La muerte de los otros
Sería injusto no decirlo enseguida: La boca de la tormenta es un libro impresionante, un largo poema en versos y en prosa que sostiene su intensidad desde la primera hasta la última palabra y que parece escrito, como quería Mallarmé, no sólo para dialogar con los hombres sino también con las constelaciones.
Eugenia Almeida es conocida por sus novelas, El colectivo y La pieza del fondo, y este poema tiene también algunos componentes narrativos, pero su organización no obedece a la estrategia del desarrollo de un relato sino a la de un monólogo interior que se expande por la necesidad o la desesperación de nombrar las cosas: “Ser ahora la mancha en el agua. Esa gota. Buscar la palabra. Imposible. Dejar que el mundo se dé vuelta hasta que ofrezca el nombre. Esto. Está aquí. La estoy viendo girar. Es eso. Lo que está ahí”.
El fragmento inicial de La boca de la tormenta podría ser comparado con aquella escena inaugural de la filosofía moderna en la que Descartes se queda sólo con la evidencia del yo para reconstruir a partir de esa base la inteligibilidad del mundo. Pero en el poema de Almeida el yo no es una base, es un hueco, un hueco sensible, un ojo que no puede cerrarse y que ve demasiado.
Lo que ve, lo que no puede dejar de ver, es lo que aún no ha ocurrido: la muerte de los otros. Esos ojos que no se cierran sueñan despiertos, sienten lo que presienten. Ven con el corazón y lo que ven con el corazón es un desfile de futuros muertos. Son personas desconocidas, pero a la vez “Signos de algo que yo podría haber amado”. Y si le resultan familiares aunque no los conozca y no los pueda nombrar es precisamente por la intimidad que genera toda muerte. Sin embargo, en esa intimidad no se disipa la extrañeza: “¿Qué es esta sombra que se apoya sobre mis labios? Aprieta y vuelve a meter en mi boca lo que no puedo decir”.
La ambición y la profundidad del poema, su gravedad asumida con esa magnífica resignación del que no puede escribir otra cosa, implican la invención y la proyección de una mente, una mente más poderosa que la mente de cualquier lector e incluso que la mente de la propia poeta. Se trata de un texto inagotable, no por falta de sentido, sino por exceso de sentido. Un texto que está más allá de las posibilidades cognitivas o interpretativas humanas precisamente porque traspasa ese supuesto límite que es la muerte y se coloca de un salto en otra parte: “Esta letra, escrita, grabada, tatuada, no sirve de nada. ¿Alguien se conmueve? Es el mismo gesto que han hecho todos los que tallan una letra/ ¿Salva?/ Estiro mis dedos para comprobar que no es la mano de un muerto. Pero, ¿sirve? Yo he visto a los muertos jugar con sus dedos”.
Carlos Schilling
La boca de la tormenta
Eugenia Almeida
Ediciones DocumentA/Escénicas
Córdoba (2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario