jueves, 31 de julio de 2014

La carretera - Cormac McCarthy







 “Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado.” 

Esa es la primera frase de la novela. Un hombre y un gesto que quizás ha existido desde el principio de la humanidad: hacer un movimiento para asegurarse que el más vulnerable, el cachorro, está a salvo. Pero el frío y la oscuridad que se mencionan no son los habituales. El negro es absoluto, total. Una noche sin fisuras que, cuando amanezca, se convertirá en un paisaje turbio y sucio tapado por el gris.  

Algo ha sucedido. No se dice qué. Posiblemente una explosión nuclear. El mundo ha cambiado: no hay nada verde; todo es ceniza, humo, polvo. En medio de ese paisaje un hombre y su hijo caminan por una carretera en dirección al sur. Llevan lo poco que tienen en un carrito de supermercado.

En el camino encontrarán una estación de servicio, un taller mecánico, una casa, un supermercado, una ciudad, un tren, un barco. Todo abandonado. Quizás el planeta entero ha sido abandonado. Y sin embargo, no. Aquí la novela aborda una de las cuestiones más inquietantes de nuestra especie: en un espacio desolado, al encontrar indicios de que hay alguien cerca ¿deberíamos sentir alivio o terror? ¿Qué condiciones deben darse para que la presencia de otro ser humano se convierta en la peor pesadilla? 

Las breves conversaciones entre el padre y el hijo son de una potencia devastadora. ¿Qué pasa con el lenguaje cuando las palabras que se usan para describir la realidad refieren a cosas que ya no existen?

Ambos verán cosas terribles –las huellas de lo que pueden ser las personas cuando el mundo se vuelve un infierno– y el padre tratará de evitar que el hijo vea. “Ten presente que las cosas que te metes en la cabeza están ahí para siempre”, le dice. El chico pregunta si es posible olvidar algo. El hombre dice que sí: “olvidas lo que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar.”

Así es esta historia. Sin respiro, sin concesiones. Una mirada descarnada sobre uno de los futuros posibles. Y en ese escenario, la relación entre un padre y un hijo que caminan sabiendo que posiblemente no hay adónde llegar.

Cormac McCarthy nació en 1933. El reconocido crítico literario Harold Bloom lo considera –junto a Pynchon, Philip Roth y Don DeLillo– uno de los cuatro novelistas contemporáneos más importantes de los Estados Unidos. Apasionado por la ciencia, es miembro honorario del Instituto Santa Fe, un centro de investigación en el que científicos de diversas disciplinas se reúnen para discutir y debatir.

Dicen que una noche McCarthy se asomó a la ventana de un hotel en El Paso. Su hijo de 8 años dormía a unos metros. El hombre se quedó mirando el paisaje y pensando cómo sería ese lugar si algo espantoso sucediera, qué responsabilidades tendría él hacia el niño que estaba a su lado. Tiempo después, esa pregunta se convirtió en esta novela que el autor considera una declaración de amor a su hijo. “Creo que si el libro intenta reflejar algo es enseñar ese amor bajo las peores circunstancias. Si tú realmente quieres a alguien, si realmente quieres a tu hijo, no importa lo mal que vaya el mundo, te pegas a él, mueres por él, harías cualquier cosa por él. Eso no es tan malo ¿no? Esto habla bien de la naturaleza humana.” 


Eugenia Almeida


Publicado originalmente en Ciudad X




domingo, 27 de julio de 2014

Gabo y Cuba





Alguna vez estuvieron muy cerca, sin saberlo. Era abril de 1948. Cerca de la pensión en la que vivía García Márquez, alguien asesinaba a Jorge Eliécer Gaitán. Estallaba lo que luego llamarían “El Bogotazo”. Por esas calles, participando en la revuelta, andaba Fidel Castro, un muchacho de 21 años, delegado estudiantil cubano. 

Iban a pasar muchos años hasta que otro evento histórico volviera a reunirlos. 1959. La revolución triunfa en Cuba. Castro invita a periodistas extranjeros y a diversas personalidades a ser testigos de lo que estaba pasando. García Márquez está entre los invitados. Acaba de llegar a La Habana. Un discurso se oye en la isla. El autor colombiano recuerda: “Dos cosas llamaron la atención de quienes oíamos a Fidel Castro por primera vez. Una era su terrible poder de seducción. La otra era la fragilidad de su voz”.

Desde ese momento, el escritor quedó subyugado por la figura del líder cubano. Cuando regresó a Colombia, el compromiso estaba firme: volvía como corresponsal de la agencia de noticias Prensa Latina. Tiempo después continuaría con ese trabajo desde los Estados Unidos. No fue fácil. Durante los meses que vivió en Nueva York tuvo que enfrentar críticas y rechazos e incluso a un grupo de exiliados cubanos que lo amenazó con un arma. 

Su relación con Estados Unidos era la contracara de su lazo con Cuba. El gobierno no estaba dispuesto a aceptar a ese colombiano que defendía públicamente a Castro. Decidieron aplicarle el mote de subversivo y negarle la visa. Había entrado en la lista de los indeseables. Fue Bill Clinton quien revisó esa decisión y anuló la orden de no dejarlo pisar suelo estadounidense.

García Márquez fue muy criticado por su apoyo incondicional al gobierno cubano. El punto de quiebre llegó en 1971. El poeta Heberto Padilla había sido encarcelado acusado de escribir “material antirrevolucionario”. Poco después hizo una autocrítica y una declaración pública en la que dijo arrepentirse de lo que había escrito. Ese episodio provocó que muchos antiguos aliados sintieran que ya no podían seguir apoyando la revolución. En total, 72 intelectuales (americanos y europeos) firmaron una carta pública a Fidel Castro. Las primeras líneas iban al núcleo del asunto: “Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido por medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias”. Las últimas palabras eran una expresión de deseo y un reclamo: “Quisiéramos que la Revolución Cubana volviera a ser lo que en un momento nos hizo considerarla un modelo dentro del socialismo”. Entre los firmantes estaban Simone de Beauvoir, Ítalo Calvino, Marguerite Duras, Magnus Enzensberger, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Juan Marsé, Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Monsiváis, Alberto Moravia, José Emilio Pacheco, Pier Paolo Pasolini, Alain Resnais, Juan Rulfo, Jean Paul Sartre, Susan Sontag y Mario Vargas Llosa. 

“Gabo” reforzó su posición, apoyó al gobierno cubano y fue duramente criticado. Vargas Llosa dijo que era un “lacayo” de Castro. 

Contra esas críticas, el propio Plinio Apuleyo Mendoza –en su libro Aquellos tiempos con Gabo– resalta que García Márquez muchas veces se sirvió de su amistad con Fidel para intervenir en algunos temas y que fue él quien hizo las gestiones para que Padilla pudiera salir de Cuba en 1980. Según el autor, el Nobel colombiano habría intercedido para obtener la liberación de 3.200 presos políticos.

“Gabo” fue quizás, de aquel grupo inicial de intelectuales aliados de la revolución, uno de los pocos que mantuvo intacto ese lazo.



Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X


jueves, 24 de julio de 2014

Liratouva 2: comentario sobre la versión francesa de "La pieza del fondo"



Liratouva2, Blog de Mango

La pièce du fond de Eugenia Almeida

Un vieil homme est assis depuis plusieurs jours sur le banc d’une place,  sans bouger, sans parler, sans manger. Personne ne le connaît et Sophia, la jeune serveuse du bar d’en face, l’a pris en pitié et fait tout pour le faire manger et parler mais en vain. Frias, un client policier,  lui vient en aide, sans plus de résultats. Chacun a de gros soucis dans sa vie personnelle mais s’occuper de cet inconnu les rend plus heureux. Bientôt l’homme sans nom  est conduit à l’hôpital psychiatrique tout proche où vient d’être nommée Elena,  une nouvelle doctoresse  au passé très douloureux ,  connue de tout le personnel de l’endroit comme la folle légendaire sauvée dans sa jeunesse  par le directeur de l’établissement. En réalité,  grâce à elle qui sait écouter et grâce à l’acharnement de la jeune serveuse, les recherches pour découvrir l’identité du vieil homme se poursuivent et une chaîne d’amitié, très ténue, se forme entre tous ces êtres malheureux et désenchantés…

Hier,la fille du bar de la place lui a apporté un paquet contenant de la nourriture. Aujourd'hui, quand la vieille est arrivée, il avait encore le paquet à la main.  La fille lui jette parfois un coup d'œil en passant entre les tables. Dès qu'elle le peut, elle traverse la rue et s'approche. Elle veut vérifier ce qu'elle soupçonne: il n'a pas touché à la nourriture. 

Le titre du livre fait référence à la pièce du fond  du jardin dans la maison louée par la jeune psychiatre. Elle est toute encombrée de meubles et de vieux papiers dont les jeunes héritiers ne veulent plus. Elena est de celles qui prend soin de  tout ce qui traîne autour d’elle, les blessés et les laissés pour compte de la vie, objets ou individus peu importe,  avec ou sans nom, jeunes ou vieux, bons ou mauvais, déviants ou pas. Elle a fait le choix de soigner tous ceux qui ont besoin d’elle, voilà tout. A  l'hôpital aussi  elle est dans la pièce du fond!

Il s’agit du deuxième livre de cette romancière argentine qui enseigne la littérature  et écrit de la poésie.

J’ai bien aimé ce récit aigre-doux, fait surtout de dialogues très courts et d’une suite de personnages très quotidiens et parfaitement bien cernés avec leurs malheurs trop lourds et leurs  efforts pour une vie meilleure.. Les gens malheureux se méfient des mots qui ravivent leur douleur mais difficile de les quitter quand se ferme la dernière page!  Un beau roman qui fait du bien au moral. Même si la fin n'est pas aussi heureuse que je l'espérais!


La pièce du fond  de  Eugenia Almeida
(Editions Métailié, avril 2010, 200p)
Titre original : La pieza del fondo.
Traduit de l’espagnol (Argentine) par François Gaudry 
(Editions Métailié, avril 2010, 200p)
Publicado el 14 de agosto de 2010



lunes, 21 de julio de 2014

El caballero inexistente - Ítalo Calvino







El ejército de Francia rodea las murallas de París, Carlomagno pasa revista a los paladines. Entre ellos, un caballero se niega a mostrar su rostro. Ante la exigencia del emperador, deberá explicitar la verdad: él no existe. Aunque su armadura vacía puede cumplir las órdenes que recibe, Agilulfo es sólo eso: la inexistencia rodeada –contenida– por el metal.

Pronto se encontrará con Gurdulú, el hombre que se equivoca y cree ser aquello que está ante sus ojos: pato, rana, árbol, pera, rey. Alguien que existe pero no lo sabe, contracara del caballero que “sabe que existe y en cambio no existe”. Una pareja particular que Carlomagno unirá al designar a Gurdulú escudero de Agilulfo.

Quien cuenta esta historia extraordinaria es Teodora, una religiosa de la Orden de San Columbano, que escribe cumpliendo una penitencia impuesta por su superiora. Y, a la par de su relato, va detallando los placeres, las dificultades y los imprevistos que habitan la escritura.

Un hermoso libro –lleno de humor e ironía– que habla del amor, las narraciones, la honra, la verdad, el apego a la mirada de los otros y la inexistencia. 

Ítalo Calvino nació en Cuba, donde sus padres trabajaban como botánicos. Dos años después la familia volvió a Italia. Al terminar la escuela, Calvino se inscribió en la Facultad de Agronomía pero, comenzada la Segunda Guerra Mundial, fue convocado por el Ejército de dónde desertó para unirse a los partisanos que combatían a Mussolini.

Luego vendría su trabajo como periodista, la carrera de Letras y su tesis sobre Joseph Conrad, su afiliación al Partido Comunista y su amistad con Cesare Pavese,  a quien siempre consideró su maestro y quien lo bautizó como “la ardilla de la pluma", por su “capacidad de saltar y sorprender”.



Eugenia Almeida


Publicado originalmente en Ciudad X






jueves, 17 de julio de 2014

Las ciudades invisibles - Ítalo Calvino








En 1972, trece años después de “El caballero inexistente”, Calvino publicó “Las ciudades invisibles”.

Marco Polo relata frente a Kublai Kan, emperador de los tártaros, los detalles de diferentes ciudades, cada una única en su forma. Allí van a aparecer –entre muchas otras– Isadora, la ciudad a la que se llega demasiado tarde; Tamara, donde todo es signo; Zobeida, construida siguiendo los dibujos de un sueño; Ottavia, la ciudad–telaraña; Eutropia, que siempre permite comenzar de nuevo; Ersilia, eternamente abandonada y reconstruida; Baucis, la ciudad suspendida; Perinzia, la ciudad de los monstruos; y Eufemia, donde a cada palabra dicha se responde con una historia que expande y enriquece los recuerdos.

Entre esos relatos –o “filosóficos poemas en prosa”, como los llamó su traductora Esther Benítez– se intercalan las conversaciones de Marco Polo y Kublai Kan.

“Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades”, dice Calvino en un preciso prólogo que detalla el proceso de escritura. 

El autor vuelve una y otra vez sobre la idea de las fronteras y los mundos posibles. Como punto cumbre en la belleza de este libro –si es que podemos encontrar sólo uno– vale la pena transcribir el último párrafo:

“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”  


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



martes, 15 de julio de 2014

Saqueo / Nadine Gordimer





La verdad está ahí

Dicen que cuando Nelson Mandela salió de prisión, después de 27 años de confinamiento, una de las primeras personas a las que pidió ver fue a Nadine Gordimer. Menuda, combativa, terca, esta mujer era de los que, perteneciendo al grupo de los privilegiados, cruzó la línea y luchó del lado de los oprimidos. Luchó con gestos cotidianos pero indispensables: abrir la puerta a aquellos que la ley prohibía cobijar, ayudar a llegar a la frontera a los que huían, escribir, traer a la luz la injusticia, nombrarla.

Alguien la llamó, alguna vez, la “guerrillera de la conciencia”. Y eso es lo que siguió haciendo esta sudafricana: una guerra de guerrillas, sus palabras agrupadas donde no las esperábamos, combatiendo los focos de la comodidad, de la ceguera, del conformismo. 

En este libro Gordimer presenta diez relatos que se unen en una doble pregunta: ¿Qué es lo que nos han quitado? ¿De qué hemos despojado a los otros? Todo habla aquí de esclavitud: la que imponemos, la que nos es impuesta, la que nos obligamos a seguir como herederos de la miseria. Pero en estos cuentos todo habla, también, de libertad. De la posibilidad de construir una alternativa al sometimiento. Y de la responsabilidad de preguntarnos cómo construimos las tradiciones que nos oprimen.

En los relatos aparecen diferentes escenarios y situaciones: el terremoto más enorme que pueda imaginarse; un hombre obligado a una caminata humillante; los organismos de ayuda internacional, las supuestas buenas intenciones desde Nueva York o Ginebra; la presencia de minas antipersonales; un amor que no se define por lo que duró o por cómo terminó sino por lo que trajo; un campus universitario al que llega un grupo de indigentes; un nadie al que se le da nombre, documentos y dinero para volverlo un sicario; un asesino que deja flores en la tumba de su víctima; un hombre que debe permanecer callado para siempre; la muerte que irrumpe a través de un mensajero insignificante; una pareja de mestizos que recoge un bebe abandonado; las listas negras, la cárcel, la persecución.

Pero las esclavitudes de las que habla la autora no son solo históricas, son también personales: las reuniones familiares en las que todos hablan del ausente (sus decisiones, sus errores, su “verdadera” forma de ser) creyendo –o simulando creer– que esos debates tiene alguna relación con el afecto. La empecinada convicción de juzgar los deseos ajenos. El abandono de los valores para ajustarlos a las ventajas de la prosperidad; la espiral de concesiones, deslices y justificaciones que lleva a la corrupción. Los buenos principios defendidos en abstracto pero automáticamente olvidados si ponen en peligro la rutina de la propia vida. El lenguaje como herramienta para perpetuar la injusticia.

Convencida de que "la literatura busca más explorar el mundo que explicarlo", Gordimer sostenía que “la ficción brota de una necesidad extraña de encontrarle sentido a la vida, lo cual viene tanto de la presión sociopolítica a tu alrededor como de tu propia evolución mientras vas creciendo, de tus emociones, de tus ideas, de tus relaciones. Entonces creo que la verdad está ahí.”


Saqueo presenta un trabajo literario que expone, desmenuzándolas, la mentira, la estupidez y la maldad que son el núcleo de todo racismo. La autora nos recuerda que cada uno de nuestros gestos –aun los más íntimos– impactan sobre el mundo y tienen consecuencias. Y que esa red de gestos es la materia prima con la que está hecho el mundo.


Eugenia Almeida





lunes, 14 de julio de 2014

Telerama - Comentario sobre la versión francesa de "El colectivo"



« Cela fait trois soirs que l'autobus passe sans ouvrir ses portes. » Partant de cette phrase sibylline, l'Argentine Eugenia Almeida construit son premier roman comme une pièce de théâtre où dialoguent une poignée de personnages indécis. Tous attendent et s'interrogent sur une situation qui dégénère dans le pays. Les militaires sont à leur porte. Coups de feu et rumeurs, méfiance et désinformation. Peu à peu, ce roman minimaliste prend une superbe dimension épique pour évoquer un pays ­écrasé par la dictature militaire.

Christine Ferniot - Telerama n° 3272
29/09/2012 










viernes, 11 de julio de 2014

Los jardines del tigre - Michel Grisolia






Sri Lanka. Década del 90. El país está en guerra civil: la presidente Kumaratunga enfrenta al grupo separatista tamil los Tigres Liberadores. Puestos de control militar, toque de queda, fosas comunes, bombas, atentados, paredes marcadas por las balas. Pero también la tierra que huele a sándalo, curry y cardamomo.

El doctor Norden, enviado por la ONU, atiende a los heridos. Es difícil saber cuándo va a renunciar, cuándo va a escuchar a su mujer que, una y otra vez, le pide que vuelvan a Europa. Todos los días conversa con el teniente Weramunda. Un médico y un policía que aceptan sus profesiones como “un marco rígido y estricto” que los contiene. 

Hay algo en el pasado de Norden. El suicidio de Isabella, su primera esposa. Una herida que está   siempre derramándose sobre las cosas. Y hay una sombra que ha viajado hasta Colombo para matarlo. Dos historias paralelas, dos hombres que apenas soportan lo que han vivido. “Cada cual se inventa un dios a la medida de sus necesidades y se elige al mismo tiempo las penalidades, los temores, las maldiciones, las prohibiciones con los que traza los raíles de su vida en una línea más o menos recta, un camino más o menos limpio.”

Michel Grisolia (Francia, 1948-2005) fue novelista, dramaturgo, periodista y crítico de cine. Su carrera empezó como letrista de algunos cantantes reconocidos. Trabajó como guionista de cine y televisión. Los jardines del tigre fue publicada originalmente en 1999 y obtuvo el Gran Premio de la Société des Gens de Lettres.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



lunes, 7 de julio de 2014

Lily et ses livres - Comentario sobre la versión francesa de "La pieza del fondo"




La pièce du fond - Eugenia Almeida



Quelque part dans une petite ville de province, où les uns vivent à côté des autres sans les jamais se connaître vraiment, deux «personnages» font leur apparition. Deux personnages, un homme puis une femme, qui vont modifier un temps, le rapport de toute cette petite société au monde.

Un homme seul avec toutes les apparences, pour certains, d’un fou ou d’un clochard, un homme qui ne parle pas et peut-être au fond n’entend même pas. Il est assis au centre de la place et attire les remarques acerbes, mais aussi et très curieusement des gestes de quasi tendresse, d’attention. Une jeune serveuse, puis un policier, en feront leur quasi confident, eux qui de toutes évidences ont un poids au fond de la poitrine qu’ils ne peuvent plus porter. Le vieil homme semble les écouter, de cela ils sont persuadés, persuadés aussi qu’il est devenu sans le savoir leur "ami", peut-être bien le seul.
Personne ne connaît son nom, ni d’où il vient…
Dans l’hôpital tout proche, une femme d’une cinquantaine d’années, psychiatre, vient prendre ses fonctions et s’aperçoit, éberluée que tout le monde la connaît déjà… Oui, c’est bien elle, la "folle", celle dont le chef de service n’a cessé de parler depuis des années, la fille d’une ancienne patiente à lui.. Personne ne connaissait le vieil homme, tout le monde la connaît, elle,  avant même de l’avoir déjà vue…
Connaître, méconnaître, prendre pour… Car tout le problème est là dans le jugement biaisé, le trop plein de pouvoirs qui donne le droit de juger, le manque d’attention.
«Ce que l’on voit, c’est que nous sommes finalement des marionnettes. Tous des marionnettes.»
Ou des poissons, pêchés, sortis brutalement hors de l’eau avant d’être éviscérés, brutalisés et dépossédés de tout et du plus intime.
«Là-bas, je n’ai jamais aimé pêcher. Les poissons on les sort blancs, épuisés, ils sont aveugles, blessés, traînés par un crochet, tirés hors du monde. Non. Mon beau-frère dit que c’est une lutte, un défi. Que le pêcheur affronte le poisson, qu’ils doivent se mesurer. Non. L’un ne perd qu’une proie ; l’autre perd la vie. Tout ce qu’on porte en soi, ce jeu de couleurs, de lignes et de choses à l’intérieur du corps, tout ça est arraché, jeté au fond de la barque, et il y en a qui parle de défi."
Au fond, ce qu’apportent presque sans s’en rendre compte le vieil homme et la psychiatre, c’est une autre façon de pêcher, entendez par-là de s’approcher des autres et de les comprendre, non dans le défi ou la lutte, mais dans la compassion, et l’empathie.
Chacun à leur façon, vont éveiller la part humaine, altruiste qui réside au coeur de quelques-uns des habitants de la petite ville. Enfin, jusqu’à un certain point…
La métaphore du pêcheur et du poisson court tout au long du roman, lumineuse, plus parlante que n’importe quel discours. Quant à la petite pièce du fond n’est-elle pas tout autant le cagibi au fond du jardin où moisissent des cartons entassés là par un précédent propriétaire (sa vie en somme) que cet endroit oublié en chacun de nous, inatteignable, incommunicable…
Les uns et les autres… 
Un livre étrange, surprenant et captivant.
J’ai beaucoup aimé.


Editions Métailié – Avril 2010

Eugenia Almeida est née en 1972 à Cordoba (Argentine), où elle enseigne la littérature et la communication. Elle écrit de la poésie.

L’Autobus (2007) fut  son premier roman.







jueves, 3 de julio de 2014

El fin de mi vida - Graham Joyce










Fern es la hija adoptiva de Mammy Cullen, una curandera que arregla los problemas de salud en un pequeño pueblo rural de Inglaterra. Es la comadrona pero también quien hace los abortos. Conoce los lazos que unen a todos, una red familiar de la que es único testigo. Tiene 77 años, sabe que la muerte está cerca y duda si contarle o no a Fern algunos secretos asociados a su oficio. Un oficio que se ejerce sabiendo leer los signos que el mundo pone frente a nosotros: un tropiezo es un mal augurio, una urraca o un zorzal indican que hay que volver a casa, un reyezuelo anuncia visita. 
Esas señales comenzarán a guiar la vida de Fern cuando Mammy sea internada en un hospital y ella deba enfrentar el extraño equilibrio entre pedidos de ayuda e intentos de desacreditarla. Deberá decidir si quiere ser parte de “los pocos” -aquellos que portan un saber alternativo- y si está dispuesta a hacer “la petición”, un ritual que la dejará dentro o fuera de este grupo.  
La novela expone la tensión entre los saberes tradicionales y la cultura académica, la diferencia entre las clases sociales y la antiquísima costumbre de catalogar como locura todo aquello que se aleja de las normas establecidas.
Graham Joyce nació en Inglaterra en 1954. Ha ganado el Premio British Fantasy en cinco oportunidades. También él, como Michel Grisolia, escribió letras de canciones: su trabajo puede disfrutarse en los álbumes en inglés de la cantante francesa Emilie Simon. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X