lunes, 27 de abril de 2015

Entrevista: La boca de la tormenta





Eugenia Almeida, conocida y premiada desde su primera novela “El Colectivo”, presenta “La boca de la tormenta” (Ediciones DocumentA/Escénicas). 
En esta entrevista nos permite acercarnos a la propuesta de su nuevo libro.





En una entrevista que te hicieron en el diario los Andes donde hablabas de "El colectivo" titularon con una frase tuya: “esta novela fue una gran tormenta”. Ahora estás publicando un libro que se llama “La boca de la tormenta”.  ¿Qué tipos de tormentas crees que vienen con la escritura y específicamente en este libro? ¿Cómo es “La boca de la tormenta”?

La escritura permite todo tipo de tormentas. Depende del momento, de la disposición que uno tenga para dejarse sacudir, para dejarse alcanzar. La boca de la tormenta es el momento exacto en el que uno descubre que está en el umbral, aunque no pueda decir qué es lo que hay del otro lado. Una boca que habla un lenguaje indescifrable.


Tu obra como narradora es muy conocida por tus dos novelas publicadas y tu trabajo periodístico. Ahora nos enfrentamos como lectores a una escritura de poesía. Si es que existe diferencia entre ambas escrituras ¿qué cosas encontraste vos en la experiencia de escribir este libro de poesía?

Me hizo gracia la palabra “enfrentar”. Espero que el encuentro con este libro no se viva como una lucha. Más allá de la broma, para mí existe una gran diferencia entre estos dos “tipos” de escritura. No sabría explicar bien esa diferencia, es casi como si fuera un problema de gravedad (no de seriedad sino de “gravedad” en el sentido físico: la fuerza con la que las cosas se acercan o se alejan de un eje). No me animaría decir que escribí un libro de poesía. El libro, como tal, no es una producción mía sino una creación colectiva. La decisión de que esos papeles se convirtieran en libro fue alentada, sostenida y celebrada por Gabriela Halac, mi editora en DocumentA/Escénicas. Este libro no existiría si no fuera por ella. A veces, el entusiasmo surge de los encuentros. Yo he puesto las palabras pero el libro en sí ha sido una creación conjunta con Gabriela Halac y Elisa Canello (responsable del dibujo de la tapa).


La experiencia de la lectura de poesía es bien diferente a la de leer narrativa. Cuando uno lee una novela lo que más recuerda es muchas veces la historia y los personajes ¿qué cosas crees que son propias de la experiencia de leer poesía? ¿qué recordás de un libro de poesía?

No me animaría a dar una ley general. A mí, lo que me produce la lectura de los poetas que admiro es un estado de ánimo, una cierta disposición a ver el mundo con otros ojos, una mirada que deja de lado la racionalidad y la tendencia a interpretarlo todo. Eso. La poesía me permite dejar de interpretar el mundo.


Además de los objetivos obvios de publicar tus textos, ¿qué te aportan las experiencias de editar y qué reflexión hacés de la realidad del mundo editorial que vivimos hoy?

Editar me permite comprender hasta qué punto todo lo que hacemos es, de algún modo, algo colectivo. Tengo diferentes experiencias con diversos editores. Siempre es enriquecedor el proceso de ir creando un libro. Estoy convencida de que los escritores hacemos manuscritos (no libros). Para que esos manuscritos se conviertan en libros que lleguen al lector, necesitamos de la pericia, el trabajo y la sensibilidad de los editores y de todos los que están involucrados en ese proceso de creación (los correctores, los diagramadores, los traductores si los hay, los diseñadores, los imprenteros, los ilustradores y muchos más). Sería difícil hacer una reflexión general sobre “el mundo editorial” porque hay realidades muy diferentes. Personalmente celebro el trabajo que hacen las editoriales que construyen y defienden un catálogo personal, una colección de libros que responde al “espíritu” o la “personalidad” de esa editorial. Tengo la suerte de publicar con editoriales de las que me enorgullezco como Edhasa, Métailié y, ahora también, DocumentA/Escénicas. Con cada uno de mis editores he aprendido algo que me ha permitido trabajar con más profundidad y con más alegría. Y eso es algo que siempre se agradece.*








lunes, 20 de abril de 2015

Cuentos viejos. Relatos Sentimentales - Emanuel Rodríguez





El miércoles 22 a las 20 hs, en la Librería Punto de Encuentro (Independencia 620, Nueva Córdoba), Emanuel Rodríguez va a leer textos de su libro Cuentos viejos. Relatos Sentimentales.

Una sola palabra: Imperdible.



martes, 14 de abril de 2015

Nicole Witt premiada en la Feria del Libro de Londres



Hermosas noticias desde Londres.

Nicole Witt es la ganadora del Premio a la Excelencia como Agente Literaria en la Feria del Libro de Londres 2015.

Que es la mejor agente del mundo ya lo sabíamos los autores de su agencia. Ahora lo saben todos.

Felicitaciones a la querida Nicole y a todo el equipo de la  Agencia Literaria Mertin.






Eduardo Galeano: La belleza de las cosas




Dicen que ya desde temprano se conocía la noticia, que Montevideo es una ciudad pequeña, que cómo no iba a saberse que en un sanatorio de la capital había muerto Eduardo Galeano. Pero nadie dijo nada. En las redacciones esperaron a que la familia confirmara lo que todos sabían. A las diez de la mañana, la tristeza se hizo pública, se hizo nuestra.

Nació en Tacuarembó, el 3 de septiembre de 1940. Vivió en Uruguay hasta que, luego del Golpe de Estado de 1973, lo encarcelaron. Poco después logró salir del país para refugiarse en la Argentina. En 1976 tuvo que huir otra vez; su nombre estaba en las listas de condenados. El destino fue España. Sólo en 1985 volvería a Uruguay.

Antes de ser escritor, Galeano fue pintor de carteles, obrero en una fábrica de insecticidas, mecanógrafo, cajero en un banco y mensajero. Sus primeros trabajos como periodista no tenían relación con las palabras: siendo adolescente dibujó caricaturas en el diario El sol. Su seudónimo para esos trazos era Gius. Siempre firmó sus escritos con el apellido de su madre.

Si hubiera que definir el trabajo de Galeano, la palabra precisa sería “cronista”. Un cronista detallado de la belleza. Y, como decía David Hume, “la belleza de las cosas existe en el espíritu de quien las contempla”.

Cuando en 2011 le entregaron el Doctorado Honoris Causa en la Universidad de La Habana sus anfitriones lo definieron como “un recuperador de la memoria real y colectiva sudamericana”. Hasta último momento Galeano puso en juego su voz para defender aquello que consideraba justo y para denunciar los males del mundo. El 4 de diciembre de 2014 publicó, en su última contratapa en Página 12, un artículo sobre los 43 estudiantes desaparecidos en México. La semana pasada firmó un documento manifestando su desacuerdo con el decreto de Estados Unidos que califica a Venezuela como una amenaza.

En ámbitos académicos suele decirse que Galeano es un escritor “para principiantes”. Como si fuera alguien que en cierto momento deberíamos dejar atrás. Quién sabe de dónde ha surgido esa idea. Galeano es sencillo. Y, en literatura, no hay nada más difícil que lo sencillo. Tenía algo de niño pero no era ingenuo. Quizás estamos demasiado acostumbrados a que la lucidez provoque amargura. Él era capaz de ver la maravilla aun siendo consciente de lo terrible. Galeano y su voz grave, sabiendo decir lo que antes había escrito con ese modo tan suyo de jugar con el lenguaje, de llevarlo suavemente a mostrar su verdad escondida.

Supo hacernos comprender que contar una historia siempre implica una visión del mundo. Que no hay relatos inocentes. Que hay que ser valientes, aunque nos hayan educado en el miedo. Supo darnos la medida de nuestra insignificancia y nuestra trascendencia: sólo un segundo en la enorme eternidad del tiempo pero, a la vez, un segundo que puede cambiarlo todo.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en La voz del interior





sábado, 11 de abril de 2015

Nueva nominación de Nicole Witt para los Premios a la Excelencia en la Feria del Libro de Londres






Por segundo año consecutivo, Nicole Witt es finalista del Premio a la Excelencia como Agente Literaria en la Feria del Libro de Londres.

Desde 1982 la Agencia Literaria Mertin dedica sus esfuerzos a la difusión mundial de las literaturas en portugués y español.




Los autores de la casa celebramos esta nominación y acompañamos en la alegría a la querida Nicole y a todo el equipo de la Agencia.



miércoles, 8 de abril de 2015

Últimos fuegos - Alejandra Costamagna




16 cuentos en los que desfilan personajes que luego quedan en la memoria, como si uno hubiera sido testigo presencial de esas historias. La ojerosa y la triste, dos viajeras exhaustas que por primera vez salen de Chile; los extranjeros que se esfuerzan para hablar en un idioma ajeno hasta descubrir que comparten una lengua; un hombre que lleva 59 noches sin dormir; alguien que recita poemas frente a una tumba; una mujer que se descubre en territorio de la ficción; el solitario y la inolvidable; un féretro diminuto; una mujer loca que decide viajar a Japón; dos mellizas que creen saber cuál de las dos es la original y cuál la copia. 

Alejandra Costamagna crea una red en la que los personajes saltan de uno a otro cuento, las historias son contadas desde diferentes puntos de vista y un relato puede reaparecer en otro bajo la forma de una noticia o un recuerdo. 

En esa red van a repetirse –como una especie de clave– los encuentros en los bares, los viajes, los balcones, las armas, las tortugas, los perros siberianos, las conversaciones inusuales con desconocidos, los finales que desembocan en tragedia, las personas que descubren quiénes son en el momento de actuar. Y el fuego, siempre presente, que puede ser incendio o sólo la brasa de un cigarrillo que brilla en la oscuridad.  

Según cuenta la escritora, algunas de estas historias nacieron como reescritura de noticias policiales. Hay algo aquí que recuerda los cuentos de Horacio Quiroga y de Silvina Ocampo. No porque la posible influencia se transparente sino porque Costamagna sabe bien cómo generar inquietud. 

Con un lenguaje depurado, preciso pero a la vez poético, la autora nos habla todo el tiempo del desamparo en el que caemos o dejamos caer a otros.  Sin duda, una de las voces más interesantes de la narrativa chilena. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X

sábado, 4 de abril de 2015

Underground - Haruki Murakami





Esto no es una novela

En “Underground” el escritor japonés Haruki Murakami aborda con herramientas periodísticas los atentados con gas sarín en el subterráneo de Tokio.

Es la mañana del lunes veinte de marzo de 1995. Una mujer demora en salir de su casa. Tiene un mal presentimiento. El fantasma de su abuelo se ha puesto a caminar en círculos creando una especie de cerca a su alrededor, como si quisiera decirle que es mejor quedarse. Aun así, decide salir. Un rato después cinco miembros de la secta religiosa Aum liberan gas sarín en diferentes vagones del subterráneo de Tokio. Lo que se ve puede describirse como un infierno. Cientos de personas derrumbándose. La pérdida de visión, el aturdimiento, las náuseas, la fiebre, las jaquecas, el sudor frío, los temblores, la dificultad para respirar. Doce muertos y cinco mil afectados.

Un empleado ferroviario ve morir a su compañero. El chofer de un canal de televisión decide cargar en su furgoneta a algunas de las víctimas. En la puerta de los hospitales hay gente informando que ya no queda lugar disponible. Se supera toda capacidad de respuesta. Las ambulancias no alcanzan, los médicos no saben qué tratamiento aplicar, la policía está desorientada, hay miles de personas buscando ser atendidas.

El escritor japonés Haruki Murakami abandona la ficción para ocuparse de los atentados de Tokio. Meses después de lo sucedido comienza a entrevistar a personas afectadas por el gas sarín. Busca “entender Japón a un nivel más profundo”. Una vez obtenidos esos testimonios su intervención es mínima. Lo que encontramos es la voz de las víctimas. Empleados, vendedores, militares, comerciantes, jubilados, imprenteros, electricistas, contadores, científicos, una profesora, un chico que va al colegio. Hombres y mujeres entre los 15 y los 65 años. Gente que sufre  una doble violencia: la de los atentados y la posterior incomprensión de la sociedad.

A esos testimonios se agregan entrevistas a un psicólogo que atiende los efectos del estrés post traumático, un abogado que intentó advertir a la policía la inminencia del atentado, familiares de víctimas que no pueden comunicarse o que han fallecido y un médico con experiencia en gas sarín que se ocupó de llamar personalmente a todos los hospitales que recibían a los afectados.

El libro, publicado en Japón en 1997, lleva el subtítulo “El atentado con gas sarín en el metro de Tokio y la psicología japonesa”. Más allá de lo que analiza Murakami en el epílogo, leyendo lo que dicen las víctimas uno logra hacerse una imagen de la sociedad japonesa. Ciertas cosas se repiten, se dan por sentadas, se consideran naturales. En un país donde el desorden es visto como una falta, muchos transeúntes no ayudaron a las víctimas creyendo que se trataba de borrachos. La pregunta que parecen haber tenido en mente es “¿qué tiene que ver esto conmigo?”. Uno de los entrevistados detalla: “Alguien agoniza tirado en medio de la calle y nadie dice nada. Sólo te esquivan.” Algunos de los afectados por el gas se preocupaban por la vergüenza de vomitar delante de otros. La corrección llevada a un extremo que violenta las necesidades del cuerpo. El deseo de no hacerse notar; todos obedeciendo ese antiguo refrán que dice que el clavo que sobresale es el que recibe el martillazo.

El temor de exponer lo que se consideran “debilidades” hizo que muchas personas creyeran que lo que les estaba pasando era algo individual (“debo haber dormido poco”, “me he resfriado”). Por eso demoraron en reaccionar y pedir ayuda. Una ayuda que, por otra parte, tardó mucho en llegar porque los sistemas de emergencia colapsaron. ¿Cómo funciona la mente de una persona que ve a otros desmayarse y empieza a descomponerse pero no puede poner en relación ambos hechos? ¿Qué dice eso de la sociedad en la que vive? 

La principal preocupación de la mayoría de los entrevistados fue llamar al trabajo y avisar que estaban demorados. Aún en ese escenario dantesco, hubo muchos que buscaron un teléfono público. Uno de ellos llegó a decir: “Ha habido un ataque terrorista. Llegaré tarde.”
Justamente estas características de lo que Murakami llama la “psicología japonesa” pueden servir como herramienta para comprender cómo y por qué surgió en ese país una secta como Aum. El escritor alerta sobre los riesgos de analizar los hechos en base a una distinción dicotómica entre “nosotros” y “ellos”. Ese “ellos” que provoca horror (la secta Aum) surgió de ese “nosotros” que es la sociedad japonesa para el autor.  

La segunda parte de este trabajo (“El lugar que nos prometieron”) es en realidad un libro que Murakami publicó un año después de Underground. Allí se presentan entrevistas a ocho personas relacionadas de diversos modos con la secta Aum. Entre ellos hay miembros activos y gente que se alejó del grupo por tener una visión crítica. Es un buen complemento de la primera parte y ayuda a abordar el tema de los atentados con mayor complejidad.


Eugenia Almeida

Publicado originlamente en Ciudad X