Un anuncio en un viejo diario de París. 1941. Una chica de quince años ha desaparecido. Una chica judía. Ese anuncio se convierte, muchos años después, en la primera pista de una reconstrucción, la punta del ovillo para desplegar una historia que habla de todos nosotros. El narrador comienza una pesquisa para saber qué fue de Dora Bruder. Por qué sus padres la buscaban, dónde estuvo, cómo era París en esos años. La búsqueda –casi una marca de estilo de Patrick Modiano– será atravesada por los recuerdos del autor. Un cruce permanente entre dos vidas que no llegaron a encontrarse en el tiempo. La propia biografía dejándose perforar por la del otro. Una red de cruces hecha, fundamentalmente, de geografías compartidas. De esos enclaves surgen, como fantasmas, las antiguas presencias. Y, como dice Adolfo García Ortega en el prólogo: “Lo que era una sencilla búsqueda, alimentada por la coincidencia de calles y de lugares comunes con la infancia del narrador, se convierte en el acta notarial de una masacre.”
El narrador descubrirá que Dora era hija de una costurera húngara y un peón austriaco, dos jóvenes que llegaron a Francia y tuvieron que enfrentar las penurias de los inmigrantes. Sabrá que cuando su hija cumplió catorce años la llevaron a un internado religioso, que pasó casi un año y medio allí, que finalmente un domingo de diciembre escapó. Y luego hay un lapso de tiempo en blanco. Un paréntesis. Meses después el nombre de Dora Bruder reaparece en la lista de personas incluidas en el convoy que salió en dirección a Auschwitz el 18 de septiembre de 1942.
El Nobel francés vuelve otra vez sobre la lucha entre la memoria y el olvido. “Lleva tiempo conseguir que salga a la luz lo que ha sido borrado. Quedan pistas en los registros pero se ignora dónde están escondidos y qué guardianes los vigilan”. Modiano escribe cartas a los directores de los colegios de la zona, mira fotografías, conversa con una prima de Dora, recorre la ciudad, consulta partidas de nacimiento, archivos de la policía, circulares. El efecto que produce la exposición de la información proveniente de fuentes oficiales es escalofriante. Los decretos, los informes y las actas evidencian el horror de un modo más impactante porque ponen en evidencia el plan sistemático de aniquilación y sus circuitos administrativos y burocráticos. El medio tono –nunca dramático, nunca sobrecargado– se vuelve certero y doblemente perturbador.
El trabajo de reconstrucción que hace el narrador nos muestra en una historia familiar un ejemplo más de la vida de muchos: hijos de inmigrantes nacidos en familias diezmadas por la enfermedad y la pobreza, siempre en riesgo por tener una identidad que no es totalmente aceptada por una sociedad que los recibe y los usa pero no los reconoce como pares y cuando tiene la posibilidad de sacrificarlos lo hace sin dudar.
Cuando en 2014 le otorgaron el Premio Nobel a Modiano, la Academia sueca hizo hincapié en el trabajo del autor sobre la ocupación nazi en Francia. Pero limitarse a eso sería reducir su obra. No se trata sólo de Francia. Se trata de nosotros, una especie que se inclina a destruir lo que se aleja de lo aceptado, lo normal, lo conocido. Las grandes desgracias también están hechas por los complacientes que hacen o dejan hacer y aprovechan el clima para desfogar su odio privado. El antisemitismo, la islamofobia, la persecución del otro.
Modiano habla de la opresión y de las posibilidades que tenemos de acatar o desobedecer. De colaborar con el mal o combatirlo. Pero no se trata sólo de aquellos que formaron parte de la maquinaria de la destrucción sino también de los que resistieron. Como aquel grupo de mujeres al que llamaban las “amigas de los judíos”, francesas “arias” que usaban la estrella amarilla caricaturizándola y denunciando al régimen y que fueron detenidas y llevadas, ellas también, a los campos de concentración.
Dora Bruder –publicado originalmente en 1997– no es un libro de respuestas. Es pura pregunta. Uno de los puntos de partida habituales del escritor francés: el trabajo de reflotar aquello que ya no está. Un autor que, como dice García Ortega, siempre ahonda “en el pasado desde una situación de presente”.
En su discurso al recibir el Premio Nobel, Modiano dijo que bajo la mirada del escritor “la vida corriente acaba por envolverse en misterio y adquiere una especie de fosforescencia que no tenía a primera vista, pero que estaba escondida en lo profundo. El papel del poeta, del novelista y también del pintor, es develar ese misterio que está en el fondo de cada persona (…) Sin duda, la vocación del novelista, ante esta gran página en blanco del olvido, es rescatar algunas palabras que estaban parcialmente perdidas, como esos icebergs a la deriva en la superficie del océano".
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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