El teléfono suena en un departamento de Nueva York. Es invierno, a esa hora turbia en que suelen llegar las malas noticias. Antonio atiende ese llamado. Su hermana le dice que, allá en Colombia, la madre de ambos acaba de morir.
Como en toda muerte, los deudos deberán decidir qué hacer con lo que deja el ausente. Pueden ser simples harapos o grandes fortunas; cada familia tiene su historia. En este caso la principal herencia es “La Oculta”, una finca que la madre se ha ocupado de mantener y defender toda su vida.
Antonio, Eva y Pilar se enfrentan a un dilema. Conservar o no la finca; esa piedra fundamental en la historia familiar, ese territorio que guarda lo mejor y lo peor de las memorias. Tres hermanos profundamente diferentes: un violinista que vive en los Estados Unidos, una mujer que ha roto muchos tabúes sociales; una señora de su casa, respetuosa de las tradiciones ancestrales.
Esas tres voces estructuran la última novela de Héctor Abad Faciolince. La historia de una familia, la historia de una finca, la historia de una región y, en parte, la historia de Colombia. La lucha por la tierra, los colonos venidos de lejos, la violencia económica y luego la violencia política y criminal. Los narcotraficantes, los temibles “grupos de autodefensa” convertidos en escuadrones paramilitares, la sensación de vivir en un territorio en el que, tarde o temprano, todos pueden convertirse en víctimas.
La familia Ángel siempre ha sostenido una doble rebelión a los mandatos del lugar. Como dice uno de ellos: “Ser desobedientes y poco mandones, en un país de peones y capataces, siempre ha sido algo extraño, atípico, antipático”. Han intentado mantener ese trozo de tierra como un testimonio de lo que han sido. Pero no todos están de acuerdo. Hay quien recuerda allí los primeros amores, hay quien sólo puede pensar en el momento en que estuvo a punto de morir.
¿Qué es la memoria? ¿En qué cosas encarna? Esas preguntas se ponen en tensión cada vez que los hermanos deben pensar en el futuro de la finca. Allí están las comidas caseras, los rincones de los juegos, los relatos puertas adentro, el país de la infancia. Pero también los golpes de la violencia: un secuestro, un intento de asesinato, un incendio. Y de eso se trata; de cómo lo que han vivido puede marcar a cada uno de modo diferente. Y de cómo ese legado puede ser transmitido.
La pintura que se hace de Colombia también permite ver otras formas de la violencia: la homofobia, el sometimiento de la mujer, los estereotipos sobre lo femenino y lo masculino y los lugares que hombres y mujeres supuestamente deben ocupar en la sociedad. El modo en que cada uno de los hermanos ve a los otros dos también permite comprender algo de esa extraña dinámica que ponen en juego los lazos de familia.
Héctor Abad Faciolince nació en Medellín en 1958. Luego de probar suerte en la Facultad de Filosofía y en la de Medicina, comenzó a estudiar periodismo pero fue expulsado de la universidad por escribir un artículo que se leyó como “una irreverencia” contra el Papa. En 1982 se instaló en Nueva York y luego en Italia, donde estudió Lenguas y Literaturas Modernas. Al terminar la carrera regresó a su país.
El 25 de agosto de 1987 Colombia lo golpea de un modo irremediable. Su padre, un médico comprometido con los derechos humanos, es asesinado por un grupo de paramilitares.
Héctor recibe amenazas de muerte. Algunos de sus amigos son asesinados. Decide irse a Italia. La relación con su patria está atravesada por el odio. Fantasea con poder convertirse en un verdadero italiano. Lo intenta. Pero todo el tiempo se le aparece un impedimento insalvable: su idioma, la lengua materna, el núcleo con el que se nombra lo que cada uno es. Decide volver en 1992.
La historia detrás de la escritura de La Oculta también es interesante. Abad Faciolince tenía un acuerdo con su editorial y debía entregar una nueva novela en 2010. Una y otra vez el escritor hablaba con sus editores para pedirles un nuevo plazo. En un momento dijo públicamente que ya no iba a seguir escribiendo. La noticia causó conmoción entre sus colegas. Quien más insistió en disuadirlo fue Vargas Llosa. Gracias a ese apoyo, Faciolince volvió a los papeles y terminó su novela. Puede decirse, entonces, que este libro es fruto de una larga crisis, un espacio lleno de sentidos pero vacío de palabras, que tuvo que recorrer mucho para convertirse, finalmente, en una historia que habla de Colombia, la tierra, la herencia, los lazos familiares y la voluntad.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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