Las muchas vidas de Oliver
El 19 de febrero de 2015 Oliver Sacks publicó un artículo en el diario The New York Times. Allí contaba a los lectores que sufría la etapa terminal de un cáncer y que sólo le quedaban unos meses de vida. No era la primera vez que el famoso neurólogo ponía en común un padecimiento. Pero ya no se trataba de una pierna rota, una migraña o los efectos del uso de ciertas drogas. Lo que Sacks estaba diciendo era que se moría. En ese artículo celebraba su vida y se definía como "un ser dotado de sentidos, un animal pensante en este hermoso planeta”, algo que consideraba “un privilegio enorme y una aventura".
En junio, dos meses antes de que Sacks muriera, se editaron sus memorias en Inglaterra. La versión en español, publicada por Anagrama, llegó después de su muerte, como una especie de legado para aquellos lectores que admiramos su trabajo. Bajo el título En movimiento. Una vida, el reconocido divulgador científico recorre parte de su historia, permitiéndonos asistir a los caminos inciertos que construyen una personalidad y, en este caso, una obra.
Un niño que creció en un internado, sufriendo el acoso y la violencia. Un chico que jugaba a hacer experimentos químicos. Uno que apenas tenía doce años cuando su maestro escribió en un informe: “Sacks llegará lejos, si no va demasiado lejos”. ¿Qué es “cerca” y “lejos” en la vida de un hombre que se dedicó a revelarnos las ilusiones de la percepción? Quizás lo que quiso decir aquel maestro era que a Sacks lo deslumbraban los límites, las fronteras; que era una de esas personas que no aceptan las categorías preestablecidas; que nunca dejaba de preguntarse qué se esconde detrás de lo obvio.
Siendo adolescente descubrió que se sentía atraído por los varones y lo reconoció ante su padre. No sabía que, al día siguiente, oiría a su madre gritándole que era “una abominación”. Su hermano y su cuñada, preocupados por su inexperiencia sexual, lo llevaron a ver a una prostituta. Oliver y la señora terminaron compartiendo charla y una taza de té.
Siendo adolescente descubrió que se sentía atraído por los varones y lo reconoció ante su padre. No sabía que, al día siguiente, oiría a su madre gritándole que era “una abominación”. Su hermano y su cuñada, preocupados por su inexperiencia sexual, lo llevaron a ver a una prostituta. Oliver y la señora terminaron compartiendo charla y una taza de té.
Empujado por una ley tácita que decía que los Sacks debían ser médicos, Oliver empezó sus estudios universitarios en Oxford gracias a una beca. Fue en esa época cuando comenzaron a surgir los intereses que luego tomarían forma en sus libros.
Ese era Sacks. El que se sentía incómodo y asustado frente a los arranques imprevisibles de un hermano diagnosticado como esquizofrénico. El que adoraba andar en moto. El que se pasó un verano en un kibutz cerca de Haifa. El que viajó a Holanda. En la década de 1950, en Inglaterra, ser homosexual era convertirse en blanco de persecuciones. Eran los años en que Alan Turing fue obligado a sufrir una castración química; cuando aquellos que no encajaban en los prejuicios de una sociedad conservadora iban a parar a la cárcel. En ese contexto, conocer Ámsterdam –donde la homofobia era considerada el verdadero mal– implicaba descubrir un mundo diferente.
En movimiento. Una vida conmueve por muchas razones. Una de ellas es el alejarse de aquellas imágenes impolutas de las “grandes personalidades de la humanidad”. No todo comienzo es un triunfo. A veces la puerta de entrada es, justamente, un fracaso. Es 1965. Sacks está especializándose en Neuroquímica y Neuropatología en Nueva York. Después de una serie de eventos desafortunados, decide terminar su breve carrera como investigador cuando sus jefes le dicen que es “una amenaza para el laboratorio” y que cometería menos desastres si se dedicara a visitar pacientes. Así relata Sacks “el innoble comienzo” de su carrera clínica. Una carrera en la que va a destacarse enseguida por su capacidad de escucha, por su deseo de comprender qué siente el otro, por la insistencia en hacer preguntas extrañas y tratar de explicar el fascinante funcionamiento del cerebro. La carrera de un científico que fue capaz de ver a sus pacientes no como enfermos sino como los protagonistas de “formas de vida diferentes y extraordinarias”.
En movimiento reúne textos autobiográficos, fotografías, cartas, diarios de viaje, casos clínicos, divulgación científica, narraciones y reflexiones. En la tapa, una foto rompe con la imagen estereotipada de Sacks. No es ese viejito canoso y sonriente con un gesto que parece de infinita bondad. No. La foto es la de un hombre joven, montado en una moto, abrigado con una campera de cuero, uno que no mira a cámara sino al camino. Eso es lo que le interesa. Rodar. Moverse. Viajar. Cambiar. El título de estas memorias es un homenaje al poema “En movimiento”, de Thom Gunn, aquel que parece resumir el espíritu de Oliver Sacks en uno de sus versos: “siempre estás más cerca si no te detienes.”
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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