jueves, 30 de octubre de 2014

La analfabeta que era un genio de los números - Jonas Jonasson




La historia comienza en un escenario desolador: la vida cotidiana de los vaciadores de letrinas de Soweto, uno de los lugares más pobres de Sudáfrica. Entre ellos camina, balde en mano, Nombeko Mayeki, una niña de catorce años, huérfana, analfabeta, con una extraordinaria capacidad para hacer cálculos y con el deseo de aprender todo lo posible sobre el mundo. Cuando el jefe de letrinas es reemplazado, elige como sucesora a esa pequeña niña que lo ha venido ayudando en el último tiempo cada vez que él fallaba en resolver alguna situación. La decisión es una molestia para el Departamento de Sanidad de Johannesburgo. Negra. Mujer. Menor de edad. Analfabeta. ¿Cómo es posible que sea capaz de llevar las cosas tan bien? ¿Cómo soportar esa presencia que, con su eficiencia, vulnera los principios ideológicos del apartheid? La tensión se resuelve fácilmente: Nombeko es despedida. Allí comienza un periplo que ejemplifica a la perfección la vieja Ley de Murphy: “si algo puede salir mal, saldrá mal”. 

Con este punto de partida, es difícil imaginar que lo que Jonas Jonasson ha escrito es una novela divertidísima. Las peripecias que vivirá Nombeko son desopilantes. El novelista sueco sabe jugar al borde de lo verosímil, como lo hacen los cuentos que deslumbran a los niños. Nombeko aprenderá a leer, sufrirá un accidente, quedará prisionera de la hipocresía del sistema judicial, será obligada a trabajar gratis para pagar los daños que su cuerpo hizo en la carrocería de un auto, aprenderá chino, intervendrá en el programa de armas nucleares del gobierno sudafricano y escapará a Suecia donde la esperan más y más imprevistos.

En la historia aparecen un puñado de diamantes, tres hermanas chinas, dos agentes del Mossad, un desertor de Vietnam que se esconde de la CIA, el Primer Ministro y el rey de Suecia, un hombre obsesionado con destruir la monarquía, una bomba nuclear, una estatua de Lenin, el  Grupo de Operaciones Especiales de la policía sueca, una revista política financiada por una plantación de papas; dos hermanos gemelos y mucho más.

Si uno dice que esta novela habla de la violencia policial, el racismo, la corrupción, la homofobia, el sufrimiento de los indocumentados, el Terrorismo de Estado y que, al mismo tiempo, es extremadamente graciosa quizás cueste creerlo. 

Muchas personas dividen los libros entre los que son para divertirse y aquellos que reflexionan sobre la condición humana. La analfabeta que era un genio de los números es un buen ejemplo de que ambas cosas no son irreconciliables.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



domingo, 26 de octubre de 2014

Notas de prensa II - Gabriel García Márquez





Hemingway, Di Benedetto, Kapuscinski, Arlt, Eloy Martínez, Borges, Orwell, Monsiváis, Alejandra Costamagna, José Donoso, Leila Guerriero, Pedro Lemebel, Onetti, María Moreno, Vargas Llosa, Alfonsina Storni, González Tuñón, Truman Capote, Rodolfo Walsh, Elena Poniatowska, Osvaldo Soriano, Carlos Fuentes, Eduardo Galeano, Juan Gelman. 

Escritores periodistas. Periodistas escritores. Son muchos los que han ido moviéndose entre esas dos profesiones. E infinitas las discusiones que tratan de señalar dónde está la frontera entre una y otra.

Como tantos de sus colegas, también García Márquez se dedicó al periodismo. Vale la pena conocer este otro lado del Nobel colombiano y descubrir cómo su obra puede variar cuando se dedica a la ficción o cuando relata en primera persona ciertos aspectos de la realidad.

En Notas de prensa II se incluyen artículos publicados entre 1961 y 1984. Y allí se encuentra un poco de todo.

Para empezar, la literatura: El proceso de escritura, los “desastres ortográficos”, la traducción y sus misterios, la rutina laboral de escribir una columna, las reflexiones sobre la propia obra, algunos bocetos o ideas que no llegaron a convertirse en cuentos, la lectura.

Luego, los viajes: Roma, Grecia, Ámsterdam, París, Madrid, Moscú, las visitas a Neruda en su casa de Normandía. García Márquez viajaba tanto que, para conjurar el malestar de despertarse sin reconocer el lugar donde estaba, se acostumbró a dejar junto al teléfono un papel con el nombre de la ciudad en la que se acostaba a dormir.

Finalmente, la política. Las persecuciones que sufrió en Colombia; sus encuentros con líderes del  Movimiento Diecinueve de Abril; sus gestiones ante Fidel Castro para lograr la liberación de prisioneros colombianos en las cárceles de Cuba; su condena al Premio Nobel de la Paz otorgado a Menájem Beguin; la negativa de Estados Unidos a dejarlo entrar a su territorio por considerarlo comunista;  las relaciones con figuras poderosas de la época (Mitterrand, Torrijos, Olof Palme, Felipe González); su viaje a Washington como integrante de la delegación panameña en la firma de los tratados sobre el Canal; la CIA y la intervención en Nicaragua; la muerte de Monseñor Romero y Maurice Bishop; los horrores silenciados de la Guerra de Malvinas; Juan Pablo II y su incapacidad de comprender a realidad latinoamericana; la Revolución de los claveles en Portugal. 

De esta mezcla de reflexiones, testimonios y confidencias quedan algunas imágenes que vale la pena mencionar: Juan Rulfo buscando nombres para sus personajes entre las lápidas de un cementerio;  Nicolás Guillén, asomado al balcón de su habitación en París, voceando a gritos las últimas noticias latinoamericanas para que pudieran oírlas los paisanos que se habían refugiado en Francia; Fidel Castro calculando las posibilidades de morir que había enfrentado Graham Greene las cuatro veces que había jugado a la ruleta rusa cuando tenía 19 años; el día del Nobel: el teléfono que suena en la madrugada de México, su esposa Mercedes que lo atiende semidormida y se lo pasa diciendo: “Te llaman de Estocolmo”.

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



miércoles, 22 de octubre de 2014

Entrevista a Abelardo Castillo




El hombre es el único animal inconcluso

Los diarios siempre han sido un misterio. ¿Qué lleva a una persona a dejar por escrito pequeñas señales de su vida cotidiana? La pregunta fundamental es para quién se escribe. Posiblemente la respuesta más sencilla sea “para uno mismo”. Sin embargo, muchos de esos diarios se convierten en libros. Y asistimos entonces a una escritura que, teóricamente, fue pensada para la intimidad pero luego alcanzó estado público. La voz privada en medio de la comunidad, diciendo cosas como si las contara en confidencia.

Quizás ese es el elemento que vuelve tan atractivo un diario personal: la reconstrucción de un escenario íntimo al que se nos permite ingresar. 

Siempre se trata de una ficción. Siempre que hablamos sobre el mundo construimos una escena, dibujamos personajes, desplegamos un guion: la historia de nuestra vida.

Y sin embargo, solemos adjudicarle a los diarios un valor de verdad. Abelardo Castillo pone en cuestión esa costumbre cuando señala, en su propio diario, que la “verdad” no es algo que pueda encontrarse allí. “Los diarios íntimos son una farsa”, dice. “No hay memoria sincera”. 

Afortunadamente, Castillo decidió ir más allá de esa distinción binaria entre realidad y ficción y a los 18 años comenzó a llevar un diario que sigue escribiendo hasta hoy. Allí se registra el presente cotidiano pero también los recorridos, vacilaciones y decisiones a partir de las cuales un escritor construye su obra.

El primer volumen de los Diarios del escritor argentino abarca desde 1954 hasta 1991. Un segundo tomo aparecerá el año próximo.

–Publicar un diario es un modo de traer el pasado al presente. ¿Qué efecto ha tenido la publicación de estos diarios en su vida personal? 

–Ningún efecto, salvo el haberme engripado dos veces y una ligera desolación, como siempre que publico un libro. Ante un diario, la sensación de que el pasado irrumpe en el presente pertenece al lector, no al autor. Un diario, al ser escrito día a día, o con intervalos relativamente breves entre una entrada y la siguiente, sucede, para su autor, en una especie de presente perpetuo. A diferencia del lector, yo no he leído por primera vez, ahora, al ser publicadas, las palabras que escribí en 1959 o en 1980… ¿Cómo explicarlo bien? Me pasa exactamente lo mismo que con cualquier obra literaria: si se representa El otro Judas, que escribí hacia los 22 años y seguramente empecé a imaginar mucho antes, yo no pienso en cómo era el muchacho que escribió esa pieza; la veo, sencillamente como obra mía. No puedo dejar de verla en presente. El “Yo”, lo que nos establece como personas ahora y aquí, es siempre una continuidad indisoluble. El muchacho que anota sus reflexiones sobre el amor y la muerte en los años ’50 y el escritor que ahora habla sobre eso, no son dos personas distintas, son la misma: son yo. 


El juego de la ficción

–En su diario se menciona a Maryna, un “personaje imaginario” a quien usted le escribió cartas durante 1953 y 1954. ¿Por qué empezó a escribirle? ¿Por qué dejo de hacerlo? 

–Maryna era, en efecto, un personaje imaginario, hecho, como todos los personajes imaginarios, de una o más personas reales. Empecé a escribir esas cartas por las mismas íntimas razones por que empecé a escribir los cuadernos: por necesidad de aclarar, en mí mismo, mis ideas acerca del amor, de Dios, de la libertad, de la literatura. En realidad, no dejé de escribirlas; sencillamente las perdí. O las guardé tan bien que en los últimos 60 años no volví a encontrarlas. Eran, o son, mis primeros intentos de hacer ficción con mi pensamiento o de poner mi pensamiento en una ficción. Si las encontrara algún día, seguramente encontraría allí el fundamento de todo lo que escribí hasta hoy.

–En un momento, refiriéndose al diario, usted dice “estoy perdiendo la costumbre de escribir hacia adentro”. ¿Escribir ficción es escribir hacia afuera?  

–Escribir ficciones es escribir buscando la libertad del lector. El verdadero acto literario se consuma en dos movimientos: la escritura y la lectura. La escritura es un acto de libertad que va hacia el lector, quien juzga ese texto desde su propia libertad; en ese momento empieza el hecho estético y el sentido de la literatura. No sé si esto contesta la pregunta.

–En el diario habla de su pasión por el ajedrez. ¿Encuentra alguna relación entre ese juego y la escritura?

–Ninguna. Tengo, eso sí, una teoría algo arbitraria acerca de que la estructura de un buen cuento y la de una partida de ajedrez son análogas. La apertura, el medio juego y el final son los tres momentos de una partida, y esto puede ser la metáfora del inicio, el desarrollo y la resolución de un cuento. Lo mismo podría aplicarse a la forma sonata en música, a la obra de teatro en tres actos e, incluso, a la arquitectura de la tragedia formulada por Aristóteles. Lo más interesante de todo esto es que no sirve para nada.

–En muchos tramos se muestra la escritura como un trabajo de la voluntad, del esfuerzo; un trabajo minucioso, incluso interminable. ¿Qué lugar ocupa la inspiración en su obra?

–No creo en la inspiración. Edgar Poe ya explicó para siempre el malentendido que encierra esa palabra. La inspiración fue un invento de los poetas románticos del siglo XIX, y muchas veces es sólo una coartada: un modo de no aceptar los absurdos, los titubeos, las casi vergonzosas indecisiones que preceden a la construcción de una obra de arte. Existe, por supuesto, eso que Thomas Mann llamaba la idea súbita; existe, si queremos, algo así como aquel repentino furor sagrado lindante con la locura de que hablaban los griegos, pero nadie puede creer en serio que una novela de 500 páginas o una obra en cinco actos son el producto incesante de esa iluminación momentánea. La literatura sigue siendo, para mí, un trabajo de la voluntad, del esfuerzo. Un trabajo minucioso e, incluso, interminable. 

–En su cumpleaños 30 usted escribe “ni mi obra ni mi vida concuerdan con el Abelardo Castillo ideal que a veces vislumbraba”. ¿Eso ha cambiado? 

 –No ha cambiado en absoluto, de lo contrario tendría que decir la tontería de que “me siento realizado”. Y la condición de lo humano, para mí, es precisamente la irrealización, lo inconcluso. El hombre es, felizmente, el único animal inconcluso; solo lo concluye la muerte.


Córdoba, la Historia, las utopías

–Existen muchas referencias a Córdoba (algunos viajes, algunas relaciones, las primeras páginas de “Crónica de un iniciado”). ¿Cuál es su relación con Córdoba?

–No sólo las primeras páginas, toda la novela Crónica de un iniciado, así como El Evangelio según Van Hutten, transcurre en Córdoba. Mi relación con Córdoba debo buscarla en la infancia; solía ir en los veranos a la ciudad o a las Sierras con esa tía que aparece en los Diarios, que fue mi madre sustituta. Mientras escribíaCrónica de un iniciado, volví muchas veces a Córdoba. Todavía hoy puedo recorrer mentalmente la ciudad tal como era hasta los años ’60. El derruido balcón del Obispo Mercadillo, el Colegio Jesús María, la vieja terminal de ómnibus, el amarillo y algo siniestro departamento de policía frente a la Plaza mayor, los tranvías recorriendo a dos manos la calle Vélez Sársfield, la “casa del marqués”… Córdoba y Buenos Aires son mis dos ciudades; San Pedro, el pueblo que elegí como natal. 

–Estuvo en la ciudad durante el Cordobazo. ¿Qué efecto tuvo en usted ser testigo de lo que pasó?

–Esta pregunta ya está contestada en el diario, con fecha 30 y 31 de mayo de 1969. Hay ahí varias páginas donde digo qué fue y qué significó para mí el Cordobazo. Pero, si realmente les interesa, históricamente, el tema, no deberían preguntarme a mí, sino a cualquier cordobés que haya sido estudiante u obrero durante esos días. O a cualquiera de aquellos hombres y mujeres que, sin serlo, arrojaban muebles desde las ventanas y los balcones de sus casas, para que los chicos hicieran barricadas.

–En 1990 usted anotó que “no hay una sola de las ideas políticas, morales, religiosas, que parecían verdades en el ’60, o aun en el ’70, que hoy tenga la menor validez”. ¿Alguna de esas ideas ha vuelto a ser válida en los 24 años que pasaron desde que escribió eso?

–Pienso exactamente lo mismo que en 1990. Lo que no significa que no se puedan imaginar nuevas teorías emancipadoras, nuevos proyectos religiosos, nuevas utopías sociales. Y aún más: es moralmente necesario que lo hagamos. Cada época debe volver a darse sus nuevos valores. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



http://www.lavoz.com.ar/ciudad-equis/abelardo-castillo-el-hombre-es-el-unico-animal-inconcluso


sábado, 18 de octubre de 2014

Julio Cortázar y Abelardo Castillo





1973. Nueve y media de la mañana. Abelardo Castillo duerme. El teléfono lo despierta. Una voz pregunta por él. Contesta de mal modo. Pregunta quién es. Del otro lado, una voz dice “Le habla Julio Cortázar”. Castillo responde: “Ah, sí, qué bien”. Está seguro de que esa llamada es una broma de sus amigos. Se oye un silencio y luego la voz dice: “Pero, ¿hablo con la casa de Abelardo Castillo?”. Un leve patinar en las r despierta las dudas. Castillo vacila. Quizás no sea una broma. Insiste, vuelve a preguntar quién es. Cortázar vuelve a decir su nombre. El sonido de la r estalla. No es una broma.  

Unas horas después, Abelardo Castillo y Sylvia Iparraguirre (su compañera desde hace 45 años) reciben en su casa al visitante. En el momento en que abren la puerta, sucede un “mínimo milagro”: la radio transmite música de Charlie Parker, como si el mundo se hubiera ordenado para homenajear a Cortázar.





Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X





martes, 14 de octubre de 2014

Diarios (1954-1991) - Abelardo Castillo





El que tiene sed


La sed de Abelardo Castillo es una desesperada necesidad de literatura. Leer. Escribir. Estar atento al mundo y a las cosas para volverlas palabra. Saber encontrar en los libros lo que modifica la vida. Ese es quizás el espíritu de estos Diarios (Alfaguara). Pero hay, también, mucho más: un diario íntimo, un cuaderno de bocetos, apuntes de filosofía, reflexiones sobre la escritura, una bitácora de lecturas, un plan de vuelo y una estrategia de combate o supervivencia. El mandato permanente, el desafío, es aquella vieja frase de “Ni un día sin una línea”. Una meta que aunque no pueda cumplirse sirve como brújula en un mundo caótico. Un imperativo lleno de belleza.

Quizás puedan pensarse estos diarios (sobre todo en los primeros años) como una suerte de taller literario en soledad; la lenta y esforzada construcción de un autor. 

Castillo se observa sin indulgencia. Va dejando testimonio de lo literario pero también escribe sobre sus relaciones, sus colegas, los encuentros y las distancias, sus preocupaciones, sus miedos, sus sueños, sus parejas, el alcohol, los estimulantes, la escritura y sus vaivenes, la música, el ajedrez, la idea del suicidio.

El autor vuelve una y otra vez sobre la larga y compleja relación con Ernesto Sabato, un lazo definido como “una amistad imposible”. Aparecen aquí sus charlas con Jorge Luis Borges; la mañana en que recibió un llamado telefónico de Julio Cortázar (ver aparte); el encuentro con Nicolás Guillén en un hotel de Buenos Aires; su fuerte discusión con David Viñas en torno a la relación entre literatura y compromiso político; la amistad con Leopoldo Marechal.

La Historia irrumpe. Castillo habla del Cordobazo, de la muerte del Che Guevara, del día en que un grupo parapolicial entró en su casa, de los levantamientos militares de 1989. Castillo también calla. Y ese silencio se vuelve increíblemente expresivo. “Desde hace cuánto, nada más que muertos. No hablar de esto. No permitir que el terror se meta en mi cuaderno”, dice en agosto de 1976.

Una heterogénea colección de anotaciones (en cuadernos, en libretas, papeles sueltos) que pueden resumirse en unas líneas escritas en 1956: “Estas páginas son, según he podido comprobar, un libro de amor”. 



Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X





sábado, 11 de octubre de 2014

Patrick Modiano





Hijo de un comerciante italiano y una actriz belga, Patrick Modiano nació en un momento histórico que dejaría su huella. La Segunda Guerra Mundial terminaba y el ambiente era extraño: un sopor sordo que sólo pueden producir las traiciones, las miserias y las crueldades que desatan las grandes catástrofes. Ahí, en ese nudo, se enclava gran parte de su obra. Modiano se asoma a un tema que no siempre ha sido bien recibido: el modo en que resistimos o permitimos lo que sucede.

Traducido a 36 idiomas, el Nobel francés se ha dedicado una y otra vez a reflexionar sobre la memoria, la identidad, los lazos y los modos en que la Historia impacta en la vida de las personas. Un autor que deja en claro que lo político y lo íntimo están siempre relacionados.

De una timidez legendaria, reacio a las entrevistas, cuentan que cuando alguien lo reconoce por la calle e intenta saludarlo, Modiano finge no ser él. 

Hay quienes lo consideran el mejor escritor francés vivo. Para aquellos que aún no conozcan su obra, recomendamos comenzar por Un pedigrí. Allí el autor construye una suerte de documento de identidad mientras rastrea los fragmentos de aquello que lo hace quién es. Como un niño, va levantando los objetos ante sus ojos, para descubrirlos, para saber cómo es que han venido a convertirse en flores o en esquirlas. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Vos


viernes, 10 de octubre de 2014

Le cri du lezard: Comentario sobre la versión francesa de "El colectivo"


L'autobus - Eugenia Almeida (2005)

 

 

Il existe des livres, comme celui-ci, qui n'ont l'air de rien : une centaine de pages, une couverture quelconque, un titre anodin... Mais c'est souvent quand on ne s'y attend pas que l'on se retrouve estomaqué. Et justement L'autobus est l'un de ces petits romans dont l'aspect inoffensif dissimule en réalité une force tragique et une puissance critique insoupçonnées.

L'intrigue paraît banale : dans une petite ville perdue en Argentine, l'autobus passe tous les soirs, mais depuis trois soirs, il ne s'arrête plus. Et cela fait trois soirs que l'avocat Ponce accompagne sa sœur pour prendre cet autobus qui passe devant eux sans s'arrêter. Trois soirs qu'un couple attend lui aussi cet autobus qui ne s'arrête pas. Alors que Ponce ramène sa sœur chez lui dans l'attente du prochain bus, le couple, excédé, décide de partir à pieds le long de la voie ferrée. Car le train non plus ne passe plus, la barrière du passage à niveau est baissée et un wagon posé sur la voie empêche toute circulation. Le village s'interroge, le soupçon et la confusion s'installent. La radio parle d'une jeune fille en fuite, d'un couple de subversifs, d'exercices militaires, d'une fusillade à la nuit tombée... Et l'autobus s'arrête de nouveau alors que personne ne l'attend plus.

Une écriture minimaliste, des dialogues elliptiques, un récit théâtralisé, un nombre réduit de personnages et un périmètre d'action très restreint : ce roman étrange se caractérise par sa sobriété et son détachement sous lesquelles couve une atmosphère de terreur larvée. Et même si ce roman reste un peu "en deçà", il révèle sous son apparence anecdotique une vraie force critique en illustrant la contamination rampante des actes et des esprits par la perversité du pouvoir dictatorial.
  
BlueGrey

Publicado el 04/09/2007

http://descaillouxpleinleventre.blogspirit.com/archive/2007/09/04/l-autobus-eugenia-almeida-2005.html

lunes, 6 de octubre de 2014

Laura - Vera Caspary






Un cadáver con la cara destrozada. Una bala de escopeta ha destruido la imagen de una mujer singular para su época: independiente, autónoma, exitosa. 

Waldo Lydecker está tratando de escribir un epitafio para Laura Hunt, su protegida, cuando recibe la visita de la policía. El teniente McPherson sabe descubrir aquellos detalles que pueden decir algo sobre lo que los rodea. Una botella de whisky, una mucama que trata de proteger la reputación de su jefa, dos vasos usados, un retrato. Cada personaje tiene su secreto. El clima de sospecha es absoluto. Como dice Lydecker: “Todos somos gangsters de cierta manera. Todos tenemos nuestros compinches y nuestros enemigos jurados, nuestros amigos y nuestros adversarios. Todos tenemos nuestro pasado que ocultar y nuestro futuro que proteger.”

Desde las primeras páginas, la novela se centra en los diálogos. En lo que dicen los personajes y en lo que esas palabras revelan de las costumbres sociales de la época. Todos parecen estar aceptando y desafiando lo que se espera de ellos. Hay un crimen y una investigación. Pero de lo que realmente habla esta historia es de los prejuicios, de los asfixiantes roles de género, de los lugares comunes asignados a cada clase social. Publicada originalmente en 1943, Laura es mucho más que una novela policial. 

Vera Caspary nació en Estados Unidos en 1899. Cuando su padre murió, decidió trabajar para mantener a su madre. Cada uno de los pequeños trabajos que consiguió tenía relación con la escritura. Entre otras cosas, redactó los apuntes para diversos cursos por correspondencia en los que se enseñaba a bailar o a aplicar tratamientos de belleza. A veces conseguía breves respiros económicos que le permitían encerrase a hacer lo que realmente quería: escribir ficción. 

Hubo un momento en que Caspary se sintió cercana al Socialismo. La invitaron a afiliarse al Partido Comunista y aceptó. Quería visitar Rusia para ver cómo vivía la gente en un mundo que algunos diarios describían como el paraíso y otros denunciaban como el infierno. Cuando en 1939 pudo hacer ese viaje quedó desilusionada. Encontró una gran diferencia entre las ideas que apoyaba y su aplicación práctica. 
El pacto entre Hitler y Stalin fue el golpe definitivo a su lazo con el comunismo. 
Quizás no estaba hecha para pertenecer a un partido (una estructura demasiado rígida para su modo de ser) pero encontró otros caminos: participó en la Liga Anti Nazi de Hollywood y reunió fondos para ayudar a escritores refugiados.  

La Comisión de Actividades Antinorteamericanas (El Gran Hermano encargado de perseguir a todo aquel sospechado de simpatizar con la izquierda) tenía especial interés en Hollywood. La estrategia utilizada fue espantosa y efectiva: si uno acusaba a alguien, inmediatamente era considerado un aliado del gobierno. Caspary ya trabajaba regularmente en el mundo del cine. Alguien sacó a relucir los lazos que había tenido con el Partido Comunista y su nombre fue incluido en la lista de aquellos que debían delatar para salvarse. Caspary prefirió abandonar los Estados Unidos. 

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X




jueves, 2 de octubre de 2014

El testigo - Juan Villoro







Julio Valdivieso regresa a México luego de pasar 24 años en Europa. Vuelve a un territorio que es propio pero siente ajeno, una geografía que duele y agita recuerdos. Todo sirve de disparador: las voces de un grupo de rock que detesta, el perfume de las comidas, la luz cuando cae de cierto modo. Todos los recuerdos confluyen en un punto: el momento en que quedó solo, abandonado por la mujer que iba a huir con él. Un amor contrariado por la familia, algo que se rompe sin explicaciones y ella que muere un tiempo después. De esa ausencia parecen brotar todas las cosas que Valdivieso tiene en la boca pero no logra decir.

Ha vuelto a México con la excusa de un año sabático. Ha aceptado la invitación de un antiguo colega para trabajar sobre la obra y la biografía del poeta Ramón López Valverde. El PRI ha perdido las elecciones y se retira del poder después de 70 años. El país se asoma a un cambio. Pero eso quizás signifique la vuelta al pasado, el encierro en un repetirse de ciclos que vuelven incansablemente.

Valdivieso se instala en la casa de su tío, una hacienda repleta de animales embalsamados, casi un símbolo de eso que atraviesa todo: un pasado congelado que se postula a sí mismo como presente y futuro. 

El trabajo sobre López Valverde y la invitación a participar en una telenovela lo obligan a repasar parte de la Historia política de México, particularmente la Guerra Cristera.

Cocaína, empresarios de los medios de comunicación, fanatismo religioso, secretos familiares, cosas dichas a medias y malentendidos. Un país dividido geográficamente por los cárteles de la droga. Asesinatos, presuntos suicidios, desapariciones. La policía operando con los mismos métodos que los narcotraficantes.

Con tres citas iniciales que aluden al viaje, Juan Villoro marca un lazo con La Odisea. No es la única obra del autor en la que aparece esta referencia. Alguna vez dijo que “no hay mayor aventura que la de volver a casa.” El testigo habla de cómo el regreso ilumina y oscurece lo que se ha cultivado desde el dolor o la nostalgia. Una novela sobre la memoria, la interpretación, el deseo, la culpa y los secretos. Una historia que vuelve una y otra vez sobre los múltiples pliegues que hay en la figura del testigo. Un libro lleno de belleza, con diálogos que cobran cuerpo: las voces rurales, las mafiosas, las narco, todas suenan como si uno estuviera allí, formando parte del terreno. 

Villoro es uno de los autores mexicanos más destacados. Ha escrito cuentos, novelas, guiones de radio y de cine, obras de teatro, crónicas y letras de canciones. Hijo de un filósofo y una psicoanalista, creció en una casa donde la literatura era cotidiana. Su abuela paterna escribía bestsellers, su abuela materna -una yucateca- era una gran narradora.

En 2004 El testigo obtuvo el premio Anagrama de novela. Villoro la considera su “obra más compleja”. 


Eugenia Almeida. 

Publicado originalmente en Ciudad X.