Lecturas y rituales de una mañana en Toulouse
Algo pasa esta mañana de domingo en Toulouse. Termina junio, el sol te saca de la cama y te manda a la calle, donde las bicicletas se mueven sobre el empedrado y –es verano– el croissant reglamentario se come en barcitos con mesas en la vereda.
Algo pasa, en
realidad dos cosas en el mismo lugar. La calle medieval ondea y aparece el
Convento de los Jacobinos, un espacio enorme fundado en el siglo XII para
combatir a los cátaros, su creencia en dos Creadores –Dios y el Diablo–, su
ascetismo doctrinario, su desobediencia al Papa. En un espacio altísimo, frente
a un altar, religiosos de hábito blanco y capa verde dan misa: cantan, hablan.
Un grupo de gente de pie los sigue en silencio.
A la vuelta, en el
mismo convento, entre arcos góticos y columnas, la actriz Fanny Cottençon lee,
durante una hora, un fragmento (una buena parte) de La pieza del fondo, de la cordobesa
Eugenia Almeida. Un grupo de gente sentada la sigue en silencio.
Hace días que
ocurre aquí la Maratón de las palabras, un encuentro literario anual al que
este año la ciudad de Buenos Aires es invitada especial. Hay charlas en
librerías, hay entrevistas, hay estas lecturas larguísimas a las que muchas
veces se paga para entrar.
La fórmula es
atractiva: un actor, una actriz muy conocidos con un texto que puede ser famoso
–también leyeron Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez– o nuevo. El público va
para conocer el texto o para ver a su actor o las dos cosas. En todo caso,
funciona. ¿A nadie se le ocurrió trasladar el formato a Buenos Aires? Claro que
sí. Pero, dice por lo bajo alguien de la comitiva porteña, en las
circunstancias políticas que vivimos… ¿eso no terminaría en una lista de quién
lee o no para Macri? En todo caso no lo pensó así la larga lista de escritores
que vinieron a Toulouse: Alberto Manguel, Claudia Piñeiro, Martín Kohan,
Samanta Schweblin, Pola Oloixarac, Ernesto Mallo, Damián Tabarovsky, Carlos
Salem y siguen los nombres.
Es en ese contexto
que en el convento hay misa y hay lectura. A la misma hora, en el mismo lugar,
a dos grupos de personas les están contando cuentos. Claro que no son
equivalentes. Digan lo que digan los textos de esta mañana, uno es el cuento de
la obediencia, del ser superior, de la interpretación fija. El otro es –trata
de ser– el cuento de la libertad de pensamiento, del riesgo, de la búsqueda de
lo nuevo. Borges dijo alguna vez que Dios era un personaje de la literatura
fantástica. Pero claro, es un personaje con un ejército, con muchos.
Pregúntenles a los cátaros.
Patricia Kolesnicov
12/07/2013
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