Esto no es una novela
En
“Underground” el escritor japonés Haruki Murakami aborda con herramientas periodísticas
los atentados con gas sarín en el subterráneo de Tokio.
Es la mañana del lunes
veinte de marzo de 1995. Una mujer demora en salir de su casa. Tiene un mal
presentimiento. El fantasma de su abuelo se ha puesto a caminar en círculos
creando una especie de cerca a su alrededor, como si quisiera decirle que es
mejor quedarse. Aun así, decide salir. Un rato después cinco miembros de la
secta religiosa Aum liberan gas sarín en diferentes vagones del subterráneo de
Tokio. Lo que se ve puede describirse como un infierno. Cientos de personas
derrumbándose. La pérdida de visión, el aturdimiento, las náuseas, la fiebre,
las jaquecas, el sudor frío, los temblores, la dificultad para respirar. Doce
muertos y cinco mil afectados.
Un empleado ferroviario
ve morir a su compañero. El chofer de un canal de televisión decide cargar en
su furgoneta a algunas de las víctimas. En la puerta de los hospitales hay
gente informando que ya no queda lugar disponible. Se supera toda capacidad de
respuesta. Las ambulancias no alcanzan, los médicos no saben qué tratamiento
aplicar, la policía está desorientada, hay miles de personas buscando ser
atendidas.
El escritor japonés Haruki
Murakami abandona la ficción para ocuparse de los atentados de Tokio. Meses
después de lo sucedido comienza a entrevistar a personas afectadas por el gas
sarín. Busca “entender Japón a un nivel más profundo”. Una vez obtenidos esos
testimonios su intervención es mínima. Lo que encontramos es la voz de las
víctimas. Empleados, vendedores, militares, comerciantes, jubilados, imprenteros,
electricistas, contadores, científicos, una profesora, un chico que va al
colegio. Hombres y mujeres entre los 15 y los 65 años. Gente que sufre una doble violencia: la de los atentados y la
posterior incomprensión de la sociedad.
A esos testimonios se
agregan entrevistas a un psicólogo que atiende los efectos del estrés post
traumático, un abogado que intentó advertir a la policía la inminencia del
atentado, familiares de víctimas que no pueden comunicarse o que han fallecido
y un médico con experiencia en gas sarín que se ocupó de llamar personalmente a
todos los hospitales que recibían a los afectados.
El libro, publicado
en Japón en 1997, lleva el subtítulo “El atentado con gas sarín en el metro de
Tokio y la psicología japonesa”. Más allá de lo que analiza Murakami en el epílogo,
leyendo lo que dicen las víctimas uno logra hacerse una imagen de la sociedad
japonesa. Ciertas cosas se repiten, se dan por sentadas, se consideran
naturales. En un país donde el desorden es visto como una falta, muchos
transeúntes no ayudaron a las víctimas creyendo que se trataba de borrachos. La
pregunta que parecen haber tenido en mente es “¿qué tiene que ver esto
conmigo?”. Uno de los entrevistados detalla: “Alguien agoniza tirado en medio
de la calle y nadie dice nada. Sólo te esquivan.” Algunos de los afectados por
el gas se preocupaban por la vergüenza de vomitar delante de otros. La
corrección llevada a un extremo que violenta las necesidades del cuerpo. El
deseo de no hacerse notar; todos obedeciendo ese antiguo refrán que dice que el
clavo que sobresale es el que recibe el martillazo.
El temor de exponer
lo que se consideran “debilidades” hizo que muchas personas creyeran que lo que
les estaba pasando era algo individual (“debo haber dormido poco”, “me he
resfriado”). Por eso demoraron en reaccionar y pedir ayuda. Una ayuda que, por
otra parte, tardó mucho en llegar porque los sistemas de emergencia colapsaron.
¿Cómo funciona la mente de una persona que ve a otros desmayarse y empieza a descomponerse
pero no puede poner en relación ambos hechos? ¿Qué dice eso de la sociedad en
la que vive?
La principal
preocupación de la mayoría de los entrevistados fue llamar al trabajo y avisar
que estaban demorados. Aún en ese escenario dantesco, hubo muchos que buscaron
un teléfono público. Uno de ellos llegó a decir: “Ha habido un ataque
terrorista. Llegaré tarde.”
Justamente estas
características de lo que Murakami llama la “psicología japonesa” pueden servir
como herramienta para comprender cómo y por qué surgió en ese país una secta
como Aum. El escritor alerta sobre los riesgos de analizar los hechos en base a
una distinción dicotómica entre “nosotros” y “ellos”. Ese “ellos” que provoca
horror (la secta Aum) surgió de ese “nosotros” que es la sociedad japonesa para
el autor.
La segunda parte de
este trabajo (“El lugar que nos prometieron”) es en realidad un libro que Murakami
publicó un año después de Underground.
Allí se presentan entrevistas a ocho personas relacionadas de diversos modos
con la secta Aum. Entre ellos hay miembros activos y gente que se alejó del
grupo por tener una visión crítica. Es un buen complemento de la primera parte
y ayuda a abordar el tema de los atentados con mayor complejidad.
Eugenia Almeida
Publicado originlamente en Ciudad X
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