En la tapa de este libro aparecen tres nombres: Hércules Poirot, Agatha Christie y Sophie Hannah. El primero es uno de los personajes más importantes de la novela de misterio inglesa, el segundo pertenece a la autora que lo creó –la “Dama del crimen”–, y el tercero es el de la escritora que aceptó el desafió de escribir “una nueva aventura de Poirot”.
No es la primera vez que los herederos de un autor deciden contratar a alguien para que “continúe” un personaje. Sebastian Faulks, Jeffery Deaver y William Boyd se han ocupado de escribir historias protagonizadas por James Bond –el personaje de Ian Fleming–, Anthony Horowitz lo ha hecho con Sherlock Holmes y John Banville (bajo su seudónimo Benjamin Black) con el Philip Marlowe de Raymond Chandler.
Sophie Hannah, una conocida poeta y escritora de policiales, fue la elegida por el nieto de Agatha Christie para escribir un nuevo libro protagonizado por Poirot. El personaje –presente en 33 novelas y más de 50 relatos– surgió en 1920 en El misterioso caso de Styles, el primer libro publicado por la escritora inglesa. Su última aparición fue en Telón, de 1975. La importancia del personaje era tal que el New York Times publicó un obituario, como si se tratara de una persona real.
Con esta propuesta Sophie Hannah cumplía un viejo sueño. A los 12 años su padre –el académico marxista Norman Geras– le había regalado una novela de Agatha Christie y esa lectura había despertado un entusiasmo tan grande que en dos años la adolescente leyó toda la obra de su compatriota.
¿Cómo ser fiel a un legado tan preciado? Hannah eligió una estrategia interesante: incluir en la historia un nuevo personaje (Edward Catchpool, un joven detective de Scotland Yard) y convertirlo en el narrador de la historia. El efecto es curioso: si algún lector muy devoto de Poirot encuentra “algo extraño” en el personaje puede achacárselo al narrador y no a la escritora. En Los crímenes del monograma Hannah optó así por dejar a un lado al Capitán Hastings –mítico compañero de Poirot, una especie de Watson para el detective belga– y buscar un nuevo enfoque.
El argumento de la novela respeta la tradición creada por Agatha Christie. Hércules Poirot es el único cliente en un café de Londres. Son las siete y media de una tarde de invierno de 1929. La puerta se abre y entra una mujer visiblemente sobresaltada. Poirot inicia una conversación y ella le dice que alguien quiere matarla pero que, cuando muera, “se habrá hecho justicia”. El detective insiste en ofrecerle ayuda. La mujer se escapa corriendo.
Edward Catchpool acaba de volver del hotel Bloxham, donde ha habido tres asesinatos. Dos mujeres y un hombre han muerto, cada uno en un cuarto cerrado por dentro. Han sido envenenados. Los tres tienen algo en común: alguien ha colocado un gemelo con un monograma dentro de sus bocas.
Los hechos del hotel y el encuentro en el café son puestos en relación; Catchpool y Poirot comienzan a trabajar juntos. Un caso particular, aparentemente centrado en las semejanzas pero al que Poirot analizará buscando las diferencias. Esa búsqueda reflotará una historia trágica sucedida 16 años antes en un pequeño pueblo en el que todos parecen guardar un secreto. Un paisaje humano lleno de mentiras, rumores, calumnias e hipocresía.
Como siempre, al llegar al desenlace, Poirot podrá jactarse de tener “la llave que abre la puerta de los secretos y de la verdad”. A lo largo de la historia habrá tratado de “educar” a Catchpool, haciéndole considerar “las posibilidades más inverosímiles”. El famoso detective belga juega con el policía inglés del mismo modo en que Sophie Hannah juega con el lector: apenas mostrando algunas pistas, haciéndolo sentir perdido en un marasmo de datos inconexos y, finalmente, revelando una línea que une todo aquello que parecía incomprensible.
Es difícil hablar de Agatha Christie sin sentir la tentación de hacer referencia a un episodio extremadamente curioso de su vida. El 3 de diciembre de 1926 la escritora desapareció. Fue un evento sobre el que nunca volvió a hablar. Según se cuenta, abrumada por la muerte de su madre y la infidelidad de su primer esposo, salió de su casa sin decir adónde iba. Al día siguiente su auto apareció abandonado al costado de una ruta. La búsqueda policial fue intensa. Se manejaron muchas hipótesis: suicidio, homicidio, amnesia, truco publicitario. Cuando Christie fue encontrada 11 días después, hospedada en un hotel, dijo no recordar nada. Sin embargo, había un detalle inquietante: se había registrado con un nombre falso y el apellido de la amante de su marido. Nunca se supo qué fue lo que pasó realmente. Agatha, una famosa película de 1979 protagonizada por Vanessa Redgrave, retoma esos días buscando una explicación para el misterio más grande de la “Dama del crimen”.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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