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jueves, 31 de julio de 2014

La carretera - Cormac McCarthy







 “Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado.” 

Esa es la primera frase de la novela. Un hombre y un gesto que quizás ha existido desde el principio de la humanidad: hacer un movimiento para asegurarse que el más vulnerable, el cachorro, está a salvo. Pero el frío y la oscuridad que se mencionan no son los habituales. El negro es absoluto, total. Una noche sin fisuras que, cuando amanezca, se convertirá en un paisaje turbio y sucio tapado por el gris.  

Algo ha sucedido. No se dice qué. Posiblemente una explosión nuclear. El mundo ha cambiado: no hay nada verde; todo es ceniza, humo, polvo. En medio de ese paisaje un hombre y su hijo caminan por una carretera en dirección al sur. Llevan lo poco que tienen en un carrito de supermercado.

En el camino encontrarán una estación de servicio, un taller mecánico, una casa, un supermercado, una ciudad, un tren, un barco. Todo abandonado. Quizás el planeta entero ha sido abandonado. Y sin embargo, no. Aquí la novela aborda una de las cuestiones más inquietantes de nuestra especie: en un espacio desolado, al encontrar indicios de que hay alguien cerca ¿deberíamos sentir alivio o terror? ¿Qué condiciones deben darse para que la presencia de otro ser humano se convierta en la peor pesadilla? 

Las breves conversaciones entre el padre y el hijo son de una potencia devastadora. ¿Qué pasa con el lenguaje cuando las palabras que se usan para describir la realidad refieren a cosas que ya no existen?

Ambos verán cosas terribles –las huellas de lo que pueden ser las personas cuando el mundo se vuelve un infierno– y el padre tratará de evitar que el hijo vea. “Ten presente que las cosas que te metes en la cabeza están ahí para siempre”, le dice. El chico pregunta si es posible olvidar algo. El hombre dice que sí: “olvidas lo que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar.”

Así es esta historia. Sin respiro, sin concesiones. Una mirada descarnada sobre uno de los futuros posibles. Y en ese escenario, la relación entre un padre y un hijo que caminan sabiendo que posiblemente no hay adónde llegar.

Cormac McCarthy nació en 1933. El reconocido crítico literario Harold Bloom lo considera –junto a Pynchon, Philip Roth y Don DeLillo– uno de los cuatro novelistas contemporáneos más importantes de los Estados Unidos. Apasionado por la ciencia, es miembro honorario del Instituto Santa Fe, un centro de investigación en el que científicos de diversas disciplinas se reúnen para discutir y debatir.

Dicen que una noche McCarthy se asomó a la ventana de un hotel en El Paso. Su hijo de 8 años dormía a unos metros. El hombre se quedó mirando el paisaje y pensando cómo sería ese lugar si algo espantoso sucediera, qué responsabilidades tendría él hacia el niño que estaba a su lado. Tiempo después, esa pregunta se convirtió en esta novela que el autor considera una declaración de amor a su hijo. “Creo que si el libro intenta reflejar algo es enseñar ese amor bajo las peores circunstancias. Si tú realmente quieres a alguien, si realmente quieres a tu hijo, no importa lo mal que vaya el mundo, te pegas a él, mueres por él, harías cualquier cosa por él. Eso no es tan malo ¿no? Esto habla bien de la naturaleza humana.” 


Eugenia Almeida


Publicado originalmente en Ciudad X




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