Nueva York, 2007. Un grupo de personas trabaja en un taller literario coordinado por Diamela Eltit. Cada uno comparte lo que ha escrito. En una de esas reuniones Claudia Salazar Jiménez lee un texto. Es un relato breve. Sus compañeros le dicen que ahí late el germen de una novela. Ella está de acuerdo. Lo sabe, lo siente. Seguirá buscando entre esas letras hasta darle forma a su primera novela: una historia que aborda la época que muchos peruanos llamaron “el tiempo del miedo”. El Ejército, Sendero Luminoso, las aldeas masacradas, los campesinos atrapados en una tenaza que los destroza.
Como parte de la investigación que llevó a cabo para escribir este libro, Salazar Jiménez consultó los archivos de la Comisión de la Verdad y Reconciliación que recopilan más de 16 mil testimonios, muchos de ellos referidos a la violencia ejercida sobre las mujeres. Lo que la escritora buscaba no era el dato histórico duro sino “el clima de terror y violencia de aquellos años.”
En La sangre de la aurora se cruzan las historias de tres mujeres: una fotógrafa dedicada al periodismo, una activista social que luego ingresa a la guerrilla y una campesina. La novela va avanzando de a fragmentos, como golpes que se dan sobre la madera. Cuando la imagen emerge completa, lo que se ofrece a los ojos es aterrador.
Quizás lo más incómodo y lo más perfecto de este libro sea el punto en que las tres protagonistas quedan enlazadas por la brutalidad de la violación colectiva. Lo que queda después de leer esas líneas es tan terrible que es difícil continuar. ¿Qué proyecto político puede soñarse si lo que habita en el fondo es el deseo de poseer y destruir en un solo gesto?
La novela expone la sumisión ciega, la violencia desatada, la extrema crueldad, el sadismo disfrazado de herramienta ideológica. Guerrilleros, Ejército, en esta historia da lo mismo, ambos son grupos de hombres que se turnan para violar a las mujeres que capturan. Mujeres violadas como una forma de castigo por ser “burguesas”, “indias” o “subversivas”. Cada violador tiene una acusación a medida que le permite justificarse. La verdad es que las violan simplemente por ser mujeres: porque no valen nada, porque son cosas, objetos desechables, mero botín de guerra.
La escritora peruana describe la paradoja de una revolución que asesina a aquellos que dice representar. El discurso político se vuelve mesiánico y se acerca a lo religioso. Todo se trata de construir estructuras de poder basadas en la obediencia, la disciplina, la sumisión y la masacre. Líderes que se arrogan el derecho de traer nuevas auroras fabricadas a golpe de sangre; un océano que la tierra ya no puede absorber. Los medios de comunicación son utilizados como arma de guerra, aparecen las mentiras y los ocultamientos. Hay cuerpos quemados, mutilados, destrozados. Pilas de cadáveres que humean o son devorados por los perros. Silencio en el viento.
Claudia Salazar Jiménez abre su relato con un cruce de voces, un mundo de sonidos que entran en tropilla gritando palabras sueltas, poniendo letras a aquello que no puede ser nombrado. Piedras que se dejan caer marcando una huella; voces que avanzan como machete o se detienen como fugitivos inmóviles que buscan desaparecer de los ojos del cazador.
La escritora trabaja con personajes que son puro cuerpo. Cuerpo amordazado o lleno de deseo. Cuerpo que busca y cuerpo destrozado por la violencia. No hay ideas etéreas aquí. Hay balas, armas, dientes, huesos, sangre. Todo lo que pasa, pasa sobre la tierra, sobre el espantoso terreno de la crueldad.
Una de las preguntas que los artistas se plantean una y otra vez es cómo el arte puede (o debe) representar lo irrepresentable. ¿Cómo abordar lo que está más allá del horror? Salazar responde rompiendo las reglas, alejándose de toda normativa para darle espacio a eso que sólo puede decirse en el momento en que la palabra se quiebra, se parte en pedazos. La autora se mete de lleno en el espanto y usa el lenguaje como una herramienta destrozada. Sirve, porque ha dejado de ser útil. Expresa justamente ahí donde ha sido descoyuntado. Su ineficacia es su potencia.
Claudia Salazar Jiménez nació en Perú en 1976. Es Doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Nueva York, ciudad en la que vive actualmente. En 2014 participó en el Festival Internacional de Literatura de Córdoba.
La sangre de la aurora (novela ganadora del Premio Las Américas 2014) es el segundo título de la editorial cordobesa Portaculturas. Era un gran desafío imaginar una propuesta que mantuviera el nivel que marcó Cuando Sara Chura despierte, del escritor boliviano Juan Pablo Piñeiro. La novela de Salazar Jiménez cubre ampliamente las expectativas. Sólo resta esperar, con alegría, los nuevos libros que irán llegando.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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