domingo, 2 de febrero de 2020

Entrevista a Esther Cross




"Para poner en palabras la memoria, 
hay que traicionarla"


Tres hermanos es un libro difícil de encasillar. ¿Es una novela? ¿Una colección de cuentos? Esther Cross logra enlazar relatos de modo tal que esa pregunta deja de ser importante. Construye una realidad hecha de fragmentos. Lo que podríamos llamar “una experiencia”. Y lo hace con una maestría admirable.

El libro se abre con unos versos de José Emilio Pacheco: “Ocúltate en la zarza./ Que no te atrapen. El mundo / sólo tiene un lugar para los corderos: / los altares del sacrificio.” El epígrafe funciona como sostén y anuncio de lo que vendrá: un relato de infancia que no se puede dejar. 

Tres hermanos, el campo, los animales. El paisaje se va imponiendo. Los bichos, el barro, los perros anunciando presencias, una gallina que duerme sobre el borde de una bañera, los tábanos, un caballo desbocado, una muerte, una desgracia, el silencio de todo lo que queda sin decirse, una niña sonámbula, una tormenta de tierra, un intento de suicidio, un escopetazo, una paloma que cae, una mujer tuerta que teje crochet mientras cuida los baños de la terminal, un comisionista, un tanque australiano, el desborde de un río. Todo se encadena en un libro que deslumbra por su belleza. 

–“Tres hermanos” exhibe una economía de recursos que sorprende por su potencia. ¿Cómo fue el proceso de escritura?

–La idea fue ésa: economizar recursos. Cuando escribía las historias en general descubría que las oraciones largas, las vueltas, marcaban los lugares donde algo había fallado. Donde las historias se alargaban, o la escritura se volvía más cargada, en general tenía problemas, disimulados por esos retoques más o menos hábiles. Retrocedía y trataba de enfocar. Es lo mismo que pasa siempre: la idea es afinar lo que una quiere decir, saber qué es, en la medida de lo posible. Parece lo más fácil y a veces es lo más difícil.

–El libro habla de vínculos, de memoria, de herencias, de pérdidas, de silencios.

–Creo que sí. Esos vínculos podrían ser los lazos que unen  las historias del libro. Todas las historias pasan en el mismo lugar. Pero lo que une las historias hasta formar una historia más grande no es ese factor común, obvio, esa casualidad geográfica. Estos vínculos, con sus acercamientos y sus tensiones, con sus evoluciones, no siempre buenas, son los que unen las historias, espero. 

–Hay un trabajo muy delicado en torno a los detalles, una construcción minuciosa.
–Cuando alguien está adentro de una situación en general no ve el cuadro grande, ve los detalles, y las historias del libro están contadas por una chica que estuvo ahí, fue parte de ellas.  Creo que los detalles sobresalen por eso, como señales indicadoras, cuando esa chica cuenta lo que vivió. Así funciona la memoria a veces: rescatamos  detalles sueltos y los editamos de la mejor manera posible en un todo. Quise mirar con lupa algunos detalles, pero resaltar sólo algunos sin escribir en cámara lenta, es decir, sin detenerme en todos.

–La naturaleza es un personaje más, una fuerza omnipresente que atraviesa a cada personaje de un modo diferente.

–Los lugares determinan algo. La naturaleza no es ese recreo apacible, pasivo, inofensivo, que salta como una imagen ideal en cuanto la nombramos. La naturaleza es fuerte, tiene sus equilibrios y rupturas, sus violencias. Las personas, con nuestras rarezas, también somos parte de ella. Aquí el lugar, el segundo plano, cobraba importancia.  No era una decoración.  

–Para construir esas escenas de la naturaleza creás algo que se asemeja a una “banda sonora” de la novela. Ladridos, zumbidos, “un revuelo seco que se desata en el monte”. Hay mucho de poesía ahí. Imágenes y sonido. ¿Cómo juegan tus estudios de cine en tu proceso de escritura? 

–Banda sonora de la novela: no lo había pensado, es cierto. Lo visual gana siempre, ¿será porque las imágenes visuales perduran más? Dicen que lo primero que perdemos, olvidamos, de una persona, es su olor, su voz, pero su imagen visual se sostiene, en cambio, en el tiempo.  A lo mejor por eso sentimos un impacto tan fuerte cuando soñamos con la voz de alguien que no vemos hace años. Los sonidos implican una cercanía. Mientras escribía el libro, leí más poesía que en otros años. La poesía es una buena guía, siempre, por la condensación, por el balance entre dominio y salto constante que tienen los buenos poetas.  Leés mucha poesía y algo de eso queda, aunque sea como aspiración. 

–¿La memoria es siempre fragmentaria?

–A lo mejor es un continuo, como un sueño, y para contarla una la fragmenta, la edita, como se hace al contar un sueño. Es una especie de sacrificio.  La memoria debe transcurrir con esa lógica loca de los sueños, que ruedan incesantemente, y para ponerla en palabras, para compartirla o entenderla,  hay que traicionarla, fragmentarla, como al contar un sueño.

–Hay un trabajo muy interesante en torno a lo no dicho. ¿Qué lugar le das al silencio en tu obra?

–El mismo que en la vida.  Siempre está ahí. Tiene que estar ahí.



Eugenia Almeida

Publicado originalmente en La Voz