Las cosas por su nombre
Perla Suez llega al café de Nueva Córdoba y al verla entrar parece que el viento la empujara. Hace calor. Los remolinos se llevan una promesa de lluvia. La gente camina inclinada tratando de evitar que la tierra alcance los ojos. Ella abre la puerta, se asoma, descubre la mesa en un rincón y entra sonriendo. Quizás la escena resuma lo que es. Un pájaro que va atravesando espacios en medio de ráfagas que podrían derrumbarlo pero que, aun así, encuentra un punto de reparo para tomar fuerzas antes de seguir. Esa imagen vuelve una y otra vez. Un pájaro en la tormenta.
La mujer que se acomoda en la silla pide agua tónica. En cuanto empieza a hablar queda a la vista una actitud permanente de asombro, una predisposición a percibir los detalles del mundo; los luminosos y los oscuros. Tiene un modo alegre de compartir lo que le gusta. Apenas se sienta ya está diciendo que es indispensable ver cierta película. A lo largo de la charla dirá varias veces: “anotá, anotá” mientras desgrana nombres de escritores o cineastas. Se ofrece a prestar películas o buscar libros difíciles de encontrar.
La escritora vive un momento particular: Letargo, su primera novela “para adultos”, acaba de ser reeditada catorce años después de su aparición. Es necesaria la distinción –tan extraña– entre libros “para niños” y “para adultos” porque cuando Perla publicó el primer libro de lo que luego sería la Trilogía de Entre Ríos, ya era una autora reconocida en el campo de la “literatura infantil”. Pero había algo que debía decirse de otro modo. Y Suez lo encontró en una historia potente y precisa que toma como escenario a Basavilbaso, el pueblo de su infancia.
A esa pequeña localidad de la Provincia de Entre Ríos llegaron sus ancestros, escapando de las persecuciones de la Rusia zarista. Su abuelo había decidido que la única salida era ir a América. Cuando el barco llegó a Nueva York le dijeron que no iban a permitirle desembarcar por razones médicas; su miopía era demasiado grande. Le sugirieron que fuera a Buenos Aires, que allí no eran tan estrictos. Así llegó a la Argentina.
Los recuerdos de la infancia son poderosos. Ahí están los temas a los que la escritora volverá una y otra vez: la memoria, las persecuciones, la huida, el regreso, la búsqueda de identidad, los lazos familiares y la violencia. “Son cosas muy fuertes. De niña verlo a mi abuelo que dejaba entrar a los refugiados de la Segunda Guerra Mundial. Tenían toda una organización clandestina, los buscaba en una canoa por el río, venían de Montevideo, los cruzaban de Paysandú a Concepción del Uruguay. Yo me acuerdo de eso, la gente con los números grabados en la piel.”
El núcleo de la ficción
En su casa se contaban historias todo el tiempo. Su padre, el médico del pueblo, era un narrador nato. Ella escuchaba. A veces lo acompañaba cuando él visitaba a sus pacientes. “Una vez me llevó al hospital Centenario, yo tenía 5 años. Papá tenía que ver a una mujer que estaba de parto y no podía irse. Mi casa estaba lejos. En esa época los autos iban como mucho a 60 kilómetros por hora. En medio del campo, había que llevarme de vuelta, por caminos de tierra. No alcanzaba el tiempo. Y entonces me quedé en la sala de espera. Era todo muy pequeño, como un dispensario. Había una claraboya alta, rota. Y papá me dice “¿Ves? Por ahí viene la cigüeña y está roto el vidrio porque la última vez la golpeó con el ala y la rompió. Viene de Paris directo. Vos te quedas acá, sentadita.” Me había comprado un Billiken y una enfermera pasaba a cada rato y me preguntaba si quería algo. Cuando me vi sola, dejé el Billiken y escuché a la mujer que gritaba. Me acerqué a la puerta. Estaba entreabierta. Un poquito más, un poquito más. Y vi el parto. Vi todo. Se llevaron al bebé, mi padre se sacó los guantes y dijo “voy a ver a mi hija y vuelvo”. Cuando oí que mi papá decía eso corrí a sentarme, agarré el Billiken y me puse a leer. Él llegó y me preguntó “¿viste cuando pasó la cigüeña?” “¡Claro!”, le contesté. “La vi perfectamente”.
¿Cuánto de esa historia habla del nacimiento de una escritora? ¿El padre le ha mentido? ¿Ella miente al decir que ha visto la cigüeña? ¿O han encontrado en la ficción –eso que no es falso ni verdadero– un nuevo modo de comunicarse, una manera diferente de decir lo esencial?
Ver las cosas
Una vez terminada la Licenciatura en Letras, Suez empezó a estudiar Cine y Psicopedagogía. Los fines de semana trabajaba como payaso en el grupo Saltimbanquis. “Íbamos de pueblo en pueblo, de barrio en barrio, hacíamos títeres y teatro. También animaba fiestas infantiles.” A la escritora sólo le faltaban dos materias para terminar la carrera de cine cuando decidió dejarla. “Alcancé a tener los grandes profesores, toda la escuela de Santa Fe, Juan Oliva… La escuela más maravillosa, me enseñaron a leer la imagen. La influencia de eso en mi escritura viene de ahí. Si yo no veo algo no puedo contarlo. Es una necesidad mía, poder ver las cosas.”
Hubo una época en que su garaje era un laboratorio de fotografías. Allí revelaba las imágenes en blanco y negro que había tomado en su viaje por Sudamérica, una aventura compartida con su marido, con quien recorrió a dedo rutas y caminos durante un año.
Como sus antepasados, también ella sufrió persecuciones. La Triple A dominaba el país en base al terror y la escritora fue una de los muchos profesores universitarios que recibieron un telegrama informándoles que quedaban cesantes. El clima era cada vez más tenso. Una tarde, su padre acomodó los libros en el asador y les prendió fuego. Ya no había vuelta atrás.
Suenan bocinas, un embotellamiento en la esquina nos distrae un segundo. Perla toma aire antes de volver a hablar. Como si se hubiera detenido a pensar, a buscar la palabra que necesita para decir lo imposible.
La escritora y su marido se postulan a dos becas en Francia. Él, en urbanismo; ella, en idioma. Las ganan. Se van. Años después se enfrentan a la decisión de retornar a la Argentina o quedarse en París. Tiran una moneda. El azar propone el regreso.
Suez dice que escribe por placer, por pasión, por necesidad. “Creo que uno hace lo que puede, no lo que quiere. Y cuando escribe, sale todo lo que uno tiene adentro. Se teje lo que uno ha vivido, lo que uno ha escuchado, lo que uno cree haber escuchado. Y también las lecturas que admirás y que de alguna manera van con vos. Las cosas se van encontrando.” Menciona colegas y recomienda los libros de Hernán Ronsino, Guillermo Martínez, Ana María Shua, Martín Cristal, Fernanda García Lao y Samanta Schweblin.
Cuando habla de El país del diablo, la novela que acaba de publicar Edhasa, se refiere a ella como un “western patagónico”. Se trata de una historia ambientada en la Campaña del desierto, donde vuelve a aparecer la marca de todos sus libros: un exquisito manejo de los diálogos, una economía de recursos que potencia los significados.
En este momento Perla trabaja en un nuevo proyecto al que define como “algo más policial”. No quiere adelantar mucho, sólo dirá que tiene que ver con la crueldad y que ha estado viendo mucho cine coreano. “Es un cine sin prejuicios. Si hay que cortar una lengua, la cortan. Con eso aprendés a decir las cosas por su nombre”.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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