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lunes, 14 de septiembre de 2015

Comentario de Esteban Maturin sobre "La tensión del umbral"






Una radiografía negra


Eugenia Almedia nos ha sorprendido, y no es la primera vez. Acaba de aparecer en las librerías cordobesas su tercera novela, con un título difuso: podría corresponder a un libro de psicología. Incluso “La tensión del umbral”, si no estuviera publicado en la excelente serie de Edhasa Literaria, con su icónico azul marino en el lomo y en la portada, podría pasar por un libro técnico. De arquitectura, por ejemplo. Y ahora que lo pienso, en esta novela de Almeida hay algo de arquitectónico, y mucho de psicológico, así que quizás el título no sea tan difuso, finalmente.

Porque es un novelón, de cabo a rabo, con una larga y concienzuda investigación sobre las metodologías represivas (militares y policiales); sobre la historia política reciente; sobre la vida pública (y la no pública) de los medios de comunicación; y sobre las relaciones del poder político con todos ellos. Además, una exhaustiva visita a los elementos característicos del “noir”, ubicados cada uno en su punto justo. 

Pero hay, además, ese aditamento que convierte a una buena receta en una jugosa y apetecible cena. De los ingredientes de género, está la muerte de “etiología dudosa”, por supuesto, y el plus aquí es que, a todas luces, es una muerte clara: un suicidio, con arma de fuego, a peno sol y en medio de la calle, con testigos oculares. Sin embargo, la trama inmediatamente instala la duda, y el lector acompaña ese titubeo de los acontecimientos de una forma tan natural como acompañará página tras página, hasta completar en algunas horas –si ha podido, sin detenerse- las trescientas de la novela. 


Retratos conocidos

Otros de los elementos estándares en el género: el ratón de biblioteca, el barman que es casi de la familia, el poli bueno, el poli malo, el periodista con conflictos de conciencia y de historia. Todos, insisto, con un plus, un agregado que los saca de la mera enunciación de rasgos distintivos y los ubica en una realidad material, urbana, citadina. Y de una ciudad concreta, porque Córdoba es casi un personaje más –a la que nunca se nombra por su nombre, pero todo la nombra en cada nombre- en esa trama que gira sobre sí misma, se enreda en nuevas vertientes, en meandros barriales (¿General Paz, Alta Córdoba, Alberdi...?), inquilinatos, bares, veredas conocidas, recorridas a diario. La familiaridad del lector con el escenario empuja a buscar conexiones: a algunos personajes dan ganas de ponerle el nombre que les corresponde en la vida real. Y el apellido. Pero ya se sabe que, en la buena literatura, como ésta, todo parecido con la realidad es mera coincidencia. O no.
Y en medio de esa jungla de perdedores, como corresponde a una novela policial que se precie, destacan dos figuras tutelares: una mujer mayor, psiquiatra retirada; y un hombre de muchos rostros y muchos nombres (que me apuesto doble contra sencillo que retrata a un militar retirado, un coronel tal vez). Ellos, voluntariamente o no, serán los encargados de tirar de la cuerda hasta su máxima tensión. 


Temas tensos, lectura relajada  

Eugenia Almeida ya nos había sorprendido hace una década, con “El colectivo”.  Aquella primera novela se alzó con el premio del Salón Iberoamericano del Libro, en Gijón, España, y es de una sencillez bellísima. Córdoba vuelve a ser el escenario (en este caso, la Córdoba del interior). En un pueblito pequeño de las sierras, en plena oscuridad represiva de los años ’70, el colectivo, ese lazo de comunicación y de movilidad desde y hacia el pueblo, deja de parar. Sigue pasando todos los días, como siempre, pero no para y no sube ni baja pasajeros. Los vecinos comienzan a hablar, a  impacientarse. Y a sospechar unos de otros. Y Eugenia Almeida utiliza ese simple hecho para narrar y reflexionar sobre las relaciones humanas y, por elevación, sobre las marcas de la dictadura cívico-militar que asoló la Argentina en esos años. Las sospechas, la paranoia, comienzan a dar cuenta de un tejido social resquebrajado brutalmente por la violencia del gobierno militar. 

Y esa creación de atmósferas, de reacciones sugeridas, de preguntas, Almeida vuelve a lograrla, desde otra perspectiva, en “La pieza del fondo”; su segunda novela, que quedó finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2011. Aquí la imagen aún es más simple que la de aquel pueblito serrano: un viejo en un banco de la plaza. Todos los días, todo el día, en su esquina del banco, entre las palomas. Una postal repetida hasta el milímetro en cualquier ciudad. Pero hay alguien que lo mira y lo ve, y esa mirada transforma la situación ordinaria, tanto para el viejo como para quién lo mira, como quedará claro cuando esa postal se descompagine ante la ausencia repentina del viejo, y la búsqueda que dispara el hecho de haber desaparecido de su esquina en el banco de la plaza. 

Emanuel Rodríguez, conversando con Almeida a propósito de “El colectivo”, escribió que “la literatura referida a la última dictadura en la Argentina ha atravesado dos etapas: una testimonial, urgente, inmediata a los acontecimientos, caracterizada por la denuncia explícita de la violencia de Estado y de las atrocidades cometidas por las fuerzas públicas. Es la literatura producida a partir de 1983, y que atraviesa los ‘80 y los ‘90. Hacia finales de esa última década, comienza a escribirse otra literatura, en un tono mucho más marcado por la reflexión crítica en torno de los años de militancia.” Y marca la diferencia que establece la novela de Eugenia Almeida, que “no adscribe a ninguna de estas tradiciones: habla de la dictadura sin hablar específicamente de ella, da cuenta del horror sin recurrir a las herramientas que habitualmente hacen explícito ese horror”. Como las novelas de Juan Marsé, que tratan todas del franquismo, sin nombrar a Franco ni una sola vez.  

Y algo muy parecido habría que decir de “La tensión del umbral”: está el poder, está la corrupción delictiva y están los intrincados vasos comunicantes entre esos dos mundos, pero no se los nombra directamente: parecen el marco, el decorado. Pero son el centro. 

Como en sus dos novelas anteriores (también publicadas por Edhasa en la serie de los bordes azul marino), “La tensión del umbral” es una obra inteligente, sutil, llena de diálogos en cada página, con una sensibilidad fina en la película que expone a los rayos X de la narrativa. Porque Eugenia Almeida no toma una foto, sino una radiografía. Desvela, a un ritmo sostenido, apasionante, el interior de un cuerpo social en tensión. Y la radiografía resultante no sólo es un thriller “noir” por cuestiones de género, sino un diagnóstico oscuro, inquietante.   



Esteban Maturin
 Diario HOY DÍA CÓRDOBA
06 Agosto 2015



http://www.hoydia.com.ar/magazine/8601-una-radiografia-negra




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