martes, 28 de febrero de 2017

BMR & MAM: Comentario sobre la vesión francesa de "El colectivo"

 

 En regardant passer les trains

Un livre étrange venu d'Argentine.
L'autobus de Eugenia Almeida.

Dans un petit village perdu loin de Buenos Aires, l'autobus qui habituellement dessert le village tous les soirs ne s'arrête plus ... un soir, le lendemain, trois soirs ...
Le passage à niveau reste fermé et le train ne passe plus ...
Que se passe-t-il donc ?
En fait peu importe, l'essentiel est dans les répercussions de ces évènements d'apparence anodins sur les comportements des habitants.
Ces perturbations du train-train (ah !) forcent les langues à se délier, les secrets à se dévoiler, tout doucement, peu à peu.
Dans une ambiance proche du Rapport de Brodeck même si le contexte est tout différent.

[...] - Tu as vu que cela fait deux soirs que l'autobus ne s'arrête pas ?
Les hommes s'attardent au bar, à un coin de rue où ils fument une cigarette, à la sortie de l'usine, de la coopérative. Tous disent la même chose.
- Tu as vu que cela fait deux soirs que l'autobus ne s'arrête pas ?
La chose parvient jusqu'à l'école. Les élèves du cours moyen discutent, étendus par terre sur le petit terrain de sport.
- Mon père dit que l'autobus ne s'arrêtera plus jamais.
- Il faudra bien qu'il s'arrête quand il n'aura plus d'essence.
- Mais non, idiot, c'est dans le village qu'il ne s'arrêtera plus jamais.
- Et alors ? De toute façon, nous on ne va jamais nulle part.


Dans ce village où la voie de chemin de fer sépare les nantis des autres, dans ce pays où se succèdent les régimes militaires, la lâcheté des uns fait écho à l'aveuglement des autres.
Finalement, l'Argentine n'est peut-être pas si loin du pays de Brodeck ...




viernes, 24 de febrero de 2017

Entrevista de Rogelio Demarchi (Ciudad X)






“Me gusta el policial que indaga 
el momento en que alguien 
se asoma a un abismo”


Por Rogelio Demarchi


En pleno centro de la ciudad, a la entrada de un bar, una mujer joven le apunta a un hombre algo mayor con una pistola. Él primero la mira, y luego comienza a caminar, tranquilo, dándole la espalda. Ella dispara, pero no le dispara a él, sino que invierte la dirección del arma y se suicida. Esa es la escena que está detrás de la noticia que un periodista deberá cubrir por orden de su jefe, y es el comienzo de La tensión en el umbral (Edhasa), la nueva novela de la cordobesa Eugenia Almeida.

Son muchos los policiales que tienen a un periodista en el papel del investigador. Y en cada caso, el devenir de la historia depende de los motivos que lo llevan a involucrarse hasta poner en riesgo, por lo general, su propia vida. Aquí, a Guyot no le interesa eso que llamamos verdad, tampoco pretende hacer justicia; él quiere comprender por qué una mujer decide suicidarse en esas circunstancias. Y como todo suicidio, una vez que se establece como causa de muerte, no es investigado por la Policía ni por un juez, él cree que no molestará a nadie si trata de seguir las huellas que esa mujer ha dejado sobre lo que hizo en los días previos. Obvio: no sabe que se equivoca, y mucho.

–Tus novelas anteriores no hacían prever que escribirías un policial, y sin embargo lo hiciste. ¿Cómo se fue gestando la decisión?

–Apareció con la historia. No había previsto escribir un policial pero, en algún momento, el género se impuso. Y yo me dejé llevar. Lo que más me gusta de escribir es, justamente, no tener planes, andar un poco a la deriva y dejar que las cosas decanten solas.

–¿Cuál es tu relación con el género? ¿Lo leés mucho, poquito, nada? 

–Mi relación con el género es el de una lectora ferviente. Posiblemente es el género que más me gusta. No el policial negro norteamericano, sino un policial algo descentrado. Diría la palabra “psicológico”, pero no es eso justamente. Me refiero al tipo de policial en el que uno ya sabe lo que ha pasado. Y aun así sigue leyendo, atrapado por la necesidad de entender el “cómo”. No en el sentido de una metodología del crimen, sino el “cómo” una persona ha llegado a un punto límite. 

–¿Qué autores te interesan, y por qué?

–Los policiales que me gustan son los que indagan eso: el momento en el que alguien se asoma a un abismo. Mi autor preferido es Georges Simenon. Él era un maestro en hablar de cómo pequeños cambios a veces se convierten en una avalancha que lo arrasa todo. En esa línea hay también algunas novelas de Ruth Rendell. Un juicio de piedra, por ejemplo. O Me parecía un demonio. Son libros de una potencia deslumbrante. La llave maestra, de Masako Togawa, también es una novela que me impactó mucho. Pero siempre vuelvo a Simenon, que es inagotable.


Escribir con los ojos

–Algo que llama la atención es que tratás de esquivar los puntos clave del policial, como la descripción meticulosa del ambiente urbano, los sucesivos pasos de una investigación, sus deducciones, las trampillas en las que suelen caer quienes la llevan adelante...

–No trabajo con una programática, así que no puedo jactarme de haber logrado algo. Salió así. Lo que escribo es lo que voy “viendo”, lo que se me va apareciendo ante los ojos. Y trato de describirlo con el mayor detalle. La investigación en sí, me parece, no es tan central como para ir desgranándola en pasos o etapas. Si bien hay un enigma que sólo se resuelve al final (o al menos yo espero que sólo se resuelva al final), lo que más me importaba era hablar de estos personajes llevados al límite.

–Hay mucha escena “visual”, como si fuese una película, pero el lector lee y no hay por lo general una voz narrativa que contextualice. Tu lector entiende y relaciona “después de” leer, no “mientras” está leyendo, lo que implica un juego narrativo que agrega cierta tensión.

–Sí, es posible que eso que decís agregue algo más de tensión. Quizás porque me gusta transitar eso como lectora fue que me salió así a la hora de escribir. Pero debo decir que mi trabajo de escritura se parece mucho a leer. Tampoco yo sé qué va a pasar, tampoco yo entiendo del todo las puertas que se abren o se cierran, y también yo descubro después (después de escribir) qué es lo que realmente se jugaba en las sombras. Por supuesto, este tipo de trabajo requiere muchísima corrección a posteriori. Pulido, digamos. Sacar todo aquello que se convierte en superfluo (una vez comprendido lo que realmente pasa).

–¿Y ese método no te pone, de nuevo, a cierta distancia del policial? Porque el género, de múltiples maneras, obliga a que el escritor sepa de antemano qué va a pasar y juegue entonces con esas ambivalencias que sólo al final aclararán su verdadero valor.

–Quizás sí, no lo sé. Quizás no. No estoy tan segura de que el género exija que el escritor sepa de antemano qué va a pasar. Lo que sí sé es que, si uno no lo sabe, después tiene que trabajar como una hormiga laboriosa, tensando los hilos que se cruzan hasta llevarlos a un punto determinado. Hubo momentos en que estaba desesperada, sin la menor idea de cómo iba a seguir esa historia. Perdida. Con la sensación de que era mejor dejarla así, como estaba, sin terminar. Y de repente, unos días después, algo se iluminaba. Una idea que llegaba justo antes de dormir, algo que soñaba, una frase oída al pasar y la cosa se encaminaba de nuevo. Supongo que sería mucho más eficiente y productivo saber bien cómo va a ser toda la historia. Pero si lo supiera, seguramente no la escribiría. ¿Qué sentido tendría pasarme años frente a una historia que ya conozco? El impulso para poder seguir escribiendo viene justamente de ese no saber.

–Hay algo que es muy de la novela negra de este tiempo, y es que en la resolución del crimen se descubre una tenebrosa trama política. Entonces, en algún sentido, uno puede decir que no escribiste una novela negra sino una novela política.

–Creo que sí. Para mí es una novela profundamente política, en el sentido en que todos nuestros actos tienen una carga política. Y lo que decimos o callamos va construyendo el mundo. Al mismo tiempo, me interesa cómo algunos gestos que siempre se han visto como algo de la órbita de lo privado (como un suicidio) pueden responder, también, al orden de lo público. Cuando digo que “todo es político” me refiero a que no estamos solos. Aun si uno decide no volver a salir nunca de su casa, aun así, sigue formando parte de una comunidad.





miércoles, 22 de febrero de 2017

Los subterráneos - Jack Kerouac







Leo Percepied está en San Francisco, rodeado de escritores que viven una fiesta continua de drogas, música y alcohol. Acaba de conocer a Mardou. Los subterráneos es la historia que vivirán juntos: una detallada bitácora de desencuentros y desamor que transcurre en pequeños cuartos, en la puerta de bares donde se toca jazz, en autos que van de un lugar a otro. Suena allí una voz que siempre se refiere a sí misma y que concibe ese amor como “ser seguido a todas partes por un perro bonito y conveniente”. Vendrá un largo recuento de las desatenciones, las crueldades, las violencias, las mezquindades que tiene Leo con Mardou. 

Marihuana, morfina, alcohol. El ser escritor como definición primordial de una persona. El movimiento de la manada. Vagabundos aturdidos que dan vueltas sobre sí mismos. Megalomanía y autocompasión. Los relatos que cada uno monta para convencer a los demás de que es de cierta manera. 

Los subterráneos es un libro para los amantes de la literatura autorreferencial, aquella que juega en los terrenos de la ficción a establecer guiños con la vida real. La historia es autobiográfica y en el relato aparecen –convertidos en personajes, y bajo otros nombres–: William Burroughs, Allen Ginsberg y Gore Vidal, entre otros.

Jack Kerouac es uno de los autores fundamentales de la Generación Beat. Pasó gran parte de su vida viajando. Su obra más conocida es En el camino, adaptada al cine por Walter Salles. La leyenda dice que Los subterráneos fue escrita en tres días. 



Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



sábado, 18 de febrero de 2017

Un juego para toda la familia - Sophie Hannah



La máquina de fabricar historias



Justine Merrison ha dejado su trabajo y la ciudad en la que vivía. En plena mudanza, pasa frente a una casa que le provoca algo inexplicable. Una casa desconocida, en el número 8 de Panama Row. ¿De dónde viene la certeza de que pronto vivirá ahí y que ese lugar será su refugio?  



Cuatro meses después Justine descubre en uno de los cuadernos de su hija adolescente un relato en el que se describe detalladamente un crimen. Se alerta, se pone en guardia. ¿Por qué Ellen ha escrito algo tan truculento? ¿Por qué ha situado esa historia en su propia casa? Dos niños de trece años: una asesina y su víctima. 

El manuscrito irrumpe en la novela como una nueva voz. Lo que se narra es terrible pero el registro cruza horror y humor negro de un modo que tensa y alivia a la vez.

Convencida de que a Ellen le pasa algo, Justine indaga hasta que su hija le cuenta que su mejor amigo ha sido expulsado de la escuela por un malentendido. La madre decide ir a pedir explicaciones y allí se encuentra con una maraña de mentiras. ¿Qué está pasando? ¿Cuál es el secreto que todos parecen compartir? ¿Y quién es la mujer que amenaza a Justine por teléfono?

Como una caja china que siempre tiene algo más para revelar, Un juego para toda la familia pivotea sobre un ley omnipresente en toda historia de suspenso: “No hay ningún peligro mayor que el de no saber exactamente a qué o a quién te enfrentas.”

De algún modo, el nuevo libro de Sophie Hannah dialoga con otro de los thrillers destacados de este año: Observada, de Renée Knight, publicado en la colección Salamandra Black. Ambas novelas se ocupan de los complejos lazos entre mentira, ficción, interpretación y realidad. Como dice uno de los personajes de Hannah: “las mentiras pueden crear hechos, y también las ficciones”.

Sophie Hannah nació en Inglaterra en 1971. Hija del académico marxista Norman Geras, comenzó su carrera literaria como poeta. Ya era una escritora conocida cuando supo que la familia de Agatha Christie estaba buscando a alguien que pudiera escribir una nueva novela protagonizada por Poirot, uno de los personajes insignias de la “dama del crimen”. Hannah hizo un boceto, anotó algunas ideas, se reunió con los herederos y llegó a un acuerdo. Así nació, en 2014,Los crímenes del monograma. A partir del éxito de aquel libro, comienzan a llegar a nuestro país otras obras de la escritora inglesa. Un juego para toda la familia es su última novela.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X






jueves, 16 de febrero de 2017

Literatura negra hispano-americana: El luminoso grito de la desesperanza


Por Néstor Ponce




Un repaso de lo más relevante de la novela policial en nuestro idioma.

El escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán, creador del célebre detective Pepe Carvalho, solía decir que la novela policial era el último refugio de la literatura realista. Y lo decía con un dejo de orgullo. Es cierto que luego de un período dominado por las prácticas formalistas y de vanguardia, los años 70 vieron aparecer un fenómeno particular, tanto en España como en los países latinoamericanos: la novela negra. El argentino Mempo Giardinelli, uno de los líderes de ese movimiento de renovación, entonces exiliado en México, decía entonces que, sin ponerse de acuerdo, autores de lengua hispana o portuguesa empezaron a escribir, en el mismo momento, el mismo tipo de literatura. ¿Cómo se puede explicar ese maremoto policial por razones tanto literarias como sociales? Por un lado, los narradores experimentaban la necesidad de quitarse las pelusas de la onda formalista y producir obras que se clavaran en la realidad; por el otro, las condiciones políticas habían cambiado profundamente con la irrupción trágica de dictaduras sangrientas, y su cohorte de persecuciones y censura. Muchos de estos escritores pioneros habían ejercido la profesión de periodistas, actividad sospechosa a los ojos de los censores. 

En los años 50 y 60, algunas publicaciones fueron antecedentes luminosos en este diálogo entre el periodismo y la ficción –un poco a la manera de Truman Capote en los Estados Unidos-: Operación masacre de Rodolfo Walsh en Argentina o Los albañiles de Vicente Leñero en México.

Volvamos a los años 70 y a la eclosión fértil de esta nueva producción. Hiber Conteris (Uruguay) publicaba en España una novela policial que se había aprendido de memoria -por falta de papel- en la prisión política de Libertad; Osvaldo Soriano (Argentina), radicado en Francia, dio a la luz en España sus novelas censuradas en Argentina; Mempo Giardinelli fue el primer extranjero que ganó el Premio Nacional de México con una novela que juega con los hilos del policial negro y el fantástico, Luna Caliente. Entre tanto, a miles de kilómetros, Paco Ignacio Taibo II (mexicano nacido en Gijón, Asturias, e hijo de republicanos exiliados), comenzaba la saga que tenía como protagonista a Héctor Belascorán Shayne -hijo de exiliados vascos e irlandeses., detective privado en el Distrito Federal de México, selva en la que dominaban la corrupción y la miseria. Tal vez encontremos en estos comentarios una explicación para entender la amplitud de la ola policial en estos últimos años: a partir de una estructura codificada, es decir un enigma, una pesquisa, una solución, que moviliza regularmente al mismo elenco de personajes (investigador, confidente, delincuente, víctimas, cómplices), los relatos despliegan un programa narrativo que permite comprender la situación social y política de los países de la región. Todo ello hecho con dinamismo, sin caer en el esquematismo y el panfleto. 

En Cuba, el género conoció también un desarrollo considerable en los años 70, pero en un contexto diferente. Bajo el control del Ministerio del Interior -que creó incluso un premio literario en 1972- y con la intervención de intelectuales reconocidos, como el poeta Luis Rogelio Nogueras o el narrador Guillermo Rodríguez Rivera, el relato policial se confunde con la novela de espionaje. En efecto, en un país socialista, en el que el pueblo ha tomado las riendas del poder y donde la delincuencia ya no existe, los delitos son cometidos por todos aquellos que se oponen a la Revolución. Una figura destaca en ese panorama algo pobre: Ignacio Cárdenas Acuña, quien encontró una fórmula original para salir del cuadro impuesto por las autoridades: situar sus aventuras en los años 50, lo que le permitía denunciar al imperialismo norteamericano y pintar un cuadro de la situación cubana de la época. Habrá que esperar la década del 90, como veremos más abajo, para que la situación cambie. En este punto, una nueva vez, los contextos literarios y políticos se entrelazan: la influencia de la producción policial de otros países hispanoamericanos y los cambios que intervienen en la isla luego de la caída del muro de Berlín. 

En todos estos casos, la influencia del hard-boiled norteamericano de los años 40 y 50 (en particular de Dashiell Hammett y Raymond Chandler), pero también del polar francés de Jean-Patrick Manchette o Thierry Jonquet desempeñaron un papel importante -al menos al comienzo- para la constitución del género en América Hispánica. Recordemos por ejemplo que Soriano era un cronista relevante de literatura policial y que su primera novela, Triste, solitario y final (1973) pone en el escenario a Chandler y a su detective icónico, Philip Marlowe. Tampoco hay que olvidar la influencia del cine de Hollywood de 1940-50, que llevó a la pantalla numerosas adaptaciones del policial. Uno de sus guionistas estrella era nada más ni nada menos que William Faulkner… En América Latina, también fueron -y rápidamente- adaptadas varias novelas del género: Luis Buñuel con Ensayo de un crimen (a partir de la novela homónima de Rodolfo Usigli) y Jorge Fons con Los albañiles.

La diversificación
A partir de los años 90 la novela negra supera las fronteras de Argentina y de México y se instala en la mayoría de los otros países de América Latina y del Caribe. Escritores provenientes de otros horizontes -como el mexicano Jorge Volpi con En busca de Klingsor, Ricardo Piglia en Argentina con su serie alrededor de Ricardo Renzi, o incluso el chileno Roberto Bolaño con Los detectives salvajes- transgreden el género e introducen elementos eruditos y meta-literarios. Sin embargo, la rama negra tradicional no ha perdido sus hojas. En Chile, a los primeros trabajos de Poli Délano se le agregan, entre otras, las novelas de Roberto Ampuero, de Luis Sepúlveda, de Bartolomé Leal, de Ramón Díaz Eterovic. Este último es el creador del detective privado Heredia, cuyo confidente es un gato que habla, un tal Simenon. Bartolomé Leal, por su lado, ha lanzado una saga cuya acción se ubica en Kenia -país en el que Leal residió varios años- y que presenta el universo contradictorio y violento de ese país. La crítica ha hablado, refiriéndose a su obra, de “novela etnológica”, es decir una literatura que revela el flujo identitario y cultural de una población a partir de la ficción.

En Uruguay, después Hiber Conteris -sin olvidar a Juan Carlos Onetti, autor de cuentos con una marcada influencia del género policial-, aparecieron Milton Fornaro y Mercedes Rosende (que dice que ella no eligió la novela negra sino, que, al contrario, fue el género negro el que la escogió a ella). En Colombia, Óscar Collazos, Gustavo Forero Quintero y Santiago Gamboa se apoyan en la estructura de la novela negra para trazar un panorama de la situación de violencia ligada a los grupos paramilitares y a los traficantes de droga, pero también a la represión estatal. En México, la narco-novela se ve, de la misma manera, atravesada por la narración policial, como se observa en las obras de Juan Hernández Luna y Elmer Mendoza; y de los “argen-mex” (argentinos residentes en México) Myriam Laurini, Roberto Bardini o Rolo Diez. Este último sitúa algunas de sus novelas “catastróficas” en Argentina, un territorio devastado por la corrupción de los dirigentes políticos, sindicales, la Policía y por los efectos del neoliberalismo. En Paraguay, en 1995, Andrés Colmán Gutiérrez publicó la primera novela policial de la historia del país: El último vuelo del pájaro campana, donde presenta con ironía la influencia del Brasil en la economía y la cultura de su país, la situación de los indígenas “globalizados” y la alianza de los militares con los traficantes de droga. En el Perú, luego de las incursiones de Mario Vargas Llosa en el género, con su personaje Lituma -relatos policiales andinos-, Diego Trelles Paz retoma la antorcha negra con Bioy, magnífica novela que prosigue la temática lanzada por el excandidato a la presidencia de su país, tratando el doloroso tema de los desastres provocados por la acción de Sendero Luminoso y por la represión salvaje del Estado. Por su lado, el panameño Osvaldo Reyes dio a conocer tres novelas negras, entre las que figura la reciente El efecto Maquiavelo, historia de un médico tenebroso que trabaja en un hospital de Ciudad de Panamá y cuyas presas son los pacientes. En Cuba, la renovación emerge de la pluma de Leonardo Padura y de Lorenzo Lunar. Padura es el creador de la saga del expolicía y actual vendedor de libros Mario Conde. En sus novelas, traza sin ambigüedades la situación de la isla a partir de los años 90, período clave luego de la caída del muro de Berlín. Lorenzo Lunar es el otro nombre importante del cambio. Escribe sobre su barrio en la ciudad de Santa Clara y cuenta los periplos de Leo Martín. Por fin, en Bolivia, el género comienza a cobrar importancia, como se constata con la irrupción de Gonzalo Lema, creador de la saga del expolicía y nuevo detective Santiago Blanco, o del narrador Wilmen Urrelo Zárate, autor de Fantasmas asesinos. Lema decía recientemente: “Bolivia es propicio para escribir cuentos y novelas policiales”.

Podríamos multiplicar los ejemplos que ilustran en nuestra época el vigor de la novela negra hispano-americana, así como la calidad de la producción. Que sirvan como muestra las numerosas traducciones en el mundo entero. Somos injustos, indudablemente, en la elección de los nombres citados, pero el espacio es avaro…

Quisiéramos terminar con dos comentarios. El primero se refiere al gran desarrollo del género negro en Argentina, fenómeno acompañado por la aparición de numerosas pequeñas editoriales, que tratan de luchar contra el monopolio de los imperios españoles, que compraron viejos sellos del país para imponer modelos comerciales, una literatura estándar tipo best-seller. En ese marco, cabe citar el aporte de autores que luego del regreso de la democracia en 1983 -y hasta la época actual- han contribuido a alimentar colecciones luego de la caída de la dictadura: Juan Sasturain, Vicente Battista, Enrique Mallo, Javier Chiabrando, Guillermo Orsi, Leonardo Oyola, Kike Ferrari, Fernando López, Daniel Sorín y, también, fenómeno particular, la irrupción en la escena literaria de un gran número de mujeres, que producen una literatura de alto nivel, que relata los cambios de la sociedad argentina, la vida en las provincias del interior, en el Cono Urbano, la desesperanza de la población y de los jóvenes, la violencia que sufren las mujeres y los gays: Mariana Enríquez, Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Alicia Plante, Eugenia Almeida, Florencia Etcheves, Claudia Piñeiro, María Inés Krimer.

El segundo comentario se refiere a la importancia de los festivales de literatura que le dan una amplia visibilidad a la producción policial. Como haciéndose eco del éxito del género, los festivales se multiplican: Córdoba mata (Argentina, dirigido por Fernando López), BAN! (Buenos Aires Negro, bajo la égida de Ernesto Mallo), Panamá Negro, Azabache (Mar del Plata, coordinado por Javier Chiabrando), Semana Negra Uruguay, Medellín Negro (dirigido par Gustavo Forero Quintero). Lorenzo Lunar prepara un festival para 2017, en la ciudad cubana de Santa Clara (que recuerda de manera irresistible la canción “Che Comandante”). Por otro lado, los festivales organizados en España (Gijón, creado por Taibo II, Barcelona, Getafe, Aragón) invitan regularmente a numerosos escritores hispanoamericanos cuyas obras circulan en España. 

La novela negra actual produce un testimonio de la evolución de las sociedades hispanoamericanas, muestra las grietas sociales y pone de realce los cambios operados a causa del neoliberalismo que afecta a la mayoría de los países. Lejos de limitarse al uso de un lenguaje sin relieve, el policial de América Hispánica muestra imaginación y renovación, cuida la construcción del relato, trabaja la lengua. Para iluminar la desesperanza.


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martes, 14 de febrero de 2017

Impunidad - Eva Joly









Eva Joly escribe en una pequeña cabaña en las montañas de Noruega. Necesita contar lo que ha vivido. Algo que la ha marcado, que le ha abierto los ojos y que ahora la empuja a poner en común lo que ha descubierto: un entramado perverso de corrupción que está más allá de los Estados, que crece como un veneno atravesando fronteras, que encuentra su sostén en los grupos de poder.

Al momento de escribir tiene 70 años. Su trabajo más importante ha sido ser la jueza de instrucción que en la década de 1990 investigó a la petrolera francesa Elf, un grupo empresarial que, en aquel momento, tenía 800 filiales en más de 100 países. 

¿Quién es esta mujer nacida en Noruega que emigró a Francia a los 18 años? ¿Quién es esta que pagó sus estudios de Derecho trabajando como empleada doméstica y que parece dispuesta a enfrentar al monstruo de mil cabezas? 

Apenas iniciada la investigación en torno a Elf llegarán las amenazas de muerte, la vigilancia por parte de los servicios secretos, las trabas desde el Poder Judicial, las escuchas telefónicas, las pruebas que desparecen, los registros bancarios destruidos, las órdenes de registro informadas con anticipación a los implicados, las cerraduras forzadas, los teléfonos convertidos en micrófonos. 

Un día la jueza encontrará en su despacho un listado de magistrados franceses asesinados en el que alguien ha agregado su nombre. Diferentes autos se estacionan frente a su casa; todos tienen la misma patente. El Presidente del Tribunal de Apelación la llama para aconsejarle que no se acerque a las ventanas. Durante seis años la jueza deberá vivir custodiada por guardaespaldas.

Los ataques no sólo se relacionan con la intimidación física. También hay un largo proceso de desacreditación. Se la acusa de aceptar sobornos, de actuar bajo presión, de romper el secreto de sumario, de filtrar información a la prensa. Se la presenta como una “jueza mediática”, como una arribista, como alguien que quiere llamar la atención. Se la llamará mitómana, paranoica, ambiciosa. Un reconocido abogado parisino dirá una frase lapidaria: "No es más que una sirvienta que se la da de burguesa".

En Impunidad, Joly detalla los pormenores de su investigación. El relato es prácticamente un thriller judicial. Quizás sea pertinente recordar que Elf fue fundada por Pierre Guillaumat, el jefe de los servicios secretos franceses en Londres durante la Segunda Guerra Mundial. Se dice que la empresa siempre tuvo empleados especializados en petróleo y espionaje. 

En la segunda parte del libro la ex magistrada describe el circuito de ciertos delitos financieros internacionales, hace un breve repaso a los casos de corrupción más notables y reflexiona sobre las políticas públicas que servirían para combatir este problema.

Escrita entre 2002 y 2006, la obra incluye un epílogo de Baltazar Garzón y el texto completo de la Declaración de París –impulsada por Joly y firmada por prestigiosos juristas de todo el mundo– en la que se propone “una serie de medidas primordiales destinadas a hacer retroceder la impunidad”.



Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X




domingo, 12 de febrero de 2017

Novelistas policiales por conocer




Daniel Gigena 


Presentamos seis títulos de escritores jóvenes que han sabido resignificar el género con influencias locales

En la Argentina, el policial pasó de ser un género menor a una especie de franquicia en la que tanto los autores consagrados como los noveles intentan darle una especificidad local, una idiosincrasia a veces vinculada con las temáticas, con la coyuntura social o el modo de hablar de los personajes. Este año, varios escritores aún poco conocidos, algunos de ellos sin embargo con una obra extensa, publicaron nuevas novelas que confirmaron que poseían un perfil propio e interesante. Del vasto panorama de la novela policial autóctona -que combina las estrategias de las novelas de enigma con las tramas noir, la parodia del género con el caso político-policial y la infiltración de nuevos actores sociales en los argumentos- elegimos deliberadamente seis títulos cuya difusión ha sido aún escasa. Una constante aciaga: las víctimas suelen ser mujeres.



Asfixia, de Elisa Bellmann (Ed. Aquilina)
"Pero lo imprevisto arrolla sin advertencia. La inquietud que me suscitó la mujer, que hasta allí era sólo una señal de fastidio, cedió lugar a un viejo y sincero interés dado por perdido." Al consultorio de un psiquiatra viudo, situado a orillas del río Paraná, llega una mujer que regresa a la ciudad tras treinta años de ausencia. Se presenta como la hermana de una víctima y trae consigo una oscura historia de apropiaciones ilegales de niños. Asfixia fue finalista del premio Clarín Alfaguara e integra la colección Negro Absoluto de Aquilina, que también ha publicado novelas de María Inés Krimer, Leonardo Oyola y Ricardo Romero.



La tensión del umbral, de Eugenia Almeida (Ed. Edhasa) 
A partir del suicidio de una mujer en la calle, ante la vista de varios testigos, el periodista Guyot desoye los consejos de la policía y de sus jefes en el diario e investiga las causas de ese desenlace violento. Narrada de manera sucinta y veloz, la novela superpone a la trama policial otra política, recurso ya habitual de la ficción local pero resuelto por Almeida de un modo poco convencional. "Me gustan los protagonistas que no son súper brillantes, sino gente común. Guyot no sabe todo, no es vivo, muchas veces es ingenuo y no logra ver que está desatando un dominó en el que las balas no le pegan a él pero le dan cerca", sostuvo la autora sobre el protagonista de su tercera novela.



Paraná, de Pablo Forcinito (Ed. Metalúcida)
En tu mundo raro y por ti aprendí fue el debut de este joven narrador bonaerense. En esa novela aparecía un personaje tan convincente como estremecedor, Paraná, un adolescente que ejecutaba con frialdad asesinatos en descampados del sur del conurbano no sólo para sostener un tren de vida sino para saciar un ansia turbia. Esa pulsión mortífera continúa en la novela que lleva su nombre, donde a la historia del protagonista se suma la recreación de una lengua cuya perspicacia y vivacidad aportan algo más que color a la trama. Tan sangrienta como una tragedia griega (pero ambientada en el litoral argentino), Paraná cuenta la historia de una venganza y la cifra de un nombre.



Petite Mort, de Matías Bragagnolo (Ed. Del Nuevo Extremo) 


Con recursos de la novela de terror, del guión cinematográfico y del realismo hardcore, la segunda novela de Bragagnolo narra una historia desbordante de impudicia y maldad. Eduardo Silver, un vendedor de películas pornográficas clandestinas, recibe un pedido extravagante por parte de un cliente. Sin embargo, está dispuesto a cumplir con el encargo. "En mis novelas no hay enigma, no hay una figura que pretenda hacer que los malos paguen. De hecho, casi todos los personajes son villanos. También hay dosis de sexo y violencia que superan el equilibro de temas y situaciones que suele imperar en una novela policial, sin contar la aparición ocasional de elementos fantásticos propios de la literatura de horror", dice el autor. Para lectores temerarios.




Fantasmas del desierto, de Guillermo Orsi (Ed. Almuzara)
Pablo Martinelli, policía retirado, se dedica en sus largas horas libres a vender sanitarios en un pueblo de llanura. Pero acepta sin dudar el encargo de investigar la muerte de una mujer, que ha sido grabada por las cámaras de seguridad de la vivienda de un ricachón en un barrio privado. En la pesquisa lo acompaña Solanas, hija de un antiguo compañero de Martinelli que fue asesinado. Corrupción política, policial y eclesiástica, machismo y violencia son retratados de manera impávida por el autor. Guillermo Orsi es un autor de novela negra aún poco conocido en la Argentina, y sus novelas, que han sido premiadas en varias ocasiones, merecen una lectura atenta por el modo de fusionar temáticas universales de la novela policial con un acento local.


Con la sangre en el ojo, de Alejandro Parisi (Ed. Grijalbo)  

Un ex policía uruguayo, Álvaro Balestra, se gana la vida en Buenos Aires como detective privado que acepta trabajos de poca monta: espiar a maridos infieles, seguir el rastro de personas extraviadas o de marginales. Extraña a su hija exiliada en España, cuida a su madre, aquejada de Alzheimer. En cumplimiento de las reglas del género de la novela negra, una mujer aparece para quebrantar la rutina. Le pide algo en apariencia inocuo: investigar a su marido. A partir de entonces, Parisi desarrolla una intriga que entrelaza un asesinato misterioso con el espionaje industrial y la codicia. "Yo no hago literatura sobre la literatura; es una postura que respeté en los cinco libros que escribí. A mí me gusta mucho Pepe Carvalho, que quema libros para prender la chimenea. Pero los leyó todos. No me interesa la literatura para literatos", ha declarado el autor en una entrevista. ¿El inicio de una serie de novelas protagonizada por un detective rioplatense?






viernes, 10 de febrero de 2017

CUPO COMPLETO


Gracias a todos por su interés en el 
Taller de lectura "Otros Mundos"



El cupo ya está completo.
Se reciben inscripciones en lista de espera.

Mail: eugeniaalmeida72@gmail.com 
Twitter: @EugeniaAlmeidab 

Comienza la primera semana de marzo 


El encuentro con el Otro, con seres humanos diferentes, constituye 
desde siempre la experiencia fundamental y universal de nuestra especie.

Ryszard Kapuscinski



La lectura es, fundamentalmente, una fuente de placer. Nos ayuda a hacernos preguntas, a perder certezas, a adentrarnos en la incertidumbre que traen esos otros mundos que vienen en los libros. Nos ofrece infinitas posibilidades de conocer más en profundidad lo propio y lo ajeno.
Estamos habituados a leer en soledad. Y parte de esos efectos que trae la lectura, parte de esos descubrimientos, se pierden al no poder compartirlos.
Este taller se ofrece como un espacio de encuentro en el que podremos poner en común todo aquello que detona la lectura.


Comentario de Miguel Russo (Miradas al Sur)




ENTREVISTA | Eugenia Almeida: La voluntad de decir



Las pruebas están ahí, irrefutables: “Hace tres noches que el colectivo pasa sin abrir la puerta”, comienza su primer novela, El colectivo. “El pájaro se acerca”, arranca la segunda, La pieza del fondo. Ahora, con La tensión del umbral, fuerza aún más los tan estudiados inicios de libro: “¿Para qué?”. Eugenia Almeida se encarga de despejar todo tipo de dudas en cuanto a qué está primero en su escritura, a si la cosa pasa por el estilo o por el género: “Primero está la forma de escribir, que es como una marca, no un estilo construido sino una imposibilidad de hacer otra cosa. En ese estilo, que está presente con diferencia de grado en los tres libros, hay ajustes que pueden hacer que un libro se acerque más a un género que a otro”.

Hasta los acápites a los que recurre parecen dar la clave de esta escritora cordobesa que, poco a poco, se va constituyendo como uno de los puntos más altos de la narrativa nacional. En El colectivo fue el novelista checo Milan Kundera: “Una novela no es una confesión del autor”. En La pieza del fondo fue la poeta cordobesa Elisa Molina: “La verdad se expresa en un lenguaje extraño y dura poco”. Ahora, le pide al narrador belga François Emmanuel su frase: “Las historias de las que queríamos ser sólo testigos (…) un día arrojan sobre nosotros el espectro de su evidencia”.

Claves: “Mis novelas tienen un núcleo de enigma. Hay quien las lee como policiales y en eso no me voy a meter. Pero las reglas de género fueron a la hora de corregir, no a la hora de escribir. Si uno está corrigiendo un policial tiene que tener una minuciosidad de otro tipo”.

–¿Cuando habla de corregir, habla de sacar o de agregar?

–De sacar todo lo que sobra. Hay muchas cosas que no pongo, es cierto, pero hay varias cosas que saco después de ponerlas. En general, mis libros son bastante más largos de lo que quedan finalmente. Pero porque tienen que ver con una búsqueda no programática, con ir viendo a ver qué pasa. Y cuando uno va viendo qué pasa, descubre que hay un montón de cosas que son vagabundeos, complacencias, jueguitos, distracciones. Pero hay una poda importante, aunque soy bastante escueta en mi vida y en mi forma de expresión.


Geografías

Quizás cierto prejuicio lector indique que desde las provincias se escriba una literatura más morosa. Pero Almeida, sus libros, están ahí para romper todo tipo de prejuicios. Su lenguaje, sus historias tienen la contundencia de un esquina.

“No tengo muy clara la dicotomía entre capital y provincia porque nunca viví en capital. Pero pienso en Perla Suez, doblemente provinciana, nacida en Córdoba y criada en Entre Ríos, o en la cordobesa Teresa Andruetto. Hacen literatura absolutamente urbana. Hay una construcción de que en las ciudades no se para nunca y en los pueblos hay siesta. Y no es así para nada”, dice.

Y contraataca: “Quizás me falte un golpe de horno, pero no entiendo esas diferencias entre urbano y no urbano o entre literatura masculina y literatura femenina. Quizás esta novela la podría haber escrito alguien que viva en Capital o alguien que viva en un perdido pueblito de Jujuy. Esa es la ganancia de la literatura: poder hacer lo que uno no es. La literatura del yo no me interesa ni como escritora ni como lectora. Para ser yo tengo todos los días de mi vida. El juego de la literatura es poder irse para otra cosa. Y lo que me gusta de ese juego es la distancia que hay entre lo que queda y mi persona”.

–Ese alejamiento es tan brutal que el lector de sus libros no puede adivinar si quien los escribe es una mujer o un hombre…

–Bueno, eso es el mejor piropo que se me pueda decir. Las discusiones que hay entre escritores y escritoras, literatura para mujer y literatura para varón, son absolutamente inútiles. Los escritores que más me apasionan son aquellos de los que no me doy cuenta su sexo y hasta ni me interesa averiguarlo. En el tipo de historias como las que narré no tiene que ver ni tiene por qué jugar el sexo de quien las escribe. Hay un narrador, pero nunca termina de presentarse como personaje: no se sabe si es joven o si es viejo, si es el autor o es un observador. Y eso me genera como lectora la magia de entrar en una historia. Si me salta mucho a la vista el escritor por detrás de la narración no me interesa tanto la historia. Salvo que uno hable de grandes escritores.


Lectura y escritura

Leyó minimalismo (ese estilo de ir directo al grano que hizo furor en la Argentina a fines de los ’80, cuando desembarcaron los libros de Raymond Carver, Tobias Wolff y otros), pero poco. Y sólo por curiosidad, cuando algunos colegas le dijeron que ella escribía algo así.

Otra vez, una persona le dijo –con certeza quirúrgica, una envidia para cualquier crítico literario– que sus libros eran como los cuadros de Edward Hooper. “Yo ni siquiera sabía de quién me estaba hablando –dice Almeida–. Cuando vi sus cuadros, tuve ganas de salir corriendo a buscar a esa persona para agradecerle lo que me había dicho.”

–¿Con qué literatura se crió?

–El policial más negro, Chandler o Hammett, me llegó tarde. Pero un autor que no dejo de leer es Georges Simenon. Por suerte escribió tanto como para que esté toda la vida. Leer a Simenon es asomarse a la complejidad humana. Y están los perfumes, el olor del tabaco. Sé que estoy diciendo una barbaridad, pero cuando agarro El hombre que miraba pasar a los trenes o La mirada inocente sé que quiero escribir así para toda la vida. Si lograra generar eso que a mí me pasa cuando leo sus novelas estaría hecha.

–¿Es seguidora también de su personaje más conocido, el inspector Maigret?

–Más o menos. Esas novelas no son lo mejor de Simenon. Los especialistas dividen entre las novelas Maigret y las novelas Simenon, y las Simenon son las que más me atrapan. Me desespero al ver que nunca escribiré así. Eso de no explicar, no contestar las preguntas.

–¿Cómo es eso?

–Es que el mundo no ofrece respuestas. La condición humana es estar de manera permanente haciéndose preguntas sin respuestas. Nuestras herramientas son limitadas: el lenguaje, el raciocinio. Cuando vemos algo no lo entendemos como es. Lo vemos como una epifanía, como una ficha irreproducible. Ese momento de iluminación es inexplicable, el momento de mayor soledad. ¿Cómo explicarle a otro que a uno le cayó una ficha que muchas veces no se puede poner en palabras? El lenguaje es turbio. Y es muy angustiante llevarlo adelante.

–De acuerdo, pero en eso que usted llama su escueta forma de escribir, a lo turbio de ese lenguaje parece ponerle todo el líquido limpiador posible como para que quede transparente…

–Y queda más turbio todavía. Engaña. Es el psicópata prolijito. Me gusta mostrar que el lenguaje es burbuja, que no sirve para explicar nada, sino para mantener ciertos lazos sociales. Las categorías que usamos no están en la realidad, están en la cabeza. Pienso en Marguerite Duras, ella habla de darle hasta el hueso, pero el hueso al que llega muestra que abajo de todo estaba lo mismo. Después de haber hecho todo el trabajo de bisturí, hay una duda. Y eso es lo potente de la literatura: no querer ajustarse a una verdad que no puede ser explicada. Es la voluntad de decir.

–¿Piensa continuar con alguno de sus personajes, por ejemplo Guyot, el periodista que investiga en su útlima novela?

–Eso no está en mis manos, voy haciendo lo que quieren los personajes. Sé que no es así, que el personaje lo escribo yo, no es que voy a una junta psiquiátrica, pero mi relación con los personajes es esa. Muchas veces los personajes hacen cosas que no quisiera que hagan. El fantasma que está contando una historia es un millón de veces más importante que el escritor. En eso está para mí el placer de escribir: no saber hacia dónde va la historia, como en la vida. Claro que si viene un analista y me dice que las escenas surgen de mi propia cabeza, yo digo “claro, cómo no, por supuesto, ¿qué se cree, que estoy loca?”.

Miguel Russo

Miradas al Sur
09 – 08 – 15







lunes, 6 de febrero de 2017

ATENCIÓN: NUEVOS GRUPOS




Se abren nuevos grupos del
Taller de Lectura “Otros Mundos”

Coordinado por Eugenia Almeida

DocumentA/Escénicas – Lima 364 – Córdoba.





Consultas e inscripciones

Mail: eugeniaalmeida72@gmail.com 
Twitter: @EugeniaAlmeidab 
(0351) 157 513 821 (Solo SMS o whatsapp)

Comienza la primera semana de marzo 


El encuentro con el Otro, con seres humanos diferentes, constituye 
desde siempre la experiencia fundamental y universal de nuestra especie.

Ryszard Kapuscinski




La lectura es, fundamentalmente, una fuente de placer. Nos ayuda a hacernos preguntas, a perder certezas, a adentrarnos en la incertidumbre que traen esos otros mundos que vienen en los libros. Nos ofrece infinitas posibilidades de conocer más en profundidad lo propio y lo ajeno.
Estamos habituados a leer en soledad. Y parte de esos efectos que trae la lectura, parte de esos descubrimientos, se pierden al no poder compartirlos.
Este taller se ofrece como un espacio de encuentro en el que podremos poner en común todo aquello que detona la lectura.