viernes, 30 de diciembre de 2016

Entrevista a Guillermo Saccomanno




En tránsito y en trance


Seis cuentos certeros, precisos, filosos. Seis modos de asomarse a una complejidad difícil de nombrar. Seis versiones del temblor, el límite, la soledad, el abismo, la ausencia, el borde. Ese es el territorio donde trabaja Guillermo Saccomanno. En Cuando temblamos, su último libro, el autor avanza un paso más. No es casual que la tapa ofrezca la imagen de un camino  perdiéndose en la oscuridad y la niebla. Un camino que nos lleva a un lugar irremediable, irreversible; un viaje que va a dejarnos su marca para siempre.

–Tus personajes tiemblan de miedo, de furia, de frío, de ese furor hueco que hay entre una cosa y otra. ¿Qué te hacía temblar mientras escribías estos cuentos?

–Durante años, en Villa Gesell, me confiné en la lectura de filosofía y poesía. Es verdad, estaba hastiado de la prosa. Y poco de lo que se publicaba me atraía. Encontraba una standarización de las prosas, salvo algunas excepciones. Gesell también suele enfrentarme conmigo y esto me pasó en los últimos años. Ahí me puse a leer Kierkegaard. Tratar de entender y aceptar la angustia como natural. Temblor ante el deterioro físico, miedo en lo social –por ejemplo este gobierno de derecha, neoliberal de pura cepa, que cercena libertades y devasta lo que encontró del anterior–, el temblor como componente de lo cotidiano. El temblor es parte de uno. No es sólo una metáfora. La escritura de estos cuentos me impuso escarbar el asunto. Uno tiembla ante lo que vive en lo social pero también por lo personal. Cuando estuve internado por una meningitis y más tarde por un accidente cerebral, pedía mi cuaderno de diario. Me aterraba perder la conciencia del día anterior. El diario, la escritura, me ayudaba a situarme en el presente. Me costaba reconocer mi letra. Pero me las ingeniaba para adquirir una cierta conciencia de la situación.

–Muchas de estas historias transcurren en territorios en los que se pierde toda referencia de tiempo y espacio. ¿Es inevitable pensar en territorios así si uno se enfrenta a la ausencia?

–La intemperie, esa es la constante de estos cuentos. Una intemperie que, vuelvo a repetirme, es lo social pero también, a menudo, la propia conciencia. Mi compañera Fernanda García Lao me pasó una conferencia de Derrida: “¿Por qué no temblar?” Fue un texto iluminador. Los personajes de estos cuentos están librados a su suerte en la inclemencia y el desasosiego. Por delante se encuentran con el desierto –y no sólo como categoría filosófica–. Se trata del desierto del alma, la pregunta dostieskiana de qué pasa si Dios no existe. ¿Está todo permitido? Aunque no se lo cuestionen explícitamente estos cuentos refieren la ausencia de Dios en ese sentido. En este aspecto la Patagonia, un territorio que recorrí bastante años atrás y que a menudo aparece en lo que escribo me atraía como posibilidad de paisaje. A la vez, siempre el camino, esa fusión del camino concreto con el camino existencial, llámese Tao o llámese elección de destino. Y los personajes de estos cuentos, todos, están en el camino, en tránsito y en trance.  

–“Escribo para olvidar” dice uno de tus personajes. ¿Para qué escribís vos, hoy?

–Los escritores mentimos y nos mentimos bastante. Hablamos de la memoria. Pero basta a veces escribir un hecho traumático vivido para pasarlo al sótano de los recuerdos. No creo ser una excepción. Me olvido de lo que escribí. No puedo volver sobre lo publicado. Ni quiero ver mis libros anteriores. Ya este mismo libro corresponde a lo anterior. Escribo hacia adelante, sin mirar demasiado atrás. Escribo como resistencia, escribo porque no encuentro otra forma de salir de mí mismo, escribo porque creo que del otro lado de la página hay otro, otro que es y no es mi doppelgänger, pero se le parece. Escribo porque me parece un acto de búsqueda de solidaridad. Escribo porque, siguiendo a Pavese, es un oficio, el oficio que elegí o me eligió. Y tiene que ver con el oficio de vivir.

–En algunas de estas historias está presente la idea del Mal. ¿Cómo definirías vos este concepto? ¿Dónde encarna hoy?

–El Mal, como absoluto, lo tenemos corporizado, a la vista, con sus pasitos de cumbia en el balcón de la Casa Rosada. Su doble discurso, su impunidad en el robo con una sonrisa buitre, la transferencia de recursos de los pobres a los ricos. Ese Mal que festeja su impunidad entre globos amarillos es el que hoy despide, hambrea, reprime como método de disciplinamiento. Ese Mal enquistado siempre en el poder de turno, pero que hoy se visibiliza en su impunidad mediática. Ese Mal que, no nos hagamos los distraídos, fue la elección de un 51 por ciento de votantes. El Mal ha sido, mal que nos pese, una elección existencial del prójimo que nos flanquea.

–¿Que estás leyendo?

–El último año, Marguerite Duras, casi todo Duras. Y los diarios de Kafka. Y como siempre, poesía. Mis lecturas pueden rastrearse a través de las notas que escribo para Radar. Una lista que comprende tanto a Pound como a Tranströmer, a Celan como a Strand. Cada vez más estoy convencido que los narradores debemos prestarle más atención a la creación poética. Por qué negarlo: la poesía es mi frustración secreta.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Número Cero






viernes, 23 de diciembre de 2016

Disfrazado de novia - Carlos Schilling




El otro, el mismo

Disfrazado de novia es el último libro de Carlos Schilling; una colección de ocho relatos que ya desde el título señala su filiación con el camino que viene recorriendo el escritor de Sunchales. Metamorfosis, cuerpos que cambian, identidades que se replican y se deshacen para volver a transformarse. Estos cuentos –pequeñas miniaturas de un tiempo alterado– nos recuerdan que lo más interesante de un rostro enmascarado no es el rostro ni la máscara sino la particular relación que se establece entre ellos.

Siete de estos cuentos están escritos en primera persona. Y hay algo en ese recurso que nos lleva a un relato oral, una historia que alguien desgrana, un sonido que nos atrae y nos mantiene alertas. Es uno de los muchos méritos del libro: fluir con la naturalidad del agua.

Los personajes transitan esa brecha siempre dolorosa, siempre sorprendente, entre lo ideal y lo posible. Algunas escenas quedan en la memoria por su construcción serena y sensible: un chico levanta una corona de novia después de que alguien es atropellado; un hijo se viste furtivamente con el traje de su padre muerto; un hombre tira trofeos y medallas en un camino rural. Herencias,  lenguaje, lazos.

Schilling retoma aquí algunos elementos que ya habitaban su libro anterior, Experimentos con seres humanos. Reaparece ese humor  irónico, tierno en su búsqueda de lo ridículo porque lo ridículo –en este caso– revela fragilidad: en nuestra torpeza se evidencia nuestra humanidad. Reaparece el interés por los dobles, los guiños, las claves. Schilling ofrece su propia vida a ese juego: pone a trabajar ficción y autobiografía cuando la figura del autor se superpone, se confunde, se desdibuja en la figura de algunos de sus personajes. Disfrazado de novia se mueve también entre el homenaje y la parodia. ¿A quién homenajea y a quién parodia Schilling? A los colegas –escritores, filósofos,  periodistas–, a sí mismo y, quizás, a un viejo amor, siempre nuevo en su hacerse presente.

Disfrazado de novia juega a cruzar el tiempo. “El futuro duele como si ya hubiera pasado”, dice un personaje. De eso se trata. Imaginar, proyectar, clavarse aquí para hacer tracción de un futuro que ya huele a viejo porque todo lo soñado ha sido engendrado en los sótanos del pasado. Sólo nos queda cambiar de máscara o arrancarnos el rostro o transformarnos hasta convertirnos en otro y ser, finalmente, el mismo.

Schilling está haciendo una obra. Los suyos no son libros aislados. Se trata de una constelación,  un sistema, casi un ser vivo. No hay repetición aquí. Son reflejos, ecos. Fuerzas que pasan de un cuerpo a otro: fallidos clones que –felizmente– fracasan porque, aun buscando ser idénticos, exhiben su diferencia. 



Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Número Cero



miércoles, 21 de diciembre de 2016

Notable recepción francesa de “El intercambio” (Gabriel Ábalos - Diario Alfil)




Notable recepción francesa de “El intercambio”

La novela de Eugenia Almeida “L’Échange”, a un mes de su aparición, es favorita entre críticos y libreros galos. En una charla, la autora se refiere al premio que acaba de otorgarle la revista Transfuge.

Por Gabriel Ábalos


La novela policial L’Échange de Eugenia Almeida, recién publicada en Francia -traducción de La tensión del umbral-, acaba de ser distinguida por la publicación francesa Transfuge, que cada año anticipa la temporada de grandes premios literarios develando sus favoritos en once categorías dentro de las novedades bibliográficas. La novela de la escritora cordobesa fue lanzada hace un mes al mercado francés por la editorial Metaillé, la misma que tradujo y editó sus dos libros anteriores.

Eugenia Almeida se manifiesta muy honrada por la distinción: “Un premio como este es un enorme privilegio –dice-. Hay muchísimos libros en el mercado editorial francés. Que Transfuge haya reparado en esta novela es un honor”; al mismo tiempo, la autora declina especular con las posibles consecuencias del galardón, que no posee una retribución económica: “Más allá de eso, decir qué puede provocar sería casi imposible. Los libros hacen su propio camino y muchas veces ese camino es misterioso.” Cuenta Almeida que ya tenía conocimiento de la publicación que le acaba de otorgar un importante voto de confianza a su novela, y destaca el hecho de que “Francia tiene una tradición de revistas de calidad realmente envidiable. Soy periodista de profesión y siempre me fijo en eso: diarios y revistas de cada ciudad y país al que puedo acceder. Pararse frente a un quiosco de revistas en una ciudad francesa es una experiencia deslumbrante. Por la variedad y la calidad”.

Transfuge comenzó a aparecer mensualmente en 2004 y se focalizó en cubrir la actualidad cultural, particularmente la literatura y el cine. Sus “corazonadas” anuales son respaldadas por el prestigio que se le reconoce a la publicación en los ámbitos literarios; entre sus categorías se incluyen distinciones a la mejor novela norteamericana, a la mejor novela francesa, a la mejor novela europea y a la mejor novela hispánica. Precisamente esta última es la categoría por la que le fue otorgado el premio a Eugenia Almeida. La escritora comparte así el podio de Transfuge 2016 con los autores franceses Léonora Miano, Olivier Py y Santiago Amigorena, con los estadounidenses Chris Kraus y Emma Cline y con el sueco Steve Sem-Sandberg.

L´Échange es la tercera novela en edición francesa de Almeida. “Se publicó en agosto. Es el tercer libro que publico en Francia, siempre en Editions Métailié. Anne Marie Métailié fue una de los jurados que le otorgaron el Premio Dos Orillas a mi novela El colectivo, en 2007. De allí surgió nuestra amistad y nuestro trabajo en equipo. Para mí es un privilegio tener a madame Métailié como editora. Saber que ella confía en mí es un enorme aliciente.”

El traductor de L’Échange fue François Gaudry, el mismo que “ya tradujo al francés mi segunda novela La pieza del fondo. Si bien el título original del libro premiado era La tensión del umbral, el de la traducción francesa se titula El intercambio. Comenta al respecto, Eugenia que “a veces, de una lengua a otra, se toma la decisión de cambiar el título. Creo que L´Échange es un título perfecto para la historia que cuenta la novela. Fue una sugerencia de Anne Marie Métailié y a mí me pareció que iluminaba una zona diferente a la que ilumina el título en castellano.”

Pese a su reciente aparición en las librerías parisinas, L’Échange ha cosechado comentarios muy alentadores: “Ya han salido algunas críticas y estoy muy conmovida con eso porque la recepción es muy buena. Estoy atenta no sólo a lo que dice la prensa especializada sino a los comentarios de los libreros (hay una tradición francesa que consiste en que los libreros señalen aquellos libros por los que tienen una corazonada) y también de los blogueros que se dedican especialmente a la literatura”, dice Eugenia Almeida.

Entre las críticas de la prensa especializada, Cécile Pellerin de la revista ActuaLitté escribió que L’Échange es una novela “aspirada por una mecánica rítmica, rigurosa y seca, verificada en una tonalidad dura aunque fascinante, un silencio perceptible y sostenido, profundo y opresivo, una historia política compleja y aterradora, que no afloja, literalmente magnetizada por el poder de una escritura ajustada de forma magistral a la intriga.”

Entre los comentarios de libreros, se destaca uno de Vincent Ladoucette, de la librería Privat de Toulouse, quien escribe: “Acabo de terminar L’Échange, que encontré magnífica (…). La hermosa escritura de de Eugenia Almeida, a la vez factual y extremadamente poética, sirve perfectamente a la negrura implacable de esta novela. Los pasajes que constan exclusivamente de diálogos aportan mucha profundidad a la historia y a la intriga, que a primera vista parece simple, pero que se revela rápidamente como rica y compleja, gracias a las numerosas ramificaciones que el lector va descubriendo”.

En lo referente al acompañamiento a la circulación de la edición francesa, cuenta Eugenia que tiene “previsto un viaje en unos días. Era algo que estaba planeado antes del premio. Voy a visitar diferentes ciudades de Francia acompañando el libro en festivales, charlas y encuentros con los lectores.” Reflexiona la galardonada escritora que “un libro es algo que surge del esfuerzo y el acompañamiento de muchas personas. Para mí, la gran alegría ha sido compartir esta noticia con ese puñado de personas que saben que son imprescindibles. Para el libro y para mí.” Aunque no tomó aún contacto con la revista Transfuge, afirma Eugenia que “cuando lo haya, me gustaría decirles que estoy feliz. Y que agradezco enormemente esa distinción.”

5 septiembre, 2016




viernes, 16 de diciembre de 2016

La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile / Gabriel García Márquez







El relato de una hermosa hazaña que se burló de Pinochet y de su régimen. 
Después de 12 años de exilio, el cineasta Miguel Littín decide volver a su país, camuflado y protegido por grupos de resistencia dentro y fuera de Chile, para filmar una película que mostrara los efectos y las consecuencias de la dictadura.
Poco tiempo después, García Márquez escribió esta historia verídica que se lee como si fuera un cuento. Para ello, entrevistó a Miguel Littín durante una semana. El libro narra, en primera persona, los preparativos, el desarrollo y el final del arriesgado viaje. Un año después de su publicación, el gobierno de Pinochet reconoció haber quemado 15.000 ejemplares de la primera edición. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X


miércoles, 7 de diciembre de 2016

Con tonada cordobesa: una literatura plural y muy viva (Daniel Gigena)

Visibles y premiados, los autores "mediterráneos" reivindican la diversidad de temas y estilos; la nueva generación después de Teresa Andruetto, Cristina Bajo y Federico Falco

Daniel Gigena


Realismo sucio, autobiografías enmascaradas, narrativa de género, thrillers metafísicos ambientados en una ciudad sorda, regionalismo fantástico, novela romántica, la literatura cordobesa actual se define por la diversidad. Varios autores ya consagrados nacional e internacionalmente, como Federico Falco, Eugenia Almeida y María Teresa Andruetto, le dieron visibilidad a una nueva generación de escritores. "La narrativa en Córdoba tiene una larga tradición -dice Almeida, que este año ganó el premio de la revista francesa Transfuge por su novela La tensión del umbral (Edhasa)-. Lo que me parece más valioso en esta tradición es la heterogeneidad." Es verdad que, como señala Almeida, en nada se parece el trabajo de Bajo al de Falco, por mencionar a dos autores de calidad indiscutible. "Somos diferentes y convivimos. Esa pluralidad me parece lo más valioso."

En esa pluralidad hay aún secretos bien guardados, como la literatura de Roberto Videla, que este año publicó dos libros en los que enlaza la autobiografía con la novela corta (o "rota", como la llama él): Dichas y quebrantos (Borde Perdido) y Maestros. Traiciones (Pasto Ediciones). Sobre las líneas estéticas de la narrativa cordobesa, Videla también celebra el carácter de mezcla. "No sé de estadísticas, sé de sensaciones: en Córdoba hay un movimiento grande, se suceden presentaciones, se le da un importante lugar a la poesía, se escribe mucho sobre literatura. Escribo desde 2008; este mundo es nuevo para mí, árido y fértil, inquieta y entusiasma."

Lamberti, que presentó recientemente la novela La maestra rural (Random House), no cree que hoy haya más escritores cordobeses que en el pasado. "Sí se les da más bolilla desde los medios y eso los vuelve más visibles. Tuve la suerte de estar en el lugar y en el momento indicados. Cuando todavía estudiaba en la Facultad de Letras, se dieron varios factores que influyeron en ese hecho: los talleres literarios de María Teresa Andruetto y Lilia Lardone, la aparición de pequeñas editoriales que se animaron a publicar inéditos y organizaron lecturas, y la proliferación de los blogs, que fue muy importante para que lo que pasaba en Córdoba se leyera en otras partes." Este escritor fue también editor en La Creciente. "Desde esa época conozco a Falco, compartí lecturas con él, pensamos en un proyecto narrativo desde el interior. Fue el primero que leí que no tenía vergüenza de representar su pueblo de origen en lo que escribía. A nivel literario la cuestión pasaba por escribir «desde Córdoba», utilizando todo lo que nos enseñó la literatura norteamericana, de la que éramos fans absolutos."


Póker de diferencias

Cuatro novedades editoriales de nuevos narradores cordobeses llegaron a las librerías porteñas. Dos de ellas pertenecen al sello Nudista. Natalia Ferreyra publicó El resto de los días, un conjunto de relatos que enfoca distintos tipos de vínculos. "No fue algo consciente, cuando me siento a escribir simplemente hay una historia o un personaje que me interesa abordar y a partir de ahí escribo. Simplemente veo por dónde me va llevando la trama y lo que el personaje necesita", dice la autora.

El otro libro de relatos publicado por Nudista pertenece a una figura clave de la "movida" cordobesa. Carlos Alberto Schilling, autor del celebrado Experimentos con seres humanos, presenta ahora Disfrazado de novia. "Casi todas las historias están marcadas por la imposibilidad de los protagonistas para salir del mundo que ellos mismos se han creado o que de algún modo se ha instalado en ellos como una obsesión que les distorsiona el sentido de la realidad."

Para Schilling, lo que se ve hoy de la literatura que se escribe en Córdoba sigue siendo la punta de un iceberg. Y aporta nuevos nombres para seguir la conexión cordobesa: Daniel Vera, Antonio Oviedo, Mary Calviño, Elisa Molina, Carlos Surghi.

Edhasa publicó recientemente el libro de cuentos de Nelson Specchia. La cena de Electra reúne relatos escritos en los últimos años por el narrador y editor. El cuento homónimo ganó el premio Max Aub. Specchia, dueño de una voz especial en el panorama de la provincia donde vive, nació en Chaco. Para Specchia, la tendencia al realismo coloquial urbano, que se contenta con un porcentaje limitado de expresiones y palabras, termina por marginar los recursos expresivos del texto. "El lenguaje es un fenómeno vivo, que se está armando y desarmando permanentemente, y yo busco, sondeo, me sumerjo en ese idioma que venimos construyendo generación a generación y tiro de un hilo cuando encuentro una punta", dice.

Augusto Porporato también habla de una visibilización de la narrativa de Córdoba. "Esto se debe a que en los últimos años ha conseguido una mayor presencia en Buenos Aires, una fuerte caja de resonancia capaz de trascender fronteras y de conquistar muchos más lectores. Y no hablo sólo de los escritores cordobeses jóvenes que han empezado a publicar en importantes editoriales porteñas, sino sobre todo de los sellos cordobeses que han logrado tener una presencia importante allá, ya sea en la distribución de los libros como en la alta consideración de la crítica y de los lectores."

En uno de esos sellos centrales para la difusión de la literatura local, Alción, Porporato publicó La isla. "Las alteraciones mentales, en este caso provocadas por la falta de sueño, y sus consecuencias tanto para el sufriente como para quienes están con él, son un tema que visité en mis dos novelas anteriores, Punto de fuga y La crisálida -adelanta Porporato-. Me siento muy en deuda con la tradición de grandes escritores psicologistas argentinos, como Antonio Di Benedetto."



Daniel Gigena




domingo, 4 de diciembre de 2016

Cartas / J.R.R. Tolkien.







Pocos autores han generado tanto fanatismo como J.R.R. Tolkien. 
Mundialmente reconocido por la saga de El señor de los anillos, el filólogo inglés fue un prolífico escritor de cartas. Esta recopilación permite conocer otros aspectos de su vida, haciendo un especial hincapié en el proceso de escritura.
Ordenadas cronológicamente, las cartas van develando una personalidad compleja (que se preocupa por igual del destino de sus personajes como de la cantidad de huevos que han puesto sus gallinas). Especialmente conmovedor es saber que la decisión de publicar El hobbit provino del hijo del editor, un niño de 11 años al que Tolkien seguiría consultando a lo largo del tiempo. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Otra vuelta



lunes, 28 de noviembre de 2016

Piedra libre al policía bueno - Revista Ñ


Serie negra.  

En su nueva novela, Eugenia Almeida confronta las fuerzas del orden con el periodismo. Y ganan el suspenso y un realismo detallista.

POR MAURO LIBERTELLA

La policía, los grupos de tareas y las mafias detrás de las fuerzas de seguridad son los ejes de esta novela policial, la tercera de la cordobesa Eugenia Almeida. Es Licenciada en Comunicación Social, y el dato curricular no es azaroso: la novela La tensión del umbral es la reconstrucción de un hecho impactante (una chica muerta en la calle, con un arma en la mano), a cargo de un periodista que no sabemos muy bien por qué se involucra, por qué sigue buscando, por qué sigue preguntando cuando las cosas se complican cada vez más y las ollas que destapa muestran un trasfondo turbio y siniestro. Siempre hay en el policial alguien así.
Alguien que en algún momento debería parar e irse cómodamente a su casa, alguien que abre una puerta incorrecta y en vez de cerrarla con prudencia se mete, la atraviesa, y arranca la trama. Ese hombre en este libro es Guyot, un hombre lento y querible, que investiga qué pasó con esta mujer en una ciudad que podría ser Córdoba, como indica Almeida, pero podría ser también cualquier otra ciudad de la periferia porteña, porque el libro es un libro argentino que sin embargo no está saturado de referencias, que todo lo implica sin denotarlo: la época, el lugar, la subtrama histórica.

–Arranquemos con la génesis del libro. Contame cómo surge.
–Yo venía con una idea, que era antes que nada una primera escena. Las novelas en general se me presentan así, con una primera escena de la que no entiendo mucho, pero a la que me quedo mirando a ver qué pasa. No tenía en claro que iba a ser un policial, por lo pronto. En general no trabajo con un plan ni con una programática, lo cual es muy divertido para escribir, pero también en algún momento se puede volver desesperante porque no sabés adónde vas o si se te fue o si va a volver. No sé hacerlo de otra forma. En este libro, por lo pronto, a diferencia de los demás, tuve que volver en un proceso de corrección muy puntilloso; en otro me permitía que quedara algo flotando, un detalle, una imagen: acá todo tenía que tener un porqué y un lugar en la estructura general.

–¿Cúal fue esa primera escena?
–Una mujer tirada en el piso, en una calle, con un disparo en el pecho, con un arma en la mano y la certeza de que de esa arma había salido el disparo.

–¿Y el tono lo capturaste rápido?
–Sí, en general lo que espero para poder arrancar es un tono, que no necesariamente tiene que ver con el género. Un ritmo, cierto sonido. Eso es lo que te da la confianza; como dicen en la religión, la providencia traerá. Una vez que aparece eso, hay que mantenerse entusiasmado, trabajando, corrigiendo y no dudar en sacar lo que hay que sacar.

–Entonces, tenías esta primera escena. Y aparece luego el periodista, Guyot, que es un personaje pero por la cercanía con que se lo narra, parece casi el narrador. ¿Cómo aparece ese personaje?
–En esa escena que te contaba aparece alguien. Había mucha gente alrededor de ese cuerpo, pero había alguien que estaba particularmente afectado. Ahí es cuando lo veo a este personaje, que trabaja como un periodista pero esa no es su característica principal. Por diversas circunstancias él llega a ese trabajo, trata de hacerlo lo mejor posible, pero su principal afán no es llegar a la verdad o convertirla en noticia, hacerla pública, denunciarla. Lo suyo es más de la órbita de lo privado: quiere entender algo. Quizás es algo más acotado, qué pasó ahí, por qué esa mujer murió ahí. Necesita darse una respuesta privada. De hecho, cuando toda posibilidad de investigar sobre eso se cierra, el tipo sigue, pero sigue para él.

–Sí, es cierto, y no queda muy claro, cuando ya vemos que hay gente pesada implicada en todo eso, por qué el tipo sigue y se mete en complicaciones.
–Sí; y por otra parte él no tiene una extrema lucidez respecto del dominó que está provocando. Él percibe algunas señales de que hay mucho peligro, pero es como si dijera “a mí me importa lo que le pasó a la chica, y nada más que eso”, y no ve que lo que le pasó a la chica es el nudo de un ovillo que se conecta con todo lo otro.

–Los dos puntos de conflicto del libro podrían ser la policía y el periodismo, y allí parece estar también tu propia lectura sobre el presente y la coyuntura actual.
–No, eso empezó a aparecer en la historia y a mí no me extrañó en lo más mínimo. La historia transcurre aproximadamente en 2008. Vivo en Córdoba: que me digan que la policía tiene prácticas no de lo más nobles o que hay herencias del pasado que todavía trabajan ahí, no me sorprende. Que me digan que los medios de comunicación u otro tipo de empresas tienen comportamientos non sanctos, no me sorprende porque es algo que pasa. Esta novela, efectivamente, tiene un abordaje de la realidad en términos sociales, y yo no me puedo imaginar un texto en el que la policía sea algo impoluto, porque en efecto no lo es. Esas cosas juegan. En Córdoba hay una policía muy reñida con los derechos humanos. Ahí rige por ejemplo el código de faltas, que pena el merodeo, un policía te puede detener por merodear. Si nosotros merodeamos, estamos paseando, comprando cosas. Pero otra gente no puede pasear o no puede llegar a ciertos lugares del centro. Hace mucho tiempo los organismos de derechos humanos están reclamando que eso choca con la Constitución, con garantías individuales. Esa es la vida cotidiana. Hoy en esa provincia ser un pibe villero o pobre te deja casi sin garantías. Es tremendo. Esa es mi cotidianeidad, y eso se vuelca en el libro. A mi generación las fuerzas de seguridad le generan escozor, sabemos por qué, hay razones históricas. La historia que cuento es ficción pura, pero el escenario me resulta verosímil, digamos.

–Hablando de Córdoba, cuando escribís, ¿pensás en la posibilidad de plasmar un idioma cordobés? –un idioma muy marcado y particular.
–Deliberadamente no lo busco. Si el personaje es cordobés y dice una cosa cordobesa, yo la defiendo. Pero nunca he ido a buscar el cordobés típico. En esta novela no hay alguien así, pero por ejemplo, cuando ya estaba en la etapa de corrección, la correctora me señala con mucho tino que yo había puesto “un choro”, y ella me dice “quisiste decir chorro”. Y le dije que no, que nosotros decimos “choro”. Ahora se empieza a decir chorro porque los noticieros que nosotros vemos son de Buenos Aires, pero el cordobés diría choro. Pero simplemente en eso, en respetar esas cositas. Nosotros a veces usamos los tiempos compuestos, “he comido” en vez de “comí”. No aparece todo el tiempo eso, pero si el personaje lo dice y a mí me suena, queda. Pero en la novela, si te fijás, no hay nada que diga que esto es Córdoba.

–Pensaba recién, en otro orden, en los modos que tiene Guyot de investigar, que son un poco analógicos, a la vieja usanza.
–Él es un poco así, está un poco descolocado con el tiempo, tiene una forma más antigua de averiguar. Al mismo tiempo, lo que él tiene para buscar sólo lo puede buscar así, chamuyando con alguien, no son datos duros. Y lo que él busca en papel es de una época en que no está digitalizado todavía. El otro día tuve que ir a un juzgado a hacer un trámite y cuando terminé les pedí si me podían dar un papel que indicara que yo había estado ahí haciendo un trámite. Y el tipo metió un papel en una máquina de escribir y se puso a tipear. Una máquina enorme, pesada. Yo estaba fascinada. Pero también es verosímil, no me terminó de descolocar, es algo que todavía subsiste en ciertos lugares. Y en la novela, pensemos que la mayoría de los personajes ya están crecidos, son grandes, vienen con otros registros.

–¿Cómo ves la actualidad de la literatura cordobesa?
–En mi provincia hay una vitalidad literaria tremenda. Y lo bueno, me parece, es que es todo muy diverso. Podés encontrar popes como Perla Suez o María Teresa Andruetto, Cristina Bajo; algunos escritores de mi generación, o más jóvenes, como Federico Falco, Martín Cristal, David Voloj, Sergio Gaiteri. Hay recorridos muy diferentes. Hay mucha producción de poesía y buenas editoriales que están haciendo un trabajo a conciencia. Es un muy buen momento para la literatura de Córdoba. *



sábado, 26 de noviembre de 2016

Un aire de familia



En la Historia de la Literatura existen muchos casos de padres e hijos unidos por la escritura. ¿Qué es lo que está en juego cuando eso sucede? De los Dumas a Los King, un repaso por algunos casos famosos.

Padres e hijos. Lazos de por vida que no hemos elegido y que no podemos deshacer. Si hubiera que elegir una sola palabra para definir esa relación quizás la más adecuada sería “compleja”. A ese vínculo y su complejidad se les puede agregar una variable más. ¿Qué pasa cuando padres e hijos eligen la misma profesión? ¿Y qué pasa si ese punto en común es la literatura?

Familias de escritores. Existen muchísimos ejemplos y diversas posibilidades, correspondidas o no: la admiración, el desprecio, la indiferencia, la competencia, el enriquecimiento.

Tessa y Roald Dahl; Carol y Mary Higgins Clark; Auberon y Evelyn Waugh; Mary Shelley y su madre, la escritora y filósofa Mary Wollstonecraft;  David y John Updike; John Steinbeck  y sus hijos John IV y Thomas; Christopher y J. R. R. Tolkien; Klaus y Thomas Mann; Elvira Orphée y  Flaminia Ocampo; Benjamin y John Cheever; Seepersad y VS Naipaul; Esther Tusquets y Milena Busquets. Apenas se comienza a buscar, la red de “padres e hijos escritores” viene llena de nombres. Y, a veces, de un solo nombre que sirve para designar a dos personas. 

A partir de 1840, hubo cierta confusión en el ambiente literario francés. Había dos Alejandro Dumas escribiendo. El mayor, autor de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo. El menor, autor de La dama de las camelias. Dumas hijo nació cuando Dumas padre tenía 22 años. La madre era una modista. Dumas padre se negó a reconocer el bebé. Siete años después, cuando nació su hija, la madre de la niña, la actriz Catherine Lebay, le exigió que reconociera también al primogénito. Dumas aceptó. “Hacerse cargo” significó separarlo de su madre para dejarlo en un colegio, algo que marcaría la obra literaria del hijo, en la que muchas veces aparecen mujeres que sufren injusticias. Quizás haya sido Dumas hijo quien mejor resumió esa relación cuando confesó: “Mi padre es un niño grande que tuve cuando era pequeño”.


Herencia pesada

John Fante nació en 1909, en Estados Unidos. Familia pobre. Inmigrantes italianos. Padre alcohólico. Escribe. Vende su primer cuento. Cuartos de pensión, empleos precarios. A los 29 años publica su primera novela. No logra el reconocimiento que espera. Cada día es más pobre y está más furioso. Hasta que llega una oferta de Hollywood y el alivio económico. Pero también la sensación de “haberse vendido”. Fante se refiere a sí mismo y a otros colegas como “mercenarios de la pluma”. En 1937 conoce a la poeta Joyce Smart. Tienen 4 hijos. Dan es el segundo. Para Dan, el viejo sólo está interesado en sus amigos, el juego y el alcohol. John replica sus experiencias de infancia: alcohol y violencia. Su hijo dirá años después: “Nuestra vida familiar era un infierno”. Para él su padre es un tipo despreciable y, a la vez, un escritor insuperable.  

Cuando Dan era chico recibió correo de su padre, desde Roma. Decía: “Me escribiste una carta muy bonita, limpia, clara, directa al grano. Tal vez seas un escritor, como yo. Piénsalo.” Dan lo pensó durante años. Cuando su padre murió decidió dejar el alcohol y escribir. Su primera novela recibió más de treinta rechazos. Pero siguió. En uno de sus libros, Dan dejó de lado todo eufemismo y se centró en lo autobiográfico. El título es muy descriptivo: Fante, un legado de escritura, alcohol y supervivencia.

Dan escribe. Como su padre. Autodestrucción, alcohol y esa mirada vuelta hacía sí misma tan característica de cierta literatura norteamericana escrita por varones blancos. Registros autobiográficos de hombres que se perciben  a sí mismos como una especie de catástrofe genial que fracasa exitosamente. Una selfie del desastre. Ensalzamiento del yo con un gesto de asco. Tanto asco que parece amor. No sorprende que a Bukowski le haya fascinado la escritura de John Fante.

Dicen que cuando Dan le contó a su padre que quería escribir, John le dijo: “Una buena novela puede cambiar el mundo. Recuerda eso cuando te sientes delante de la máquina de escribir.”



Familia de terror

Stephen King no comulga con las visiones edulcoradas de la paternidad y se atreve a decir públicamente que su tercera novela, El resplandor, fue su “confesión” de que los hijos a veces se perciben como una carga agobiante. La novela estaba dedicada a su hijo, un niño que en ese momento tenía 5 años. El chico creció y, en 2005, publicó su primer libro. Eligió hacerlo en un país extranjero (Gran Bretaña) y con seudónimo. Joe Hill. Nada de recurrir a la fama del padre. 

El libro fue bien recibido y Hill decidió, dos años más tarde, publicar una novela. Fue el momento de dar a conocer su secreto: era el hijo de Stephen King. 

Hill reconoce ser un admirador de la obra de su padre y resume su desafío en unas líneas: “Lo más difícil para mí fue crear una identidad, especialmente como escritor. No en contra de él, no en lucha con él, sino a un costado: la pregunta era cómo encontrar mi carril.”

El escritor Peter Straub –amigo de la familia– cuenta que Stephen King solía jugar con sus hijos a inventar historias. Planteaba escenarios y luego les preguntaba cómo seguir. Quizás aún estén jugando: la última novela del hijo entabla un diálogo con un libro clásico del padre; el padre retoma en uno de sus libros las criaturas que ha creado el hijo. Como bien dice Joe Hill: “Todo escritor es hijo de otro escritor. Puede que no lo sean de sangre, pero son hijos literarios. (…) yo luché con algo muy excepcional y extraño, que es ser hijo de sangre de mi padre literario.”


En el nombre del padre

Kingsley Amis escribió novelas, poesía, cuentos, ensayos, crítica y guiones para radio y televisión.  En su juventud fue parte del grupo de escritores conocidos como “Los iracundos”. 

Martin nació en 1949, cuando Kingsley tenía 27 años. Alguna vez el padre dijo que su hijo “era demasiado listo para resultar tan mediocre como escritor.”

La relación nunca fue sencilla. Martin cuenta que sintió un “intenso e instantáneo dolor” cuando Kingsley le dijo que "no pudo" con su segunda novela. Su libro Experiencia parece ser el territorio que el autor utilizó para hacer cuentas con su padre. Allí, Martin describe con detalle la vida de Kingsley y su relación con el alcohol.

Es curioso cómo Martin vuelve una y otra a su padre. En diferentes reportajes, hablando de diferentes temas, una estructura se repite: “mi padre tal cosa, yo tal otra”. Como si siempre estuviera atrapado en una dinámica de separación, de distinguirse de ese otro que también lleva su apellido. Le preguntan si el ritmo editorial lo presiona y dice que no; que él no publica un libro por año aunque su padre sí lo hacía. Cuando le preguntan sobre poesía, Martín cierra su respuesta diciendo: “Mi padre escribía poesía. Yo no.” Le preguntan sobre la crítica y vuelve a mencionar a su padre. Le preguntan cómo ordena su biblioteca y responde: “Mis libros están divididos en dos áreas. Ficción y no ficción. Luego los ordeno por autores. Mi padre y yo, sin embargo, estamos juntos en un estante.”
Martin vive en el mismo barrio donde vivió Kingsley.



Ciertas resonancias

Luisa Valenzuela nació cuando su madre, la escritora Luisa Mercedes Levinson, tenía 24 años. A la casa de infancia llegaban de visita escritores como Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, María Emilia Lahitte, Conrado Nalé Roxlo, Siria Poletti y Ernesto Sábato. Valenzuela recuerda que cuando Borges y su madre escribieron juntos el cuento “La hermana de Eloísa”, ella oía las risas que venían de la habitación en la que estaban trabajando. Un recuerdo que agradece porque eso le dejó la convicción de que escribir era una actividad llena de alegría.

Al hablar de la relación con Levinson, Valenzuela cuenta una escena inaugural. Sexto grado. La maestra le pide a la madre que ayude a la hija con sus “composiciones”. La niña tenía algunos problemas con esas tareas. Levinson hace lo suyo: escribe pensando “en la mentalidad de una nena de once años”. A la hija esa redacción le parece “bochornosa”. Decide escribir su propia historia.

Cuando le preguntan a Valenzuela qué opinaba Levinson de sus libros responde que no sabe. Ella siempre leía todo lo que escribía su madre porque la ayudaba a corregir sus manuscritos. Pero no sabe si su madre leía lo que ella escribía. Aunque recuerda un detalle, una anécdota. 1980. Valenzuela, que vivía en Nueva York, había llegado a la Argentina de vacaciones. Estaba escribiendo Cola de lagartija. Levinson escribía El último zelofonte. Madre e hija se iban leyendo tramos de lo escrito y, según cuenta Valenzuela, “surgió una especie de afinidad porque las dos teníamos alguna escena sobre el cuerpo de Evita. Las novelas no tienen nada que ver, pero esas páginas tenían algo extraño en común, como una resonancia.”  


Juegos de infancia

En la casa de los Martínez no había televisor porque Julio no quería que nada distrajera a sus hijos de la lectura. Cada domingo había un ritual inalterable: reunía a los hijos, les leía un cuento y les pedía que cada uno escribiera. Luego había un “certamen literario de entrecasa” en el que los textos eran evaluados según “Originalidad, Resolución, Redacción, Prolijidad y Ortografía”. El cuento ganador era pasado en limpio en la máquina de escribir del padre. Su autor recibía un chocolate como premio.

Guillermo Martínez siguió con esos juegos ya por fuera de la familia. Participó de muchos concursos, publicó sus primeros libros, se convirtió en un nombre clave de la literatura argentina. 

Julio también escribía. Y era el primer lector de lo que escribía su hijo. Lo ayudaba pasando a máquina sus borradores. Cada vez que el hijo visitaba la casa paterna en Bahía Blanca, intercambiaban los cuentos que habían escrito. Los cuentos que el padre guardaba en un cajón esperando el momento del encuentro, ese espacio en el que el juego de infancia continuaba.

Después de su muerte, sus hijos decidieron publicar Un mito familiar, un libro que recopila historias inéditas escritas por ese ingeniero agrónomo que pasó toda su vida escribiendo, sin pensar en publicar. En el prólogo, Guillermo Martínez cuestiona el “cliché” (propuesto por el psicoanálisis y la crítica literaria) de la necesidad del parricidio en la literatura. El escritor rompe con ese lugar común al decir que nunca quiso matar (ni siquiera simbólicamente) a su padre escritor porque fue justamente él quien le acercó lecturas fundamentales y “el ejemplo sostenido de su tecleo en el cuartito”.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Número Cero



domingo, 20 de noviembre de 2016

Navegar con la mirada en movimiento (Entrevista a Rodrigo Fierro)






Navegar con la mirada en movimiento


El escritor Ryszard Kapuscinski decía que el encuentro con el otro “constituye desde siempre la experiencia fundamental y universal de nuestra especie.” Quizás en esa experiencia esté condensado lo que nos ha sido dado: ir hacia el otro en ese río que es el encuentro.

Algo de eso late en Embarcados, el libro - DVD publicado por Viento de Fondo. La primera película del fotógrafo Rodrigo Fierro, dos video-poemas basados en textos de Gastón Sironi, escritos de Emilio Garbino, Sironi y Fierro y una colección de fotografías que dan testimonio de un viaje; un trayecto sostenido en la amistad, la conversación y el interés por los modos en los que fluye la fe. En uno de los textos, Fierro se plantea “cuestionar los confines de la propia creencia” y señala que esa frontera, “la más difícil de atravesar”, muchas veces “se encuentra justo frente a nosotros: el otro, nuestro confín más cercano.” De eso se trata. De un estar siendo, en compañía. 


Detrás de cámara

Rodrigo Fierro es un hombre alto, de una amabilidad inusual, con un modo de decir manso pero decidido. Tiene una extraña mezcla de fuerza y serenidad. Recuerda a esas perfectas cañas de bambú que saben moverse al ritmo que marca el viento, sin dejar de ser lo que son. 

Presenta su primera película, un “ensayo documental” que transcurre en el Río Bermejo y en las calles de la ciudad de Embarcación, en la Provincia de Salta. ¿De qué habla este ensayo? De hombres que viajan en bote, charlan, se encuentran con gente del lugar y se asoman a celebraciones religiosas. Hay algo en el relato que tiene que ver con la entrega, con dejarse llevar, con admitir las transformaciones. La amistad, el arte de la conversación, el descubrimiento, las fronteras, la extranjería, la identidad, el cambio y el tiempo compartido.

Hay risas, silencios, un campamento, una fogata. Dos pescadores baqueanos. La fe, el ritual, la celebración, la procesión de la Virgen de Urcupiña. Una peluquería, las luminosas intervenciones de Flor Miranda, las caminatas, el Bermejo, una radio donde se mezclan el guaraní y el español, las fiestas de San Roque y San Cayetano. Un viaje: abrirse a lo que sucede, saber que todo plan es precario y provisorio, saber que el mapa no es el territorio, saber que uno va a ser otro si se deja atravesar por la experiencia. Saberlo y aceptarlo. O saberlo y resistirse. A veces las palabras funcionan como un modo de protegerse de la experiencia. Otras, como una manera de apropiarse de lo vivido.

Sobre eso pone el ojo Rodrigo Fierro. El cineasta sabe encontrar la belleza y revelarla. La imagen de la Banda de la Gendarmería Nacional interpretando un tema de Sandro se vuelve tan conmovedora como la de un torbellino que se alza sobre la arena, llenando de formas lo invisible.


El origen del viaje

–¿Cómo surgió el proyecto?
–Surgió de sendas conversaciones y complicidades con amigos. El primer chispazo fue conversando con Patricia Llaya, quien me comenta de su terruño, Embarcación, a orillas del Río Bermejo, y así enciende el deseo de esas aguas, algunas veces deseadas, y luego postergadas. Con Emilio Garbino, compañero de navegaciones y caminatas, varias veces conversamos sobre el Bermejo y sobre cómo se podría filmar algo de lo que experimentamos en nuestros agrestes derroteros, en torno a la conversación: entre nosotros y con otros. Estos fueron los primeros bocetos y, de a uno, los amigos se fueron sumando para darle forma y corazón al proyecto.

–¿Cuánto pasó desde ese momento a hoy? 
–Pasó mucho tiempo, una eternidad, varias vidas. Esos chispazos iniciales fueron en 2007 y 2008. Recién en 2010 y 2011 pudimos viajar a filmar. En estos años cambiamos sobre todo nosotros. En mi caso, nunca trabajé en un proyecto que me demandara tiempos tan largos. Y es un proceso muy extraño. Me reconozco con otros deseos, preguntas, pareceres, que cuando viajé a filmar. Y aún otro de cuando realizamos junto al “Sentidor” (Gastón Sahajdacny) el montaje. Son varias mudas de piel, y eso me genera una distancia, un no reconocerme del todo en el trabajo, viéndolo a la distancia. Es una sensación extraña, como que es un trabajo hecho por alguien que en varios aspectos se siente diferente hoy.

–¿Cuándo fue el viaje? 
–En agosto de  2010. Hay una escena filmada en un viaje anterior de reconocimiento, donde fui solo; y hay dos escenas de un viaje posterior, al que fuimos cuatro miembros del grupo en agosto de 2011. El viaje central duró unos 15 días, de los cuales tres fueron de preparativos, cinco días de navegación por el río y finalmente una semana más en Embarcación. Viajamos siete personas: Emilio Garbino y Juan Iosa como protagonistas, Gastón Sironi como escritor, Ezequiel Salinas como camarógrafo, Gastón Sahajdacny como sonidista, Patricia Llaya como productora y yo. Allá se sumaron al grupo Alfredo Iyesca y Pelado Mendoza como guías, navegantes y estimados nuevos amigos y protagonistas del proyecto en la etapa de río. Y en la etapa urbana se sumaron con participaciones Flor Miranda, Vicky Pacheco y Don Marcial.



Los ríos de la fe

–En uno de los textos del libro decís que desde 1990 has viajado por cursos de agua. ¿Qué hay ahí que te atrae?
–Me llevó varios años entender esa atracción por el agua, más allá de que siempre busqué seguir ese deseo. A veces navegando algunos ríos con amigos, o en caminatas en sus orillas, fundamentalmente con Emilio. Caminar con los pies en el agua, o navegar con la mirada en movimiento. Andar, discurrir en la naturaleza. Un libro sobre la naturaleza del paisaje fue un paso para entender esa atracción: El arte del paisaje, de Raffaele Milani. “Caminar, como dejarse resbalar sobre el agua en una barca, son instrumentos de la mirada encantada”, dice Milani. A pesar de que mis caminatas y navegaciones fueron sin cámara hasta el año 2007, esta mirada en movimiento, el contacto con la naturaleza, ha sido y es un fuerte estímulo. Los griegos clásicos no tenían la palabra “paisaje”, que aparece varios siglos después, pero describían al “Genius Loci”, el genio del lugar, como escenario donde los Dioses veían a los hombres y viceversa. Aquellos lugares de armonía en la naturaleza que de alguna manera se encuentran habitados por el “genio del lugar”. El diletante y la sorpresa de la mirada móvil son condimentos de esta experiencia que me gusta cultivar, y de donde nace el proyecto Embarcados. Y en ese contexto, el diálogo. La palabra, la reflexión en movimiento, que es la humilde manera en la que siento me puedo acercar a la filosofía en un sentido práctico, no intelectual ni académico, ya que es muy poco lo que yo conozco sobre filosofía. Caminar o dejarse resbalar por el agua con Emilio, quien sí se dedica al estudio formal de la filosofía, y poder gozar del privilegio de dialogar. Esa experiencia es la cuna de este proyecto.

–La película también aborda el tema de la fe.
–Siempre me interesó la fe, y me interesa. Embarcados se nutre de esa curiosidad, aún sin compartir explícitamente los credos cristianos o sincréticos que se ven reflejados en el trabajo. Agradezco mucho en este sentido la buena disposición del grupo, en su disposición para acercarse a estas manifestaciones generosamente, ya que para varios compañeros es una experiencia ajena. En mi caso, tengo un acercamiento a la fe a través del Budismo, y poder compartir experiencias vinculadas a la fe en un sentido universal, más allá del credo en particular, me resulta movilizador. De alguna manera siento que todas las religiones tienen un punto en común de contacto, o en realidad los seres humanos compartimos una naturaleza vinculada a la experiencia de fe, aún los ateos o agnósticos... Puesto que la religiosidad o la fe puede manifestarse de maneras personales también, no ligadas a las religiones institucionales.

–¿Qué relación estableces entre el río y la fe?
–Todas, y ninguna de manera unívoca. Si se tratara de asociar la fe con la naturaleza, creo que tiene rasgos emparentables con el río, con el discurrir... con algo que fluye. Sin embargo la fe se vincula con la luz y el sol, con el ímpetu del rayo, con el mar o la montaña, con el sucederse de las estaciones donde siempre luego del invierno viene la primavera. Las metáforas de la fe y la naturaleza son muchas y cada una aporta lo suyo. Creo que en la película surgió esta asociación (un tanto ingenua, o infantil, o algo tosca pero bella a la vez), donde el río tiene que ver con la procesión en el marchar y el discurrir, en el caminar. Volviendo al comienzo, dos maneras de discurrir: caminar y navegar en silencio, desplazase atentos, escuchando, con el corazón y la mirada móvil.


Una investigación de objeto indefinido

–La película está estructurada en partes que remiten a términos propios de una investigación (“Marco teórico”, “Trabajo de campo”, “Evidencia empírica”). ¿Cómo apareció eso? 
–Surgió de manera espontánea mientras trabajábamos en el montaje con “Sentidor” (Gastón Sahajdacny). La trama de alguna manera es sobre dos investigadores y una investigación de objeto indefinido. Uno de los libros que sirvió de referencia previa del proyecto fue El antropólogo inocente, de Nigel Barley. En ese texto, se narran las desventuras de un antropólogo al adentrarse en una cultura desconocida, poniendo de manifiesto ciertos rasgos absurdos o contradictorios en esa pretensión clásica occidental de “saber - conocer” sobre otras culturas. Embarcados trata sobre este acercamiento nuestro a un contexto cultural y geográfico desconocido, aunque de manera menos estridente que un inglés en África. Mucho de las ciencias sociales y de la fotografía y el cine documental tiene que ver con el conflicto de acercamiento a “un otro”. Las maneras, las diferencias, las empatías como seres humanos universales salen a la luz. Durante mis trabajos de fotografía callejera comenzaron a tomar forma algunos cuestionamientos sobre esta problemática: uno, la cámara; el otro, el poder, la mirada, qué construcción de mundo y de vínculos surge de ese encuentro. La historia del colonialismo y de la fotografía (o la filmación) como instrumento de dominación se entrecruza en esas convergencias. Se habla y escribe de la necesidad previa de conocerse, de encuentros profundos previos como necesidad para validar ese proceso y ese “conocimiento”. Son terrenos donde me surgen muchas preguntas y Embarcados es un primer viaje donde registramos esos conflictos o choques y esos primeros encuentros y primeros pasos para “conocerse” en bruto. Y las torpezas, asperezas y  pliegues donde comienza a gestarse un vínculo. Al asumir el proyecto, con este carácter de ensayo y prueba en bruto sobre esta problemática, resultó natural apelar a estos conceptos de investigación social como “marco teórico”, “trabajo de campo”, cuando de alguna manera, al no estar precisados con las reglas y límites que el trabajo de investigación académico requieren, cobran un tono literario o algo fantástico... Invitan a una reflexión sobre cuánto de literario tienen algunos conceptos o paradigmas que solemos utilizar de manera estereotipada en ciertos campos.

–Más allá de lo técnico y lo que es propio de cada uno de los lenguajes ¿hay algo en vos que cambie al pasar de la fotografía al cine?
–Sí hay un cambio: en la fotografía juego de local y en el cine juego de visitante. Y asumo esa extranjería como una aventura, y este proyecto en particular aborda el carácter de “ensayo” en tanto prueba y error, como trabajo desde lo desconocido, con sus aciertos y desaciertos saliendo a la luz. Una aventura: entrar en la espesura de lo cinematográfico con cierto desconocimiento y desde la desprolijidad del borrador, de la primera prueba, del tanteo en lo desconocido.



PERFIL: Rodrigo Fierro nació en Córdoba en 1970.  Es Perito fotógrafo y Licenciado en Cine y Televisión. Ha recibido múltiples reconocimientos, entre otros el Primer Premio Salón Municipal Córdoba Artes Visuales (2013) y el Primer Premio Asociación de Amigos del Museo Caraffa “Fotografía Contemporánea Argentina”, Córdoba (2008). Parte de su trabajo puede verse en http://cargocollective.com/rodrigofierro/adminedit


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X