Liberar al prisionero
Unos niños jugando con petardos, una chispa, un incendio, un camión de bomberos, enormes cantidades de agua, un valioso archivo dedicado a Samuel Beckett ha estado a punto de perderse, pero las cosas parecen conspirar a favor y los estudiosos dedican largo tiempo a corroborar que todo esté bien. En medio de ese proceso, descubren el diario íntimo de un joven estudiante que dice haber sido asistente de Beckett en 1985. Esas páginas son bastante desconcertantes porque no coinciden con el estereotipo creado alrededor del escritor. Es por eso que el especialista Fabián Avenarius, de la Universidad de Reading, le advierte al lector que lo que está a punto de leer evidentemente fue escrito por alguien que intentaba jugar o estaba trastornado. El profesor Avenarius es muy claro en su presentación e incluso se atreve a proponer una clave de lectura: recorrer esas páginas “como lo que son: una obra de ficción acerca de hechos reales”.
El recurso de abrir una novela haciendo referencia a un texto que se va a presentar por primera vez, que ha pasado inadvertido largo tiempo y sobre cuya veracidad hay dudas ha sido utilizado cientos de veces en la literatura. Y quizás haga que algunos lectores quieran abandonar este libro al encontrarse con algo tan trillado. La recomendación es que no lo hagan. Esas dos primeras páginas no quitan ni agregan nada a lo que está por suceder: una historia breve, profunda en su levedad y su sencillez.
El diario al que hace referencia la introducción es una colección de notas que un joven estudiante de antropología escribe a partir del día en que sabe que Samuel Beckett va a contratarlo. Su trabajo será ayudarlo a ordenar archivos, papeles personales que diversas universidades del mundo se disputan con fervor. Ese ayudante –cuyo nombre desconocemos– descubrirá que el Premio Nobel de Literatura no se parece en nada a la imagen que el mundo tiene de él. No es ese hombre rígido y frío que replica la leyenda. No es de una seriedad inconmovible. Es un tipo gracioso, una especie de niño malicioso que se ríe de la hipocresía. Es alguien a quien le gustan los disfraces y que suele vestirse de un modo estrafalario cuando no debe sostener su imagen de “escritor serio”.
El contrato de trabajo prevé diez días de tarea. Pero 48 horas después todo está listo. Beckett le propone a su asistente que aprovechen el tiempo “fabricando archivos”. El juego se basa en la idea de que los archivos de un escritor deberían ser leídos como ficción. Irreverente y divertido, disfruta despistando a los académicos, convencido de que dedicarse a estudiar la biografía de un autor es una manera de evitar observar la propia vida.
El escritor comparte muchos momentos con su ayudante, que va tomando notas sobre lo que dice y hace este hombre que visita un sex-shop, saca boletos de tren que nunca usará, pasea en bicicleta por las calles de París, se ríe a carcajadas, sueña con escribir un libro de recetas guiadas por una “teoría práctica de la intuición”, juega al bowling y agradece la miel que le dan sus abejas ofreciéndoles ramos de orquídeas.
En cierto momento, el Premio Nobel recibe un llamado telefónico: un director de teatro le pide su autorización para montar Esperando a Godot en una cárcel de Suecia. El escritor accede y comienzan a llegar cartas contando los avances del proyecto. Esas noticias permiten algunas reflexiones sobre la prisión y la libertad y un deseo de Beckett que, increíblemente, se cumple en la realidad.
El libro de Martin Page aborda con gracia ciertas preguntas: ¿Cuánto hay de nuestra esencia en el relato de nuestras vidas? ¿Es posible acercarse más a la obra de un autor conociendo su biografía? Esos trabajos académicos que intentan hacer un cruce matemático entre vida y obra ¿no son un ejercicio forzado? El asistente de Beckett lo dice claramente: “Los intelectuales están dotados para no ver más que lo que les conviene. Lo que no se ajusta a la idea que se hacen de su objeto de estudio es invisible para ellos.”
Algo de lo que se cuenta aquí realmente sucedió: el grupo de presidiarios suecos que salió de gira presentando Esperando a Godot; la puñalada que el autor recibió de un desconocido en la calle y algunas cosas más. Sin embargo, eso no es lo importante. Lo central es que Page ha escrito un libro amable, que homenajea a Beckett con las herramientas de la ficción y así ofrece un claro ejemplo de lo que dice uno de los personajes: “Todo artista es un secuestrado. Olvidarlo con frecuencia, para posar una nueva mirada sobre su obra, es devolverle su libertad.”
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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