Caja de resonancia
En la tapa: un cuarto, dos camas separadas por dos mesas de luz, una ventana, un ambiente azul que se posa sobre las cosas. En la cama de la derecha, tres cajas de cartón. En la cama de la izquierda, una mujer mayor, de espaldas, en camisón, en una de las posiciones que toman los cuerpos al dormir.
Lola quiere morir. No se trata de la tentación del suicidio. Quiere que la muerte llegue con paso propio. Es cansador estar de pie. La columna agobia. La respiración se descompasa y se vuelve un animal turbio. Cada mañana, la decepción de descubrir que ha vuelto a despertarse.
Lola se enfoca en “aminorar su propia vida, reducir su espacio hasta eliminarlo por completo”. Sus acciones giran en torno a una lista. En ese papel ha escrito cinco frases: “Clasificarlo todo. Donar lo prescindible. Embalar lo importante. Concentrarse en la muerte. Si él se entromete, ignorarlo.”
Aquel a quien hay que ignorar es su esposo desde hace 57 años. El hombre con el que perdió un hijo, el desconocido con el que vive y al que mira con un fastidio insoportable. Un matrimonio desgastado, perforado por lo que cada uno espera del otro y por lo que no pueden darse.
Lola ya no sale a la calle. Ha pasado algo, en el supermercado, que la ha retirado para siempre de todo territorio que no sea el interior de la casa. Lo que sabe del mundo lo obtiene en la televisión o mirando por la ventana. Todo se vuelve amenazante, ominoso.
No es posible decir más sobre este libro extraordinario sin develar el callejón sin salida al que Schweblin nos lleva con maestría. Una vez más, la escritora argentina demuestra por qué su nombre representa lo mejor de nuestra literatura. Un estilo único, un dominio absoluto del lenguaje, la capacidad de crear imágenes, la destreza para construir paisajes opresivos.
La respiración cavernaria nació como un cuento largo incluido en el libro Siete casas vacías. Ahora, la editorial Páginas de Espuma publicó aquel cuento en un nuevo formato: el relato de Schweblin acompañado por las ilustraciones de la artista argentina Duna Rolando.
Texto e imágenes dialogan de un modo perfecto. Hay un eco de objetos y voces que enriquece la historia. Las ilustraciones ofrecen fragmentos del cuerpo de Lola, postales de la cocina, del comedor, de los objetos cotidianos que cobran otro valor, otro peso, como parte de ese artefacto preciso que es La respiración cavernaria.
Los dibujos, las palabras, la casa y el cuerpo de Lola se convierten en una enorme caja de resonancia en la que aúllan la vejez, la soledad, el rencor, el miedo, la enfermedad, la demencia, el abandono, el estupor, las pérdidas y una inquietante zozobra.
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Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Número Cero (La Voz del interior) el 04/03/2018
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