domingo, 15 de diciembre de 2013

Entrevista de Christian Kupchik para el diario Crítica

EUGENIA ALMEIDA, AUTORA DE EL COLECTIVO

“Estamos muy atiborrados de lenguaje”
















En 2005 ganó con esta novela el Premio Internacional Dos Orillas, pero recién ahora fue publicada en la Argentina. Antes apareció con muy buena aceptación en varios países de Europa. Una historia distinta sobre los años de la dictadura.

Eugenia Almeida ingresó al mundo de la literatura sacando con la contundencia de Nalbandian. Eso sí: ganó su partida con infinita paciencia. Esta cordobesa de Unquillo –de donde también es natural el tenista– escribió El colectivo, en 2003, y lo envió al Premio Internacional Dos Orillas, que falla cada dos años. Supo que su novela había sido elegida en 2005 y el premio consistió en la edición simultánea en cinco países, Francia, Grecia, Portugal, Italia y España. En 2007 se vieron las ediciones originales –fue todo un éxito en Francia– y, finalmente, este otoño llegó a la Argentina publicada por Edhasa.

“Fue una larga espera, en función de mi interés por saber cómo sería leído aquí”, afirma Almeida. La historia de El colectivo es, en apariencia, simple. Durante los 70, en un pueblo insignificante, el único colectivo de línea que comunica con el exterior comienza a pasar sin detenerse. Eso desata una serie de intrigas en el pequeño micromundo donde la influencia del contexto social es vista con lente de aumento.

– ¿Le sorprendió la aceptación que tuvo la novela en Europa?

– Sí, me sorprendió mucho. Me pregunté qué habrían leído. Pero después me di cuenta de que Europa no está a salvo de historias espinosas, y supongo que lo que cuenta el libro, los gestos menores, pequeños, la cosa cotidiana, no debe ser tan diferente en un pueblo de Córdoba que en otro de Grecia o Portugal.

– Muchos personajes de la novela eligen ser testigos de la situación sin intervenir demasiado, como cómplices de una historia que no entienden.

–Hay muchos personajes que “hacen” y otros que “no hacen”, y no hacer muchas veces es colaborar. Si frente a una situación de injusticia no intervengo, no hacer no me salva, por el contrario, me condena. Tengo, a nivel personal, una gran pregunta sobre la dictadura. La viví siendo niña, de modo que en ese momento no me podía dar explicaciones políticas. Todo lo que me atravesó fue emocional, sin codificar ni racionalizar. Hay una pregunta que, si se quiere, es infantil: ¿Por qué millones fueron sometidos por miles?

–Los personajes del pueblo parecen anestesiados por el mensaje de los medios: la realidad es lo que dice la radio o el diario.

–¡Hablando de coincidencias históricas! Muchas de las cosas que pasan en la novela están tristemente vigentes. Eso de no poner en duda algo simplemente porque lo dice el diario o la radio es terrible; habla de cómo se ha anulado el espíritu crítico.

–También ocurre que existe una particular percepción del tiempo: vivimos atados a un presente continuo, y los sucesos de la dictadura muchas veces se ven como un pasado lejano.

–Si uno piensa el tiempo desde lo estrictamente biológico, es ridícula esa percepción. Me pongo de ejemplo: tengo 36 años, de modo que tenía cuatro cuando la dictadura irrumpió. Quiero creer que todavía soy una mujer joven, que ni siquiera ha llegado a la plenitud de mi capacidad vital y laboral. Es lo mismo que ocurre en Europa, que cuando hablás de la Segunda Guerra te dicen: “Bueno, eso fue hace un montón”. ¿Hace un montón? ¿Un montón de quién, de tu papá o de tu abuelo? Hace un montón en realidad es la Edad Media. Las tragedias históricas no dejan de ser nunca.

–El estilo narrativo muestra un despojamiento muy bien trabajado.

–Pretendo ser lo más fiel posible a lo que veo. A veces, me gustaría que mis personajes hicieran otras cosas, vivieran de modo diferente, pero los veo de esta forma y no puedo hacer nada en contrario. Intento no juzgar, ya que mi opinión no le va a servir a nadie. Y con respecto al despojamiento, eso es algo que sale, me molesta todo lo que sobra, y lo que sobra no suma. Estamos muy atiborrados de lenguaje.

–¿Qué escritores toma como modelo?

–Bueno, muchos. Descubrí hace poco a Irène Némirovsky y me pareció una maravilla. Pero también Marguerite Duras, la Yourcenar, Silvina Ocampo.

–Todas mujeres.

-No, también hay hombres: Albert Camus, y muy en particular Georges Simenon. Creo que justamente él es un maestro en mostrar toda la complejidad del ser humano sin juzgarlo. Es un maestro.

¿Como le gustaría que se leyera el libro?

–Me gusta pensar que el libro puede abrir otras maneras de ver la realidad.



Christian Kupchik
Publicado en Diario Crítica
28.05.2009




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