domingo, 27 de septiembre de 2015

III Feria del Libro de Neuquén





Este domingo 27 a las 20.15, 
en la Tercera Feria del Libro de Neuquén, 
charlaremos con Alejandro Finzi y Teresita Valdettaro 
sobre "Literatura y política".


lunes, 21 de septiembre de 2015

Entrevista de Lucía Argüello (El Milenio)


Los relatos que escriben a Eugenia Almeida

Desde la aparición de su ópera prima en el 2005, Eugenia Almeida se ha convertido en una escritora cada vez más reconocida. La hoy vecina de Unquillo acaba de publicar “La tensión del umbral”, su tercera novela. Con su sencillez característica, Almeida cuenta a El Milenio las particularidades de su historia y su oficio.




Eugenia Almeida tiene una arruga recta y profunda entre las dos cejas, como el gesto de alguien que ha pasado mucho tiempo con el ceño fruncido. Tal vez sea la marca de una persona que ha tenido que atravesar una infancia y una juventud no exenta de esfuerzos y preocupaciones para poder disfrutar un presente de calmada plenitud. Porque en el rostro de Eugenia también están marcadas las arrugas al costado de la boca de quien ha sonreído (y sonríe) mucho.

Eugenia Almeida nació en Córdoba en 1972 y es licenciada en Comunicación Social, pero tal vez sería mejor definirla como una lectora empedernida que con el tiempo se reveló como una escritora prometedora y de singular talento. La vida la llevó a Unquillo hace más de quince años buscando, como todos, el silencio, la soledad y la tranquilidad.

Por estos días acaba de publicar su tercera novela, “La tensión del umbral”, un relato con todos los condimentos de un buen policial: una muerte misteriosa, un periodista devenido en investigador y un oscuro entramado de relaciones de poder. Una historia sin grandes héroes pero llena de “pequeños gestos”, construida a partir de escenas pegadas cinematográficamente una tras otra y pequeños detalles con el poder de evocar la imagen del todo.

Y es que Eugenia Almeida, con sus ojos amables y su sonrisa sincera, es una mujer sencilla, que disfruta de los placeres comunes de la vida cotidiana (leer, escribir, juntarse con amigos, escuchar la radio) y cuya mirada siempre anda buscando aquellos mínimos actos que construyen nuestra realidad.


Dos caras de la misma moneda

Para Eugenia Almeida, la lectura fue uno de los primeros de esos “pequeños placeres”. “Mi vieja era muy lectora. Yo tenía esta imagen de verla en sus momentos de descanso cuando se sentaba, se hacía un café, se fumaba un cigarrillo y agarraba su libro. Y antes de saber leer yo aprendí a leer esa imagen como algo placentero. Ahí había un aliciente grande que rápidamente me impulsó a aprender yo también. No podía tomar café, no podía fumar, pero podía leer”, explica entre risas la escritora, que hoy ya hace las tres cosas.

Entre los recuerdos aparece la imagen de una modesta pero tentadora biblioteca materna. “Había un estante que era el estante de los libros para grandes. Porque mi vieja veía que yo leía todo lo que encontraba entonces los había puesto en un estante más alto. Y me descubría siempre, porque yo para llegar a ese estante tenía que pisar el respaldo de la cama, y nunca me daba cuenta que quedaba la huella de la zapatilla”, vuelve a reír Almeida, mientras mira nostálgicamente por la ventana de un café unquillense.

Su pasión por la lectura creció rápidamente y pronto apareció la escritura, como contracara de una misma moneda. Sin embargo, la publicación de su primera novela la sorprendió tanto como el premio que recibió.

“Desde que me acuerdo ya escribía, pero como placer mío, nunca había buscado publicar. En algún momento escribí algo un poco más largo que tenía la consistencia de una novela. Y justo cuando terminaba, una amiga me envió las bases de un concurso y lo mandé”. En este sencillo (aunque costoso) acto desesperanzado, “El Colectivo”, la primera novela de Almeida, se convirtió en el ganador del Premio Internacional de Novela “Dos Orillas” organizado por el Salón del Libro Iberoamericano de Gijón. Y hasta hoy en día Eugenia no sale de su asombro.


De la foto a la novela

Si bien Eugenia Almeida es escritora, más que escribir libros, habría que decir que los libros la escriben a ella. “Para mí todo empieza con una imagen que se me presenta como si fuera una foto. Yo no sé qué es, ni quiénes son los que aparecen en ella o qué están haciendo. Y es como si la tuviera en mi mente un tiempo, hasta que algo se mueve. Cuando se empieza a mover puedo empezar a escribir”, explica Almeida mientras el café doble sin azúcar (“para que tenga gusto a café”) desaparece con la velocidad propia de un bebedor empedernido.




“La última novela que se acaba de publicar, ‘La tensión del umbral’, empezó con la imagen de una mujer que acababa de suicidarse en la calle y yo lo que veía era esta mujer tirada y la gente alrededor”, agrega para ejemplificar.

“Hay escritores que tienen todo planeado. Yo no puedo trabajar así, todo lo contrario. Yo escribo para saber qué pasa y eso es lo divertido, que yo no sé qué va a pasar. Me termina sorprendiendo, incluso hay momentos en los que no acuerdo con lo que ocurre. La escritura funciona para mí como si fuera un sueño”, señala Eugenia y anticipa que está trabajando en una nueva novela que todavía no sabe mucho de qué va, pero donde asegura, hay otro muerto.
Hoy en día confiesa que el encuentro con los lectores es una de las partes que más le gustan de ser escritora. “El oficio de escribir es muy solitario, aún si lo que escribís va a ser publicado. Y saber que hay un cierto interés sobre eso es muy estimulante. Entre lector y escritor se genera un afecto muy particular. Es hermoso hacer algo que pueda conmover a otros como a mí me han conmovido tantos libros que he leído. Eso para mí es impagable”, asegura la escritora con una nueva sonrisa.



Lucía Argüello - El MIlenio
24 de julio de 2015





miércoles, 16 de septiembre de 2015

martes, 15 de septiembre de 2015

Nuevo reconocimiento al gran Mordzinski




DANIEL MORDZINSKI, 
PREMIO OCIB A LA COOPERACION IBEROAMERICANA

“No concibo la vida sin las ficciones”

El fotógrafo argentino fue distinguido por su extenso trabajo con escritores de todas las latitudes, una obra que define como “la mejor manera que encontré de contribuir a ese milagro maravilloso que es la literatura”. Ahora prepara un libro.


Foto: Leandro Teysseire



  Por Silvina Friera

¡Clic! El mago pronuncia la onomatopeya de la felicidad como quien arroja una botella al mar de las imágenes para desacralizar la literatura. Daniel Mordzinski, “el fotógrafo de los escritores”, enciende las palabras con su canto iconográfico. Como un rompecabezas para armar, Salman Rusdhie está metido en una bañera, a punto de comerse unas uvas. Gabriel García Márquez, sentado en la cama de su dormitorio de Cartagena de Indias, mira hacia la luz que entra por la ventana como si intentara colgarse del brazo del sol. Enrique Vila-Matas juega el juego que más le gusta: difuminar las fronteras entre realidad y ficción, exhibiendo sus fotos y libros. La comisión organizadora del Otoño Cultural Iberoamericano (OCIb) ha concedido el V Premio OCIb a la Cooperación Iberoamericana al fotógrafo argentino por su contribución al estrechamiento de las relaciones entre los ciudadanos y países de la comunidad Iberoamericana.

“Cada vez que fotografío a un escritor me siento premiado por la vida, porque siento que la vida me ha dado la oportunidad de dedicarme a lo que de verdad me gusta. Y ahora, con este premio, recibo además las felicitaciones de tantos amigos queridos, viejos compañeros de escuela, colegas a los que no veo desde hace una eternidad. Y me doy cuenta de que las cosas cobran un sentido y que, como en los libros, desear algo es la mejor manera de conseguirlo”, dice Mordzinski a Página/12. “Ser premiado en Huelva significa también el reconocimiento de los autores que me permiten fotografiarlos; me doy cuenta de la suerte que tengo haciendo un trabajo que nace en la lectura, que se inspira en las lecturas y cuya ‘lectura’ –la de los retratos que hago– puedo compartir con lectores y amigos de todo el mundo.”

¿Cómo surgió el “atlas humano” de la literatura iberoamericana que está haciendo Mordzinski con sus retratos fotográficos? “Creo que todo empezó en los primeros años del Nacional 17 –la escuela secundaria–, gracias a una profesora: Nilda C. de Pfister, que me transmitió la pasión por la lectura y por la imagen”, recuerda el fotógrafo. “Ella coordinaba un grupo de cine, hacíamos cortos en súper 8 con guión, actores, iluminación, montaje, sonido. Cine en mayúsculas. Los sábados presentábamos nuestros cortos en Uncipar, un cine club maravilloso. En esos años soñaba con una sucesión de imágenes que eran fotos, libros y películas. Pero estudiar todo eso a la vez era imposible y en una Argentina en plena dictadura, mucho más difícil, claro. De modo que empecé a trabajar como segundo asistente de dirección junto a Ricardo Wulicher en Borges para millones y un buen día, en un conventillo de San Telmo, un ¡clic! me hizo sentir que tal vez mi contribución a la causa de las letras y las imágenes podía continuar así: fotografiando escritores... Y treinta y ocho años después sigo haciendo clic como el primer día.”

Muchos se preguntan si las fotografías de Mordzinski (Buenos Aires, 1960) son un modo de contar historias. ¿Fotografiar es su manera de escribir? “Yo soy fotógrafo pero no concibo la vida sin literatura, sin ficciones, sin libros. Y si pienso que llevo casi cuatro décadas retratando a los autores que nos hacen tan felices leyendo, ahí es cuando siento que recibo un premio. Para mí las letras y las imágenes son el aire y el sol y el aliento de la vida. En la adolescencia dudé si dedicarme a la literatura, al cine o a la fotografía. Hoy finalmente entendí que son las tres caras de mi trabajo. Fotografiar escritores es la mejor manera que encontré de contribuir a ese milagro maravilloso que es la literatura”, afirma el fotógrafo argentino. “Varias editoriales me propusieron escribir un libro sobre mi trabajo. Me lo pensé varios años y finalmente acepté. Será un libro que contenga lo que nunca enseñé por pudor, por miedo, por inseguridad, un libro en que, si alguien un día lo decide, pueda encontrar mis pequeños secretos, digamos mi poética. Algo que explique por qué he preferido buscar en los rostros y entre las líneas de los libros y de los escritores y no de los deportistas o estrellas musicales.”

Imposible olvidar el 29 de enero de 2010. “Ese día participaba en el Hay Festival de Cartagena de Indias; para mí es un gran honor ser el fotógrafo del mejor festival del mundo”, subraya Mordzinski. “Eran las ocho de la mañana, bajé a desayunar y me encontré con Mario Vargas Llosa, que de inmediato me invitó a compartir su mesa. Se me ocurrió decirle que a pesar de haberlo fotografiado tantas veces nunca le había hecho una ‘fotinski’. ‘¿Qué es eso?’, preguntó. ‘Vos sabés Mario, son esas fotos traviesas que me gusta hacer.’ ‘Hagamos una fotinski’, dijo y agregó: ‘Te espero a las 13 en el Teatro Heredia’. Subí a mi cuarto a buscar mis cámaras y escuché que sonaba el teléfono; era Mercedes Barcha (la esposa de Gabo) invitándome a su casa: ‘Gabo te espera a las 13’, me dijo, y yo pensé que en Colombia todo era posible... Le respondí en forma de broma que necesitaba charlar con mi psicoanalista antes. ‘Preferís otro día’, respondió. ‘Nooooo, sólo te pido que en lugar de a la una lo hagamos a las dos’... Cómo le iba a decir que no podía porque tenía otra cita con Mario Vargas Llosa... Qué casualidad y qué maravilla que en un mismo día haya tenido la oportunidad de retratar a dos titanes de la literatura.”

¿Cómo es la experiencia de fotografiar escritores? “Los autores son muy respetuosos con mi trabajo”, revela Mordzinski. “En estos años he encontrado grandes amigos y poquísimas malas sorpresas que por elegancia prefiero no mencionar. He aprendido que una cosa es el escritor y otra lo que él escribe, y también que no hay ninguna relación entre la calidad literaria y la fluidez en el retrato. Y además hay días buenos y días malos, para los escritores y para mí. No hay normas. Lo grande es que el balance es muy bueno y creo que voy consiguiendo algo que a la gente le interesa y en ocasiones ayuda a acercar al universo de las letras o a conocer mejor a un escritor. No tengo recetas ni fórmulas mágicas; a veces sale mal, otras bien. Si tengo un mérito es el de no invadir los territorios vedados, lo cual no me impide retratar zonas oscuras que a veces ellos mismos desconocen. Pero lo que nunca haría es traicionarlos y publicar una foto hecha con mala intención o agresiva hacia su dignidad.”

Después de 36 años de vida en París “regresó” a su primera lengua. “Estoy viviendo en Madrid, y es mi primera vez en España. Debo confesar que no me esperaba un recibimiento tan bueno”, cuenta Mordzinski. “Yo no era consciente de que mis fotografías eran tan importantes para tanta gente. La hospitalidad y generosidad española son increíbles. No pasa un día que en una librería, un recital de poesía o desde las instancias culturales no me hagan un mimo y me digan cosas lindas.”



Más sobre Daniel Mordzinski



Comentario de Milena Heinrich sobre "La tensión del umbral"




Una trama negra que desnuda las redes policiales

En La tensión del umbral, la escritora cordobesa Eugenia Almeida desmonta una trama policial pero también polí­tica sobre las redes del crimen y del poder en una ciudad cualquiera del paí­s, lejos de protagonistas heroicos, pistas misteriosas o investigaciones épicas y cerca de una preocupación que trasciende a la realidad, sin por eso resignar la tensión disparada por la pesquisa ficcional.


  
El suicidio de una mujer a plena luz del dí­a y en pleno centro urbano, frente a la mirada desprevenida de unos cuantos testigos, desata la conmoción de un periodista, Guyot, que a pesar de las sugerencias de las fuerzas policiales de desatender el caso decide investigar esa muerte incomprensible -un disparo en el pecho,- sin el aval del diario en el que trabaja ni el de sus informantes.

Con esa primera escena, Almeida despliega una narración policial y negra partiendo "de un lugar pantanoso: comprender un suicidio. Uno puede decirse un montón de letaní­as para soportar el dolor pero son muertes que nunca cierran en una explicación. Y más acá, que es un suicidio muy particular porque es del orden de lo público, de esos que irrumpen en el mundo de los otros y por eso deben leerse de otra forma", dice su autora a Télam.

Ocurre que en La tensión del umbral (Edhasa), el suicidio desnuda una trama de relaciones y mecanismos vinculados a las fuerzas de seguridad, el ejercicio de la ley y el rol de los medios de comunicación, o en otras palabras, "construcciones de poderes ocultos que funcionan como redes -memorias muy nuestras, ¿no?, se interrumpe- y cuando muere el malo, un segundo después hay otro en su lugar".

De alguna forma, "en el libro hay una linealidad con la realidad, con cosas que vivimos cotidianamente y que en la vorágine perdemos de vista", sostiene esta escritora de Unquillo, (Córdoba), licenciada en Comunicación social, autora de las novelas El colectivo, editada con creces en España, Grecia, Francia, Portugal, Italia y Austria; y de La pieza del fondo, además del libro de poesí­a La boca de la tormenta.

Con su tono pausado de canto cordobés, Almeida, de visita en Buenos Aires para presentar su última publicación, reflexiona acerca de su propia tarea, del modo en que realidad y ficción se encuentran: "Si tuviese que reflexionar sobre cuál es la mirada que me interesa abordar en mis libros dirí­a que es una mirada etnográfica, que se pare con una distancia de extrañamiento para ver lo cotidiano desde otro lugar".

Se refiere, por ejemplo, a que en Córdoba la policí­a "está siendo cuestionada y criticada, sobre todo después del acuartelamiento de 2014". Y a ella eso la interpela: "cómo funciona la cabeza de alguien que trabaja con ficción es un misterio pero sí­ sé que estoy muy atenta a la realidad cotidiana, leo diarios y aunque muchas veces son realidades que no me tocan, pasan a mi alrededor y un día me levanto diciendo `listo, hoy tiene que parar todo', pero nunca para".

Si bien su novela no se centra ni en la policí­a de Córdoba ni tampoco en las trampas de "un sistema que arrincona, en el que algunos tenemos privilegios mientras a otros se les violan permanentemente sus garantí­as individuales", Almeida propone una historia tan atrapante como despojada en la que desvela la cocina de las redes del crimen y del poder.

Para levantar esa trama de complicidades Almeida no eligió un personaje a lo Sherlock Holmes lúcido y audaz: "Me gustan los protagonistas que no son súper brillantes, sino gente común. Guyot no sabe todo, no es vivo, muchas veces es ingenuo y no logra ver que está desatando un dominó en el que las balas no le pegan a él pero le dan cerca".

En esta línea, la escritora cordobesa distinguida por El colectivo con el premio "Dos Orillas" que otorga el Salón del Libro Iberoamericano de Guijón, explica -acaso sea esa la razón que mantiene en vilo su lectura- que "la novela no ofrece resquicios ni proceso heroico, los personajes van descubriendo que tienen menos espacio vital para moverse, están arrinconados y deben elegir qué hacer".

Es que "la dominación se vuelve completa cuando el miedo está sobre el otro y el otro sabe que no debe moverse. Las redes organizadas se construyen no solo con gratificaciones, sino con presiones, advertencias, secuestros", dice la autora, de ahí que como narradora le "interesan mucho los gestos pequeños de las personas, en esta novela dentro de esas redes".

Y como narradora de ficción la convoca también "pasarla bien, estar metida en la historia y poder circular dentro de ese mundo" pero sobre todo "permitirme lo que sea porque siempre hay tiempo de tachar y corregir. Para mí escribir literatura es un espacio de libertad y lo cuido como tal".

¿Y qué no te permitís? "Cuando algo me complace demasiado. Para mí lo primero es la historia, el resto no importa. Y tampoco me permito intervenir demasiado en el relato, las cosas no son como yo quiero. Está bien, es claro que yo tengo opinión sobre todo pero en la novela no me permito que aparezca porque creo que el narrador despliega un escenario, no baja línea". "Y tampoco me permito - reflexiona y resume Almeida- dar cosas por sentado. El día que te dejás de maravillar se acabo la magia. Me gusta desnaturalizar las cosas, generar un efecto de extrañamiento y pensar que desde la ficción puedo traer algo de la cotidianidad desde otro lugar y con otra historia, y que de alguna manera haga un eco en la realidad".


Milena Heinrich
http://www.telam.com.ar/notas/201507/114300-una-trama-negra-que-desnuda-las-redes-policiales.html



Una de esas cosas que ofrece la Feria del Libro de Córdoba y que no hay que dejar pasar.









lunes, 14 de septiembre de 2015

Comentario de Esteban Maturin sobre "La tensión del umbral"






Una radiografía negra


Eugenia Almedia nos ha sorprendido, y no es la primera vez. Acaba de aparecer en las librerías cordobesas su tercera novela, con un título difuso: podría corresponder a un libro de psicología. Incluso “La tensión del umbral”, si no estuviera publicado en la excelente serie de Edhasa Literaria, con su icónico azul marino en el lomo y en la portada, podría pasar por un libro técnico. De arquitectura, por ejemplo. Y ahora que lo pienso, en esta novela de Almeida hay algo de arquitectónico, y mucho de psicológico, así que quizás el título no sea tan difuso, finalmente.

Porque es un novelón, de cabo a rabo, con una larga y concienzuda investigación sobre las metodologías represivas (militares y policiales); sobre la historia política reciente; sobre la vida pública (y la no pública) de los medios de comunicación; y sobre las relaciones del poder político con todos ellos. Además, una exhaustiva visita a los elementos característicos del “noir”, ubicados cada uno en su punto justo. 

Pero hay, además, ese aditamento que convierte a una buena receta en una jugosa y apetecible cena. De los ingredientes de género, está la muerte de “etiología dudosa”, por supuesto, y el plus aquí es que, a todas luces, es una muerte clara: un suicidio, con arma de fuego, a peno sol y en medio de la calle, con testigos oculares. Sin embargo, la trama inmediatamente instala la duda, y el lector acompaña ese titubeo de los acontecimientos de una forma tan natural como acompañará página tras página, hasta completar en algunas horas –si ha podido, sin detenerse- las trescientas de la novela. 


Retratos conocidos

Otros de los elementos estándares en el género: el ratón de biblioteca, el barman que es casi de la familia, el poli bueno, el poli malo, el periodista con conflictos de conciencia y de historia. Todos, insisto, con un plus, un agregado que los saca de la mera enunciación de rasgos distintivos y los ubica en una realidad material, urbana, citadina. Y de una ciudad concreta, porque Córdoba es casi un personaje más –a la que nunca se nombra por su nombre, pero todo la nombra en cada nombre- en esa trama que gira sobre sí misma, se enreda en nuevas vertientes, en meandros barriales (¿General Paz, Alta Córdoba, Alberdi...?), inquilinatos, bares, veredas conocidas, recorridas a diario. La familiaridad del lector con el escenario empuja a buscar conexiones: a algunos personajes dan ganas de ponerle el nombre que les corresponde en la vida real. Y el apellido. Pero ya se sabe que, en la buena literatura, como ésta, todo parecido con la realidad es mera coincidencia. O no.
Y en medio de esa jungla de perdedores, como corresponde a una novela policial que se precie, destacan dos figuras tutelares: una mujer mayor, psiquiatra retirada; y un hombre de muchos rostros y muchos nombres (que me apuesto doble contra sencillo que retrata a un militar retirado, un coronel tal vez). Ellos, voluntariamente o no, serán los encargados de tirar de la cuerda hasta su máxima tensión. 


Temas tensos, lectura relajada  

Eugenia Almeida ya nos había sorprendido hace una década, con “El colectivo”.  Aquella primera novela se alzó con el premio del Salón Iberoamericano del Libro, en Gijón, España, y es de una sencillez bellísima. Córdoba vuelve a ser el escenario (en este caso, la Córdoba del interior). En un pueblito pequeño de las sierras, en plena oscuridad represiva de los años ’70, el colectivo, ese lazo de comunicación y de movilidad desde y hacia el pueblo, deja de parar. Sigue pasando todos los días, como siempre, pero no para y no sube ni baja pasajeros. Los vecinos comienzan a hablar, a  impacientarse. Y a sospechar unos de otros. Y Eugenia Almeida utiliza ese simple hecho para narrar y reflexionar sobre las relaciones humanas y, por elevación, sobre las marcas de la dictadura cívico-militar que asoló la Argentina en esos años. Las sospechas, la paranoia, comienzan a dar cuenta de un tejido social resquebrajado brutalmente por la violencia del gobierno militar. 

Y esa creación de atmósferas, de reacciones sugeridas, de preguntas, Almeida vuelve a lograrla, desde otra perspectiva, en “La pieza del fondo”; su segunda novela, que quedó finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2011. Aquí la imagen aún es más simple que la de aquel pueblito serrano: un viejo en un banco de la plaza. Todos los días, todo el día, en su esquina del banco, entre las palomas. Una postal repetida hasta el milímetro en cualquier ciudad. Pero hay alguien que lo mira y lo ve, y esa mirada transforma la situación ordinaria, tanto para el viejo como para quién lo mira, como quedará claro cuando esa postal se descompagine ante la ausencia repentina del viejo, y la búsqueda que dispara el hecho de haber desaparecido de su esquina en el banco de la plaza. 

Emanuel Rodríguez, conversando con Almeida a propósito de “El colectivo”, escribió que “la literatura referida a la última dictadura en la Argentina ha atravesado dos etapas: una testimonial, urgente, inmediata a los acontecimientos, caracterizada por la denuncia explícita de la violencia de Estado y de las atrocidades cometidas por las fuerzas públicas. Es la literatura producida a partir de 1983, y que atraviesa los ‘80 y los ‘90. Hacia finales de esa última década, comienza a escribirse otra literatura, en un tono mucho más marcado por la reflexión crítica en torno de los años de militancia.” Y marca la diferencia que establece la novela de Eugenia Almeida, que “no adscribe a ninguna de estas tradiciones: habla de la dictadura sin hablar específicamente de ella, da cuenta del horror sin recurrir a las herramientas que habitualmente hacen explícito ese horror”. Como las novelas de Juan Marsé, que tratan todas del franquismo, sin nombrar a Franco ni una sola vez.  

Y algo muy parecido habría que decir de “La tensión del umbral”: está el poder, está la corrupción delictiva y están los intrincados vasos comunicantes entre esos dos mundos, pero no se los nombra directamente: parecen el marco, el decorado. Pero son el centro. 

Como en sus dos novelas anteriores (también publicadas por Edhasa en la serie de los bordes azul marino), “La tensión del umbral” es una obra inteligente, sutil, llena de diálogos en cada página, con una sensibilidad fina en la película que expone a los rayos X de la narrativa. Porque Eugenia Almeida no toma una foto, sino una radiografía. Desvela, a un ritmo sostenido, apasionante, el interior de un cuerpo social en tensión. Y la radiografía resultante no sólo es un thriller “noir” por cuestiones de género, sino un diagnóstico oscuro, inquietante.   



Esteban Maturin
 Diario HOY DÍA CÓRDOBA
06 Agosto 2015



http://www.hoydia.com.ar/magazine/8601-una-radiografia-negra




Absolutamente recomendado







Taller de interpretación para cantantes
19 de septiembre

Alto General Paz - Córdoba



sábado, 12 de septiembre de 2015

Comentario de Emiliano Sued sobre "La tensión del umbral"





Los capítulos se suceden como escenas cinematográficas, con un narrador omnisciente que interviene e informa poco; que se retira y deja al lector a solas con los personajes. La novela de Almeida bosqueja el secreto mundo criminal originado en las fuerzas de seguridad de los años setenta, que luego de décadas de sangre y negocios mafiosos, aún puede hacer sonar su pólvora.”


Emiliano Sued
Diario LA NACIÓN
09 – 08 – 2015




viernes, 11 de septiembre de 2015

Lectura de poesía en la Feria del Libro de Córdoba




SÁBADO 12 de septiembre



16hrs: Juan Tardivo- Elena Anníbali –Martín Maigua-


17hrs: Homenaje a Rodolfo Godino
Julio Castellanos –Claudio Amancio Suárez- Cuqui Oviedo


18hrs: Daniel Samoilovich – Gabriela Halac


19hrs: Raquel Garzón - Eugenia Almeida


20hrs: Esteban Moore – Leandro Manuel Calle


21hrs: Cierre del Espacio Poesía con 
"Mi tropa está en la huella" a cargo del grupo Pan Comido Poesía y El Mano.



jueves, 10 de septiembre de 2015

Comentario de Silvina Friera sobre "La tensión del umbral"




“Negra, oscura y estremecedora novela policial, “La tensión del umbral” coloca a los lectores en el límite o punto exacto en que un asesinato se convierte en suicidio."


Silvina Friera
Página 12


http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-36190-2015-07-27.html

miércoles, 9 de septiembre de 2015

martes, 8 de septiembre de 2015

Retrato de Eugenia Almeida: una mujer sencilla (José Playo)




Eugenia Almeida es escritora, pero casi fue cantante. Se define ermitaña y dice que con escribir y leer le alcanza para ser feliz. Acaba de publicar su tercera novela, el policial “La tensión en el umbral”.


Por José Playo


El cenicero que usa Eugenia tiene forma de pez pequeñito. Es el que está vigente desde que se propuso dejar de fumar. Y estuvo cerca de lograrlo, pero sucede que tras las inundaciones en las Sierras Chicas, este verano, la angustia hizo que el vicio se empantanara en la casa de Unquillo. En lo que dura la charla, el pez pequeño se come sin chistar tres colillas. Y a medida que avanza la tarde, la luz que pasa por las ventanas se pone más azul que el cielo.

Eugenia Almeida vive en un presente continuo que se parece mucho al que hubiera deseado plantearse como objetivo si fuese la clase de persona que se planteara objetivos a mediano plazo. Pero no es su estilo. Para ella alcanza con que haya una estufa rusa (que es la prima hermana de una salamandra), unas paredes de madera, un buen puñado de amigos que entiendan sus ganas de estar en soledad con sus libros, y un trabajo que permita mantener su esquema de lecturas y escrituras en movimiento. 

Sobre el final de la charla, confesará que este presente se parece mucho a lo que deseaba cuando fantaseaba con un estado ideal: tener tiempo para leer y para escribir. Que su trabajo sea precisamente eso. Mientras tanto, debajo de esta charla de siesta de mes de julio, la fuerza centrífuga de su voluntad se encarga de mantener a raya los detalles de su vida familiar. No hacen falta esas pinceladas para su retrato. Bien guardados pueden quedar también los recuerdos laborales de fregar pisos con lavandina, puesto que para pintar el presente de Eugenia no es necesario reconstruirla con pinceles tan meticulosos. Sí se puede decir que, de no haber sido porque la timidez le jugó una mala pasada, hoy tal vez este retrato bien podría ser el de una cantante y no el de una escritora. 

Así de caprichosa es la suerte: “Cantaba en los pubs, sí. Te hablo de los años 1987, 1988, 1989. Cantaba temas míos. Recién arrancaban los pubs –cuenta Eugenia–. Empezaba Pizarrón en la Duarte Quirós. Empezaba toda esa movida. Cuando estaba terminando la secundaria grabé algunos demitos caseros, pero no pasó de ahí. La última vez que canté fue en un recital con mi amigo Fede Comín, creo que en el año 2002, en Alta Gracia. Después de eso, nunca más”, resume. 

Eugenia cambió la voz del micrófono por la voz narrativa. Pero no se trató de una decisión consciente. Se encargará varias veces de aclararlo. Lo que la escritora hace no responde, la mayoría de las veces, a la traza de una voluntad, sino a una simple consecuencia. Alcanza con repasar su formación como lectora. 


Leo leo 

“Cuando era chica, recuerdo, mi vieja tenía una biblioteca modesta pero muy interesante –explica Eugenia–. Por mi parte, tengo un ritmo de lectura endiablado; en casa no había holgura, así que se encargaba de pedir prestados los libros a sus compañeros de trabajo y todos colaboraban. Y cuando se podía, se compraban algunos. De grande estudié Letras un año y medio. Después dejé la carrera y durante mucho tiempo seguí inscribiéndome todos los años nada más que para sacar libros de la biblioteca. La biblioteca de filosofía me ha salvado literalmente en momentos difíciles”, confiesa. 

La pasión de Eugenia por la lectura la llevó a leer, por ejemplo, libros de física, con los que pudo comparar las predicciones futuristas de los libros de ficción. La enumeración de materias y disciplinas es casi tan amplia como el entusiasmo por conocerlas. Para ella, el proceso de esas lecturas también fue a la par de la escritura, no como una intención de crear una obra, sino como una manera natural de experimentar las dos instancias de un mismo viaje. 

Mientras tanto, la joven Eugenia debía atender al mandato social y tenía que terminar una carrera, ya no sólo por el placer de una lectura, sino por la necesidad de tener bajo el brazo un título que le permitiera entrar en el mundo profesional en el que se desenvolvía el resto de los mortales: “Cuando decidí estudiar comunicación lo hice en función de qué carreras se podían cursar de noche en la Universidad Nacional y gratis –explica Eugenia–, ese era mi parámetro; yo laburo desde muy jovencita y necesitaba una carrera que pudiera cursar después de las seis de la tarde, cuando salía del trabajo y tenía tiempo libre”. 


Fórmulas sencillas

La contabilidad de Eugenia tiene la simpleza de los ábacos infantiles, y a la manera en que esas cuentas de manipulación sencilla dan resultados claros, para ella, la tranquilidad económica se obtiene cuando puede comprar un libro, cuando sus finanzas le permiten entrar en una librería y llevarse bajo el brazo el texto que quiere. 

Esa forma de ver la vida está impresa en el envés de su mirada, en la pausa que se toma para pensar la respuesta adecuada a una pregunta prejuiciosa, y a la forma precisa de corregir una afirmación equivocada por parte de quien ha malinterpretado una manera de vivir y sentir, confundiéndola con una mera postura. “Escribo desde que me acuerdo, como una variable de leer, como parte del mismo placer. Desde que aprendí la técnica, jamás pensé en convertirme en autora, ni siquiera cuando compartí algunas cosas con otra gente. Es más, nunca pensé en publicar, de hecho la primera publicación me agarró por sorpresa”, dice. 

Eugenia se refiere a la publicación de su ópera prima El colectivo, novela con la que ganó en 2005 el Premio Internacional de Novela del Salón del Libro de Gijón, España. En ese momento, Almeida era una escritora inédita que todas las noches llegaba de su trabajo y se ponía a engordar una novela por puro placer. Una amiga le pasó las bases del premio. Era una locura, había que imprimir, anillar, mandar a España. Un platal. 

“Volví del correo diciéndome ‘qué boluda, qué boluda’”, recuerda Eugenia. Sin saber que ese mantra se convertiría al poquito tiempo en la posibilidad cierta de su nombre dentro del catálogo de una editorial internacional. Sin proponérselo, y sólo a fuerza de escribir palabra por palabra, había conseguido hacerse un lugar.


Presente

“Vengo bastante conforme con mi vida en general; cada vez trabajo más en áreas que tienen que ver con los libros, toda mi vida leí como una desgraciada, y ahora me dan unos mangos para que cuente qué me parecieron. Hace unos años me quejaba porque me hacía mal la lavandina con la que tenía que limpiar casas que no eran la mía y ahora trabajo en relación a los libros, que es lo que siempre hice por placer. Y si alguien me dice algo, puedo decir ¿sabés qué? Estoy trabajando. Eso para mí es un gran sueño. Y además puedo escribir”. 

Eugenia le da de comer una colilla más al pez antes de seguir. Le falta hablar de su última novela, La tensión del umbral, un policial que comienza con un suicidio en medio de la calle. Una investigación con un periodista sobrepasado por el caso. Comenzó a escribirla en 2010 en Francia, y ya está lista. 

“Mi disfrute está en escribir –explica Eugenia–, pero lo que me a mí me sacude no es la carrera en sí, sino el encuentro con los lectores, que me digan ‘che, leí esto y me gustó’, o ‘che, se me ocurrió por qué no hiciste tal cosa’; porque es lo que me pasa a mí cuando leo. Entonces, en un mundo desastroso como este, lleno de violencia, algo que me produce mucho placer puede darle a alguien más un buen rato, ¡qué más puedo querer! Escribir no es mi trabajo, es mi placer, es lo que soy”. 

Mientras la siesta va calentando el aire de Unquillo, Eugenia ensaya formas de contar historias nuevas al amparo de una soledad que cultiva como ella sabe y necesita en ese reino que ha sabido conquistar en su cueva. 

Eugenia podría dejar de fumar. Podría encender un fuego. Si no lo hace es porque hay una fuerza centrífuga invisible en su interior que escapa al entendimiento de la mayoría. En esa geografía lejana tiene todo lo que necesita. Una estufa que responde cuando hace falta, un pez discreto que abre la boca sin chistar. Y amigos que tienen las coordenadas precisas para encontrarla si es necesario. 







lunes, 7 de septiembre de 2015

Comentario de Roxana Bavaro sobre "La tensión del umbral"






“Un policial que me sorprendió ampliamente (…) Es un libro distinto, único. Buena literatura. (…) Nos hace pensar en cosas que pasan todo el tiempo y uno no se da cuenta de que están pasando. El final es uno de esos finales inquietantes de los que te dejan sorprendido, suspendido en el aire. (…) Realmente vale la pena.”


Roxana Bavaro 
Programa ¨Hay que decirlo¨ - Radio Uno FM 
25-07-2015


jueves, 3 de septiembre de 2015

Comentario de Maximiliano Legnani sobre "La tensión del umbral"






“Acabo de terminar esta novela policial electrizante, que te deja paralizado y habla de la Argentina más oscura.”


Maximiliano Legnani  
Radio Rivadavia / FM Uno




martes, 1 de septiembre de 2015

Entrevista de Matías Méndez (Infobae)


"No creo en los héroes en la literatura"

La aclamada escritora cordobesa habló con Infobae sobre su nueva novela, "La tensión del umbral", en la que se prueba en el género policial.





Matías Méndez 

Hace una década, Eugenia Almeida juntó unos pesos e imprimió su novela "El colectivo" y, sin ninguna esperanza, la mandó por correo desde su pueblo cordobés Unquillo hacia España para participar en un concurso. Esa decisión le cambiaría la vida. Su primer libro ganó el Premio Internacional de Novela "Dos Orillas" organizado por el Salón del Libro Iberoamericano de Gijón y con el premio accedió a ser traducida a cuatro idiomas. Cinco años después, Edhasa la publicó en Argentina y críticos y lectores le dieron una cálida bienvenida (lleva editada tres ediciones). "La pieza del fondo" es su segunda novela y en abril de este año dio a conocer su primer libro de poesía "La boca de la tormenta".

Este mes Edhasa distribuye una nueva obra de Almeida, "La tensión del umbral", que marca su debut en el género policial. Como lo dictan las reglas del género, la historia se inicia con un cadáver: una mujer se mata en la puerta de un bar y a partir de ahí el misterio llegará hasta la última página. Un periodista, Guyot, intentará desentrañar las razones e indagará en las conexiones oscuras entre policías y personajes poderosos y criminales que no tendrán pruritos para sembrar de muertos su camino. Como en sus libros anteriores, Almeida trabaja sobre los silencios que atraviesan una comunidad, compone una polifonía narrativa a través de múltiples personajes y narra con la destreza y la precisión de los que saben mirar el cuerpo social. La autora reflexiona sobre el poder y sobre los mecanismos sociales que llevan al suicidio en una novela que lleva la tensión hasta la última línea.

"La tensión del umbral" no sólo es un libro que los lectores esperaban: es muy posible que también sea una de las obras que marquen el 2015.

-Pasaron diez años de tu primera novela, "El colectivo". ¿Que pasó en esta década en la que tu obra empieza a consolidarse con tres novelas y un libro de poesía?

Es difícil pensarlo a lo largo de los años. "El colectivo" lo terminé en 2005 pero la publicación en Argentina llegó en 2010 y entonces ahí hay un recorrido más reciente. Estoy feliz de poder seguir proponiendo cosas y poder presentarla con Edhasa, que es una editorial que siento que me respalda y me acompaña que ha hecho todo este recorrido conmigo.

-Tus libros tienen la particularidad de haber sido traducidos que es algo que no es fácil lograr para muchos autores argentinos. ¿Cómo es leída tu obra que uno puede juzgarla como "bien argentina"?

Con "El colectivo" tuve una suerte particular porque ganó un premio que implicaba la traducción a cuatro lenguas y eso hizo que algunos editores europeos pudieran conocer el trabajo y se interesaran por "La pieza del fondo", que es mi segunda novela y ahora por esta, que no sé si sale este año o en el primer trimestre del año que viene en Francia. El tema de las traducciones es apasionante porque ahí aparece ese otro personaje que es el traductor, al cual uno le confía todo para que haga posible un libro en francés o en cualquier otro idioma. Es muy interesante la devolución, con "El colectivo" me pasó al principio cuando hice una gira por algunas ciudades europeas que pensaba que era una historia argentina y decía ¿qué pasa que en esta historia se enganchaba la gente? y venían lectores y me comentaban algo. En ese recorrido empecé a ver los países en donde había sido traducido: en España no hace falta explicar lo que ha sido una dictadura, creo que tienen el récord de duración; en Grecia también habían pasado lo mismo; en Portugal igual; en Francia no había una dictadura pero tiene su historia con Argelia o con el régimen de Vichy. Hay historias que nos involucran a todos de alguna manera y que las historias que se repiten por ahí van cambiando las modalidades de país en país. Por ejemplo, a mí me gusta Kundera y uno podría decir que "La Broma" es una novela típicamente checa. O no, podría ser típicamente argentina también.





-Si uno piensa sus tres novelas puede arriesgar que hay tres marcas que la caracterizan: la sensibilidad, el uso de los silencios no sólo en términos narrativos sino también en expresar los silencios que existen en la sociedad y, por último, una estructura que escapa a lo lineal y que siempre abre diferentes ventanas para construir el texto ¿Coincide?

Las tres cosas que mencionás tienen que ver con una forma de ver el mundo. Creo que hay una cierta sensibilidad que tenemos mucho y que se relaciona con el silencio, con la posibilidad de hacer silencio para escuchar, de poder detenerse para ver lo que sucede. De hacer espacios, si estoy toda yo ocupando el espacio, no hay nada de afuera que me pueda tocar, no hay espacio para que entre lo otro. Respecto de lo cronológico, desconfío mucho no sólo en la literatura sino también en la vida en general, de esta estructura ordenada de pasado, presente y futuro. Las cosas que pasan todo el tiempo están violando esa estructura, que es una estructura que nosotros tenemos para estar tranquilos y creer que podemos predecir que lo que hemos hecho en el pasado va a afectar el presente. Es como esa vieja cosa que percibí en la infancia como un mandato, al bueno le va bien y con el paso de los años uno ve que el mundo no está regido por ese tipo de justicia o ese tipo de ordenamiento, como pasado, presente y futuro. En países donde pasan cosas fuertes, los ecos no se los puede pensar como hace treinta años pasó una dictadura, por ejemplo y ahora pasa tal y tal cosa. Las cosas son mucho más acuáticas, estoy pensando en algo que va corriendo y va metiéndose en las grietas y va a atravesar lo que sea.

-¿Esto está vinculado al trabajo que usted hace con los personajes? En sus novelas, y en esta en especial, siempre hay muchos que componen una polifonía especial.

Quizás ahí lo que esté jugando sea algo de la educación y de mi infancia: el tratar de tener siempre presente que no hay protagonistas y extras en la vida y en el mundo. Las historias siempre son colectivas, siempre se van construyendo en base a diferentes voces, a diferentes cosas. Esto no es algo que yo planeé, no es que digo voy a escribir una historia y voy a tener varios personajes y que uno no pueda decir cuál es el protagonista, cuál es el central, sino que es un poco la manera en la que pienso la vida. Es algo que me sale.

-Siempre recuerdo que cuando la entrevisté sobre "El colectivo", usted me contó que le cuestionaban que no había héroe.

No creo mucho en los héroes, creo en una sucesión de pequeños gestos y de decisiones que vamos tomando en el cotidiano que construyen realidad. Un héroe implica pensar en una historia contada por una voz, un único protagonista y me parece que las cosas se construyen comunitariamente.

-¿Cómo fue el trabajo de escribir su primer policial?

Apasionante. La intensidad a la que me obligaba la disfruté mucho. En general, trabajo sin planes y voy viendo lo que pasa a medida que va sucediendo, y eso implica en un policial volver mucho hacia atrás y corregir mucho, porque el género exige ciertas cosas que en mis otras novela podía dejarlas pasar. Fue un trabajo mucho más exhaustivo y diferente. Siento como si hubiese hecho otra cosa que no fuera escribir un libro, como si necesitara una palabra diferente para esto.





-¿El plan original era escribir un policial o fue ese devenir que cuenta el que la llevó?

Apareció. De entrada no lo pensé, sí el libro inicia con una imagen que puede ser la típica de un policial, hay un cadáver y hay un misterio. No se me ocurrió que venía por ahí. Cuándo comenzó a desarrollarse la historia para mi evidentemente era este formato. Soy muy lectora de policiales, es un género que me gusta y que he leído mucho y de muy diferentes tipos.

-En su libro hay suicidios, que en las últimas décadas en Argentina se han multiplicado en los casos vinculados al poder. ¿Escribió pensando en eso?

No lo pensé estrictamente relacionado con la historia argentina, pero sí en pensar el tema del suicidio. Cuándo uno lo piensa, siempre lo piensa como el ámbito de lo más íntimo, es un gesto tan personal y privado. Hay muchos suicidios que son sociales. En este caso, es un suicidio muy raro pero no está puesto en duda que sea un suicidio, pero es un suicidio que implica algo que no es del ámbito de lo privado solamente. El tema del suicido es un tema que me preocupa, que me convoca y sobre el que he leído mucho porque me parece un acto inexplicable, no en el sentido de no admisible, inexplicable en el sentido de que estamos acostumbrado a que nuestras acciones puedan justificarse. En el suicidio al estar ausente el principal protagonista de la acción, sólo puede haber versiones alrededor de eso. Los que hablan siempre son los que quedan, no el que se fue.

-Hay otro tema que atraviesa su novela: la relación de los medios de comunicación con el poder y, volvemos a los silencios, aquellas cosas que no se dicen o que no se publican a pedido de los poderosos ¿Por qué le interesó poner su mirada en eso?

Me interesan todos los circuitos de poder que no están estrictamente explicitados. Si me dicen la Presidente tiene el poder, sí por supuesto lo tiene porque ganó las elecciones, pero me interesa ver esos circuitos de poder que no están a la luz, que no se rigen bajo nuestro régimen democrático, de los cuales no participamos y de los cuáles muchas veces somos o víctimas, o mercancía.

-Ahí puedo descubrir tus lecturas de Foucault.

Foucault lo vio muy claramente hace mucho tiempo y con mucha claridad. Vio muchas cosas: los dispositivos de prisión, el tema de la locura, la sexualidad...

-Hay una afirmación recurrente a lo largo del texto: quiero entender. ¿En esa búsqueda está la indagación de la novela?

Este personaje que es Guyot está persiguiendo eso y es curioso porque no dice quiero saber la verdad, dice quiero entender. Es de otra órbita eso. Es muy difícil entender ciertas cosas, para empezar un suicidio, pero además es muy difícil hacer una lectura absolutamente lúcida de la realidad. Así como dicen que percibimos un 7% de los estímulos que podemos recibir porque el cerebro necesita tener un límite para procesar, si percibiéramos todo estallaríamos. Estoy pensando en "Funes el memorioso". Pobre que no puede olvidar que es lo que necesitamos para poder recordar algunas pocas cosas. En eso nuestra capacidad de entendimiento está limitada. A veces uno quiere entender en términos humanos lo que es inentendible. Hay un momento en la novela donde uno de los personajes dice el suicidio no tiene explicación, es puro acto. Muchas veces queremos procesar desde la comprensión, pero la comprensión juega con reglas raras, es la racionalidad.

-Usted lleva la tensión hasta las última líneas de la novela. ¿Así lo planificó?

Sí, es algo que a mí me gusta como lectora de policiales. Una vez que subiste no podés bajar, en otro tipo de novela uno puede moverse un poco, pero aquí algo que exige el género es que si uno llegó a un grado de tensión, si la afloja el lector se puede ver defraudado. Pero más allá de la regla del género, a mí me gustan las novelas que mantienen esa cosa tirante hasta el final y, además, me parece que en la historia y en la vida hay tensiones que no se resuelven nunca.**




Parte de la entrevista puede verse en video en el siguiente link: