El Grupo de Investigadores del Humor (GIH) trabaja desde la Universidad Nacional de Córdoba estudiando las políticas discursivas del humor en la cultura argentina.
Posiblemente el humor sea uno de los fenómenos humanos más difíciles de explicar. Todos creemos saber de qué se trata. Nos atraviesa, somos parte, somos condición necesaria y sostén. Pero en cuanto uno comienza a preguntar más en detalle, se abre un camino misterioso. ¿Cuál es la relación entre el humor y la risa? ¿Qué es un chiste? ¿Cuál es la diferencia entre sarcasmo e ironía? ¿El humor siempre cuestiona el poder? ¿Cuáles son los límites que cada cultura se impone en lo risible?
Desde 1998, el Grupo de Investigadores del Humor (GIH) se plantea preguntas como éstas y propone hipótesis que podrían servir como respuestas. Hace un dibujo del campo, del territorio. Integrado por profesores de Letras, Lenguas y Comunicación Social, becarios y doctorandos de la Universidad Nacional de Córdoba, el GIH estudia los discursos humorísticos desde una perspectiva sociosemiótica. Han publicado cuatro libros. Entre ellos, el Diccionario crítico de términos del humor y breve enciclopedia de la cultura humorística argentina.
Para conocer el trabajo que hace este equipo de investigadores conversamos con su directora, la Doctora Ana Beatriz Flores.
–¿Cómo trabaja el GIH?
–Como grupo de investigación hemos transitado por la literatura, la escena, la publicidad, el humor gráfico, la cultura infanto-juvenil, los rituales y prácticas populares, desde fines del siglo 19 a la actualidad. Y siempre nos hemos preguntado: “¿qué puede el humor?” Consideramos al humor como una lente privilegiada para el estudio de una cultura ya que se produce, precisamente, como una respuesta no habitual, rupturista o cuestionadora de las reglas que la rigen: los discursos hegemónicos y sus condiciones de posibilidad, de producción y de recepción, las reglas de interacción social, de géneros discursivos, de lenguaje, de cierta racionalidad. La ruptura con las reglas pone de manifiesto lo que está naturalizado, automatizado en una cultura. El proyecto en el que trabajamos actualmente se llama “Políticas del humor en la cultura humorística argentina. Innovación y tradición.” El corpus ha sido construido con amplitud témporo espacial e incluye producciones más recientes e innovadoras en teatro cordobés, literatura nacional para adultos, literatura cordobesa, literatura para niños, stand up y humor gráfico junto a las resignificaciones de antiguas prácticas como el carnaval en los barrios cordobeses, el “velorio del angelito” o el humor gráfico de principios de siglo 20.
Al hablar, Flores tiene un inusual equilibrio que conjuga erudición, claridad y un profundo deseo de compartir. Tiene también algo propio de los niños: esa curiosidad infinita y no domesticada, ese deslumbramiento ante el mundo. No es extraño que se haya interesado en estudiar un aspecto de lo humano que exige permanente flexibilidad. El humor revela que lo vital no está en lo fijo, en lo cristalizado, en lo establecido sino en la ruptura, en la grieta, en ese relámpago que ilumina todo por un segundo. Ya no se vuelve a la misma oscuridad; se ha visto otra verdad de las cosas.
–¿Cómo abordan el estudio del humor?
–Nos interesa trabajar desde la interdisciplina. Un equipo de investigación orientado a los estudios del humor permite construir esto que llamamos “cultura humorística”, que es un constructo epistemológico. Y si uno construye este objeto y lo proyecta históricamente dentro de la cultura argentina, lo proyecta en el tiempo y a diversos espacios de producción con diferentes soportes, es posible tener un conocimiento más completo de la complejidad de manifestaciones de determinadas épocas; tanto en el corte sincrónico de una época como en la participación en una tradición humorística de la que se puede hacer una genealogía. Esto permite rastrear ciertas características propias de la cultura que van reapareciendo y emergiendo en diversas épocas y que constituyen una especie de tradición. Por eso nuestro actual proyecto de investigación habla de “innovación” y “tradición”. Porque no existe una sin la otra. Ambas son muy valiosas para conocer una cultura. Nos interesa ver cómo en determinados momentos los discursos del humor no sólo producen cambios sino que funcionan también como síntomas de cambios que se dan en la sociedad. Muchas de las grandes transformaciones en el arte y en la cultura han tenido su primera manifestación en el humor. Por eso es importante seguir de cerca esas manifestaciones, porque ahí están apareciendo los síntomas. ¿Qué hay de nuevo? ¿Qué es lo que está apareciendo? ¿Qué es eso que todavía no tiene una representación establecida y esclerotizada sino que aparece en toda su pluralidad y dinamismo?
–¿Y qué hay de nuevo?
–¿En la cultura argentina? Ciertos rasgos. Uno de ellos es la “desdiferenciación”. Se trata de ubicarse frente a los marcos enunciativos en una posición desde la cual se elabora algo con nuevas gramáticas, totalmente diferentes, y sin embargo se sigue participando de ese mismo ámbito, de ese mismo marco.
–¿Algo disruptivo que no llega a romper el límite de la estructura general?
–Exacto. Un caso concreto: Aira contra la institución literaria; la institución literaria en su seriedad, en su realismo de la representación. Pero también Aira haciendo literatura y, quizás, más literatura que nunca. Otro de los rasgos es lo que, tomando un término de Gombrowicz, podríamos llamar “aniñamiento”: una percepción del mundo desde lo infantil, un esquematismo en el que ingresan todas las sensaciones sin el filtro de los hábitos de percepción y de lo estipulado.
A lo largo de la charla, la Doctora Flores irá presentando ejemplos de lo que dice. Los nombres que da ponen en evidencia que el GIH no es uno de esos equipos que sólo conocen el interior de su propia universidad. Emanuel Rodríguez, Diego Capusotto, Las Pérez Correa, el Teatro Minúsculo, el grupo de Stand up “De parado”, César Aira, Alberto Laiseca, Elisa Gagliano, Jorge Monteagudo, Juan De Battisti, Liniers y Ham se van mezclando para crear un mapa de eso que el grupo llama la “cultura humorística argentina”.
–Si tuviera que explicarle a una persona que desconoce esta área de trabajo ¿cómo le explicaría qué significa estudiar el humor? ¿Qué es concretamente lo que estudia?
–Diría que estudio esa forma de respuesta placentera que libera de las coerciones abriendo la posibilidad de un juego a partir del cual algo nuevo es posible aunque no termine de configurarse como tal sino sólo abriendo la posibilidad de alguna otra cosa, de algún otro orden, que no necesariamente es un orden sino algo que está minando los órdenes de lo social.
Ana Flores ha ido diciendo esas palabras con un ritmo y una cadencia que hace pensar en un jardinero que busca, entre las hojas, una hierba en especial. Ha ido encadenando ideas. Y cuando termina, sonríe. Sí. Ha podido nombrar algo tan inasible como la esencia del humor.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Revista Ñ
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