Perón agoniza, hay una manifestación en Plaza de Mayo, el doctor Villa
observa desde una ventana. Su trabajo en la Dirección de Aviación Sanitaria
cambia día a día. Su jefe ha caído en desgracia por denunciar que el día de la
masacre de Ezeiza desde el Ministerio salieron ambulancias cargadas de gente
armada.
La novela avanza desnudando el modo en que alguien se compromete paulatinamente
con la oscuridad. La manera en la que se colabora con el terror político a
veces se construye de gestos mínimos: un secreto, el temor a los jefes, el
deseo de agradar, la ambición, las pequeñas miserias personales.
Perón muere. Las calles se llenan de cadáveres. La sede del horror parece
estar justamente en el Ministerio de Bienestar Social. El tráfico de cajones
clandestinos, los falsos certificados de defunción, las emergencias en medio de
la noche, las omisiones en los libros de guardia, los cuerpos sin nombre, la
hipocresía y la corrupción en las reparticiones públicas, la mascarada de lo
administrativo. Un hombre que, cediendo y cediendo, se encuentra frente a otro
que dice: “El dinero mantiene la boca cerrada. Y sólo el dolor la abre.”
El tono que Luis Gusmán encuentra ya desde la primera línea atraviesa toda
la novela. Un libro que es difícil de dejar aun si lo que se lee siempre
provoca espanto. Una historia que retoma la lenta construcción de la violencia
estatal en los años previos al golpe, el sombrío poder de López Rega y los
suyos.
Eugenia Almeida
Publicado en Ciudad X
Septiembre 2013
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