jueves, 20 de noviembre de 2014

La fiesta de la insignificancia - Milan Kundera





En 1967 Milan Kundera publicó su primera novela. El libro se llamaba La broma y contaba un infierno kafkiano: alguien hacía una broma que llegaba a oídos del aparato estatal y era leída como una amenaza a ser combatida. La novela tuvo un éxito inmediato y fue premiada por la Unión de Escritores Checoslovacos. Poco tiempo después, cuando la Unión Soviética invadió el país, el texto se volvió peligroso. Kundera fue expulsado de la universidad, sus libros fueran retirados de las bibliotecas y su nombre fue borrado de la historia de la literatura checa. Once años más tarde lo privarían incluso de su nacionalidad.

El interés por el carácter subversivo del humor está presente en toda la obra del autor. En El libro de la risa y el olvido se define la risa como un gesto que delata el sinsentido y expone que los órdenes del mundo no son tan naturales como creemos. En El arte de la novela, la ironía es presentada como una herramienta que revela la ambigüedad y nos quita toda posibilidad de certeza. El autor rescata la palabra “agelasta”, que alguna vez utilizara Rabelais. Los agelastas son los que no ríen, los que no tienen sentido del humor. Los que “están convencidos de que todos los seres humanos deben pensar lo mismo y de que ellos son exactamente lo que creen ser”.

Cuarenta y siete años después de la publicación de La broma, Kundera vuelve a poner en escena aquella primera preocupación desde un enfoque diferente. 

En La fiesta de la insignificancia cuatro amigos viven pequeñas escenas en diferentes lugares de París. Alguien quiere ver una exposición de Chagall pero se resiste a hacer la cola para entrar al museo. A un hombre acaban de confirmarle que no tiene cáncer. Hay un encuentro casual y una mentira inexplicable. Alguien lee las memorias de Nikita Jruschov. Un presidente del soviet supremo sufre problemas de próstata. Un niño ve a su madre por última vez y conserva de ese encuentro una extraña obsesión por los ombligos. Una mujer trata de suicidarse y debe luchar para que no se lo impidan. Una foto habla con quien la mira. Un actor desocupado inventa un idioma ficticio mientras trabaja en un servicio de catering. Una lluvia de ángeles cae del cielo después de que Stalin da un puñetazo sobre la mesa de la sala de reuniones del Kremlin. El mundo es un lugar en el que “las bromas se han vuelto peligrosas”. 

Mínimas fotografías que apenas esbozan una historia mientras vuelven una y otra vez sobre la fiesta –la triste alegría, el buen humor, la levedad– que puede traer asumir la poca importancia que tiene todo lo que pasa. El reconocimiento de la insignificancia como modo de resistencia. Lo dice uno de los personajes: “ya no era posible subvertir el mundo, ni remodelarlo, ni detener su pobre huida hacia adelante. Sólo había una resistencia posible: no tomarlo en serio.” 

El absurdo. La sonrisa. Lo cómico. Todo eso surgiendo de un sinsentido básico, de una insignificancia que alivia y libera. Nada importa. O sí. No está claro. El peso de los sentidos que tienen las cosas se trastoca en una especie de juego. Otra vez Kundera nos advierte sobre  momentos históricos en los que todos parecen haber olvidado qué es una broma. Épocas en las que el discurso único se vuelve monolítico y expulsa al humor, el mayor cuestionador de lo que hemos naturalizado.

Siempre hay algo extraño en los textos del autor checo. Se atraviesa un párrafo sencillo y se descubre algo vital. Se lo descubre pero no se lo identifica. Como si fuera un sueño. Uno sabe que es importante pero no puede decir qué es. Quizás porque se ha comprendido algo que no puede ser explicado. Algo que sólo puede ser mostrado, puesto ante los ojos. Lo que la filosofía llama “definición ostensiva”: señalar aquello que se quiere definir. ¿Cómo explicarle a alguien qué es el color violeta? No se explica, se muestra.

Uno de los personajes dirá que a veces una verdad “es hasta tal punto trivial, y a tal punto esencial, que ya ni se la ve ni se la oye”. Esa sensación puede tener el lector al cerrar el libro. Que la verdad que se le ha dicho es imperceptible. Y sin embargo, está ahí.  

Esta novela puede ofrecer placer y también desconcierto. Sin embargo, no se trata de un desconcierto estéril. Es más bien la sensación de que es imposible aprehender un sentido unívoco. ¿Cómo definir La fiesta de la insignificancia? ¿Se trata de un acertijo sin solución? ¿Es una definición ostensiva? ¿O es quizás la gran broma final que hace el maestro, a sus 85 años, antes de retirarse del escenario?


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X

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