Julius, el gruñón
Nunca le gustó ese sobrenombre. En algún momento, alguien dijo que esos hermanos que comenzaban a tener éxito debían tener nombres que destacaran la característica más sobresaliente de cada uno. Con él fue muy sencillo. La palabra inglesa “grouch” lo describía a la perfección: un gruñón, un cascarrabias. A pesar de la incomodidad, Julius Marx aceptó. Quizás porque era mejor que seguir soportando el apodo que le había puesto su madre: “el celoso”.
Es imposible hablar de Groucho sin hablar de sus cuatro hermanos y de su familia. El germen de todo parece haber estado ahí, en cómo fueron asignados los roles cuando eran niños.
Julius es el del medio. El que es obligado a dejar la escuela para ir a trabajar a una fábrica de pelucas. El que acepta el camino que dibuja su madre: dedicarse a las “variedades”. Va a recorrer pueblitos y ciudades cantando y bailando, haciendo números artísticos. El adolescente consigue los primeros trabajos y entonces llega algo que lo marcará para siempre: dos veces consecutivas sus compañeros de elenco huyen con la recaudación. Su madre decide que es mejor que no ande solo y consigue que un productor visite la casa y contrate a tres de los cinco hermanos. Y allí comienza la historia. Con el tiempo esa madre se convertiría en manager y sería quien más combatiría los chistes y humoradas que los hermanos hacían arriba del escenario. Estaban ahí para cantar, no para repetir las payasadas que hacían en casa. Pero Julius había notado que en cuanto empezaban con esas cosas el público se encendía. Y decidió abrir un espacio para lo que sería la esencia de su carrera: la improvisación.
Luego vendría el éxito. Broadway, el cine, la radio y la admiración pública de artistas como Chaplin, Antonin Artaud, Rubinstein, Gershwin, Dalí, Ionesco, J. B. Priestley, George Bernard Shaw y T. S. Eliot.
Groucho se había convertido en un hombre rico. Pero el temor a quedarse sin nada lo llevó a invertir en la Bolsa. Fue una mala época: la crisis del 29 barrió con todo. Después de esa experiencia el cómico nunca pudo abandonar el miedo a la precariedad, a la pobreza, a la vulnerabilidad. Siempre sintiéndose en riesgo de ser abandonado o traicionado, comenzó a tomar decisiones algo inusuales.
La vida familiar no fue un sostén. Matrimonios arruinados, hijos con los que tuvo relaciones tormentosas, problemas con sus hermanos. Julius se trasformó completamente en Groucho, una parodia de sí mismo que hacía bromas crueles a los que lo rodeaban. El humor como un látigo para desquitarse con otros –más frágiles–, como un reflejo de los años en los que el más frágil había sido él. El rey de los juegos de palabras tendría una vejez tormentosa, atrapado en una disputa familiar por obtener su tutela.
El trabajo de Stefan Kanfer es una biografía precisa y detallada con más de 700 páginas que incluyen un índice onomástico y una extensa bibliografía recomendada.
Eugenia Almeida
Publicado en Ciudad X
Febrero 2014
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