domingo, 29 de junio de 2014

El asesinato del sábado por la mañana - Batya Gur







En el Instituto Deutsch acaban de descubrir el cadáver de Eva Neidorf, una figura mítica en el ambiente psicoanalítico de Jerusalem. La doctora debía pronunciar una conferencia sobre los límites éticos en su disciplina. Ahora está en un sillón, con un balazo en la sien. La pistola y todos sus papeles han desaparecido.  

Quien conduce la investigación es el inspector Michael Ohayon, un hombre de 38 años que ingresó a la policía por razones económicas, abandonando una carrera académica como historiador. Algo en su formación renace al contacto con ese extraño escenario que es el Instituto Psicoanalítico: un ambiente con claros ecos de la Edad Media; un espacio cerrado e híper ritualizado donde la endogamia es la ley, donde se le da un sentido casi religioso a la pertenencia, donde se exige un lento, farragoso y exclusivo proceso de formación. 

La historia –un policial clásico– plantea muchas preguntas. ¿Qué clase de intimidad se construye en una sesión psicoanalítica? ¿Cuánto se parece un detective a un psicoanalista? ¿Acaso un policía puede guiarse con la herramienta de la asociación libre? ¿Un analista tiene derecho a convertirse en detective de un relato que se le ofrece en confidencia? ¿Qué es un secreto? ¿Cuándo estamos obligados a develarlo?
Parte del trabajo de un buen analista es no interpretar, no forzar lo que se ve sino, por el contrario, permanecer inmóvil, en blanco, hasta que las cosas develen su forma; una forma que siempre será dinámica, confusa, apenas vislumbrada. Con ese estilo trabaja el inspector Ohayon.

La novela transcurre en Jerusalem y no es un dato menor. Las tensiones, el clima, el paisaje de esa ciudad atraviesan la historia a cada paso. El asesinato del sábado por la mañana tiene la virtud de resaltar situaciones que, lamentablemente, siguen vigentes en Israel. Las persecuciones, los guetos, la discriminación, la opresión. Cuando la policía interroga a un jardinero árabe, el hombre se comporta con la resignación de quien sabe que pueden “arrestarlo por cualquier cosa”.

Batya Gur nació en Tel Aviv en 1947. Descendiente de una familia polaca que sobrevivió al Holocausto, siempre estuvo atenta a que su propio país no repitiera los horrores que había sufrido su pueblo. Hasta su muerte, en 2005, la novelista defendió la idea de un Israel laico, progresista y pacífico y fue reconocida por muchos intelectuales palestinos como una aliada en el trabajo por la paz. En diversas oportunidades criticó explícitamente ciertas políticas del gobierno. En 2003 fue detenida por intervenir frente a tres jóvenes militares israelíes que acosaban a un anciano palestino. Sus declaraciones para explicar porqué había decidido actuar así fueron contundentes: “No quiero sentirme como un alemán que miraba para otro lado cuando los nazis maltrataban a los judíos en la calle.” En cierto modo, sus novelas de misterio también siguen esa línea. Gur solía resaltar el carácter subversivo de la novela policial señalando que este género “saca a flote lo oculto y demuestra que la sociedad y las personas no son lo que parecen”.



Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X




miércoles, 18 de junio de 2014

La última hora - David Benioff







Nueva York, jueves, fines de enero. Un hombre se sienta a mirar el paisaje de la ciudad. Sabe que durante siete años deberá reconstruir lo que ve como un recuerdo precioso, algo a que aferrarse cuando la puerta de la celda se cierre. Monty Brogan mira la orilla del East River, los puentes, el faro, los remolcadores que cortan el agua en dos. Siempre está acompañado por Doyle, un pitbull que rescató de la calle, un perro que se le parece: alguna vez fue entrenado para pelear y luego fue abandonado.

Hay cinco personas que gravitan alrededor de Monty y su último día de libertad. Sus dos amigos –un agente de Wall Street y un profesor de secundaria–, su novia, su padre y Uncle Blue, un criminal que hasta ahora ha oficiado de jefe. Con ellos va a compartir ciertos rituales de despedida. Pero no habrá remanso. Monty sabe que a la mañana siguiente deberá tomar un colectivo para viajar a la prisión de Otisville, que la tregua terminó, que la droga que los federales encontraron en su casa lo ha llevado justo ahí: a la víspera del encierro. Sólo parece haber tres opciones: entregarse, escapar o suicidarse.  

Los escenarios que se presentan –la Bolsa, el colegio, los espacios del crimen organizado– están atravesados por la competencia, por una lucha en la que sólo el más fuerte puede quedar en pie. La pregunta que inquieta es quién define la fortaleza.

Quizás lo más logrado de esta novela sean algunas pequeñas imágenes que impactan por su sencillez y su contundencia. En un momento se ve a dos jugadores de ajedrez frente a un tablero en el que sólo hay piezas negras. ¿Es posible elegir? ¿Alguien podría describir la historia de esa partida imposible? ¿Qué comparten o se disputan esos dos jugadores? El autor deja esas preguntas sin respuesta, como una potente estrategia para reflexionar sobre el efecto que tenemos unos sobre otros. Lo que pasa nunca le sucede sólo a uno, siempre hay algo allí que recuerda una piedra hundiéndose en el agua. Los efectos se expanden, hacen que el mundo cambie al compás de ese movimiento. Todos estamos enlazados pero, como dice uno de los personajes, “nadie puede ayudar a nadie”.

David Benioff nació en Nueva York en 1970. Durante años trabajó como profesor de inglés en un colegio secundario. La última hora, su primera novela, fue rechazada por más de 30 editoriales antes de ser publicada. Cuando el director de Cine Spike Lee la leyó, se contactó con el escritor y le pidió que escribiera un guión para llevarla al cine. La película se estrenó en 2002, protagonizada por Edward Norton y Philip Seymour Hoffman. 

Luego de ese trabajo, Benioff fue contratado para escribir otros guiones –entre ellos, los de las películas Troya, El umbral y X-Men orígenes: Wolverine–. Actualmente es uno de los guionistas de la exitosa serie Juego de Tronos.   



Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



domingo, 15 de junio de 2014

Crash - J. G. Ballard








Lo primero que hay que decir es que este es un libro incómodo, ríspido. Definitivamente no recomendable para lectores impresionables. J. G. Ballard mezcla sexo y violencia de un modo difícil de tolerar. Según el autor, su intención era exponer una de sus preocupaciones básicas: “la muerte del afecto”.

La novela cuenta la historia de un grupo de personas que han enlazado, en una obsesión, el goce sexual con los choques de autos. Todo se transforma en un escenario de sangre y fluidos corporales, descriptos con la repetición machacante y la frialdad clínica propias de la pornografía. Fetichismo. Escatología. Fantasías que cada vez trepan más sobre las heridas y la mutilación. Voyeurismo. Los demás vistos sólo como objetos con los cuales satisfacerse. Una satisfacción dura, maquinal. Ballard consideraba a Crash “la primera novela pornográfica basada en la tecnología”. El escritor británico veía la pornografía como la “la forma narrativa más interesante políticamente, pues muestra cómo nos manipulamos y explotamos los unos a los otros de la manera más compulsiva y despiadada.” 

En el informe de la editorial inglesa que rechazó la novela se decía que el autor estaba “más allá de toda ayuda psiquiátrica”. Es interesante saber que durante dos años Ballard estudió medicina con el objetivo de convertirse en psiquiatra. Quizás este libro pueda pensarse como una obra extraña, molesta, descriptiva y científica de un psiquiatra heterodoxo. Un hombre que alguna vez dijo: “Escribo a modo de advertencia.”



Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



jueves, 12 de junio de 2014

Eduardo Pavlovsky. Soy como un lobo, siempre voy por el borde - Olga Cosentino:






  
Toda entrevista juega en un doble plano. Quienes conversan lo hacen como si se tratara de una charla privada pero ambos saben que lo que se diga será expuesto ante otros. Es quizás el encanto y el riesgo: que ese conocimiento sea soslayado o interfiera en el encuentro. Hay cierto parentesco con la actuación. Se finge una realidad, se trata de obviar que, en la oscuridad, hay ojos que siguen lo que pasa sobre el escenario. Es un género que exige colaboración mutua, puede convertirse en un combate amoroso o un baile fuera de tiempo.   

Hace falta un buen entrevistador. Y Olga Cosentino lo es. Especialista en teatro, conocedora de la obra de su entrevistado y dueña de un preciso equilibrio entre respeto y audacia. Pavlovsky sabe seguir el juego a la perfección, e incluso reírse de esa dinámica particular que implica una entrevista. En un momento, al referirse a la intensidad del amor que sentía por su primera esposa, dirá: “Lo digo en voz baja, para que no se oiga en casa”. 

Eduardo Pavlovsky es una figura difícil de abordar porque su característica principal es haber buscado incansablemente, cruzando disciplinas y saberes. Estudió medicina pero descubrió, en el momento de hacer las prácticas, que eso no era lo suyo. Se acercó al psicoanálisis –en una época en la que esa decisión acarreaba inmediato desprestigio– y tampoco allí se sintió totalmente cómodo. “Me sobrepasaba esa cosa religiosa, esa actitud de que todo se interpretaba”, dice al referirse a su tiempo en la Asociación Psicoanalítica Argentina. No todos entendían y aceptaban que su nueva pasión fuera el teatro. Rompería con esa institución en 1971, cuando ya formaba parte del Grupo Plataforma. 

Entre 1958 y 1966 atendió a niños epilépticos en hospitales públicos. Comenzó a trabajar en psicoterapia de grupo y viajó a Nueva York para estudiar con Jacob Levy Moreno, el creador del Psicodrama. En 1963 fundó, junto a otros colegas, la Sociedad Argentina de Psicodrama, organismo que abandonó por diferencias ideológicas en 1969.

Parece que Pavlovsky siempre se estuviera yendo. Lo interesante es ver hacia dónde va. Siempre buscando un entorno que le permita comprender mejor. Campeón argentino de natación en 1948. Comentarista de box en Canal 13 en 1961. Cronista deportivo enviado a Nueva York para cubrir la histórica pelea entre Ringo Bonavena y Cassius Clay. Integrante del grupo teatral Yenesí, “precursor de la vanguardia argentina de los 60”. Fugitivo que escapa por los techos cuando un grupo parapolicial entra en su casa para secuestrarlo. Exiliado. Integrante de Teatro Abierto. Candidato a diputado por el socialismo. Actor. Psicoanalista. Dramaturgo genial e incómodo, posiblemente quien más se atrevió a preguntarse por la personalidad de un represor. 

Con el subtítulo “Conversaciones con Olga Cosentino”, este libro rescata, bajo la forma de una “biografía conversada”, la vida de un hombre que nunca dejó de buscar. Alguien convencido de que “solamente en la acción hay esperanza.”  


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



lunes, 9 de junio de 2014

Alucinaciones - Oliver Sacks






Todos hemos pasado alguna vez por esa experiencia. Ser testigos de algo que los demás no perciben. El grado extremo de la soledad en la percepción son las alucinaciones. Estigmatizadas en nuestra cultura, casi siempre se las ha asociado a la enfermedad mental. Oliver Sacks viene a decir que son mucho más frecuentes de lo que solemos creer.

El reconocido neurólogo trabaja en la tradición del relato de casos. ¿Cómo aprender sobre las alucinaciones? Escuchando, parece decir Sacks, entrando en el mundo de aquellos que las padecen. Pero quizás “padecer” no sea la palabra adecuada. Algunas personas establecen con sus alucinaciones una relación placentera. Sin embargo, la reacción más habitual es el miedo. ¿Cómo es posible tener la plena certeza de algo que no es real?

Una manada de bueyes corre rodeando la cama. Un hombre se desdobla y se convierte en siete copias idénticas. Las letras se transforman en partituras. Hay hipopótamos y jirafas sentados en un almohadón. Alguien desaparece por debajo de la puerta, como si fuera un líquido. Una araña discute sobre corrientes filosóficas. Ropa que camina sola. Gente que atraviesa la pantalla del televisor. “Un olor como a trueno verde”. La sensación de estar atrapados en algo que ya hemos vivido o el desconocimiento absoluto frente a lo que debería sernos familiar. Experiencias extracorpóreas. Miembros fantasmas.

Sacks escucha, relata y explica. Conoce bien el equilibrio entre la rigurosidad científica y la claridad. Alucinaciones es un libro que puede leer un médico y también alguien que desconozca el modo de funcionar del cerebro, esa máquina extraordinaria que percibe, codifica y –lo que es más importante– construye el mundo que nos rodea. 

Lo que percibimos: ¿está en el mundo o en nosotros? Si todo está tamizado por el cerebro ¿qué es lo real? ¿Cómo aceptar que, a veces, lo que nos indican nuestros sentidos no está ahí? ¿Cómo volver a confiar en nuestras percepciones? Las preguntas que provoca Sacks nos hacen sentir más frágiles pero también nos permiten intuir la inabarcable complejidad del universo.

El autor aborda en cada capítulo las alucinaciones que pueden asociarse a la narcolepsia, los traumas, la proximidad de la muerte, la epilepsia, el uso de drogas, el sueño, la ceguera, la privación sensorial y la migraña. Sacks parte de una óptica puramente científica. Las explicaciones alternativas (epifanías, fantasmas, médiums, clarividencia) son claramente desechadas en este trabajo. Todo está en el cerebro. Ese es el credo de Sacks. 
El libro también describe parte de la historia del desarrollo científico y los experimentos e hipótesis que intentaron explicar estos fenómenos. Con abundantes referencias a ciertos escritores y sus obras, Sacks vuelve a demostrar que es capaz de escribir un libro científico como si fuera una obra de ficción.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X


viernes, 6 de junio de 2014

Ojo por diente - Rubén Bareiro Saguier





Rubén Bareiro Saguier tenía 11 años cuando la policía entró en su casa buscando a su padre. El niño estaba solo. El comisario, furioso, decidió desquitarse con él: lo llevó a una celda y lo dejó allí un par de horas. Fue la primera vez que el autor paraguayo sintió los riesgos que anidan en un país sometido a una dictadura. Muchos años después, el escritor diría que las “privaciones injustas de libertad constituyen, en los momentos sombríos de la historia patria, pruebas de dignidad, certificados de "buena conducta" cívica.”

En 1962 se radicó en Francia gracias a una beca. Fue lector de español y portugués en la Editorial Gallimard y enseñó literatura latinoamericana y guaraní. En 1971 su colección de relatos Ojo por diente obtuvo el Premio Casa de las Américas. Era un año difícil, en Cuba acababa de producirse el “Caso Padilla”, un episodio que dividió a los intelectuales entre quienes aceptaron la autoinculpación hecha por el poeta y quienes protestaron ante Fidel Castro, acusándolo de haber utilizado métodos contrarios al espíritu de la revolución. El escándalo político hizo que la publicación del libro premiado fuera pospuesta. Pocos meses después fue editado en Francia, con la traducción de Anne-Marie Métailié, una joven que con los años se convertiría en una de las editoras más prestigiosas y respetadas de su país. 

En 1972, Bareiro Saguier visitó Paraguay. Fue detenido y encarcelado. Se lo acusó de subversivo, señalando como prueba irrefutable los cuentos incluidos en Ojo por diente. Las autoridades paraguayas recibieron miles de cartas y telegramas. García Márquez, Sábato, Sartre, Barthes, Vargas Llosa, Vicente Aleixandre y Manuel Puig –entre otros– se manifestaron públicamente, exigiendo que el escritor fuera liberado. Luego de 47 días, los militares lo sacaron de su celda y lo llevaron al aeropuerto. Se lo condenó al destierro.

Y esa es, quizás, la clave para leer su obra. Como él mismo señaló: “la mayor parte de la literatura paraguaya ha sido escrita en el destierro y la que nace en el país tiene también el signo de un estilo impuesto por el temor: una obra no representa sólo lo que dice, sino también lo que deja de decir.”

Ojo por diente reúne once cuentos en los que aparecen las revoluciones, la guerra, los prisioneros, la persecución política, el Partido como una maquinaria  que arrasa con todo, los interrogatorios, la tortura, la hipocresía, el doble discurso, la postergación infinita de los más pobres y el entramado de poder que tejen los patrones, los jueces, los sacerdotes y los militares. 

Un libro certero y lleno de belleza, una prosa cargada de poesía, una voz que denuncia sin volverse panfletaria y que incluso se permite ciertos relámpagos de humor. Alguna vez Roa Bastos dijo que Ojo por diente “trata de participar, desde adentro, en el drama de opresión y degradación no menos que en su contracanto de esperanza y coraje.”

Rubén Bareiro Saguier murió en marzo, a los 84 años de edad.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X





martes, 3 de junio de 2014

Radiana - Esther Cross




Rita Lavenza es pianista. A los seis años ingresó al Conservatorio, acorralada por el mandato de de su madre: especializarse en tocar una sola pieza, el Nocturno en Mi bemol de Chopin. Esa melodía se convierte para Rita en su único reto, su comida cotidiana y, con el tiempo, su tormento. El día de su boda sufre un rapto de pánico escénico, un instante que se vuelve “la madre de la equivocación”, el fantasma que va a destruirlo todo. Será una pianista que ya no toca, una mujer absorta ante una nota en el pentagrama, una mancha transformada en el abismo a partir del cual es imposible seguir. Vendrá la desesperación y los infiernos en los que puede desembocar.
Su esposo, el profesor en Ciencias Eléctricas Elmer Dus, acompaña como puede esa zozobra. La mayor parte del día está encerrado en su escritorio frente a su propio desafío: construir un robot, una mujer mecánica a la que llamará Radiana.

La historia se puebla con otros personajes, hombres y mujeres que sueñan con alcanzar algo que, en la mayoría de los casos, se les escapa. Un cocinero despedido que busca un nuevo trabajo; una mucama enamorada; una aristócrata conocida como mecenas; un médico forense especializado en huesos; un inventor que comercia con objetos de resultados mágicos; un hombre que juega de un modo perverso con la concepción del tiempo.

Hay algo inquietante y encantador en este libro: un ambiente cargado y turbio que recuerda los mejores relatos de Silvina Ocampo. Un clima de fragilidad, de tormenta a punto de desencadenarse, de sorpresas escalofriantes, de un sufrimiento nervioso y callado que transitan sus personajes. La novela cierra en el punto exacto en el que comenzó, dejando en evidencia que la vida y su relato suelen ser más complejos de lo que pensamos.

“La ciencia siempre va un paso delante de la sociedad y la sociedad se demora en entenderla”, dice uno de los personajes. En esa frase habitan los monstruos de la razón. Pero no se trata sólo de ciencia. El libro también aborda el tema del doble, los duplicados, las transformaciones, los espejos. Parte de la historia fue escrita durante una residencia artística que Cross realizó en un castillo italiano. La idea central había surgido en la librería de un museo, cuando la escritora quedó impactada por una fotografía que mostraba una especie de robot y su creador.

Radiana tiene un trabajo con el lenguaje que a primera vista parece sencillo –no hay nada que detenga en ese discurso que fluye– pero que, al mismo tiempo, revela a una artista que ha cuidado hasta el último detalle.

Esther Cross nació en Buenos Aires en 1961. Es licenciada en Psicología, una profesión que ejerció por un tiempo antes de dedicarse completamente a la escritura. Gracias a la beca Fullbright-Fondo Nacional de las Artes estudió cine en Nueva York durante un año. Esa formación se transparenta en sus escritos cuando uno siente, súbitamente, que está frente a una escena que se despliega y nos envuelve.


Eugenia Almeida


Publicado originalmente en Ciudad X