lunes, 10 de noviembre de 2014

El quinto hijo - Doris Lessing





Harriet y David se encuentran en una fiesta empresarial. Se reconocen como suelen hacerlo los que no encajan, los que siempre están a un lado, los que asisten distanciados a un espectáculo en el que no se sienten incluidos. Parecen estar hechos el uno para el otro: ambos se definen como “emocionalmente escrupulosos y sobrios”.

Totalmente ajena a la liberación sexual de los años sesenta, la pareja desea una casa enorme y una buena cantidad de hijos que llene ese espacio. Una fantasía de cuento de hadas, algo en lo que todo tendrá perfume de hogar, un escenario que sólo puede traer plenitud y felicidad.

El sueño se pone en marcha y al principio parece funcionar. Una casa en las afueras de Londres, los hijos que llegan uno tras otro. Grandes reuniones familiares que se extienden indefinidamente porque nadie quiere irse de la casa de los Lovatt. Una familia feliz. Y sin embargo ya se oye latir cierto malestar. Algo ominoso que va a tomar cuerpo con la llegada del quinto hijo.  

A partir de aquí, todo se transforma en una historia de terror sin recursos sobrenaturales. Un terror sordo, escalofriante, cotidiano. Terror ante lo que pasa y terror de asumir los propios sentimientos. Todo da miedo: la muerte de algunos animales; una furgoneta negra; la impaciencia, la ansiedad, la irritación; un embarazo que se vive como una guerra; alguien que va perdiendo la cabeza; la pesadilla de ciertos psiquiátricos que sólo sirven para ocultar y eliminar a aquellos que son considerados indeseables.

Doris Lessing habla de muchas cosas que suelen ocultarse en nuestra cultura. Se atreve a tensar el mito de la maternidad y a verlo con otros ojos. No todas las madres son iguales; no todos los hijos son iguales. La autora no termina de decir qué es lo que hay de diferente en Ben, el quinto hijo. No lo dice pero lo muestra. Un bebé que produce sentimientos difíciles de aceptar. Alguien que genera una “inquietante y espantosa curiosidad”. Escalofríos, temor, rechazo, perplejidad, miedo, incluso terror. Eso sienten quienes se acercan al niño. 

La autora británica no es complaciente con nada ni con nadie. Es tan implacable que hace daño. Pero esa mirada descarnada y despiadada quizás nos muestre algo sobre los tabúes y las hipocresías de nuestra sociedad.

Por  momentos, mientras se lee el libro, es imposible no establecer un lazo con “Tenemos que hablar de Kevin”, la extraordinaria película de Lynne Ramsay protagonizada por Tilda Swinton. Ambas obras se ocupan de poner en escena los mecanismos de silencio que impone la sociedad –y que cada uno de nosotros se impone, reproduciendo el mandato–. Hay cosas que no está permitido decir. Hay cosas que nadie quiere escuchar. Hay silencios que explotan de tan llenos. Y hay artistas –como Lessing, como Ramsay– que se atreven a posar sus ojos justo allí. En aquello que preferiríamos no ver.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X


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