martes, 31 de marzo de 2015

Una historia del libro judío - Alejandro Dujovne



Detrás de escena

En su último trabajo, el investigador cordobés Alejandro Dujovne analiza desde la Sociología de la Edición parte de la historia del libro judío en Buenos Aires.

Solemos creer que nuestra biblioteca es una colección de libros que dicen algo sobre nosotros porque han sido elegidos en absoluta libertad. Sin embargo no es así. Sólo hemos elegido entre un repertorio ya determinado: aquello que es accesible en un cierto tiempo y un cierto espacio. En la construcción de ese repertorio jugaron fuerzas políticas, económicas, sociales, históricas y  culturales. Cada época decide para sí qué cosas serán publicadas y cuáles no. Los lectores a veces lo olvidamos. Por eso es tan interesante asomarse a la Sociología de la Edición y tratar de comprender aquello que se pone en juego antes de que un libro llegue a manos del lector.

Hacer trabajo de campo implica establecer relaciones particulares con aquellas personas a las que se entrevista. Alejandro Dujovne cuenta cómo uno de esos encuentros fue el detonante de este libro. En julio de 2004, en el marco de una investigación sobre “el club judío de izquierda de Córdoba”, el autor se reunió con Hebe Goldenhersch. Al terminar la entrevista, la recordada vicerrectora de la Universidad Nacional le dijo que quería pedirle algo y trajo tres cajas de libros en ídish que habían formado parte de la biblioteca de su madre. Goldenhersch deseaba donar esos libros a alguien que reconociera su valor y daba por sentado que Dujovne podía darles un buen destino. Ese pedido inesperado provocó ciertas preguntas: ¿Qué títulos eran? ¿Dónde habían sido editados? ¿Por qué formaban parte de la biblioteca de una mujer judía que vivía en Mina Clavero?

Esa escena inicial dibuja el territorio e incorpora la tónica que marcará lo que se cuenta en este libro. Un investigador curioso, una profesora que hace lo posible para que un legado no se pierda, la alegre disponibilidad de ir más allá de aquello que teníamos planeado.

En Una historia del libro judío –y bajo el subtítulo “La cultura judía argentina a través de sus editores, libreros, traductores, imprentas y bibliotecas”­– Dujovne presenta una investigación impecable. Como bien lo señala el título, se trata de “una” historia más entre las muchas que podrían contarse. En este caso, la referida al escenario editorial judío en Buenos Aires entre 1919 y mediados de la década de 1970.

Si es posible discutir en qué consiste “ser judío”, claramente el concepto de “libro judío” es  difícil de definir. Dujovne deja en claro que cuando usa esos términos se refiere a “toda obra publicada por un sello especializado en temas judíos en un sentido amplio, lo que incluye tanto obras en castellano  como en ídish y hebreo.” La discusión podría continuar eternamente si nos atrevemos a preguntar qué serían los “temas judíos”. Y ese es uno de los aspectos en los que el libro del investigador cordobés devela ciertas características de la cultura judía: justamente, a través del análisis del mundo editorial porteño judío, accedemos a parte del debate en torno a “lo judío”. En ese terreno –el de los libros– se llevó a cabo una lucha de sentido en torno a la construcción de la identidad judía.

En primer lugar, el autor aborda algunos momentos esenciales de la historia judía y del panorama editorial judío en Europa. Luego se centra en la producción editorial en Buenos Aires. Dujovne se ocupa de los libros publicados en ídish, hebreo y castellano, tomando en cuenta los efectos del antisemitismo, el Holocausto, la  creación del Estado de Israel y el sionismo. El análisis  contempla el contexto mundial y los debates existentes sobre lo que implica “ser judío”. La investigación también incluye un caso concreto (el de la editorial Israel), la reflexión sobre políticas de traducción, el rol de las librerías, bibliotecas e imprentas judías en Buenos Aires y la importancia de un evento como el Mes del Libro Judío.

Con un breve pero detallado recorrido por la historia de la relación entre el pueblo judío y los libros, mapas, cuadros de contenido e innumerables notas bibliográficas, Una historia del libro judío puede considerarse un trabajo que combina las exigencias de los especialistas con la claridad necesaria para interesar a personas que no tengan conocimientos previos sobre el tema. No es un logro menor. Sin embargo, quizá el mayor aporte que ofrece el libro al lector no especializado es proponer una cierta mirada que puede aplicarse a otros objetos. Recordarnos que en cada época hay cosas que se nos presentan como naturales y que por cada construcción social y cultural (una revista, una película, una canción, una noticia) hay un detrás de escena lleno de fuerzas en pugna que luchan por establecer una cierta imagen del mundo. Dujovne define claramente su posición cuando, retomando a Darnton, dice: “los libros no se limitan a contar la historia, también la hacen.”

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X

http://www.lavoz.com.ar/ciudad-equis/detras-de-escena








viernes, 27 de marzo de 2015

El turista accidental - Anne Tyler








Una pareja vuelve de vacaciones en su auto. Llueve. Esa lluvia va a traer a la luz lo que ha estado latiendo: la separación, el divorcio, los modos tan opuestos de afrontar la muerte de un hijo. El abandono, el amor, las despedidas y los lazos que impone el azar de haber crecido juntos. Macon Leary, escritor de guías de viaje, ahora está solo, inevitablemente expuesto a una pregunta: ¿Cuánto puede prepararse uno para lo que va a venir? 

Anne Tyler es considerada una de las grandes novelistas norteamericanas. Criada en una comunidad cuáquera, quizás haya sido ese clima el que le reveló que en cada detalle de la vida hay algo que merece ser contado. 

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



lunes, 23 de marzo de 2015

Las buenas personas - Nir Baram




Obreros de la destrucción

“Las buenas personas”, de Nir Baram, es la primera novela israelí que aborda la Segunda Guerra Mundial sin centrarse en el Holocausto.

Berlín, 1938. Thomas Heiselberg trabaja para una empresa norteamericana. La ambición, la construcción de una carrera, es quizás el único motor de su vida. Cuando pierda ese puesto, aceptará colaborar con el régimen nazi desde un lugar que lo convierte en cómplice de la matanza. Un intelectual, un oficinista, un burócrata. Un “estudioso” que escribe un largo informe sobre la identidad polaca.

Leningrado, 1938. Aleksandra Weissberg escucha las charlas que tienen sus padres con un grupo de amigos. La subleva la quietud de esa gente, la ingenuidad con respecto a lo que implican esas conversaciones. La joven judía piensa que no van a tardar en detenerlos a todos. Sabe que la familia está en riesgo y decide actuar para salvar a sus hermanos. Se convierte ella en delatora, convencida de que así disminuirá los daños. Entrega unos poemas heréticos a un antiguo novio que trabaja para la policía secreta. Todavía no sabe que, con ese gesto, acaba de entrar en la maquinaria que se ocupa de las purgas en la Unión soviética.

Aleksandra y Thomas se encontrarán en 1941. Quizás cada uno funcione como un espejo insoportable para el otro. Son los que “nunca han tenido sangre en las manos”, los que han “provocado la muerte de manera indirecta, con órdenes, escribiendo papeles que pasaban de mano en mano sin que sus ojos ya los vieran hasta enviar a otros a la muerte.”

El contexto histórico se va desarrollando sin ser explicitado. Simplemente se ve su efecto sobre la vida de las personas. Una antigua empleada judía vuelve a visitar a su jefa y es asesinada por las SS. Un amigo de infancia convertido en un perro que ejecuta con euforia las órdenes nazis. Una psicoanalista judía desesperada por conseguir un papel que le permita salir de Alemania. Los cristales rotos. Interrogatorios. Una joven que se va especializando en conducir las confesiones de los detenidos. Presos ansiosos por declarar cualquier cosa con tal de salvar la vida. El racismo, la persecución, la sospecha, el miedo a la delación, las supuestas redenciones. Las patrullas de asesinos recorriendo Alemania y Polonia. Leningrado convertida en una ciudad en la que todos reconocen el ruido de las furgonetas de la policía secreta. Los alcahuetes asomados a las ventanas. Todos desconfían. La paranoia se vuelve una forma de lucidez.

Una y otra vez la historia hace referencia a un mundo que ha cambiado para siempre, a gente que se aferra –terca o desesperadamente– a algo que ya no existe. Lo que más estremece en Las buenas personas es lo que piensan sus protagonistas. Cómo se explican sus propios actos. No se trata aquí de los estereotipos que se han ido construyendo en la literatura sobre la Segunda Guerra Mundial. El relato no se centra en un nazi desbocado que se solaza en la tortura. Ni en un judío cuyo único rol posible es el de víctima. La novela se ocupa de algo mucho más incómodo: las personas “comunes” que, de algún modo, colaboraron con regímenes totalitarios (el de Hitler, el de Stalin), diciéndose a sí mismos que en realidad estaban al margen o que no tenían otra posibilidad. De esa masa de obreros de la destrucción también está hecha la historia. Y quizás ese sea el verdadero sostén de una dictadura.

Con este abordaje, sería fácil pensar en un libro plagado de lecciones morales. Sin embargo el autor no juzga a sus personajes. Simplemente los muestra. Y eso se vuelve mucho más inquietante para el lector. Están ahí. Son como tanta otra gente. Quizás, incluso, como nosotros. Y han tomado decisiones espantosas. Y se cuentan a sí mismos historias para enmarcar y justificar esas decisiones.

Las buenas personas habla del efecto que tienen nuestros actos sobre el mundo y de las ficciones que construimos para no aceptar esa responsabilidad. Publicada originalmente en 2010,  es considerada la primera novela israelí que aborda la Segunda Guerra Mundial sin centrarse en el Holocausto.

Nir Baram nació en Jerusalén en 1976. Tenía 19 años cuando su madre murió de cáncer. Sumido en una casa silenciosa, con los temores que trae la muerte, decidió empezar a escribir un diario. Ese ejercicio de supervivencia poco a poco se fue convirtiendo en algo central en su vida. A los 22 años publicó su primera novela. En 2010 ganó el Premio Prime Minister de Literatura Hebrea.

Editor, periodista y escritor, Baram ha sido muy cuestionado en su país por sus opiniones políticas. En más de una ocasión ha declarado que se opone a la ocupación de Palestina y a cualquier tipo de muro que convierta a Israel en un “gueto judío”. Es un activo militante de Ramallah Tel Aviv Iniciative, un grupo de israelíes y palestinos que proponen un modelo de “dos estados sin separación, con total libertad de movimiento.”




Eugenia Almeida

 Publicado originalmente en Ciudad X







jueves, 19 de marzo de 2015

Las dos Sicilias - Alexander Lernet-Holenia




En una cena de la alta sociedad vienesa, el Coronel Rochenville, líder del antiguo regimiento Las dos Sicilias, mantiene una extrañísima conversación con un desconocido que dice llamarse Gasparetti. Poco después, sabrán que uno de los invitados ha sido asesinado. Esa muerte será la primera de cinco. Parece haber una amenaza particular sobre los integrantes del regimiento que viven en Viena. El comisario Gordon será el encargado de investigar los hechos pero los antiguos compañeros de armas deciden llevar a cabo una investigación paralela que acelera la tragedia.

Organizada en siete capítulos –cada uno con el nombre de uno de los integrantes del regimiento– esta novela podría considerarse un clásico del policial de enigma. Lo es. Pero, al mismo tiempo, es mucho más. La historia está atravesada por relatos y disgresiones que van abriendo puertas que no siempre están al servicio de la resolución del enigma central. Y sin embargo, son esas disgresiones las que hacen único a este libro.  

Lernet-Holenia parece haber construido un artefacto que le permite reflexionar sobre sus preocupaciones centrales: ¿Qué dibujos pueden hacer en nosotros la identidad, el tiempo, el destino y la muerte? ¿Qué es lo real? ¿Cuál es la distancia –ínfima o enorme– que nos separa de los otros? ¿Cuáles son los sucesos que pueden convertirnos en lo que realmente somos? ¿La identidad es una construcción o una serie de descubrimientos? 

“No sabemos qué es en realidad el mundo”, dice uno de los personajes, “es más, ni siquiera sabemos si existe. Únicamente lo conocemos tal como se nos presenta. Y se nos presenta exactamente como nosotros mismos somos.”

Catalogada por la poeta uruguaya Ida Vitale como una “novela policial y metafísica”, Las dos Sicilias fue publicada originalmente en 1942. Lernet-Holenia, admirado por Rilke, Stefan Zweig y Borges, es considerado uno de los escritores en lengua alemana más importantes del Siglo XX.

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



sábado, 7 de marzo de 2015

Agua







Gotas

Empieza a llover. Y es hermoso. El agua golpea contra el techo de chapa y dan ganas de quedarse en la cama. Pensás en la suerte de estar esta noche, bajo esa lluvia, con el ruido que acuna y contiene.
Pasan las horas. Es difícil saber cuándo la repetición de algo bello se vuelve inquietante. 

Te despertás, como siempre, a eso de las cuatro y veinte. Quién sabe por qué. Todos los días, la misma hora. Caminas en la oscuridad y al llegar al lavarropas rozás un botón del celular. Una costumbre repetida: confirmar lo que ya sabés. La luz azul rebota en la pared y alcanzas a ver: 04:22. Vas hasta el baño. El olor a tierra mojada entra por el ventanuco. Volvés a la cama. Tratás de dormir. 

Es domingo. Quizás sean las seis o las siete de la mañana. Tenés que trabajar. Una rutina hecha de tareas sin horarios. Vas sumando ratos de esos: madrugadas, trasnoches, pequeñas grietas que se abren entre una cosa y la otra. 

Apretás la tecla de la luz pero la luz no llega. Como tantos otros días en este pueblo de Sierras Chicas. No importa. Buscás la radio portátil, escuchás una transmisión desde otra ciudad. Están hablando de una marcha que se organiza en Buenos Aires. Apenas prestás atención. De a ratos se oye una canción, hacés girar la rueda del volumen hacia arriba o hacia abajo, dependiendo del ánimo.

Ponés la pava en la hornalla. Buscás la yerba. Tratás de abrir las ventanas pero entra agua. Desde el sur, desde el norte, desde el oeste. Como si afuera hubiera una especie de tornado, como si lloviera desde todos los rincones. Te quedás con los postigones cerrados, a oscuras, hasta que la luz vuelve y te sobresalta.

Pasan unas horas.

Alguien sacude la campana que está sobre la tranquera. Pensás que debe ser otra cosa, que te has confundido. ¿Quién puede venir en medio de este diluvio? Abrís la ventana y te asomás. Tu vecino dice que se ha tapado una canaleta, que el agua se ha encajonado, que se le inunda la cocina. Salís debajo de la lluvia, sacás algunas ramas de esa pequeña acequia. Te movés con mucha dificultad. Hace días que tomás calmantes para un terrible dolor de espalda que apenas te deja caminar. 

Algo va mal. El agua empieza a subir. Te acercás a la calle: una enorme tormenta de barro arrastra piedras, palos, objetos que no llegás a reconocer. Volvés a la casa. La ropa empapada. Frío en el cuerpo y es pleno febrero. La chapa sigue tronando. Un rato después empujás la ventana contra el viento y alcanzas a ver que el agua sigue subiendo. La calle ya no está ahí. Sólo hay un río marrón que arrasa todo. El cielo es negro.


Noticias del mundo de allá

La lluvia amaina un poco y volvés a asomarte. Una vecina trata de bajar al centro. Dice que el agua se ha llevado algunas casas. Es el comienzo de las voces. Todo el mundo habla.

Hay quien dice que han abierto las compuertas del dique. Hay quien dice que no es cierto. Hay zozobra. Alguien cuenta que en una de las casas que están sobre el río el agua levantó una heladera. Parece algo extraordinario. Pero vas a oír eso muchas veces. Heladeras, autos, camiones, todo parece tener otro peso y otra densidad bajo la furia de la tormenta. Empezás a oír nombres de barrios y lugares que no conocías. 

Los puentes ya no sirven para unir sino como demostraciones de la destrucción. 

El agua que te puede llevar también es el agua que puede sepultarte en una habitación. En la radio alguien cuenta que tuvo que romper una pared a mazazos para poder liberar a una familia que había quedado encerrada.

Los rumores de las compuertas abiertas se repiten de boca en boca. Todas las frases comienzan con “dicen”, “me dijeron”, “escuché que”. Te asomás para ver si los vecinos están bien. Suena el teléfono. De a ratos. La señal va y viene con el viento, con los truenos, con el agua. La línea fija  tiene tono pero siempre da ocupado.

Lo que se oye en la radio son sólo retazos. Lo central parece ser comentar los partidos de fútbol.  Especialmente el de Boca.

De a poco, muy lentamente, empiezan a llegar noticias.

Hay gente en los techos de las casas. Hay una soledad desoladora. Vas a saber que en los sindicatos, las colonias, las iglesias y los clubs las personas se amontonan buscando refugio. Hay equipos tratando de llevar ayuda en medio de un clima imposible. Ha vuelto a llover. Se siente el miedo. 

En los barrios más pobres, siempre cerca del río, siempre en lo bajo, el agua ha destruido todo. 

Se oye la voz de un ministro diciendo que hay lugares a los que no se puede acceder, que han caído 300 milímetros, que debemos tener calma. Querés fumar pero hace dos semanas que decidiste dejar y no hay un solo cigarrillo en la casa. La luz se corta y ya no vuelve.

Tu pueblo está a oscuras. Es la noche del 15 de febrero. Ya sabés que lo que ha pasado es un desastre. Ha dejado de llover y lo único que se ve son los tucos, enormes, que se encienden y se apagan. 

Cada tanto, un auto pasa rompiendo la oscuridad. Se ven los faros como si anunciaran algo. Se siente la fuerza del motor luchando contra un suelo que ha desaparecido. Te preguntás adónde van. Esas luces son casi fantasmas. 

En la radio han dicho que todos aquellos que estén seguros y no estén colaborando con los equipos de rescate deberían quedarse donde están. No sabés adónde irías si pudieras caminar normalmente. Los amigos han ido al pueblo a ayudar. Desde allí mandan noticias (cuando hay señal, cuando hay suerte, cuando hay tiempo).

La radio sigue replicando el futbol hasta la exasperación. Sobre el límite del dial encontrás una emisora uruguaya. Un abogado promociona su estudio, una locutora anuncia el programa “El tango es mujer”. Se oye un cantante mexicano balbuceando un bolero. Movés la perilla. Súbitamente las voces se vuelven nítidas, hay un grupo de mujeres rezando un rosario con una cadencia maníaca. Sentís un escalofrío. Tu casa está llena de velas.

El teléfono se queda sin señal. De a ratos entran llamadas perdidas que nunca sonaron. Amigos de otras provincias que deben estar viendo las noticias. 

En esa primera noche, la palabra es “inquietud”.


El día después

Alguien te cuenta que en Tortosa, donde se derrumbó el puente, la gente ha perdido todo. 

Hay árboles enormes tirados sobre la calle. Al norte, el agua ha destruido un criadero de cerdos y dicen que hay cuarenta animales muertos flotando por ahí. El olor es insoportable. El barro se pega a todo. Hay perros sin dueño dando vueltas, buscando algo que los oriente. Hay chicos que van gritando los nombres de sus perros por las calles llenas de huecos. 

Autos clavados en el lecho del río. Grietas enormes. El pavimento partido como si hubiera habido un terremoto. Hay barrios en los que han surgido vertientes. El agua brota de la tierra y atraviesa las casas. El sobrino de un amigo tiene una vertiente en su armario. 

Dicen que en barrio Loza una familia se subió a los techos cuando la fuerza del agua reventó las puertas y las ventanas. Por esos huecos comenzaron a entrar cosas. Una heladera. Ramas. Pedazos de plástico. Por uno de esos huecos entró, flotando, un muerto. Quien te lo cuenta hace un silencio. Repite una frase que ya ha dicho. No logra decir lo que quiere. Estás escuchando. Vuelve a decir: “el agua trajo un muerto”. El mate pasa de mano en mano. Miramos el suelo.

Cuando truena todos nos ponemos a temblar.


Trepen a los techos ya llega la aurora

Desde el primer momento hay gente que se organiza para tratar de hacer menos terrible lo que ha pasado. Gente que te conmueve. Durante una semana van a dejar todo para estar ahí, colaborando, ayudando, sosteniendo. Gente que va a dormir, con suerte, una o dos horas por noche. 

Se va a trasparentar lo que cada uno es. Lo que somos siempre se revela en la catástrofe. La variedad humana: hermosa y escalofriante. Ves al que no descansa, al que  construye, al que -en medio de la vorágine- tiene un resto para el afecto. Ves a los otros también. Los que tienen sus propios intereses y sólo hacen lo que les conviene.  

Hubo quienes golpearon puertas de madrugada diciendo que subía el agua. Hubo familias que escaparon en medio del pánico. Y quienes habían dado esa falsa alarma pudieron robar con tranquilidad. Hubo quien se ocupó de guiar la ayuda hasta sus vecinos más pobres. Hubo quien ofreció todo: casa abrigo, comida, agua, lo que hubiera. 

La luz y la oscuridad midiéndose en ese territorio que ha dibujado la tormenta. Como si el universo se hubiera condensado aquí, en las Sierras Chicas, en estos primeros días de la segunda quincena de febrero. Como si mirando esto pudieras entender la esencia de nuestra especie. 

Camino a barrio Las Ensenadas, más allá de la cantera, alguien ha fabricado dos espantapájaros con ropa y desechos que arrastró el río. Están sentados en un sillón hecho con ramas. Todos sonríen cuando pasan por ahí. 

En barrio Pizarro un chico de 17 o 18 años hace acrobacias con su bicicleta. Usa los desniveles del suelo, gira en el aire, cae con gracia. Está haciendo eso desde el día de la tormenta. Cuando todo era desolación, él empezó a saltar por el terreno. Bajo la lluvia. Un bailarín único que regala belleza. Hay quien cree que es una locura hacer algo así en este momento. Otros agradecemos esa danza. Nuestro mundo se ha sacudido. Y aun así alguien se pone a jugar con su bicicleta. Estamos vivos. 

Nos escuchamos, compartimos mate y cigarrillos. Nos desvelamos y tratamos de ayudarnos a dormir. Estamos juntos. 

Has oído mucho. Has visto mucho. Sentís que tu capacidad de expresarte ha sido arrasada. No alcanzan las palabras.

Pasan unos días. Vuelve la conexión a internet. Abrís tus mails. Una amiga, en un pueblo cercano, acaba de escribir lo que querías decir. 

Dice que se siente rara, que apenas puede creer lo que ha pasado. Dice que ha visto a la gente caminar con cansancio y con temor, buscando un lugar conocido que pueda servir de apoyo. Dice que todos hablan y cuentan, una y otra vez, lo que vivieron. Tu amiga termina su mail con una frase perfecta: “Lo increíble, cuando se suma a la fatalidad, tiene ese efecto: es necesario construir un relato que nos permita contarnos la realidad que fue.”
Y eso es lo que hemos estado haciendo. 



Eugenia Almeida


Publicado originalmente en Los días contados 
La voz del Interior

jueves, 5 de marzo de 2015

La alfombra del Rey Salomón - Barbara Vine







Una enorme casa de inquilinos, un libro sobre la historia del metro en Londres, un flautista que ha sufrido un accidente, una violinista que abandona su casa, un hombre disfrazado de oso, dos ancianas que han sido compañeras toda la vida sin apenas darse cuenta, una mujer que nunca ha viajado en metro, un grupo de niños que viajan sobre el techo de los vagones arriesgándose al impacto, un solitario y su halcón. Una novela que sabe llevarnos, en un laberinto subterráneo, a un lugar que no podemos predecir. 

Barbara Vine (seudónimo de Ruth Rendell) es considerada una de las más importantes escritoras de suspenso. 

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X




lunes, 2 de marzo de 2015

Ni muerto has perdido tu nombre - Luis Gusmán







Con un lenguaje preciso y escueto, Luis Gusmán relata una historia que pone en tensión los lazos entre el pasado y el presente. Federico Santoro –hijo de desaparecidos– busca saber algo más sobre la muerte de sus padres y sobre la mujer que lo puso a salvo. Ana Botero intenta comprobar si es verdad que su marido puede haber sobrevivido. Varelita, torturador en los 70, sigue su juego: dominar, convertir el mundo en un coto de caza, generar terror. Tres personajes y una historia sobre los modos en los que el pasado puede irrumpir después de esperar, agazapado, hasta estar en condiciones de perforar el presente. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X