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martes, 8 de diciembre de 2015

"Ningún lugar adonde ir" - Jonas Mekas




Julio de 1944. Lituania está bajo ocupación alemana. Jonas Mekas tiene 22 años y forma parte de un grupo de resistencia que publica un boletín clandestino. La policía secreta puede identificar a los autores si logra encontrar la máquina de escribir usada para redactar esas noticias. Jonas, el encargado de tipear los textos, siempre la esconde bajo un montón de leña en el granero de su casa. El día en que descubre que la máquina ha sido robada, él y sus compañeros deciden que la única opción es huir. Consigue documentos falsos y escapa con su hermano Adolfas en dirección a Viena. Unos días después, el hombre que será conocido como el “poeta del cine” comienza a escribir su diario. “Mi única conexión con la vida son estos garabatos”, dirá en 1947.

Los hermanos Mekas no logran llegar a destino. Son detenidos por los nazis y enviados al campo de prisioneros de Elmshorn, cerca de la ciudad de Hamburgo.

La guerra termina pero todo parece haber sido destruido. Jonas y Adolfas emprenden un largo periplo por diversos campos de refugiados. Trabajan donde pueden, de sol a sol, a cambio de comida. Son dos sombras más en esa enorme caravana de desplazados que arrastran lo poco que les queda, atravesando los caminos de Alemania. Los hermanos llevan un equipaje singular: todos los libros que pueden cargar.

En 1949 les ofrecen trabajo como panaderos en Chicago. Llegan a los Estados Unidos en el mes de octubre. Jonas es el refugiado número cien mil uno. En cuanto ve Nueva York decide quedarse allí. Compra su primera cámara de fotos. Trabaja como obrero en diferentes fábricas. Visita cotidianamente las agencias de empleo. Descubre en la maquinaria del capitalismo el mismo clima que en los campos de trabajo forzado. Va al cine cada vez que puede. Comienza a filmar. Consigue trabajo en un estudio de fotografía.  

Ningún lugar adonde ir testimonia ese recorrido. La guerra. La prisión. El hambre. La necesidad imperiosa de comida y de lectura. La naturaleza, los pájaros, los árboles, el cielo. La muerte encarnada en los uniformes alemanes. El exilio. La soledad. La vida fragmentaria y precaria de los inmigrantes. El desarraigo. El canto de los borrachos rebotando por las calles. Y Lituania. El poeta no deja de reflexionar sobre esa tierra a la que no puede volver porque ha sido sepultada, destruida por la Historia. 

El diario incluye fotografías, dibujos, cartas, conversaciones y brevísimos relatos.


Un lazo consigo mismo

Cuando Jonas era un adolescente, alguien le dijo que en un pueblo vecino había un hombre que tenía muchos libros. Como ya había agotado la biblioteca de su tío, decidió hacerle una visita. Se encontró con el entusiasmo del granjero –deseoso de comentar sus lecturas– y volvió, una vez por semana, hasta leer todos los libros que su amigo guardaba en un baúl bajo la cama. Un día, sus compañeros de escuela se burlaron de ese vecino. Mekas trató de defenderlo y comenzaron a golpearlo. Se defendió, como pudo, con una vieja pluma de tintero con punta de acero. La anécdota conmueve porque esa será el arma que Mekas seguirá usando toda su vida. Como bien dice Emilio Bernini en el prólogo de Ningún lugar adonde ir, “el diario es afirmación de un lazo consigo mismo cuando se pierden todos los lazos y cuando el mundo está devastándose alrededor”.

Esa afirmación se construye sobre un registro poético, un lenguaje escueto y precioso que trabaja con el núcleo de las cosas, una forma novedosa –quizás inevitable– de dejar testimonio. “En ocasiones me quedaba rezagado para escuchar el canto de los postes de teléfono de madera”, dice recordando su infancia. No es una metáfora. Uno puede ver a ese niño, demorándose en los caminos de Lituania, atento a una música casi imperceptible.

Jonas Mekas es uno de los grandes maestros del cine experimental. Sus películas más reconocidas también reproducen el estilo de una anotación personal sobre el mundo. En Mientras avanzaba azarosamente vi fugaces destellos de belleza (2001), el autor utiliza imágenes obtenidas durante más de 50 años. 

Como crítico, marcó una diferencia en relación a lo establecido. Alguna vez dijo: “Quizá sean las palabras crítico y criticar las que tan a menudo nos confunden. ¿Quién nos ha puesto en la cabeza que un crítico debe criticar? He llegado a una conclusión: el mal y la fealdad se cuidarán solos; es el bien y la belleza lo que necesita de nuestros cuidados. Es más fácil criticar que prestar cuidados. ¿Por qué elegir el camino más fácil?”.

Mekas fue uno de los creadores del Anthology Film Archives, el mayor archivo mundial de cine experimental. Ha publicado más de 20 libros de poesía. Actualmente vive en Nueva York. 

Vale la pena visitar su hermosa página web (http://jonasmekas.com) y disfrutar de la enorme heterogeneidad que hay en sus obras. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X




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