En
el cine hay una niña. Duerme junto a su hermano, al lado de la banqueta en la
que está sentada su madre, la espalda apenas inclinada, las manos sobre el
piano, una mujer que trabaja musicalizando películas mudas de un cine de
Saigón. La niña va a crecer, va a escribir, va a convertirse en Marguerite
Duras, la enorme escritora francesa. Nadie sabe cuánto de esas noches de
semipenumbra, apenas iluminadas por las sombras que titilan en la pantalla, puede
haber impactado en sus libros perfectos.
En
1927 se inaugura el Teatro Chino. La actriz Norma Talmadge pisa
involuntariamente el cemento fresco y deja su huella marcada. El dueño del cine
invita a Mary Pickford y a Douglas Fairbanks a hacer lo mismo. Nace una
leyenda. Con los años, miles de estrellas de Hollywood van a dejar sus huellas
en el “Paseo de la fama”.
Estas
son algunas de las hermosas historias que el escritor y cineasta Edgardo
Cozarinsky cuenta en su libro. Con
variadas citas (Bolaño, Arlt, Borges, Bioy Casares, Cabrera Infante, Wilcock y
Silvina Ocampo, entre otros) y hermosas ilustraciones de publicidades,
programas y afiches, Cozarinsky construye un pequeño artefacto hecho de
belleza. No sólo por contar parte de la historia del cine (los narradores
japoneses que relataban las películas mudas; el cinemascope y el cinerama como
intentos de resistir la llegada de la televisión, las leyendas de los
fantasmas, el autocine, las salas “para hombres solos”) sino también por el
ritmo con el que el autor va llevándonos de una cosa a la otra.
Para
terminar, Cozarinsky ofrece un relato de ficción: un periodista y un policía
investigan “el caso de las sonrisas póstumas”.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
Agosto 2013
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