El ritual de reunirse para relatar historias (reales o ficticias) ha sido constitutivo de nuestra especie. El relato se convierte en un modo de revivir o crear experiencias. Una forma de dejarse abordar por el mundo de los otros.
Olvidados de esta costumbre comunitaria, actualmente solemos leer en silencio y en soledad. Pero basta probar, una vez, qué pasa al leer en voz alta, qué pasa al oír una historia en la voz de otra persona, para recordar (o descubrir) que ahí hay algo más.Ante la propuesta de un taller, un grupo o un club de
lectura, es inevitable recibir ciertas preguntas: ¿Qué es? ¿Qué hacen? Puede responderse
con dos palabras: Leemos juntos. Sin
embargo (y no es de extrañar teniendo en cuenta que el signo de nuestra época
parece ser “la utilidad” de las cosas), la pregunta más frecuente suele ser:
¿Para qué? La respuesta es precisa: Por placer.
En muchos de estos grupos se intenta romper con la idea
de que uno va a obtener algo después de
haber leído. Algo concreto, cuantificable, pasible de ser exhibido ante los
demás. La propuesta de los grupos de lectura es experimentar, juntos (y ahí
está la clave), lo que sucede durante
la lectura. Romper, también, con la idea de que el abordaje comunitario de la
literatura sólo puede ser aquel que propone la academia: el análisis, el
desmembramiento, la investigación. En un grupo de lectura no se busca “trabajar
sobre un texto”. Se trata, más bien, de que el texto nos trabaje (nos marque,
nos ponga en duda, nos sostenga, nos provoque, nos macere). Se trata de
ofrecernos a que el texto haga de nosotros aquello que suceda. Y de estar
juntos mientras eso pasa. “Juntos” no significa que todos tengan que hablar,
que todos tengan que decir algo. Por el contrario. “Juntos”, muchas veces,
tiene la fuerte posibilidad de ser un silencio compartido.
Eugenia Almeida
Publicado en Ciudad X
Agosto 2012
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