Tenía 39 años cuando la asesinaron.
Los últimos meses caminaba hasta alcanzar el
bosque para sentarse allí a escribir. Aun con la certeza de que todo terminaba:
escribir.
Su último proyecto era crear una obra que
funcionara como música. Cinco partes, cinco movimientos que tomaban como modelo
la Quinta Sinfonía de Beethoven. Llenaba cuadernos con su letra diminuta,
sabiendo que el tiempo no alcanzaría. Llegó a escribir dos de esos cinco
libros: “Tempestad en Junio” y “Dolce”. Hoy se los conoce como Suite
francesa.
El 17 de julio de 1942 Irène Némirovsky es
subida al convoy número 6 que parte en dirección a Auschwitz. Le queda exactamente
un mes de vida. En octubre su marido es arrestado y asesinado. Sus dos hijas,
Denise y Élisabeth, de 13 y 5 años, escapan protegidas por una nodriza que las
hace ir de refugio en refugio, escondiéndolas, ayudándolas a cruzar Francia. Ya
han ido a buscar a la madre de Irène, una mujer rica que disfruta de los
beneficios de apoyar el régimen de Vichy. Golpean una puerta que no se abre.
Del otro lado se oye la voz de la abuela, que grita. Les dice que si sus padres
han muerto, deberían ir a un orfanato.
Siguen huyendo. Arrastran con ellas una
valija con papeles de la familia. Entre esos papeles, viaja la Suite francesa.
Un manuscrito que desnuda un aspecto de Francia que nadie quiere ver. No la
Francia gloriosa, la resistente, la libertaria. La otra: la indiferente, la egoísta,
la complaciente con el mal.
Todos los libros de Némirovsky son pequeñas
joyas llenas de esquirlas. Una mirada sobre los seres humanos que no deja
resquicio para la compasión. Sin un segundo de concesión a lo que quisiéramos
ser. Hay que leer El baile, tan breve, para entender cómo, con casi nada, se
hace todo. Allí, la autora alcanza la perfección en lo literario. Pero es en Suite francesa donde uno puede descubrir la lucidez de Némirovsky. Un libro
que relata la ocupación alemana en Francia pero, sobre todo, la actitud de
ciertas personas ante el desastre. La brutalidad de la que somos capaces. Una
obra escrita durante la ocupación. En tiempo real. No hay un minuto de pasado
que evaluar, no hay tiempo de reflexionar, no hay distancia entre lo que se cuenta y lo que se vive. Ella
estaba allí. Escribía lo que veía.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
Publicado originalmente en Ciudad X
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