novio que trabaja para la policía
secreta. Todavía no sabe que, con ese gesto, acaba de entrar en la maquinaria
que se ocupa de las purgas en la Unión soviética.
Aleksandra y Thomas se
encontrarán en 1941. Quizás cada uno funcione como un espejo insoportable para
el otro. Son los que “nunca han tenido sangre en las manos”, los que han
“provocado la muerte de manera indirecta, con órdenes, escribiendo papeles que
pasaban de mano en mano sin que sus ojos ya los vieran hasta enviar a otros a
la muerte.”
El contexto histórico
se va desarrollando sin ser explicitado. Simplemente se ve su efecto sobre la
vida de las personas. Una antigua empleada judía vuelve a visitar a su jefa y
es asesinada por las SS. Un amigo de infancia convertido en un perro que ejecuta
con euforia las órdenes nazis. Una psicoanalista judía desesperada por
conseguir un papel que le permita salir de Alemania. Los cristales rotos. Interrogatorios.
Una joven que se va especializando en conducir las confesiones de los
detenidos. Presos ansiosos por declarar cualquier cosa con tal de salvar la
vida. El racismo, la persecución, la sospecha, el miedo a la delación, las
supuestas redenciones. Las patrullas de asesinos recorriendo Alemania y
Polonia. Leningrado convertida en una ciudad en la que todos reconocen el ruido
de las furgonetas de la policía secreta. Los alcahuetes asomados a las ventanas.
Todos desconfían. La paranoia se vuelve una forma de lucidez.
Una y otra vez la
historia hace referencia a un mundo que ha cambiado para siempre, a gente que
se aferra –terca o desesperadamente– a algo que ya no existe. Lo que más estremece
en Las buenas personas es lo que piensan
sus protagonistas. Cómo se explican sus propios actos. No se trata aquí de los
estereotipos que se han ido construyendo en la literatura sobre la Segunda
Guerra Mundial. El relato no se centra en un nazi desbocado que se solaza en la
tortura. Ni en un judío cuyo único rol posible es el de víctima. La novela se
ocupa de algo mucho más incómodo: las personas “comunes” que, de algún modo,
colaboraron con regímenes totalitarios (el de Hitler, el de Stalin), diciéndose
a sí mismos que en realidad estaban al margen o que no tenían otra posibilidad.
De esa masa de obreros de la destrucción también está hecha la historia. Y
quizás ese sea el verdadero sostén de una dictadura.
Con este abordaje,
sería fácil pensar en un libro plagado de lecciones morales. Sin embargo el
autor no juzga a sus personajes. Simplemente los muestra. Y eso se vuelve mucho
más inquietante para el lector. Están ahí. Son como tanta otra gente. Quizás,
incluso, como nosotros. Y han tomado decisiones espantosas. Y se cuentan a sí
mismos historias para enmarcar y justificar esas decisiones.
Las buenas personas habla
del efecto que tienen nuestros actos sobre el mundo y de las ficciones que
construimos para no aceptar esa responsabilidad. Publicada originalmente en
2010, es considerada la primera novela israelí
que aborda la Segunda Guerra Mundial sin centrarse en el Holocausto.
Nir Baram nació en
Jerusalén en 1976. Tenía 19 años cuando su madre murió de cáncer. Sumido en una
casa silenciosa, con los temores que trae la muerte, decidió empezar a escribir
un diario. Ese ejercicio de supervivencia poco a poco se fue convirtiendo en
algo central en su vida. A los 22 años publicó su primera novela. En 2010 ganó
el Premio Prime Minister de Literatura Hebrea.
Editor, periodista y
escritor, Baram ha sido muy cuestionado en su país por sus opiniones políticas.
En más de una ocasión ha declarado que se opone a la ocupación de Palestina y a
cualquier tipo de muro que convierta a Israel en un “gueto judío”. Es un activo
militante de Ramallah Tel Aviv Iniciative, un grupo de israelíes y palestinos
que proponen un modelo de “dos estados sin separación, con total libertad de
movimiento.”
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
qué interesante Eugenia, gracias por tus esclarecedores comentarios... otro abordaje sobre la banalidad del mal, esta vez de parte de los "ciudadanos de a pie"... perturbadora cuestión que actualiza la pregunta sobre los límites de la propia ética en situaciones de extrema supervivencia. Un abrazo. Andrea Guiu
ResponderEliminarGracias Andrea. Un muy buen libro. Habrá que buscar otros de Nir Baram.
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